sábado, 21 de enero de 2012

Venezuela y la crisis
Juan Nuño

(artículo publicado en 1988)

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Caricatura de Rayma


“SER DE AQUÍ” no es sólo vivir aquí; ni siquiera morir aquí; tampoco se puede reducir a los nacidos aquí,  lo cual es una condición insuficiente ya que nacimiento por sí mismo no otorga la condición ontológica, es decir, la de “ser”. Para ello, para ser de aquí o de cualquier lugar, hay ante todo que querer serlo y luego ganárselo, preferiblemente a pulso. Ser de un país es como ser de una persona: resultado de una lucha, de una confrontación, de una común existencia llena de altibajos, venturas y sinsabores, odio y amor, convivencia.  Se termina por ser de aquí; no es que se empiece siéndolo: premio y castigo de una larga y sostenida lucha, relación diaria de vivir en y para el sitio en donde se está. Este sitio es aquí, Venezuela.
Hace tan solo 20 años aún era fácil intentar el retrato del país: basta con usar expresiones tales como “proyecto”, “esperanza”, “futuro” y “país joven”. Además de espejismo, como se viera, tenían el inconveniente de ser genéricas: lo mismo podían predicarse de Venezuela que de Brasil o Colombia. La llamada crisis, es decir, la toma de conciencia de nuestras muchas limitaciones, reducidas a una, ha permitido marcar linderos, establecer diferencias.
No es azar el que México enfrente esta crisis de manera muy distinta a como lo está haciendo Venezuela.  Allí, en el momento de la verdad, que fue el de encontrarse solos ante el toro inmenso de la deuda, es cuando se vio quién es quién. Venezuela ha probado que disponía de unas condiciones materiales, estructurales, más aptas para resistir las consecuencias; al menos, en un primer tiempo. Por un lado, la masa poblacional aún no desmesurada; por otro, una excesiva concentración de la riqueza en muy pocas manos, comenzando por las del Estado, verdaderas  manos de Orlac.  Lo primero reduce las necesidades: a menos población,  menos gasto; lo segundo, desata la obscura paradoja de los beneficios del mal: a mayor pobreza, menores exigencias. A México, a Brasil, la crisis de la deuda los agarró en pleno intento de construir una sociedad industrial: simplemente, los parte por la mitad, dejándolos tullidos. Pese a la retórica de la Gran Venezuela  y sueños semejantes, aquí no se había despegado. El golpe lo reciben los que tienen, lo que no quiere decir que se queden con él.
            Lo de menos es el análisis del fenómeno “crisis”; lo que interesa es mostrar la especificidad de Venezuela, revelada precisamente por medio del fenómeno. Ahora puede verse sin las telarañas del progreso, los países jóvenes y bobadas similares, que Venezuela , si es algo es esencialmente un país pobre, básicamente pobre, una casa sin levantar, cuasi un conuco, al que por instantes le había caído una lluvia de dinero ¿Recuerdan el episodio final de Seis destinos (Tales of Manhattan), de 1942? El frac lleno de dólares aterriza en una pobrísima comunidad negra del deep South. ¿Qué hacen con la súbita fortuna? No deciden mejorar la aldea, reparar caminos, levantar escuelas o aumentar sembradíos, sino que se lo reparten alegremente, a cada quien según sus necesidades o caprichos. Al menos, allí, en el apólogo de Duvivier, lo reparten mal que bien entre todos. Y lo gastan, simplemente lo gastan, que es la única forma en que el pobre puede relacionarse con el dinero. En su Philosophie des Geldes, observaba Simmel, en los albores del siglo que ahora muere, que algunos humanos son avaros sólo porque el dinero, mientras se mantuviera como tal, no decepcionaría jamás. Es decir, al no ser gastado el dinero, no se puede aplicar a objetos, cuya satisfacción, como en general la de todos los deseos, decepciona más pronto que tarde.  Mientras que tener dinero acumulado es tanto como conservar en forma permanente el potencial de los deseos que ese dinero puede proporcionar, siempre por supuesto que no se gaste. Por eso hay ricos y pobres. No por aquella simpleza de que unos toman el dinero como fin y otros como medio. Justamente al contrario: el rico es quien hace del dinero el medio absoluto, pues invertir no es gastar, sino trasladar el poder del dinero de una a otra bolsa para que siga siendo aun más poderoso, es decir, para que conserve e incremente su potencial dispensador de deseos. Pobre es quien pone fin al dinero, transformándolo en sus deseos, reduciéndolo a objetos, gastándolo. Como en el amor cumplido, es inevitable que surjan las decepciones. “Ah qu´ils  sont beaux les trains manqués!”, suspiró el poeta, dando una lección de sabiduría económica y amatoria. Venezuela ciertamente no perdió el tren: se montó rauda en el vagón de la fortuna súbita. Hizo lo que hacen los pobres: gastar mientras hubiera. Pero no por mucho gastar se deja de ser pobre; al contrario, se prueba la condición de tal.
            De ahí, la paradoja evocada antes: por tener menos desarrollo, Venezuela ha sido menos tocada por la crisis y, en consecuencia, menos expuesta a alteraciones sustanciales. Fuera de la burocracia y el petróleo, apenas hay estructuras modernas dignas de ese nombre. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas como cualquier esquema finja representar. Subsiste la condición básica de pobreza, pero también continúa aún en forma restringida el chorro de dinero que cae del cielo (o, es igual, que sube del infierno). Y ahí se complican las cosas. Porque, además de ser pobres, lo somos más, ya que es una pobreza que arrastra una larga deuda; luego, la pobreza puede seguir enmascarándose con el frac que sirve para cubrir los harapos del espantapájaros ¿Qué buen venezolano no cree en su mayamero corazón que es cosa de esperar a que vuelvan los buenos tiempos del easy money? Lo grave es que ni el mejor economista del mundo podría asegurar que tal no sucederá; grave es, en efecto, que pueda volver a ocurrir el mismo o más gordo milagro de la incontenible lluvia de petrodólares. Entonces, el venezolano será el más férvido creyente de la diosa Fortuna y adquirirá para siempre la sicología de los más enviciados jugadores de casino. Para él, la historia se convertirá en rueda que unas veces girará a su favor y otras en contra; la vida, en una feria y el destino, ciego, en manos de los dioses.
            Tal es el “aquí”, hoy, del que a plena conciencia somos. Pero no todo es crisis ni el aire tiene que reducirse al de los hidrocarburos. Con o sin crisis, con o sin riqueza petrolera, ser de aquí determina un modo de ser, que no siempre se ve con claridad.
            Ante todo, esa manía mitológica de andar mirando atrás: que si Bolívar esto, que si Bolívar aquello. Buena porción de la cultura venezolana padece de goofusitis, enfermedad retrospectiva, derivada del pájaro aquel que describiera Borges, el Goofus Bird,  que se caracterizaba por construir el nido al revés y volar para atrás, ya que no le importaba a donde iba, sino donde estuvo. Menos bolivarianismo y más presentismo. Ser actuales y críticos servirá para establecer de una vez por todas que buena parte de la carga de ser de aquí es prestada. La manía de la identidad podría comenzar por la aceptación de que, aun más que otros (aun más que México o Perú), Venezuela es una prolongación cultural europea; con todas las mezclas y componentes que se quiera, pero esencialmente europea. Además del sustrato (comida, costumbres, religión), es europea la cultura venezolana y no sólo hispánica, sino de confluencia decididamente latina: española, francesa, italiana. No por cierto como en el sur del continente: allí, además de otras proporciones, hay un componente británico, mal que les pese. De modo que la carga de ser aquí es una carga compleja. Pensar en venezolano significa un mucho pensar en español, un bastante pensar en francés y un algo pensar en italiano (y hasta un poco en portugués). En 1988 y más adelante, sépase que las generaciones venezolanas son híbridos de esas formas culturales. Bien estaba, cuando se podía, ir a comprar chucherías al norte; mal está que ahora, cuando se puede mucho menos, se sustituyan aquellos viajes consumistas con la inversión del esfuerzo: si no podemos ir a la Meca Florida, que ésta venga a nosotros por medio de las parabólicas, para seguir consumiendo con los ojos. Esfuerzos todos por distorsionar la auténtica pertenencia cultural venezolana. Que encuentra sus verdaderas raíces más en Sevilla que en Orlando, mejor en París que en Fort Lauderdale, antes en Nápoles que en Nueva York.
            Menos se sentirá como carga el ser de aquí si, además de bien repartir y asumir dicha carga, se aumenta: es la técnica del beduino con el camello. Cuando se niega a levantarse con cierto peso, se lo redoblan e intentan que marche: menos aún. Entonces, le quitan la carga extra, dejándole la original y el camello se yergue presto con lo que al principio no había querido trabajar. Si a la carga de ser de aquí se añade la de venir de allí, que no es poca, y aceptarlo como consustancial de aquélla, más llevadera será la travesía del desierto que se avecina.  
Juan Nuño, Caracas, 1988.

Tomado de:
Nuño, J. 1989: Fin de Siglo. Ed. F.C.E. México.


domingo, 1 de enero de 2012


Lo místico a tres tiempos: 
Wittgenstein, Popper y Pániker
Carlos Blank



PRIMER  MOVIMIENTO: WITTGENSTEIN Y “LO MÍSTICO”

La acción se desarrolla en alguna trinchera durante la Primera Guerra Mundial y se repetirá en el frio ambiente académico de algún aula de la Universidad de Cambridge, donde aparece la fina estampa de Ludwig Wittgenstein y, como si se tratase de un silbido inaudible, profiere una serie de sentencias, precedidas de una extraña enumeración:

6. Cómo sea el mundo, es completamente indiferente para lo que está más alto. Dios no se revela en el mundo.
6.44 No es lo místico como sea el mundo, sino que sea el mundo.
6.45 Sentir el mundo como un todo limitado es lo místico.
6.45 La visión del mundo sub specie eterni es su contemplación como un todo –limitado-.
6.522 Hay ciertamente lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico.[1]

La ciencia se ocupa de los hechos del mundo y Dios no es un hecho del mundo, por lo tanto no se revela en él. Cosmología y teología, ciencia y religión,  están separados por una frontera infranqueable.   Como sea el mundo es la pregunta que la ciencia está en capacidad de responder, pero el hecho de que exista el mundo en lugar de la nada es la pregunta metafísica por antonomasia y trasciende los límites de la ciencia, la ciencia no puede ni siquiera rozar este problema. Por eso aunque la ciencia pudiese resolver algún día todos los problemas factuales, los problemas metafísicos no habrían sido ni siquiera rozados. Lo místico no corresponde a una representación intelectual y abstracta, sino a una experiencia o sentimiento concreto que abarca la totalidad, aunque sea de modo limitado. Esta experiencia de “lo místico” está allende el lenguaje, es inexpresable por medio de palabras. Pero aunque no pueda decirse o expresarse con palabras este sentimiento de “lo místico” o esta visión del mundo sub especie eterni, sí puede mostrarse por medio del lenguaje a modo de una escalera por la cual vamos ascendiendo para luego deshacernos de ella.
No es extraño que su célebre mentor, Bertrand Russell, estuviese estupefacto al encontrar estas últimas afirmaciones, y otras del mismo cariz, en una obra que se ocupaba principalmente de cuestiones técnicas de lógica y en la cual había reducido –para aun mayor perplejidad de Russell- a todas las proposiciones de la matemática a un mero juego de vacías tautologías. Para Russell estas afirmaciones eran como piezas sueltas de un maravilloso rompecabezas, difíciles de encajar con el resto de la obra. Por eso se limitó a señalar, en su conocido estilo epigramático, que “Wittgenstein encuentra el modo de decir una buena cantidad de cosas sobre aquello de lo que nada se puede decir” y que esa diferenciación entre “decir” y “mostrar” le producía “una cierta sensación de disconformidad intelectual”. [2]
Esta lectura positivista del Tractatus fue la que predominó hasta que Janik y Toulmin[3] “desfacieron el entuerto” y fue la que hizo decir a Wittgenstein que Russell no había entendido esta obra, pues la parte más importante era justamente la segunda, la que no podía ser escrita y sí solamente mostrada. Pues aquello que no puede ser expresado por medio del lenguaje es precisamente lo más importante y por ello de lo único que vale la pena hablar realmente, aunque sea para mostrarlo como inexpresable, como inasible por medio del lenguaje. La lógica, así como la creencia religiosa[4], la ética y la estética, no forman parte del mundo de los hechos, no están en el mundo, pero muestran sus límites. Visto bajo esta nueva luz, el Tractatus es un verdadero “acto ético”, una obra que apunta hacia las cosas verdaderamente importantes y sobre las cuales la ciencia es incapaz de pronunciarse u ofrecernos una respuesta.






SEGUNDO MOVIMIENTO: POPPER Y “LO MÍSTICO”

Esta vez la acción transcurre en el refugio de una lejana Universidad de Nueva Zelanda, en Christchurch University, donde otro judío de origen vienés, Karl Popper,  permanecerá durante la Segundad Guerra Mundial, para después ocupar una Cátedra en el London School of Economics and Political Science hasta su jubilación en 1969. Esta vez las palabras de Popper vienen acompañados de los acordes polifónicos de alguna pieza de sus autores favoritos, Bach o Mozart, ejecutada con cierta destreza en un piano en su casa de las afueras de Londres. Allí, como gran amante del contrapunto y en claro contraste con los tonos melancólicos de la melodía  wittgensteniana, dice:

Es bien sabido que la terminología del misticismo –la unión mística, la intuición mística de la belleza, el amor místico- ha sido tomado en todo tiempo de las relaciones de los individuos y, especialmente, de la experiencia del amor sexual. Y tampoco puede dudarse de que este sentimiento sea transferido por el misticismo a los universales abstractos, a las esencias, a las Formas o Ideas. Nuevamente se observa aquí la nostalgia por la pérdida de la unidad de la tribu: el anhelo de retornar al abrigo del hogar patriarcal y de hacer que sus límites sean los de nuestro mundo. ‘El sentimiento del mundo como  un todo limitado es el sentimiento místico’, dice Wittgenstein. Pero este irracionalismo holista y universal no está ubicado en el lugar que le corresponde. El ‘mundo’ y el ‘todo’ y la ‘naturaleza’ son todas abstracciones  y productos de la razón. (Esto pone en evidencia la diferencia que existe entre el filósofo místico y el artista que no racionaliza, que no se sirve de abstracciones, sino que crea, en su imaginación, individuos concretos y experiencia únicas). En resumen, el misticismo procura racionalizar lo irracional y, al mismo tiempo, busca el misterio allí donde no debe; y si lo hace es porque sueña con el ente colectivo y la unión de los elegidos, ya que no se atreve a afrontar las arduas tareas prácticas que deben realizar aquellos que comprenden que todo individuo constituye un fin en sí mismo.[5]

Popper considera que los conflictos armados que se repiten a lo largo de la historia son fundamentalmente conflictos de creencias religiosas,  son producto de los cantos míticos y místicos de sirena que seducen con tanta facilidad, son producto de ese estilo oracular de la filosofía que se rebela contra la razón, son producto de ese sentimiento de nostalgia o anhelo de recuperar la unidad perdida, de retornar a la unidad del hogar tribal del pasado. Para él,  este misticismo intelectualista no es sino el síntoma de la tensión que ha producido el derrumbe de la sociedad cerrada, es “la resistencia histérica a llevar la cruz de la civilización”[6] y por eso tiene que “ver en el intelectualismo irracional y místico, tan de moda en la actualidad, la sutil enfermedad de nuestro tiempo.”[7] Lo que él ataca específicamente es “la irresponsabilidad intelectual de este misticismo que se evade a los sueños y de esta filosofía oracular que se encubre bajo la verbosidad”[8], así como “el intelectualismo que encuentra nuestro racionalismo demasiado vulgar para su gusto y que procura imponer la última moda intelectual esotérica proporcionada por la admiración al misticismo medieval.”[9] Sin embargo,  él aclara que “no siento ninguna hostilidad hacia el misticismo religioso (y sí, tan solo, hacia el intelectualismo antirracionalista militante) y sería el primero en combatir cualquier tentativa de reprimirlo”[10]. La búsqueda de perfección espiritual que busca el misticismo es perfectamente defendible en el plano personal. Lo malo es cuando se mezcla esa búsqueda de perfección e intemporalidad que mueve el artista para elaborar  su obra maestra, con el anhelo de encontrar esa perfección en el plano político y social, abriendo así las puertas al totalitarismo y a la pérdida de la libertad.  





TERCER MOVIMIENTO: PÁNIKER Y “LO MÍSTICO”

Nuestro último acto tiene lugar en el noreste de España, en una ciudad bañada por el Mediterráneo y que posee una arquitectura asombrosa, donde se fusionan lo moderno y lo antiguo, y donde podemos contemplar la curiosa belleza del Barrio Gótico de Gaudí: La Ciudad Condal, Barcelona. Se trata de la misma España que se dividió en una guerra tribal fratricida, que condujo a la larga dictadura de Franco,  la misma  España que pasa a ocupar un puesto respetable dentro de la CEE y se torna una sociedad abierta pujante.  Nuestro personaje es un ejemplo de esa nueva España, mitad empresario y mitad filósofo,  que trae en su sangre y pensamiento la antigua sabiduría de la India: Salvador Pániker[11]. Este filósofo nos sorprende con una afirmación verdaderamente sugerente y provocadora, que no puede menos que trastocar el sobrio espíritu del racionalismo crítico del autor anterior y que seguramente sonaría  a los oídos de Popper como la obertura de una ópera de Wagner, por quien sentía muy poca devoción.

Todo místico sabe que cualquier cosa que se diga sobre la realidad es, por definición, insuficiente; que la realidad ‘se muestra’ antes o después del lenguaje. En este sentido la mística –en contra de lo que piensa Popper, y muy de acuerdo con lo que enseñó Bergson- es la verdadera aliada de la ‘sociedad abierta’. Un místico es exactamente lo contrario de un fanático. No absolutiza ningún lenguaje.[12]

En una primera aproximación la afirmación de Pániker no podría ser más desconcertante desde una perspectiva popperiana. Cabría preguntarse: ¿No representa el discurso de Pániker ese estilo de “filosofía oracular que se encubre bajo la verbosidad”, ese tipo de “intelectualismo que encuentra nuestro racionalismo demasiado vulgar para su gusto y que procura imponer la última moda intelectual esotérica proporcionada por la admiración al misticismo medieval” –y oriental, podríamos añadir? ¿No sería toda esta moda new age, donde se destaca el misticismo de cuño oriental, un ejemplo moderno de esa moda intelectual de la que se queja Popper? Y además: ¿Es realmente posible conciliar el anhelo de unión propio de la experiencia mística con la sociedad abierta tal y como la entiende Popper? ¿No es acaso el misticismo para Popper un anhelo de recuperar la unidad perdida de la sociedad cerrada? ¿Cómo es posible entonces afirmar que el misticismo “es la verdadera aliada de la ‘sociedad abierta’ ”? Para responder a estas preguntas se hace necesario saber lo que Pániker entiende por “lo místico” y ver si es posible algún tipo de correspondencia entre su concepto de misticismo y la actitud racional propia de la sociedad abierta para Popper.
En primer lugar, para Paniker el misticismo no debe ser confundido con lo mágico, ni con lo irracional, ni con el intuicionismo, ni con el colectivismo, ni con el fideísmo,  ni siquiera con lo religioso. Para él “lo místico es casi lo contrario de lo religioso”[13]. También desliga al místico de la creencia cuando dice: “Un místico, como he dicho repetidas veces, es alguien que no cree en nada.”[14]. Lo místico no se deja encerrar en ningún dogma, en ninguna certeza, en ninguna doctrina. Por eso señala: “Lo místico no comporta ninguna doctrina; no tiene que ver con ninguna teología. Lo místico es, más bien, lo que le queda a la experiencia una vez que se ha liberado de teorías, códigos, defensas, presupuestos”[15].
No niega que a menudo lo místico se queda a medio camino y “puede detenerse en penúltimas coartadas colectivistas: la patria, el partido, la religión, la especie, etcétera. Pero no se trata de esto. Se trata de que el ser humano diseñe su más irreductible individualidad desde su más irreductible libertad”[16]. Este texto es particularmente revelador para el asunto que nos ocupa, pues para Popper el misticismo está asociado a esa ausencia de libertad y responsabilidad individuales que es típica de una sociedad cerrada, está asociado a la negación de la individual en aras de lo colectivo. Pero como se desprende de lo anterior ello sería para Pániker señal de un falso misticismo, de un misticismo que es incapaz de trascender esos entes colectivos.
La asociación que suele hacerse entre el misticismo y el irracionalismo es particularmente interesante y tiene en Pániker un giro completamente imprevisto desde una perspectiva prima facie popperiana.  En efecto, para Popper nada sería más opuesto entre sí que la actitud de un místico y la de un racionalista crítico. Sin embargo, Pániker vuelve a asombrarnos con una afirmación contundente al respecto: “lo místico es lo crítico conducido a su límite.”[17]. De tal modo que lo místico no sería la negación de la racionalidad, sino la más acabada expresión de ella, sería la más acabada expresión del carácter limitado y siempre incompleto de la razón, y apuntaría al carácter siempre tentativo y provisional de la razón misma.
Puestas así las cosas se hace evidente el acuerdo entre las posiciones de Pániker y Popper: misticismo y criticismo coincidirían en lo fundamental. Obviamente ello requeriría desde una perspectiva popperiana de una nueva definición del misticismo, una definición que fuese menos reduccionista y que contuviese los elementos de apertura y libertad que están ausentes en la definición popperiana original.  Pero si al final se trata de redefinir términos, las palabras son lo de menos, lo importante es lo que podemos expresar con ellas. O volviendo a la posición de Wittgenstein, lo más importante es lo que somos incapaces de expresar con ellas. Como él decía: “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse”.
       
[1] Ludwig Wittgenstein: Tractatus logico-philosophicus, Alianza Universidad, Madrid, 1973.
[2] Ibid. p. 27
[3} Allan Janik & Stephen Toulmin: Witgenstein’s Vienna, Simon and Schuster, New York, 1973.
[4] Ludwig Wittgenstein: Lectures and Conversations on Aesthetics, Psichology and Religious Belief, University California Press, California, s/f. Puede consultarse también el excelente  artículo de Jorge Diaz  http://filosofiaclinicaucv.blogspot.com/2011/04/wittgenstein-y-la-religion-jorge.html, donde se desinfla la interpretación de Wittgenstein como un místico y la idea de que no podemos comprender su filosofía al margen de este supuesto misticismo. Lo que sí queda claro es el profundo respeto que para Wittgenstein tenían los planteamientos religiosos.
[5] Karl Popper: La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, Barcelona, 1981, p. 411. Independientemente de que Wittgenstein reprobaría también cualquier intento de racionalizar lo irracional, de expresar lo inexpresable, y de que la crítica Popper al concepto de “lo místico” pueda ser una señal de su incomprensión, lo cierto es que ha sido merito de Popper el haber llamado la atención sobre estos párrafos que para Russell eran incongruentes con el resto de la obra o solían pasar desapercibidos.
[6] Ibid. p. 411
[7] Ibid p. 410
[8] Ibid. p.408
[9] Ibid. p. 406. Popper ha destacado que es mucho más fácil sostener una posición irracionalista que racionalista, pues mientras el irracionalista no está obligado a darnos razones que sustenten su posición, el racionalista consecuente sí está obligado a ello. El irracionalista suele exhibir aires de superioridad frente a las modestas pretensiones del racionalista y su incomprensión de las profundas capas que gobiernan la conducta humana.   La imposibilidad de dar razones últimas que sustenten el racionalismo crítico es lo que lleva a Popper a destacar sus raíces éticas o de compromiso a favor de la razón. Hemos abordado este punto en http://filosofiaclinicaucv.blogspot.com/2010/11/la-dimension-etica-del-racionalismo.html.  
[10] Ibid. p. 421
[11] No debe confundirse con su hermano mayor Raimon Panikkar, con quien tiene una obvia rivalidad intelectual.
[12] Salvador Pániker: Filosofía y mística. Una lectura de los griegos, Anagrama, Barcelona, 1992, p. 113, subrayado nuestro.
[13] Salvador Pániker: Aproximación al origen, Kairós, Barcelona, 1982, p. 352.  
[14] Ibid. p. 352. Popper insiste al final en no confundir la posición del racionalismo crítico con una suerte de fideísmo religioso con el que no tiene nada que ver. Al respecto véase nuestro trabajo mencionado en la nota 9.
[15] Ibid. p. 351
[16] Salvador Pániker: Filosofía y Mística, Kairos, Barcelona, 2000, p. 14.
[17] Aproximación al origen, p. 351 y p. 336
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De la Tiranía y la política en Aristóteles (I)
David De los Reyes






“…no me gusta realizar nada por la fuerza de la tiranía
 y tampoco de  la fértil tierra tengan los malos  la misma parte que los buenos”
Solón (cit. Aristóteles, Constitución de Atenas, cap.12)
“Los conceptos generales y la  gran arrogancia
 jamás  cesan de causar temibles desgracias”
Goethe
“En verdad son aquellos  hombres que guían la acción de los demás  con sus pensamientos a quienes consideramos como los más activos entre los hombres de acción”.
T. Gomperz

(Observación: esta es la primera parte de una serie de cuatro artículos dedicados al tema en Aristóteles).

I
La política como ciencia práctica
En la Etica a Nicómaco[1] Aristóteles designaba a la política como la primera de las ciencias, la más fundamental de todas ellas. Ello por ser ésta la que debería contener y aplicar los fines y valores más  elevados del hombre en relación con las demás disciplinas, que vendrían a ser sólo medios para aquella. Aparte de las ciencias teóricas, el estagirita distingue otras dos, las prácticas y las productivas. La política pertenece a las ciencias prácticas, dentro de su división del saber. Y de eso es lo que trataremos aquí, de cómo observa Aristóteles el desarrollo, la evolución, el orden y la permanencia de la tiranía en la Grecia que conoció y le tocó vivir en tanto política que se presenta bajo la mirada de lo que llamó, como dijimos, la más fundamental de las ciencias, la política, una ciencia práctica.  Por ser la política considerara como un conocimiento fundamental  no estamos del todo de acuerdo cuando el estudioso italiano G. Reale (1985:97)  afirma que las ciencias prácticas, como la  ética y política son, dentro del sistema aristotélico, jerárquicamente secundarias, inferiores a las primeras, en las que el saber son un fin en sí mismas desde un punto de vista absoluto (la Metafísica, por ejemplo).   Aunque bien podemos suscribir su opinión al referir que las ciencias prácticas tienen en consideración la conducta de los seres humanos; y estas son llamadas como filosofía de las cosas del hombre:  disciplina que se encarga de  abarcar la actividad moral de los hombres considerados como individuos o como ciudadanos. Este saber práctico, que incluye a la política, es una teoría del Estado, y en ella está presente todo un desarrollo sobre la tiranía, que es nuestro tema en cuestión.                 
Podemos comenzar observando que Aristóteles se diferencia de la concepción  política platónica  por desarrollar, en su análisis de la estructura del Estado, una postura que bien se ha llamado derealista o, en términos más contemporáneos, de  Realpolitik. En ella podemos encontrar siempre el ingrediente ético como una tonalidad que determina al conjunto de los elementos constitutivos de toda organización estatal. A pesar de esta afirmación general encontramos una opinión adversa en Reale (1985:123) pues afirma que Aristóteles está mucho más cerca de Platón de lo que suele creerse habitualmente; el Estagirita se limita a criticar y rechazar ciertos aspectos  aberrantes de laRepública platónica, pero no su ideal de fondo.  Tomando en cuenta dichas palabras podemos complementar que respecto al Estado ideal Aristóteles es enteramente platónico al identificar el fin  del Estado con el fin ético del individuo.  El mejor estado  es el que asegura a sus ciudadanos la mejor vida (aristos bios). Sin embargo el Estagirita no subordina  el Estado al bienestar del individuo, como lo haría un liberal, sino que deriva, al igual que Platón,  de las categorías para juzgar del valor del Estado de las normas éticas que aplica al alma del individuo.


“Decir que la vida mejor del estado y del individuo es una y la misma, no significa para  él que las cosas vayan  bien en el Estado si todos se alimentan bien y se  sienten a gusto, sino que el valor espiritual y moral del Estado está basado en los ciudadanos. Su fuente última es el alma estimativa del individuo. A la inversa, el más alto concepto ético a que llega esta alma es el estado, para el cual está predispuesta el hombre por naturaleza” (Jaeger, 1983:316).

Tal  condición ética nos lleva a absorber una acústica política circular: el mejor Estado es aquel que, a través de la educación, inculca la virtud a sus ciudadanos y, por ende, requiere que sus gobernantes sean virtuosos[2]. Este pharmacón  político-pedagógico pretende detener lo que siempre mayormente ocurre, que todo Estado siempre posee un porcentaje de perversión o corrupción y sólo por sus gobernados constituir un conjunto ético cohesionado,  puede sostener una presión  pública para frenar la perversión en la conducta del legislador y sus acólitos de turno. Hay una exigencia ante el sujeto político común y es que se forme en él mismo una moralidad  mediante la paidea (educación), para que el Estado se mantenga dentro del cerco de los fines morales del  bien común. El libro VIII de su Política nos demuestra lo importante de la educación para tales logros.
Encontramos que la visión política aristotélica está asentada en la formación de caballeros cultos, lo cual está representado en su época por la mentalidad aristocrática que reflejaba  un amor por el saber y las artes, es decir, por una educación o formación centrada en una cultura de élite. Tal mentalidad desapareció del poder con Pericles. El populacho inundó el gobierno instigado por una oligarquía demagógica; eran hombres que no tenían ninguna preocupación por la cultura, que sólo defenderán la vida material y la defensa de la riqueza, propia del privilegio oligárquico; todo conseguido mediante la traición, el asesinato, el despotismo ilegal, es decir, métodos pocos caballerescos, al decir de Russell (1973:175).  Los hombres de mérito tuvieron que defender  sus privilegios frente al populacho y en ese proceso dejaron de ser cultos y caballeros.  Nuestra época no contempla una educación para la meritocracia;  una educación popular lo única que otorga a sus favorecidos es enseñar, y hoy a duras penas, a leer y a escribir, pero no confiere cultura; esta educación es propia para el surgimiento de la demagogia al practicar un tipo de propaganda que puede llevar, la más de las veces disfrazada de democracias populares, a una dictadura.
La presentación de lo político en Aristóteles está  interesada en  mostrar los matices  de la estructura sociológica del Estado existente, lo cual lo hará distinto, por ejemplo, a  Hegel, que  concentra su reflexión política en mostrar a esa entidad como realidad  orgánica de la Idea Moral (el Estado es el reino de la eticidad). Advierte que más que construir  una constitución (politeiai)  ideal  mejor será en plantearse y en practicar una constitución posible, en función de las circunstancias reales, en los  eventos y dinámica social a los que la política, en concreto, debe encaminarse, realizándose  en el aquí y ahora, hic et nunc,  al conocer lo  geográfico e histórico de dicho Estado. En esto, como hemos dicho y notamos antes, se aleja (y critica), la visión platónica de República. Aristóteles está claro al declarar que:


“La virtud y la razón no se hallan cómodas sobre los tronos; los poderosos sólo necesitan dos clases de acólitos: instrumentos sin escrúpulos y gente sociable divertida” (podríamos decir, aduladores, asesinos y bufones); “los particulares no son inferiores, sino superiores en la honestidad a los príncipes,  (Etic. Nic. VIII, 7, 1158ª).

Aristóteles no especifica en su Ética a Nicómaco si estos hombres de poder son reyes, príncipes o tiranos, no se aclara cuál es el origen de su poder, sino que pareciera ser que todo poder político, independiente de cuál sea su origen,  decantará en tal situación. El verdadero rey será un ser excepcional si existe, una especie de seres en que pareciera ser el favorito de los dioses (si es que estos existieran, podemos agregar). En el fondo su papel estaría en cuidar de los derechos de los propietarios a la par de los de la masa,  con el fin de que estos últimos no sufran  ofensa ni injusticia, como los en los primeros perjurio.
Es interesante cómo Hannah Arendt  (1972:153)  nos presenta su interpretación de la Política en función del modelo dialéctico gobernante-gobernados o dirigentes-dirigidos,  en relación a la razón, como instrumento político por excelencia para establecer una justicia de Estado, alejada de toda dictadura o tiranía; nos da a entender que:


“En Aristóteles, luego de Platón, encontramos la segunda tentativa de establecer  un concepto de autoridad en términos de dirigentes y dirigidos. Su postura tiene una aproximación distinta. Para él la razón no tiene ninguna relación ni características  fundamentales con la dictadura y la tiranía, no hay ningún rey-filósofo que pueda reglamentar  de una vez por todas  los asuntos humanos. Su razón política la piensa en función de que todo cuerpo político está compuesto por aquellos que  gobiernan y aquellos otros que son gobernados, lo cual no deriva a una superioridad del especialista sobre el profano. Aristóteles sería el primero en hacer un llamado a fin de establecer la dominación en la manipulación de los asuntos humanos, a la naturaleza que ha instituido la diferencia entre los jóvenes y los viejos, destinando los unos a gobernar y los otros a ser gobernados (Pol., 1332 b 12 y 1332b 36; las distinción entre mayores de edad y jóvenes está en Platón, República, 412, Leyes, 690 y 714).

Animal político (zoon politikon) califica Aristóteles al hombre y ello quiere decir que es un ser gregario en función de la utilidad, facilidad y la justicia que obtiene al vivir en grupo con sus semejantes y no aisladamente. Por esta cualidad llega a tener conciencia moral de no aceptar  vivir de cualquier modo o como le ordenen sino en buscar la mayor perfección dentro del conjunto, el cual no debe tratar sólo vivir por vivir  sino de vivir bienVivir bien debe ser la condición y finalidad ética a la que deba tender el conjunto y gobierno de la ciudad (polis)[3] en la que habitamos; el vivir feliz y virtuoso estará emparentado con ese vivir bien. Los griegos no acertaban comprender al hombre en estado de aislamiento sino como un ente social que va a estar, en primera instancia, encuadrado dentro de la familia y sometido al régimen de la casa u hogar (oikos), espacio político primario o principal; esta agrupación y su actividad Aristóteles la desarrollará como economía, la cual trata sobre lo requerido para el sobrevivir y prever lo necesario de todo grupo familiar griego. Pero de  esta situación común, de esta economía familiar, también encontramos una reflexión ética que versa sobre el bien particular del individuo, orientando  su conducta para obtener  su perfección y felicidad. Y la ética  deberá estar, en parte, subordinada a la política; motivado por ésta realidad citadina, y su convivencia, dependerá la forja y  constitución del carácter (ethos) de los individuos que la conforman. Ha determinado sistema político, determinada condición del hombre   ético.  Gomperz (2000:330), afirma que para el estagirita todaconducta de vida debía ser normada y dirigida, al igual que la educación, por la autoridad política. Y le era ajena la idea de la libertad individual, incluso la de errar.
Esto nos revela que la ética, en tanto objeto de estudio, tiene una función práctica, más que ser una teoría científica o filosofía, como lo advierte Guthrie (1953:146), pues lo que proponemos con él es hacer mejores a los hombres y sus acciones, entonces ex hipothesi, el material de nuestro estudio tiene que ser variable. Podemos entender en las palabras de este estudioso, que para Aristóteles, si bien la verdad y el conocimiento deben estar separados del dominio de lo contingente, es coherente en su sistema que afirme que la ética no es  una parte de la filosofía, pues su objeto está sometida a lo contingente a lo mudable, es decir, a la acción del hombre individual dentro del conjunto político al cual pertenece, a una práctica en la que desenvuelve su buen vivir. La ética vendrá a ofrecer algunas reglas  prácticas que, habiendo sido alcanzadas empíricamente, probablemente  resultarían  operantes (idem). Por tanto,  la política está impulsada por un sentido del deber o de la virtud, principios que vienen a cristalizarse en acciones prácticas; las especulaciones políticas del filósofo no podían proseguirse si  su existencia corporal  se desenvolvía en una comunidad mal gobernada y de individuos indisciplinados. El estudio de la política debe separarse de la reclusión del laboratorio teórico y adentrarse en el magma de la vida social práctica, para luego enseñar  cómo puede aplicarse  la razón social en las cuestiones prácticas.  Guthrie  (idem: 148) advierte que en Aristóteles  se pueden advertir  dos clases de virtud (areté), una intelectual y otra moral, dedicándose en la Política, gracias a una sabiduría práctica, en  cómo se puede obtener un individuo moral dentro de una organización social en función delbien común. Reale (1985:113) nos advierte que el bien particular del individuo y el bien del Estado tienen la misma naturaleza (ya que ambos consisten en la virtud). Y respecto a las tendencias de las escuelas socráticas menores (como los cínicos, los escépticos, los pitagóricos), que se retiran de la vida política de la polis al no encontrarse con una real libertad establecida en la realidad política,  asumen a la filosofía como una forma de vida separada de lo político; ante ello podemos reflexionar en torno a lo dicho por Jaeger (1983:323) en que:


“El ilimitado individualismo del platonismo a ultranza, que prefiere la libertad absoluta a tomar parte  en un estado despótico, y no desea ni gobernar ni ser gobernado, es en verdad éticamente mejor que el ideal de poder del estado moderno, dice Aristóteles, pero el gobierno  no es necesariamente despótico, y un gran número de hombres han nacido para ser súbditos”. 

Los hombres por mímesis deben seguir al hombre de sabiduría práctica porque de esta manera  podrán lograr ser virtuoso al ejecutar repetidamente  los actos justos que afectarán al alma, creando una costumbre o estado virtuoso de ser y una concordia ciudadana; la costumbre o los hábitospueden llevarnos a alcanzar ciertos grados de perfección; el animal político no es un individuo que busca el retiro y en vivir en un aislamiento filosófico sino  que debe sumergirse en los negocios prácticos de la vida pública, aprendiendo por experiencia cómo tratar, relacionarme, convivir con mis conciudadanos.
Para Aristóteles toda comunidad política no es un pacto artificial, como proponen sofistas como Nicofron (Pol., 1280), o Trasímaco sino una relación natural; para ambos sofistas tanto la ley, como el Estado, son sólo un producto de una convención, de ser restricciones a la libertad del individuo impuestas por sus amos o aceptadas por él meramente como protección  tanto a su persona como a sus familiares y propiedades, (Roos, 1957:340). Aquí natural[4] querrá significar para Aristóteles  que toda comunidad brota o surge necesariamente de una inclinación de la misma naturaleza humana, de la unión entre individuos  y su condición de vivir gregariamente, situación en la que el Estado no se interpreta como una limitación a la libertad sino un medio para lograrla. Y es natural porque todo hombre, para Aristóteles, tiene una tendencia innata a lograr su propia perfección, la cual consiste en el bien y la felicidad individual. Este logro no se obtiene aisladamente y en soledad; en el aislamiento  no puede bastarse completamente a mí mismo. Requiere la agrupación con sus semejantes. Requiere de la familia, compuesta de un hombre, una mujer, hijos, esclavos, una casa y un buey para arar. Aquí notamos que nuestro autor advierte que el varón tiene autoridad real sobre sus hijos y esclavos, un tipo de mando que puede ser semejante al tirano o monárquico (palabra que indistintamente se utilizaba para el gobierno donde manda sólo uno), pues el hombre mayor de la familia vendrá a ejercer el mando de manera unilateral frente a los hijos y a los esclavos; ante la mujer tendrá una relación de reciprocidad democrática. Su concepción es contraria a la visión platónico del conocimiento de la idea del bien:


"…el bien supremo del hombre no puede ser tampoco lo que Platón y los platónicos han señalado como tal, es decir, la idea del bien, o sea, el bien en sí trascendente, porque, en tal caso, es evidente que el hombre no lo podría realizar ni alcanzar.  Por tanto,  no  puede tratarse de un bien trascendente, pero si de un bien inmanente, no de un bien realizado ya de una vez por todas, sino de un bien realizable y actuable por el hombre y para el hombre” (Reale, 1985:98).

Aristóteles  está convencido de la necesidad de  que los ciudadanos se sometan a una tutela bien estricta por parte del Estado (Gomperz, 2000:357). No tiene mucho interés en mantener intacta la individualidad  de los ciudadanos y promover un desarrollo más profundo.  Pareciera que se hubiera olvidado de lo dicho por Pericles en su Oración Fúnebre (Tucídides) del programa de libertad individual. No ve al Estado como un mal  que es preciso reducir a los más estrechos límites  posibles, cuya acción debería estar determinada por la necesidad y con miras a una existencia funcional en la medida que da soluciones a una colectividad; su misión estaría centrado en garantizar la seguridad, la protección legal y la defensa contra cualquier enemigo exterior. Observa a la ley como una convención que no es capaz de  hacer buenos  y justos a los ciudadanos (Pol. III, 9, 1280b). La ley no tiene justificación ante ciudadanos incultos, de ahí que para Aristóteles  el Estado es ante todo y en primer término una institución educacional (Gomperz, 2000:359); en esto se centra su propuesta, más que una asociación  con miras  a la guerra o al comercio, como tampoco a establecer una sociedad con fines de lucro o una mera institución dirigida a  mantener la seguridad.
Podemos agregar que el texto de La Política de Aristóteles  es a la vez interesante e importante: interesante, por mostrar los prejuicios corrientes de los griegos instruidos de su tiempo, e importante como fuente de múltiples principios que permanecieron influyentes hasta la Edad Media (Russell, 1973:169).



II
El buen vivir de la ciudad
De los grupos familiares (oikos) surgirán las comunidades (kóme) y del agrupamiento de estas se constituyen las ciudades (polis). Como vemos, los elementos atómicos constitutivos de la ciudad, que es un todo sustancial, son las comunidades, las familias y los individuos. Para Aristóteles, a pesar de la crisis que ya vivía en su época la ciudad como modelo de organización política autónoma, siguió siendo la forma más perfecta de sociedad. Su ciencia política no rebasa el modelo arcaico de ciudad, cuando  -ya para su época-, está atravesando un largo proceso de disolución  que arranca desde las Guerras Médicas, que continúan con las del Peloponeso y culmina con  las extraordinarias campañas de conquista de su discípulo Alejandro (quien nunca compartió el ideal político de su maestro, aunque sí el superior sentido de la cultura griega en relación a la de otros pueblos, y que implantó en todo territorio donde dominó), abriendo el camino al cosmopolitismo[5]. La ciudad perfecta (ariste politeia)  nos  lleva a girar la mirada al pasado, separándose del horizonte que se le aproximaba augurando su destrucción de conjunto autónomo social; destrucción de esa unidad compacta de la polis,  modelo político en que podían los hombres participar activamente en los asuntos de la ciudad, sustituyéndolo con la idea de un gran reino que incluyese a todo el mundo conocido de entonces[6].  Russell (1973:169), también refiere a ese dejar pasar por alto aristotélicos de las conquistas de Alejandro y el campo experimental  que fueron las ciudades griegas:


“No hay ninguna mención de Alejandro, y ni siquiera la más leve percepción de la más  completa transformación que aquel estaba efectuando en el mundo. Toda la discusión se refiere a los Estados ciudades, y no hay ninguna previsión de su decadencia. Grecia, debido a su división en ciudades  independientes, fue un laboratorio de experimentación política".



La ciudad se conoce por ser una comunidad política (kononía politiké) (Pol. I, 1252ª), es decir, una asociación compuesta de hombres. Pero no toda asociación es una ciudad; no basta la simpleconvivencia; ni una comunidad de lugar. Es una organización social humana y se distingue por ser una entidad no estática sino dinámica que persigue un fin determinado. El fin de la ciudad es la que define su existencia en movimiento y el tipo de construcción dentro de sus límites. Se debe determinar primeramente con qué fin se constituye una ciudad (Pol. III 6, 1278b). Ese fin no es sino el bien que, como hemos dicho antes,  es lo que siempre los hombres persiguen con sus actos, actúan mirando  a lo que les parece bueno: este bien es, en cierto sentido, la felicidad citadina que aspira a vivir y obrar bien; el requisito previo de la felicidad está en comprenderla como actividad (energeia), de un hombre en cuanto tal (Guthrie, 1953:148).  O desde el punto individual podemos incorporar el señalamiento que hace Reale (1985:98):


"El bien  del hombre se presenta en la obra que él  y sólo él sabe desarrollar, en el sentido que el bien de cada cosa es el obrar peculiar de cada una: la obra del ojo, ver: la del oído, oír, etc.  No escapa hermanar al bien con la razón y la actividad del alma según la razón. El bien es obra, actividad de la razón, explicación y actuación perfecta de esa actividad. Ello decanta en virtud humana lo cual tiende a obtener la felicidad".

Este concepto de bien público para Aristóteles tiene un significado distinto para el vulgo y para el sabio, tal distinción deriva de la condición de la ciencia suprema que es la ciencia política, la cual abraza, como ya dijimos,  en su fin los otros fines diversos de las demás ciencias, siendo el de la política el verdadero bien, el bien supremo del hombre (E.N. I, 2,1094b). Y advertirá que la ciudad mejor es, a la vez, feliz y próspera. Imposible que esto aparezca si los hombres que la componen no poseen cierto grado de virtud (inteligencia mesurada, educación y sentido de perfección), que  obran bien, y no hay obra buena, ni del individuo ni de la ciudad, fuera de la virtud y la prudencia. El mismo bien compartirán tanto los individuos como la ciudad en general (Pol. VII, 1323b/ 1325b). El hombre es  por naturaleza un animal político (ántropos fusei politikón zóon) que se une a los otros por la utilidad común (koinon sunpheron sumágei), en la medida que cada uno constituye una de las partes del bienestar común, el cual es el fin principal. Vivir de esta manera es, simplemente, un bien. Aunque ello se complementa en la medida que cada quien persiga conseguir riquezas materiales y espirituales, intercambio comercial, contratos, ayuda mutua y alianzas militares con el fin de defenderse contra la injusticia de los enemigos de dicho orden social. Por ello que esta sociedad política tiene como fin no cualquier bien sino, como dijimos, el vivir bien. En Aristóteles  este vivir bien no refiere a una abundancia de bienes materiales sino una vida conforme  a la virtud, principalmente al de la justicia, principio  fundamental de toda comunidad política. Aquí encontramos cómo la ética es determinante del fin último de lo político.
La concepción de la felicidad  ciudadana no está separada de constituir una comunidad de hombres libres. La felicidad deriva en que los hombres tengan la capacidad de elegir su mejor vida, cosa que no pueden hacer ni los animales ni los esclavos.  De esto deriva la preocupación por estructurar su vida en torno a la virtud; la ley por sí misma, como ya advertimos, no hará buenos a los hombres sin actuar bajo esa condición moral que impregne al conjunto social. La ciudad es una comunidad de familias y de aldeas en una vida perfecta y suficiente, y ésta es, a nuestro juicio, la vida feliz y buena (Pol, III, 1281ª). Lo que da la mejor vida no es la simple convivencia sino el conjunto  de acciones buenas que buscan ser perfectas y suficiente para obtener esa vida feliz. Encontramos que la política se subordina a la ética, sin esta aquella no lograría su fin supremo, el de constituir una ciudad feliz y próspera. La ciudad es una comunidad de hombres libres que orientan sus acciones a vivir bien, es decir, conforme a la virtud.
Una ciudad real es diversa respecto a los que la componen, como lo es el alma del cuerpo, el alma intelectiva de la sensitiva, en el hogar la condición del varón de la hembra, y en la propiedad la del amo respecto al esclavo. Siendo la ciudad constituida por todos estos elementos, además de otros de diferente especie a los nombrados antes. Por lo tanto concluye que no hay una sola virtud necesariamente en todos los ciudadanos, como no  es la misma, en un coro, la habilidad de un corifeo  y la de uno de sus acompañantes, (ibid: 1277ª/5s).
Otros señalamientos de la ciudad perfecta de Aristóteles es que no debe ser ni muy grande ni  muy pequeña territorialmente, que pueda ser abarcada con la vista;  con recursos suficientes para producir y bastarse a sí misma (ser autónoma hasta donde se lo permita), estar bien orientada en relación a los vientos y bien emplazada, próxima al mar; poseer un territorio suficiente para que la propiedad pueda ser dividida y así multiplicar  el número de productores independientes; la existencia correlativa de una clase media, la cual (como veremos más adelante),  será el factor decisivo de su estabilidad política; tener fácil salida y movimiento para los ciudadanos, pero difícil acceso para los enemigos; poseer murallas y fuerza naval suficiente para su seguridad y garantizar el comercio; y, sobre todo, que estén provistas de fuentes acuíferas permanentes (Pol., VII, 1325b). El ideal económico y político para este autor es el de la autarquía y de autosuficiencia, en la medida que estás son alcanzables[7]. Con lo que podemos comprender fácilmente que Atenas no estaba en sus pensamientos al diseñar el perfil de la ciudad  correcta pues ésta  no reunía esas condiciones ya que siempre estuvo expuesta a las seducciones imperialistas y mercantilistas.
Como notamos, dicha concepción no persigue un destino trascendente en el hombre. Felicidad y perfección posible se reducen a cumplirlos dentro de la vida en presente, que es la única manera en que el hombre  obtiene el bien posible en este mundo.  Podemos señalar entonces que lo que define a un Estado según Aristóteles  no es solamente que está conformado por un cuerpo de ciudadanos, sino de unos ciudadanos que se bastan a sí mismos para satisfacer sus necesidades vitales de manera autosuficiente.
Tenemos que tener presente, igualmente, que la  concepción aristotélica del ciudadano, (que difiere  ampliamente de la concepción moderna pues el estagirita no tiene presente un gobierno representativo en ningún momento, sino un gobierno directo), se determina por tener una voz en la asamblea u ocupar cargos públicos como magistraturas (Ross, 1957:352).
Si bien tuvo  la capacidad de advertir que con el crecimiento de las  ciudades y su población  apenas habría de cara al futuro  sólo un tipo de constitución, la demócrata (Pol. III, 15, 1286b, 19ss),  no supo interpretar los signos de su tiempo, en llegar a presentir que los días de las repúblicas griegas estaban contados y que el futuro pertenecía a la monarquía; defenderá a las ciudades-estado griegas como una forma civil eterna y peculiar del helenismo.  Sus aportes políticos se  alimentaron de los escritos de Platón sobre la temática,  con los que entra en pugna intelectual llevando una crítica certera contra ellos y sus defensores. Siguió considerando la superioridad de la ciudad griega como algo natural, destinada  exclusivamente por su  cultura y condición intrínseca para albergar la libertad del colectivo. Como advierte Gomperz (2000:377):


“…todo esto constituye una seria lección para nosotros. Tocamos aquí con los límites del espíritu de Aristóteles, y por cierto,  nos invade una saludable  desconfianza en cuanto al alcance de la visión de los grandes pensadores en general. La previsión del Estagirita se coloca al mismo nivel  que la hipótesis de Alexis de Tocqueville (Democratie en Amérique, I, c.3), cuando escribía que  la “igualdad de condiciones” (“l’égalité des conditions”), era la norma económica permanente de la América del Norte: el país donde pocos años más tarde tendría lugar una acumulación de riquezas sin paralelo en la historia, y que habría de convertirse en hogar de multimillonarios y de los gigantescos trusts.


Dinosaurio Deinonicus

III
Ciudadanos libres o la conciencia moral
Encontramos, pues, que Aristóteles advierte cómo esta situación de la convivencia con la virtud, fundamental tanto para los gobernados como para los gobernantes, es determinante para el destino de la ciudad, pues todos los regímenes que buscan una utilidad o bien común (koinon sumpéron) son rectos desde el punto de vista de la justicia constituida, en cambio los regímenes que sólo tienen en cuenta el bien personal de los gobernantes  son defectuosos, son regímenes desviados que terminan siendo regidos por  elementos despóticos, impidiendo el constituirse la ciudad como una comunidad de hombres libres (Pol., III, 1279a). La justicia establece orden y armonía en la comunidad, no represión y violencia entre las distintas partes  del conjunto social. Y podemos tomar la frase en que indica que la justicia produce igualdad (isonomía), pero una igualdad  no para todos los hombres, sino para los iguales, siendo cierta desigualdad (ante los esclavos y los extranjeros) algo justo (Pol., III, 1280a).
La idea de bien tiene distintos niveles. Un bien común: político; un bien familiar: economía; y un bien individual: ético. Donde el bien político debe coincidir con el del individuo, el bien de la ciudad es el mismo que el de la persona. Comunidad e individuo, por el deseo de vida feliz, deben coincidir en el sentido del bien a actuar y perseguir, (Pol, VII, 1334ª). La riqueza de la vida dichosa del individuo constituye  la felicidad del conjunto de la ciudad entera al ser rica. En cambio los que aprecian (y envidian) más que ninguna cosa la vida de un tirano expresaran  que la ciudad más feliz es la que gobierna sobre un mayor número, y aquel que considera feliz al individuo por su virtud dirá que es más feliz la ciudad más virtuosa (Pol., VII, 1324ª). Aristóteles plantea la diferencia de opinión en relación a la buena vida ciudadana. Dependerá de si una ciudad está dirigida en función de la virtud de los individuos, la cual representará lo propio de una ciudad constituida por hombres libres. En cambio los individuos que piden ser mandados por otro para aspirar a la felicidad, como los que defienden  su vida en función de un líder, un caudillo o untiranomanifestarán que la ciudad es feliz al ser comandados los más por uno. Esta es la divergencia entre la desviación o no de ejercicio de la justica. Una justicia  en función de un bien colectivo que se constituye a partir de la implicación ética del individuo que aspira al perfeccionamiento y suficiencia de la vida por medio del ejercicio de su propia libertad; la cual recaerá en una especie de dominio  de igualdad ante las leyes elegidas por él mismo y el conjunto en tanto hombres libres. De esta manera el individuo es solicitado por las leyes y por las instituciones políticas, e inducido a salir de su egoísmo y a vivir no sólo según  lo que essubjetivamente bueno, sino  conforme a lo que es verdadera  y objetivamente bueno (Reale, 1985:114).
La Ética, como hemos visto, subordina y constituye a la Política, propio de ciudades de hombre libres, en que las partes constituyen al todo; al subordinar  la política a la ética, aquella se convierte en un medio para lograr un fin, que vendría a ser el establecimiento de una moral común. Esto incitará a la realización de una vida virtuosa y buena; es lo aceptable para este filósofo en la medida que la ciudad sea gobernada por  un grupo selecto de ciudadanos privilegiados que puedan colocar su perfección mediante la práctica de la virtud. Situación que se da en la medida que se acepte una especia de subordinación (o esclavitud), colectiva de la mayor parte de los elementos restantes. La vida perfecta y feliz, conforme a la virtud, sólo es posible, como hemos advertido antes, en una comunidad política de ciudadanos libres; son los que participan del gobierno de la ciudad, administran justicia y deliberan (Pol., III 1275ª); lo implica una limitación de los derechos  de ciudadanía a una reducida minoría de la ciudad. Esto será sólo para un grupo social. Todos los hombres no están incluidos. ¿Quiénes permanecen fuera de tal comunidad política? Esclavos, los periecos, los metecos, las mujeres, los artesanos, los mercaderes, los labradores, de los que indica que estos últimos sería preferible que fuesen esclavos (Pol., III 1278ª; VII, 1330ª). Reale  (1985:117), igualmente lo refiere:


“Por consiguiente, ni el colono ni el miembro de una ciudad conquistada podían  considerarse ni sentirse ciudadano en el sentido mencionado. Ni siquiera  los trabajadores podían considerarse verdaderos ciudadanos, a pesar de ser hombres (es decir, que no sean metecos, ni extranjeros, ni esclavos), porque ninguno de ellos disponía del tiempo necesario para ejercer las funciones que son  esenciales a los ojos de Aristóteles”.


Los hombres libres están constituidos por tres clases de individuos: los guerreros, los sacerdotes y los magistrados. Son los ciudadanos, el resto, los  artesanos, campesinos, obreros,  no participan de la ciudad, son los productores de bienes materiales; solo los ciudadanos participan de laproducción de la virtud (Pol., VII, 1329ª). Los productores de bienes materiales están subordinados a los productores de  bienes morales o los productores de virtudes prácticas, los cuales a su vez deberán regirse en parte por los productores de bienes intelectuales, que son los queproducen conocimientos mediante el ejercicio de la especulación y la sabiduría. Se nos nuestra que los hombre libres requieren una base material para llevar a cabo el plan y fin aristotélico de la felicidad virtuosa. Al final, los ciudadanos deberían dedicarse a la Filosofía, a la vida contemplativa e intelectual; para ello requieren de ocio y tiempo libre y así consagrarse al estudio e investigación  teórica. Esto, como anotamos arriba, está excluido para las mujeres, los esclavos, los artesanos y los campesinos, los cuales deben ser mandados, unos de manera tiránica: los esclavos y los hijos; otros democráticamente: las mujeres esposas; y los campesinos y artesanos en función de la dependencia que establecen  con esos hombres libres.
¿Cuál es la función de estos hombres libres? La ciudad es una colección de ciudadanos (Pol.1275ª). La condición de ciudadano, la mejor forma de definirla, es por su participación en la magistratura judicatura y en el poder 1275ª/20. El concepto de ciudadano es diferente en cada forma de gobierno, dependiendo si cohabita dentro de una constitución recta o desviada, (ibid: 1275ª/9). Esta definición de ciudadano tiene cabal significación en una república o democracia, aunque pueda tenerla en otras formas de gobierno pero no  es así necesariamente, (idem). El ciudadano es aquel individuo que tiene derecho a participar  en el poder deliberativo o judicial de la ciudad; llamamos ciudad, en forma general, al cuerpo de ciudadanos capaz de llevar una existencia autosuficiente 1275b/20; los que participan en los asuntos de la ciudad son ciudadanos. Aristóteles considera imposible aplicar  el requisito de la descendencia por nacimiento a la ciudadanía, así sean padre o madre miembros de las familias fundadoras de la ciudad (idem). Exigirá a los hombres libres, además de aspirar a ser virtuosos, en ser capaces de pagar los impuestos,  los cuales son para defender a la ciudad  pues ella no puede componerse en su mayoría de indigentes y menos de esclavos (ibid: 1283ª/15); ello es un elemento que se requiere para administrar la ciudad, además de justicia y de la virtud cívica.
Una ciudad se convierte en otra al cambiar una comunidad de ciudadanos que forman parte de un gobierno al ser regidos por otro orden legal; cuando ello cambia, o se muda a otra específicamente forma de gobierno distinta, la ciudad deja de ser la misma, de la misma manera que un conjunto de personas que conforman un coro teatral puede en algunas representaciones actuar en una comedia  y en otras en una tragedia, (idib: 1276b/40s). Respecto a la ciudad sucede lo mismo y ello, como observamos, se deberá a su constitución; la identidad de Estado no depende  de la condición de los ciudadanos dentro de determinado régimen sino de la constitución (con las revoluciones la identidad de un Estado se extingue). La ciudad no existe solo por la simple vida económica o cultural, sino sobre todo por cómo se representan y practican la vida mejor, con lo que se establece que la ciudad no tiene como único fin  la defensa y la seguridad contra las fuerzas hostiles externas a ella y únicamente fomentar el comercio.
Para Aristóteles todo ello son dudas que se contemplan dentro de la ciudad para su existencia, pero lo que distingue y define la ciudad es que cómo se permite vivir mejor entre familias y linajes, en la que su fin es la vida perfecta y autosuficiente (ξωήζ τελείαϛ χάριν και αυταρκουϛ). Establece que la amistad debe ser una condición requerida para darse la concordia común, que construye relaciones familiares, fratrías, sacrificios y diversiones comunes: la amistad es motivo de la vida en común, 1280b,/35.
De esta manera observamos que para Aristóteles una gran  mayoría de los humanos que componen a la ciudad quedan excluidos de la comunidad política. Ese bien común (koinon sumphéron) que es el fin específico de la ciudad queda distanciado de la vida de los hombres productores de bienes materiales que integran, igualmente, a la ciudad, pero que,  si bien pudieran ser capaces para elegir a sus representantes, por naturaleza  (según el aristocratizante Aristóteles), son incapaces para gobernar (Pol., III, 5); estos no pueden ser ciudadanos libres pues ni poseen medios de fortuna para no estar sujetos al trabajo y no disponen de medios  para tener tiempo de ocio y poder dedicarse y consagrarse a las actividades de  lo político y de  las condiciones superiores de la virtud, propias del ejercicio filosófico de la contemplación intelectual. 
Aristóteles, como vemos en ciertas situaciones aristocratizantes, hace caso omiso al efecto de la educación (paideia) para tener determinados privilegios políticos; caso distinto a Isócrates, que considera la educación como un factor determinante en la condición del individuo democráticoante su ciudad.  Como bien afirma sus palabras, la naturaleza determina, según Aristóteles, queunos nacen destinados para mandar y otros hechos para ser mandados (Pol., I, 1254b), que si bien refiere dicha frase  a los esclavos, pareciera que no se debe perder de vista del mando para el resto de los integrantes de la ciudad. Todo esto nos lleva a tener en cuenta la observación que hace Ross (1957:353), al hablar de esta situación discriminatoria pues al impedir  participar a todos los integrantes de la ciudad,  no toma en cuenta ni la cultura ni la educación para ello, dejando sin emancipar a la gran masa de la población, poniendo en peligro la estabilidad del Estado, elemento que llevó (y lleva aún en la actualidad), muchas veces a la revolución popular y colocarun tirano en el timón del poder. Esta exclusión de gran parte de la población no será sólo respecto a pertenecer  como cualidad de miembro  de la ecclesia   (asamblea) y de los jurados sino que se extendía también a las colonias y a las ciudades sometidas.
Su ideal político termina siendo aristocrático y limitado para una minoría; su programa político es la de un continuador realista de las propuestas idealistas de la República platónica. Habrá que tener en cuenta que estos individuos que poseen libertad y ocio para el cultivo y la disposición personal no son aquellos que se retiran de  participar dentro de la dinámica de la vida social de la polis:


“…Los defensores a ultranza de la vida contemplativa habían visto  hacía mucho que la última conclusión del ideal de Platón era abandonar todos los estados reales y vivir como un meteco, pues ¿dónde estaba el estado filosóficamente organizado en que pudiera encontrar un lugar  su ideal? Todas las constituciones reales, así les parecía, eran puro poder, no eran nada sino poder, tiranía y esclavitud. La solución  era no actuar, no gobernar, no incurrir en el reproche de tomar parte en el horror despótico de la actividad política con su egoísmo y su hambre de poder. A semejantes pensadores opone Aristóteles aquellos que sostienen  que actuar enérgicamente y gobernar es la única cosa digna de un varón” (Jaeger, 1983:323).




Bibliografía
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Guthrie, W., 1953: Los Filósofos Griegos. F.C.E. México.
Jaeger, W.: 1983: Aristóteles. F.C.E., México.
Reale, G. 1985: Introducción a Aristóteles. Ed. Herder. Barcelona.
Ross, W., 1957: Aristóteles. Ed. Sudamericana. Buenos Aires.
Russell, B.: 1973: Historia de la Filosofía. Ed. Aguilar. Madrid.




[1]Nos dice en esa obra: Sería absurdo pensar que el arte de la política es la ciencia más alta si no fuera el hombre  la cosa más excelente que hay en el mundo, E. N. VI, 1141ª 29.
[2] Se reconoce a título de signo distintivo del ciudadano la participación en las decisiones políticas y en el ejercicio de la autoridad oficial de la ciudad (Gomperz, 2000:360).

[3] Arendt hace una aclaración respecto al concepto de polis (ciudad). Nos dice que siempre se olvida la definición aristotélica de polis, la cual  refiere que la polis es una comunidad entre iguales en busca una vida  que sea potencialmente la mejor  (Pol. 1328b35. Manifiestamente la noción de dominación en la polis era tan poco convincente para Aristóteles  que no lo sentía particularmente ligado a su  propio argumento. En su obra sobre Economía, tratado escrito por un discípulo muy allegado al maestro, advierte la diferencia esencial entre una comunidad (Polis) y una hogar familiar (la oíkía), en que esta última constituye una monarquía, el gobierno de un solo hombre, mientras que la polis, al contrario, está compuesta de numerosos dirigentes (Economia, 1343 a 1-4). Arendt  advierte que para comprender mejor esta condición de la polis hay que advertir que las palabras monarquía y  tiranía eran utilizadas indistintamente y se oponían claramente a la realeza. Y en segundo lugar, la situación de la polis como una ciudad compuesta de numerosos dirigentes, no tiene nada que ver con las diversas formas de gobierno que se oponen habitualmente al poder de uno sólo, tales como la oligarquía, la aristocracia o la democracia.    Los llamados numerosos dirigentes en este contexto se refiere a los jefes de familia que fungen como monarcas  en sus casas (tribus), antes de establecerse en grupo para efectuar el dominio político de la ciudad. La dominación misma, en tanto referida a aquellos que dirigen y aquellos otros que son dirigidos aparece tal relación  en una esfera espacial que antecede al dominio político, la cual se distingue aquí de la esfera económica del hogar, y es que la polis está basada sobre un principio  de igualdad (ante la ley, sobretodo), y de no reconocimiento de ninguna diferenciación entre los dirigentes y los dirigidos (Arendt, 1972/154).
[4] Es necesario aclarar el concepto de naturaleza para el mundo antiguo y para Aristóteles. Este concepto de naturaleza,phusis en griego,  está en la base de toda teoría del origen del mundo, del hombre y de la ciudad. Sin embargo está inscrito a una teoría racional en la medida que pretende explicar al mundo, o al origen del Estado como es el caso de Aristóteles,  no por medio de una lucha entre elementos o fuerzas divinas, sino de un enfrentamiento o complementariedad  entre realidades físicas, con el predominio de una sobre otras. La palabra phusis significa al mismo tiempo comienzodesarrolloresultado del proceso mediante el cual una cosa se constituye, llega a existir. Aristóteles se encuentra bajo cierto influjo de su  maestro Platón que  concibe phusis  como naturaleza-proceso,  la cual  también era así para los primero pensadores griegos; lo primordial y original es movimiento (devenir; el aufgebund hegeliano: un superar la condición de lo antecedente pero manteniéndolo en una dinámica superior, gracias a su interna constitución que implica movimiento y desarrollo), la naturaleza se engendra a sí misma en relación con el conjunto, contiene una especie de automotor impulsor que, en el caso de Aristóteles, conformará a la idea del primer motor, el cual vendría, como especie de demiurgo, a echar andar al mundo, a ponerlo en un perpetuo movimiento. Ver: Hadot, P., 1998: ¿Qué es la filosofía antigua? F.C.E. México, págs. 22/23.
[5] Realmente no podemos llegar a comprender el por qué Aristóteles no entrevió el ideal de Alejandro que con sucosmopolitismo perseguía  en fundir la cultura griega  con la de los bárbaros de macedonia y formar una sola entidad política universal, la cual su maestro siempre consideró absurda. Sin embargo notamos que Aristóteles no está alejado de la propuesta de Isócrates, pues ambos comprendieron lo inconveniente que era la atomización de los pequeños Estados griegos; ambos pensadores políticos  consideraron que lo mejor para la raza helénica  era formar una unidad común; para Aristóteles en  una nación (Pol., VII, 1327b), para Isócrates en una federación de ciudades-estados (Panegírico, IV).
[6] Esto llevará a que el ideal de ser ciudadano de Atenas o Corintio  había desaparecido para siempre. Ya en los tiempos de Filippo (padre de Alejandro), había comenzado la gran crisis de las ciudades estado autónomas. Con Alejandro  ya nunca más fue posible. El hombre quedo sometido a fuerzas presentes que lo dejaron indefensos, a la intemperie produciendo filosofías diferentes. El pensamiento se ramificó por posturas en que se manifestaba un individualismo intenso, que eran proclives a un concepto de la filosofía  no como ideal intelectual sino como un refugio contra la impotencia y la desesperanza (estoicismo, escepticismo, epicureísmo), estableciendo un fatalismo existencial o un quietismo en la ausencia del dolor; posturas que buscan más una ayuda para el desconcertante vivir que la búsqueda intelectual del conocimiento sistemático y discursivo de la filosofía, la cual quedó reducida  a un segundo plano.
[7] La autosuficiencia política para Aristóteles no significa un individuo que está apartado del conjunto de la ciudad, llevando una vida apartada sino que incluye la vida de una familia, padres e hijos y a amigos y conciudadanos que en conjunto la obtienen en tanto ciudad libre y  porque el hombre no ha nacido para vivir separadamente sino en ciudadanía, es decir, en sociedad.