martes, 1 de mayo de 2012



Del humor y la risa

en la filosofía griega

David  De los Reyes


Demócrito y Heráclito por Rubens.

Las concepciones sobre el humor y  la ironía en el mundo de la Grecia antigua pueden abordarse desde distintas perspectivas.   El humor lo podríamos relacionar con la aparición de la comedia ática y la ironía con la relación filosófica mundana que desplegará  Sócrates en su permanente  acción de la búsqueda de la verdad como condición de todo aquel que se adentre  en el recinto de la filosofía. Pero también por los que se inscribieron a la postura cínica en filosofía: en sus performances  filosóficos, además de mostrar ironía incluyeron el humor como un instrumento de remover las convenciones muertas junto a tradiciones religiosas, culturales y sociales que sólo vendrían a repetir la superchería de una mayoría ignorante. Sin embargo, encontramos en la misma etimología de las palabras como risa, y humor, significados que nos prometen una múltiple comprensión de ese fenómeno en la sociedad griega antigua.
Sabemos que humor e ironía son también consustanciales. Ambas  tienen un importante vínculo con la risa y la sonrisa. Todas serán manifestaciones humanas que  se encuentran bien reflejadas  en las obras literarias y filosóficas desde tiempos pasados, pero también en las situaciones cómicas de la vida cotidiana. Pensadores de importancia no han dejado de soslayo  este fenómeno que es consustancial a la  misma aparición del hombre y por ello  han intentado  comprenderlo y reflexionar acerca de su tan sugestiva y volátil  condición. El  humor está presente en toda sociedad, está presente a través de la oralidad o de la gestualidad, es un dar cuenta de los eventos  grotescos e incomprensibles (en principio), y que vienen a mostrarse como una manera de relacionarse y comunicarse.  La ironía tendría un papel más cercano a la introspección a través del diálogo filosófico o de la atención referida a la inconsciencia del sujeto en relación a sus propias convicciones erradas, petulantes o soberbias y que gracias al gesto de la ironía vendría a  comprenderse.


Heráclito y Demócrito por Johans Moreelse


Del Humor y de humores

I
El hombre tiene una predisposición para la comicidad  y quien la tenga desarrollada poseerá el arte de hacer reír. La comicidad puede advertirse de varias formas. Una es la farsa, que provoca la risa a costa de la estupidez (bien la de uno o la de los otros) o por medio de ella. Otro  modo es el juego de palabras cómicas, donde el humor se establece por medio de uso que le demos al lenguaje, sus términos y sus giros. Una más la encontramos en la comicidad del carácter, que nos lleva a reírnos de la humanidad. Está también la comicidad de la situación, que nos provoca la risa gracias a lo que no entendemos. Encontramos la comicidad de la repetición, que nos lleva  a reírnos de lo idéntico. La ironía, que se desprende del que se ríe de los demás y el humor, que nos lleva a reírnos de nosotros mismos  y de todo. El ridículo es una especia de comicidad involuntaria,  que desenmascara la condición oculta  de quien es expuesto en evidencia y, por tanto,  se vuelve divertido gracias al arte del observador.
También podemos advertir que la comedia vendría a ser un espectáculo de chanzas, burlas, ironías y situaciones ridículas, donde al  presenciarlas nos divertimos y nos lleva a la risa. La comedia nos expone y enseña a observar que la vida es una comedia, en la medida que no nos la tomemos totalmente en serio o en tono de trágico[1].
Por tanto, es el humor una de las formas de la comicidad, donde se nos hace reír de lo que no es divertido. El ejemplo clásico es tomado de Freud, el cual refiere  un condenado a muerte  al ser conducido  al cadalso el día lunes pronuncia ¡Qué bien comienza la semana!
Pero abordando la etimología del vocablo humor, nos encontramos con una serie de matices interesantes para nuestro propósito. La palabra humor en la antigüedad tuvo consecuencias no únicamente con la comedia y la risa, sino que fue usada para referirse a la apreciación médico-hipocrática del cuerpo humano. La escuela de medicina de Cos, dirigida por Hipócrates, hizo toda una propuesta para el análisis y diagnóstico de los pacientes basados en sus estados de humor. Se tenía la creencia que el cuerpo contenía cuatro líquidos básicos llamados humores, que a su vez estaban relacionados con cuatro elementos: aire, fuego, tierra y agua. Estos líquidos o humores eran: sangre (aire), bilis amarilla (fuego), bilis negra (tierra) y flema (agua); el equilibrio de estos eran esenciales para la buena salud. Cuando se tenía un balance óptimo se decía que la persona estaba de buen humor.
La palabra humor etimológicamente procede del latín humor, humoris, que  significa líquido, humedad, especialmente en relación al agua  y sobre todo aquella que brota de la tierra, en forma de manantial (tierra en latín es humus). Según parece fue el uso popular romano que  vinculó humor a humus, pues el vocablo antiguamente se escribía sin la “h”: umorumidusumidificare. Tales vocablos proceden del verbo umeo que tiene la significación de estar empapado.
En Grecia los galenos hipocráticos del  IV y III a.C. desarrollaron toda una propuesta terapéutica basada en comprender al cuerpo compuesto de  cuatro  líquidos en tanto reguladores básicos, de los cuales la hiel se llamaba  χολή (hole). Si bien se usó dicho concepto también vino a tomarse el vocablo χυμοί (humoi),  plural  de χυμοϛ (humos) que refiere a líquidos o vertidos. Los romanos, que tomaron múltiples concepciones griegas para su haber cultural, tomó dicha teoría  y la medicina romana tradujo el vocablo  griego por umores humores. Humores o líquidos eran: sangre (aire), bilis amarilla (fuego), bilis negra (tierra) y flema (agua). A estos cuatro el médico romano Galeno incorporaría un quinto humor que era  spiritus o soplo   y lo llamó pneuma.
Tal teoría médica se consideró posteriormente como meras especulaciones respecto al dominio de la salud; sin embargo ella refería a la presencia equilibrada o no de tales humores en el cuerpo. De la designación médica pasó al habla popular tomando significados y usos que aún hoy podemos encontrar en algunas expresiones de nuestro común hablar. Así que, por ejemplo, tener bilis negra significaba estar poseído por un estado anímico de tristeza y pesimismo; de esta designación se pasó a utilizarse humor negro para designar a la despiadada crueldad del que se ríe  de las desgracias de los otros. En griego negro  era μήλανως (mélanos)  y bilis κχωλή (kholé), de ahí que se le refiera a la bilis negra con la palabra melankholikós, de donde deriva a melancólico;  también  en latín con su equivalente de atrabilis, donde atra es negro, siendo usado por nosotros como atrabiliario.
A la bilis roja se le designaba para referirse a personas con carácter sanguinario e iracundo. Para ello se usa el adjetivo colérico  y el sustantivo colérico.  También seguimos usando humor flemático no sólo para referirse al  carácter común inglés de tranquilidad y de cierta indiferencia. Flemático viene de flema o phlegma que  eran los mocos. Se creía que al acumular una cantidad de ellos producía  inflamación; aún hoy se usa flemón para referirse a una inflamación en los huesos maxilares debido a una infección en las encías. También de ella procede la utilizada palabra coloquial de huevon, la cual tenía un sentido de persona floja o poca activa. A las personas que se alteran poco o tienden a mantener la calma en situaciones difíciles se dice que  son flemáticos.
De esta teoría de los humores surge la utilizada expresión de estar de buen humor. ¿Qué quería decir esto?  Estar de buen humor  refería a tener una mezcla equilibrada de los cuatro humores, lo cual era propio de vivir con agradable trato consigo mismo y con los demás. Pero el humor también vendrá a tener  otros significados y usos. Al ser variables  se podía decir  a ver con  qué humor  esta fulano de tal hoy. La hipertrofia del buen humor decanta en el concepto de humorismo y del humorista. Y como ha dicho  el conocido payaso Jake Edwards: Los payasos somos doctores espirituales. De algún modo utilizamos la risa para mejorar a la humanidad. Un humorista, ¡si Cervantes resucitara!, pudiera considerarse una especie de médico endocrinólogo[2]
El humor está relacionado con la capacidad que ciertas personas tienen de observar al mundo desde este espejo trocador de  los eventos en significados cómicos. La persona que posee la capacidad de vivir situaciones mediante el humor  nos lleva a captar  y enjuiciar la realidad desde un modo  cómico, risueño o ridículo de las cosas. Nuestra ampliación de enjuiciar la vida desde el humor se concatena con experimentar la  vida desde la risa para no llorar.  Como también Nietzsche ha dicho: el hombre sufre  tan terriblemente  en el mundo que se ha visto obligado  a inventar la risa. Para los filósofos de la escuela cínica el humor vendría a ser una especie de catarsis o contraveneno espiritual ante las adversidades y convenciones de la sociedad. Al constituirse como propuesta y estilo de vida filosófico en sus primeros intentos  fue crear un corpus filosófico escrito cuyas intenciones fueron serias, más Diógenes de Sínope, al darse cuenta que la mayoría sólo se interesa por las cosas importantes al ser tratadas  burlonamente, se dio  a   desarrollar un estilo semi-cómico. Se trataban serios temas morales pero  en su tratamiento se demolían las convenciones sociales mediante la parodia y la ironía, guiados por la idea de que las creencias humanas no se modifican sino mediante el escarnio y la brutalidad[3].
La comicidad y el humor ya de por sí tienen un fin loable, y es que permiten distanciar el lado desgraciado de nuestras vidas procurando un rato de risa y superación de las preocupaciones de nuestra contingente cotidianidad. El humor vendría a ser un excelente fármaco  espiritual, un acto de purificación que  permite desviar  la violencia interna que tenemos cada quien originada por las frustraciones y el sufrimiento en nuestras vidas. Tiene una función catártica al hacernos conscientes de la separación de nuestro destino y el del resto, y no de la identificación con el objeto o sujeto,  que es sobre lo que recae la situación humorística; más que compasión experimentamos un distanciamiento y rechazo del personaje o situación cómica. Es por ello que posee una condición educativa, al enseñar situaciones donde el ridículo es lo rechazable frente a los valores consensuados de una sociedad. La trama cómica tiene una condición sadomasoquista al presentarse quien la actúa como un ser resentido y humillado ante sus espectadores. Oscar Wilde se le adhiere la autoría  de la siguiente frase: El humor es la gentileza de la desesperación.  Gracias a nuestro sentido de humor las cosas graves se nos presentan de manera ligera. Hay una degradación de lo serio mostrando su lado ridículo a través de lo vulgar que implícitamente contiene. Igualmente el sentido pedagógico se concentra en observar al humor desde el adagio castigar riendo mores (corrige riendo de las costumbres), donde una serie de observaciones cotidianas aceptadas son puestas a distancia, cuestionadas, criticadas, transformadas, mostrando su lado  cómico al colocarlas separadamente de nuestras convenciones sociales. En el fondo es una terapéutica espiritual que pretende atenuar, evitar y superar las circunstancias traumatizantes de la vida mostrando su lado risible en todas.  Más drástico es  Humberto Eco al decir que la risa vendría a ser el modo que tenemos para exorcizar la muerte.

Demócrito por  José de Ribera


II
A pesar que se ha desechado hace muchos siglos a la teoría hipocrática de los humores, nos encontramos que hoy hay estudios que han comprobado  que nuestros estados de ánimo vendrían a influir  de manera positiva o no sobre nuestra salud. Ya Juan Luis Vives (Del Alma y la Vida) y Descartes (Tratado de las pasiones), refirieron  a ello en sus escritos. El buen humor, por ejemplo, es necesario hasta para las personas que se encuentran en estado terminal, les da un sentido de vida más llevadera ante el evento inevitable a  vivir y afrontar en su futuro próximo. El humor nos proporciona un estado de gracia en uno mismo  y en los demás. Surge de situaciones que en apariencia carecen de sentido pero al trastocarlo bajo  la tonalidad del humor  nos lleva a un agudo sentido de comicidad, asociándolas a la inevitable risa graciosa.  Comparar un suceso bajo una nueva perspectiva  nos lleva a comparar nuestras vidas tanto con los otros congéneres como con animales (y lo contrario);  como comparar a personas de una posición social acomodada y poderosa con otras desgraciadas.
El humor nos permite dejar atrás, al menos por un rato, los problemas y preocupaciones que se nos muestras como insuperables. Tal efecto ha sido causa de estudios como el del profesor Mario Ferné de la escuela de psicología de la Universidad de Bologna, quien ha afirmado que la risa ayuda a un aumento del sistema de defensas inmunológico del organismo; una mayor producción de endorfinas y todo tipo de analgésicos naturales para nuestro cuerpo; la risa llega a regular el ritmo cardíaco y bajar la presión arterial. Despertar reacciones hilarantes en el organismo humano nos permite abrir una emoción de placentero beneficio a todos los niveles de nuestra corporalidad. A mejores y agradables pensamientos nos proporcionamos  un mejor estado anímico y mejora nuestras condiciones para enfrentar las situaciones difíciles. Tal felicidad nos hace más saludables. Este masaje humorístico nos proporciona  una felicidad que se convierte en una golosina para nuestro cerebro; nos lleva a sentir que consentimos a nuestra mente a través del evento humorístico.
En la historia de la filosofía  hemos encontrado  autores que le han dado cabida en sus concepciones éticas como lo son Demócrito, Platón, Aristóteles, San Agustín, Descartes, Spinoza, Schopenhauer, Freud,  Bergson, Berger entre otros. Nosotros nos detendremos en la antigüedad griega.
Pensadores de la Grecia antigua han dejado  algunas observaciones sobre la risa, el humor, lo ridículo. Podemos comenzar con el quejoso Heráclito, quien advirtió que no conviene  ser ridículo hasta el punto de parecerte ridículo a ti mismo; los límites de la ridiculez  están en mi conciencia afectada por  mi propia adherencia a la situación cómica dentro de mi vida. Pero no deja de tener cierto sentido de humor cuando nos dice que: por gusto preferirán los burros la paja al oro; o al enjuiciar a la enseñanza de la retórica así: educación retórica: principios de carnicería. Y no menos su juicio sobre la humanidad en conjunto: el más bello de los monos es feo comparado con la raza de los humanos: ¡qué optimista! Para ser palabras de un permanente pensador pesimista llorón.  
Pero nos encontramos que Solón, gran reconciliador y atento a todo lo que sucedía en la política de la Atenas antigua, vendría a exclamar  que huyamos de aquellos placeres que paren tristeza. Todo placer que no nos aumente nuestra alegría de vivir no es nada recomendable prácticarlo. Y, otro de los Siete Sabios griegos,  Quilón de Lacedonia  nos da ya un aspecto moral ante la burla injusta: no te burles del desgraciado.  En esta tónica moral sigue  Pitaco de Lesbos: no digas lo que vas a hacer, porque si fracasas se burlarán de ti;  antes de sentir el picor de la burla o la risa censora de los otros por nuestras impotencias cotidianas en el hacer, más vale hacerlas sin chistar, sin enorgullecerse de lo que se va a hacer, pues puede que no siempre se obtenga el resultado esperado. Y Periandro, el corintio observa que la burla puede ser motivo para afianzarse en nosotros el aguijón del eco hostil, y la alegría por ello mismo, de nuestros enemigos, por lo cual: oculta tus desventuras para que no se alegren tus enemigos. Un consejo para evitar el ridículo y la humillación ante nuestros oponentes natos.


Demócrito

III

Demócrito que combinó un intelecto penetrante con la curiosidad de un niño, filósofo tratado por la historia, (junto a Leucipo) como pensador materialista al referir que todo lo que existe en el universo  se compone de átomos y vacío, es considerado el filósofo del franco reír; su ética consideraba a la alegría como la meta de la vida, y advertía que la moderación y la cultura son los ingredientes necesarios para ello. Nos ofrece la risa filosófica como resistencia. El idealista y  aristócrata Platón  le tenía tanta aversión que deseaba  que todos sus libros fuesen quemados; es como nos lo refiere Diógenes de Laercio  ese intento de auto de fe platónico, venido de ese buen comisario filosófico:

           “…Platón quiso quemar los escritos de  Demócrito en bloque, todos cuantos lograra reunir, pero que Amiclas y Clinias los pitagóricos, le disuadieron, diciendo que no obtendría ningún provecho; pues sus libros ya estaban en manos de muchos. Y es inverosímil tal acción. Platón, que menciona casi a todos los filósofos antiguos, en ningún lugar cita a Demócrito, ni siquiera  donde debería contradecirle, evidentemente porque sabía que se enfrentaba al mejor de los filósofos.
            Incluso Tomón le elogia de la manera siguiente:
         El prudente Demócrito, pastor de palabras, muy agudo conversador, leí entre los primeros” (D.L. 2008:475).

Una interesante opinión sobre este atomista antiguo nos la da Onfray[4],  quien  se expresa de Demócrito como un filósofo de la risa de la resistencia, en oposición a todos los filósofos de ayer y de hoy que colaboran con el poder, sea este el que sea, y hacen una filosofía de funcionarios o de burócratas: de comisarios. Nos señala este francés la antigua tradición pictórica donde aparece Heráclito llorando y Demócrito riendo ante la absurdidad del mundo y más de la condición del hombre. Dos maneras de abordar el mundo. La primera, a través de la desesperación, del pesimismo heracliteano. La segunda trágica, la que acepta que el mundo es como es  y nos advierte que lo real es así y que no se puede cambiar y, por ello, la mejor medicina para calmar al alma es reír. Frente a la postura colaboracionista de los filósofos ante el poder (Platón a la cabeza con su obsesión  de la educación del filósofo rey en la cima del poder, hasta la del disciplinado funcionario Kant), nos encontraríamos aquellos pocos que han defendido el saber  y su autonomía en la medida que han resistido al poder, los cuales serían los grandes reidores, y Demócrito se nos presenta como el filósofo emblemático de la risa; la mayoría de sus observaciones son consideradas de materialistas, al observar que el mundo es como es (átomos y vacío), y a partir de ello aceptar la felicidad que se nos da o alcancemos vivir. Su obra sólo podemos retomarla por fragmentos  y los pocos que tenemos, paradójicamente,  son suficientes para reconstruir su percepción de la filosofía  y del mundo, además de darnos una perspicaz observación sobre la condición humana.  Si bien comprender inmediatamente que observa el curso de las cosas a través de una jocosa reflexión,  no es menos cuando nos dice que para los faltos de inteligencia es mejor ser gobernados que gobernar, con lo cual refiere que aquellos que no pueden comprender el curso del mundo y no tener la capacidad de aspirar desarrollar una inteligencia digna para conocerse como ser autónomo, antes de cometer imprudencias mayores, es mejor someterse al orden que impere y que se le imponga. La inteligencia, y no sólo el conocimiento (como es para Sócrates), es indispensable para aspirar a convertirse en un ser que pueda examinarse en función de la vida que quiere vivir, de forma autónoma, es decir, el de ser capaz de darse su propia norma: ser autónomo. Igual comprende que no la razón, sino la desgracia, es el maestro de los locos,  y por tanto aquellos que obran por ímpetu y por pasiones y deseos dominantes, el camino para enmendar su vida es, por lo visto, toparse con las desgracias u obstáculos que el curso mismo de sus acciones les impone y les causa. Su ética  alegre, anticipándose a Spinoza, advierte de los males que puede arrojar una risa injusta y es por ello que  un hombre digno  no debe burlarse de las desgracias de los otros hombres, sino compadecerlos. Las palabras para él son sombra de toda obra y es por ello que  nuestra palabra (o logos: razón, pensamiento, concepto, etc.) interior es la que nos lleva a  sacar de sí mismos  nuestras alegrías; es de nuestra propia reflexión inteligente que podemos ir habituándonos a observar las cosas de tal forma que sepamos reírnos y, hasta cierta forma, aceptarlas, porque no podrán ser cambiadas por más que queramos.  No menos consejo nos da cuando dice que  el hombre animado a realizar obras justas y conforme a la ley, estará alegre de día y de noche, obteniendo por ello la serenidad, fortaleza y cierta despreocupación; pero aquel que descuida  la justicia y no obra en función de lo mejor  todo se le trueca en tristeza, al recordárselo la memoria, experimentando temor  y maltrato a sí mismo. 
La vida requiere del divertirse  y para ello propone que  si llevamos una vida sin fiestas es lo mismo que andar un largo camino sin posada.  La alegría de la vida es comprende ese reposo  al hombre para disipar las penas o la rigidez que nos impone las relaciones sociales  comprometedoras. Para facilitar el proseguir se requiere del reposo y de la posada, de la fiesta y su alegría. ¡Claro está! ¡Tampoco se trata de permanecer todo el tiempo reclinado en la posada! Y la sensatez, a diferencia para el presente de muchos de nuestros congéneres, no es el permanente lamentarse por lo que no se tiene sino saberse alegrar por lo que se posee, así sea poco. De ese punto mental se debe partir para ampliar nuestro estar sobre el mundo. Y la alegría impregna el curso de la vida al saberse  contento con lo obtenido, y no en permanecer en la desmesura de la ambición y la envidia ante lo que puedan poseer  otros. 
Demócrito, el filósofo que ríe, que comprendió que el universo es infinito y es una danza entre átomos y vacío y que lo demás es pura convención humana. El fin de la filosofía debe ser la serenidad de ánimo, que no es idéntica al placer físico, a lo cual refirieron muchos su postura malentendiéndolo a la vez. El placer del vivir está en la serenidad, la tranquilidad,  en mantener el alma en la calma y en el equilibrio, sin sufrir ninguna perturbación por temores infundados, pasiones descontroladas, deseos insatisfechos o por sentimientos no correspondidos. A esto llama bienestar y, junto al saber reírse del entorno  sumido en convenciones y acciones absurdas del hombre, mantenerse en el estamento de la alegría.



Escena de la comedia

IV

En el caso de Platón y Aristóteles encontramos que tenían una opinión  oscura y distante acerca de la risa, sin embargo apoyaban las ejecuciones públicas, algo que vendría a estar mal visto hoy en día (cosa que los medios de comunicación no dejan escapar cada vez que pueden usarlas para su audiencia, como fueron los casos de Hussein y Kadafi, ¡así estos personajes sean para nosotros lo peor de la condición humana!). Encontraban que la risa podía cambiar las buenas costumbres y el orden social establecido, pues puede ser usado como un instrumento que cambia el comportamiento social.  Sin embargo el carácter desordenado de la risa  puede ser el fermento  y agente liberador de emociones represivas como el temor y la rigidez corporal y psíquica. Es por lo que en  República (libro III) condena a la alegría al considerarla como un sentimiento portador de una expresión violenta  y, por  ende, peligrosa para el orden  de su estado comunista militar. La  gran risa, si es colectiva, lleva a una explosión  violenta frente a la rigidez de las normas, y afecta  físicamente al individuo en su comportarse políticamente correcto al perder su tono cívico formal aceptado. Para el bello Platón la risa es signo de fealdad, por descomponer  nuestro rostro en expresiones que saltan  toda nuestra musculatura facial y por ello, deformarlo, y romper el buen gusto de las personas del estatus, es decir, de importancia y prestigio; la buena educación debe comedir su manifestación. Aquellos que no tienen tal reconocimiento y gusto social estarán más próximos a acometerla de forma permanente, es decir, serán los  que están al margen de la buena sociedad, los locos, los comediantes, los sirvientes, los esclavos (para su época). Para los guardianes, como para ciertos políticos de hoy, no deben permitirse reír de forma violenta sino mesurada, ji-ji, ello basta, pues de lo contrario quebrarían su autoridad, la cual viene dada gracias a saber mantener y representar su seriedad, su majestad: condición necesaria para imponer y mantener el orden del reino. En el diálogo Filebo Platón nos la muestra más cercana a la postura  de  Demócrito, pues si bien puede ser emparentada con el placer muchas veces tal satisfacción viene producida por la burla infringida injustamente  a los de menor jerarquía social y, por ello, puede ser (dependiendo con el cristal por donde se vea) proveedora de dolor, al referirse a algo ridículo que recae a un aludido.
Pero por otra parte encontramos en Platón una excelente referencia en su Teetetos donde este autor atribuye a Sócrates la anécdota sobre Tales de Mileto en la que nos narra que el filósofo milesino, que ocupado  en observaciones astronómicas, y sin dejar de mirar a lo alto del cielo, cayó al fondo de un pozo. Siendo observado por  una sirvienta suya de Tracia, de espíritu vivo y abierto, pero también burlón e irónico, se rió del hecho, agregando que si  su amo parecía solo saber lo que acontecía en el cielo se olvidaba de lo que tenía frente a sí. Con lo que podemos  notar que  se nos da una recomendación y un consejo platónica respecto a todos aquellos que  nos dedicamos al tan noble y serio quehacer humano de la filosofía, que está bien mirar a las abstracciones metafísicas (¡sobre todo las ontológicas y al problema sublime del ser!) pero hay que saber colocar primero el pie sobre el suelo, es decir, no dejar de tocar tierra, a pesar de lo interesantes que puedan tener  nuestras especulaciones filosóficas[5].
De Aristóteles podemos decir que no se aleja mucho de su primer maestro, Platón. Su filosofía aristocrática y de la distinción contemplativa mantiene la misma idea de la seriedad para observar la armonía, la decencia y el autodominio, excluyendo la risa  de su mundo intelectual al presentarla como ingrediente que inspira el desorden, la indecencia, la hybris (el exceso),  constituyendo una ruptura frente  al orden social. Lo cómico, ante este platónico a medio camino, no es sino también  proveedor de fealdad, de vergüenza, de lo bajo y lo despreciable: la risa es sólo una mueca de fealdad que lleva a desarticular al rostro y a la voz.  Pero no deja de afirmar que es  una emoción única del hombre. En su Poética  encontramos una referencia al origen del vocablo comedia, el cual procede de komodia, que refiere al canto del komos, que no era sino la multitud enardecida que participaba de los ritos dionisiacos. Tales ritos contravenían todas las convenciones griegas del decoro,  tanto de palabra como de comportamiento, lo cual lo hace altamente peligroso para las buenas costumbres (acordémonos que el dios Dionisos era por excelencia un transgresor de todos los límites habituales, y sus devotos lo siguen en eso).  
La risa se resume para estos dos filósofos institucionales y colaboracionistas perpetuos del poder, en síntoma y expresión de fealdad y bajeza. No la asocian con equilibrio, salud, reconciliación con nosotros y con los otros, o como motivo y emoción de un sano y confiado regocijo social.  De ellos debe ser la influencia en buena parte de la filosofía que  debe mantener a toda costa el rictus de gravedad, circunspección y reserva ante todo lo que se vea barnizado por la alegría, el humor y la risa.
Pero lo cómico también podemos encontrarlo en la cultura helénica en  los personajes no heroicos de las obras de Eurípides, en principio, y no menos, como veremos en un próximo ensayo sobre la comedia antigua, en Aristófanes. Ellos traspasan involuntariamente, para nosotros, los límites de lo  cómico y son, para los cómicos de su tiempo,  una fuente inagotable de risa. Separándolos de las relaciones míticas que pueden tener sus obras, tales personajes comunes, con su inteligencia vulgar, calculadora y disputadora, su afán pragmático de explicar, dudar y moralizar y su sentimiento desenfrenado aparece como algo para sorprendernos[6].


Máscara de comedia griega


De la risa y la sociedad

Otro tema de nuestro interés en este periplo del mundo antiguo,  es el fenómeno de la risa, consustancial al buen humor,  que es, además de ser una condición que desarrollamos desde nuestra infancia y que está presente en nuestras primeras semanas de vida (comenzamos a mover las comisuras de risa a la 6ta semana, a los cuatro meses nos reímos plenamente, antes de ¡poder hablar!; ¡es el primer vínculo de comunicación social!), tendrá no sólo una connotación fisiológica o psicológica,  sino también un elemento importantísimo al  vincularse con la moral  en tanto acción que pretende  mostrar una crítica no sólo desde el ámbito del sujeto sino también en lo social.
En el mundo griego encontramos dos vocablos  para referirse a dicho fenómeno.  En principio está la palabra γελάω (gelao), para designar a la risa como tal. Entre las aserciones referidas a dicho vocablo encontramos: el brillarresplandeciente de alegría, regocijarse, reír. Y  la palabra καταγελάω (katagelao), que también tiene el componente de reír, pero sería en un sentido burlesco,  y refiere a la acción que conduce a un desenlace risible; es la acción de mofarse del otro, lo cual convierte a la risa en una degradación sobre quien recae dicha risa; el prefijo griego  κατα (kata), refiere a la acción en que las cosas dejan una posición elevada y comienzan a caer, a declinar, a perder la compostura y firmeza natural; nos indica cuando quedan las cosas patas arriba, es decir, invertidas o cabeza abajo;  por tanto, con él se designa el declive  de algo, es lo que va de arriba abajotodo queda girado al revés .  La palabra γελοϊος (geloios), designa a lo risible, lo chistoso, lo ridículo pero también a la persona que se burla y hace una broma o chanza a otro. Por otra parte γελως (gelos), refiere a una cosa risible, lo que es objeto de risa, la irrisión (γελων  o γελωτα ποιεϊν: sería causar risa). Y el  γελωτα ποιός (gelota poios), sería el bufón, el gracioso, el chistoso, la persona que hacer reír y usa la risa como condición de su relación social con los otros[7].  Con ello queremos mostrar que para en el mundo griego antiguo la risa tenía varias  significaciones, como lo hemos visto antes en el caso de la risa en Demócrito; en que los individuos  ríen en tanto despierta un brillo del ser,  como experimentar el resplandor de alegría, de regocijo, es decir, como un indicio de  felicidad compartida o vivida individualmente. Podríamos decir que aquí hay una doble situación emocional con la risa: una, que hay un vínculo afectivo y moral de aceptación, interconexión y reciprocidad entre personas. La otra, vendría a implicar relación pero desde un punto de vista negativo: tendría una implicación peyorativa, hiriente, burlesca, mordaz, crítica, sadomasoquista, cuestionadora al menos dentro de una relación humana mínima  o entre muchos.
Como notamos, la risa  puede ser un regocijo pero también una censura,  en la medida que  es usada contra la seriedad impuesta, la intolerancia estricta,  las conductas mecánicas e inconscientes de muchos, los dogmas absurdos y dominantes, las posturas rígidas y autoritarias, las convenciones y tradiciones sin significado real y sólo como mecanismos de control y poder; la risa se transforma en una emoción rodeada de un humor sulfuroso,   que puede degradar socialmente  al individuo contra quien iría dirigida, para que de esta forma  revise su conducta en torno a sí y con el conjunto social al que pertenece. La risa puede ser vista como afecto, con una vertiente feliz,  pero también como correctivo, humillación.  Como refiere Javier Martin[8]; pareciera ser que  la verdadera naturaleza de la risa para los griegos era de matiz positiva, asociada a la alegría y sólo si ese orden era subvertido es que la risa cobraba el sesgo negativo
Pero la risa será un instrumento que va mucho más allá de concebirla desde un  simple aspecto positivo o negativo. La antigüedad nos presentará distintas maneras de perfilar el uso de la risa en relación al ambiente social vivido, al orden político existente, a la coyuntura interpersonal  constituida, mostrando otras facetas que la filosofía retomará para presentar el error, la ignorancia, la soberbia y, sobre todo, el carácter autoritario y absurdo de las convenciones sociales aceptadas. La risa es una emoción que en tanto humor compartido vendrá a ser un potente revulsivo de situaciones grotescas, incongruentes, incoherentes, ciegas y dogmáticas que los individuos de la ciudad antigua experimentaron en su cotidianidad; el humor y la fantasía cómica poseen un componente educativo. La risa pretende restaurar la tranquilidad mediante esta acción dispensadora de relajación  de tensiones en que, no por vía de la agresión física, sino de la inteligencia y del lenguaje (oral y gestual),  se opondrá ante la injusticia y el desbordamiento de los poderes  autoritarios. La conducta cómica será todo un ethos presente dentro de la cultura  griega en general
En la antigüedad nos encontramos con un impulso creativo  por medio de la risa, una fuerza que no se aplaca fácilmente y siempre arroja  efectos cuestionadores y novedosos dentro de un ambiente democrático.  Dentro de una sociedad en que reina  la isonomía (la igualdad ante la ley), se caracteriza a la risa por ser una fuerza crítica que expresó también razones igualitarias;  en donde se manifiesta su inclinación a extender más  su tono  sobre la opinión pública en general que a la jerarquía política  de las autoridades y el ejercicio tenso, mecánico del gobierno de turno.
Esta especie de katagelao la encontraremos no en la concepción del hombre común sino en individualidades en que han llegado a desarrollar una postura individual ante la vida o de una filosofía personal, donde  se ha desarrollado cierta espiritualidad filosófica, donde  su alma se nos  presentará como un haberse reconocido a sí mismo en tanto  visión de mundo subjetivo frente a lo aceptado  como inmovible y convención social. El filósofo de la resistencia, bajo esta impronta, es un ser que ríe y sonríe ante el mundo y sus manifestaciones; la vida, al comprenderla desde la distancia de su logos y su visión, podrá presentársele como una incongruencia y una absurda situación vivida en una vigilia perpetrada por un sueño colectivo. 




II

No toda filosofía absorberá esta emoción como  un elemento de  práctica filosófica ante la vida.  Podemos distinguir que la risa, como ya hemos referido, no estará bien vista por los filósofos canónicos del mundo antiguo griego. Como ya dijimos, un Platón o un Aristóteles la tomarán como una debilidad, frivolidad, falta de desarrollado de la seriedad del saber y del logos. En cambio Demócrito,  será descrito por Juvenal  como un gran reidor, el cual habría escrito un tratado sobre la risa; no menos los outsiders de la filosofía antigua: Diógenes de Sínope, Menipo, Luciano de Samosata.
Los sofistas recomendaban la risa como relajante  natural para prepararse para otras actividades más rigurosas. Otros la asumirán bien como placer mixto o siendo un ingrediente que se mostrará por medio de sutiles acciones, como era el método mayéutico de la ironía socrática; o  el performance irónico-filosófico pedagógico de la gestualidad ante lo cotidiano de los cínicos, o la crítica social a ciertos individuos o situaciones presentada a través de la comedia ática como nos la presenta un Aristófanes      (445 – 386 a.C.) , o las sátiras y diatribas de crítica social y moral, aliñadas de situaciones serias y cómicas de Menipo de Gadara (s. IV al  III a.C.) y por último al sirio Luciano de Samosata (125 – 181 de n.e), escritor de ciencia ficción avangarde, quien presentó el dialogo  satírico en tanto invención  literaria  que mezcló los pormenores de la vida cotidiana con la mordacidad política y filosófica, llegando a establecer una particular diferencia con Platón, del cual opinaba que sus diálogos parecían esqueletos aunque se les prestase respeto pero  él, Luciano se valió del humor para llevar la enseñanza  filosófica al gran público por medio de sus obras satíricas y fantásticas (¡un continuador de la  tradición  de Diógenes!).
La antigüedad del mundo helénico nos muestra que posee un alto sentido del humor, lo cual lo podemos comprender en tanto la capacidad que tenemos para poder percibir que algo es gracioso.   El fenómeno del humor decanta en comicidad, lo cual será la capacidad de  tener sutileza para experimentar lo incongruente de la vida[9].  Los filósofos que asuman como instrumento de lucha al humor  compondrán un mundo paralelo, separado y diferente al de la realidad cotidiana u ordinaria. Lo cual para Peter Berger vendrá a presentar una promesa de redención.  Ciertos filósofos  absorberán lo cómico, la risa, el humor como un campo de experimentación pedagógica en tanto mundo alterno a la insoportable levedad y angustiante inercia mecánico/digital de nuestra cotidianidad actual.  Y consideramos que respecto a esa situación los filósofos cínicos a la antigua vendrían a colocar una carpa aparte en relación al resto de las escuelas y tendencias filosóficas  al tomar la condición hilarante humana como un factor determinante para el ascenso del saber, al conocimiento  y al cuido de  sí, además de implicar un peligroso ejercicio de parresía, es decir, del hablar franco a través de la metáfora, la ironía, el humor y el performance cómico; aquellos duros filósofos del desapego comprendieron que el humor bien podía estar por encima del bien y del mal, y también contenía un ingrediente de peligro por sus giros contra las personas e instituciones públicas.
Notamos que en la antigüedad la carcajada fue parte de los eventos sonoros entre las calles, las paredes y el ágora de las ciudades. Desde el Olimpo a la tierra ateniense, la risa no era una simple bagatela.  Rieron con Sócrates, con Diógenes, con Menipo, con Aristófanes  y ello perduró este humor helénico hasta el s. II de n.e., con la obra de Luciano de Samosata. Los cultores del humor literario y filosófico  observaron que el mundo del poder, del palacio, de lo religioso, estaba centrado en una actitud casi  de permanente seriedad ante lo público. Sus acciones políticas, como por ejemplo, la guerra (y su consustancial destrozo y saqueo), tenían que  atenderse con la mayor seriedad posible. De esta manera la posición política también ejercerá un dispositivo técnico de  micropoderes dentro de los diferentes estamentos  sociales. No se ve bien que la mujer se ría de su esposo pero menos aún los esclavos reírse de sus amos. La risa exigía un reconocimiento entre iguales para aceptarla. La risa hubiera sido incongruente  manifestarse por el inferior ante el superior, del  esclavo ante el amo, del devoto ante el sacerdote, pues su efecto hubiera sido disgregador y disolvente  de la jerarquía social; si se rieran los sirvientes de sus superiores caerían todos los miramientos de escala social.





III

La risa posee ese elemento igualador que se esgrime como recurso  ante un mundo complejo y de injusticias con la redención de poder pensar uno mejor. Crea una realidad imaginaria nueva que vendrá a desplazar cuestionando a otra que ha perdido su razón de ser, su sentido y capacidad de dar una solución sensata a las necesidades del conjunto social. La evolución de las sociedades se pudiera  medir, entonces, en  función de las tonalidades de la risa y de su presencia  en los actos de habla cotidiano familiares y en la opinión pública en general. La risa, como vemos desde la filosofía práctica, es un acto de liberación ante la insoportable e incongruente realidad esgrimida, sostenida, aceptada tanto en el conjunto  y en la idiosincrasia de los miembros de la sociedad que viven como sonámbulos ante un mundo del cual no llegan a distanciarse y diferenciar,  percibir y aceptar  su superación (comenzando por nuestra persona).  La risa se esparce ante la rigidez de las intolerancias sociales  y políticas que pueden sostener instituciones ya no cónsonas con la dirección de las necesidades  cotidianas. La risa, la ironía, el humor, la comicidad se colocará  en franca oposición a la cultura oficial caduca, donde la seriedad, lo religioso, los dogmas y el autoritarismo pretenden pasar como las formas verdaderas, últimas y únicas de la convivencia social. Con el humor se crearía una especie de dualidad del mundo. La que  se toma como verdad oficial y la vivencia cotidiana del que participa de lejos, pero la sufre, de los avatares del poder  ridículo y ante lo cual no le queda al ciudadano de a pie sino reírse, ¡y si es estruendosamente, mejor! El humor y la comicidad como aspecto de la vida social en la antigüedad no vendrían a ser vividas sólo desde la subjetividad, de la individualidad compartida o como emoción biológica que da paso a la reconciliación con la vida, sino como una concepción  social y universal que aportaría y daría una interpretación moral de los hechos incongruentes e inauditos, injustos y unilaterales, absurdos y grotescos  de la oficialidad, la tradición  y de las formas  sociales superadas. La comedia  les mostraba la imperfección del mundo mediante la burla de ciertos aspectos repetitivos de las personalidades públicas, con lo cual se buscaba transformar y renovar un carácter inoportuno para la concordia social. Nos encontramos ante un fenómeno que la filosofía ha soslayado en su estudio de la antigüedad al no percatarse de la profunda originalidad de la comicidad como una revelación propia de la inconformidad y de libertad de expresión individual y colectiva ante el mundo y ante los cánones oficiales incongruentes para el bien colectivo. La comicidad como una válvula de escape emocional donde el individuo que ríe  obtiene una especie de catarsis y de conciencia más sutil ante las rigideces culturales, políticas, sociales de la conformación del orden colectivo.
Las tiranías  que se sostienen mediante el ejercicio de la coacción y el miedo, en donde  el tirano ejerce su mandato a capricho por encima de las leyes, tendrán todas ellas un gran temor a la risa crítica, al experimentar el ejercicio de comicidad social contra ellas, en tanto censura de su injusto ejercicio.  Un régimen que  expande el miedo  junto a la crueldad reduce las posibilidades públicas de la risa pero, sin embargo, la risa vendría a ser un instrumento de lucha, de resistencia, para esclarecer conciencias temerosas. Hay periodos en que podemos observar  un miedo al mecanismo deshilvanador de la risa. Quienes la cultivan encontrarán, no sin peligro,  una expresión de una nueva conciencia libre, crítica e histórica ante su época. De ser una conducta espontánea a ser una conducta crítica y consciente que busca horadar un objetivo preciso, la absurdidad presente en la racionalidad instrumental del poder político injusto en curso. El poder siempre querrá mantener un tono gris, opaco, serio como forma única de expresar la verdad oficial y total, el bien, y en general, todo lo que  se puede considerar como importante y estimable; la divergencia de opinión es un punto de quiebre a esa monolítica tirantes. Por ello el culto, la religión, las instituciones políticas no verán nunca con buenos ojos  la comicidad y el humor ante sus narices. Lo que se querrá  será docilidad, veneración, sumisión, miedo, servilismo, con lo cual la jerarquía se restablece en cada momento y no se cuestionará para nunca  a aquel funcionario cuestionable que ocupa un lugar de prominencia pública. Sin embargo a mayor seriedad oficial, mayor necesidad de risa y comicidad colectiva encontraremos a expresar y manifestar. La seriedad   enfática expandirá el miedo y la intimidad, la humillación. La seriedad, en el mundo griego, estará asociada a lo oficial, a la tiranía y a lo autoritario, acompañadas de violencia, prohibiciones y restricciones.  La risa, por medio de la diatriba, de la comedia, de la sátira, del diálogo irónico y cómico,  mostrará agudeza e inteligencia para superar  y obtener una victoria mínima subjetiva humana; transitoria, pero será victoria liberadora al fin, sobre el miedo gracias a la risa universal. La risa, por ende, implica la superación del miedo y alejada de ella está imponer alguna prohibición. El lenguaje de la risa no es cercano ni a la violencia ni a la autoridad, a no ser que se quiera denigrar de alguien que vendrá a ser un posible rival político. Los tiranos temen más la risa que a una guerra; la risa lleva a presentarlos como personajes cómicos, desencajados, enfermos de presunción y vanidad. La risa es una pequeña batalla librada contra  el temor cotidiano  infundido por el poder, las fuerzas opresoras y limitantes del individuo y de los pueblos; es un instrumento para desenmascarar la adulación y la hipocresía  que se quiere imponer por medio de lo serio y lo ritual. Lo serio es un miedo moral   a su favor porque encadena, agobia y oscurece la conciencia del individual; lo ritual se yergue en lo social para dar ese tono de autoridad y de tradición que impone una identidad al colectivo sin comprender por qué lo hace. La risa hace brillar la conciencia restaurando su resplandor gracias a la alegría. Se supera la imagen de lo grotesco gracias a la conciencia  de importancia ante el temor vencido y trascendido gracias a la risa. La risa lleva a establecer un lazo lúdico con lo que se teme,  presentándolo como posibilidad a descifrar y contraponer; es una creación que surge de circunstancias precisas y asfixiantes; presenta un punto de vista nuevo, una interpretación moral de la realidad por medio de un lenguaje trastocado gracias a la hilaridad y al simulacro liberador. La risa, lejos de ser un elemento embrutecedor y de opresión, se yergue como un recurso de liberación, de restauración con la creación que posee y pertenece a todo individuo. La risa no es una forma defensiva exterior sino  interior, que  puede ser sustituida por la emoción castrante del temor. La risa y el humor es una fiesta del alma que se permite el individuo como expresión  de creación, fuerza, renovación, amor, resurrección, fecundidad genuina y humana para una vida más auténtica, placentera y llevadera. En fin, la risa  es una exaltación de alegría vital; la risa lleva a que las personas sean más vitales que las que no se atreven a reír. Recordemos las palabras de Goethe: en nada se manifiesta más claramente una personalidad que en aquello de lo que se ríe. O podríamos decir, entonces que por tu risa  reconocerás quién eres…


Notas:


[1] Comte-Sponville A, Diccionario de Filosofía. Ed. Paidos.. Entrada Humor.
[2] Estas notas sobre la etimología del vocablo humor han sido inspiradas en la información obtenida del Diccionario de etimologías en: http://etimologias.dechile.net/?humor. Visto el 16 de marzo de 2012.
[3] Pérez, S., 2004: Palabras de Filósofos: oralidad, escritura y memoria en la Filosofía Antigua. Ed. Siglo XXI, México, p.215/224.
[4]; Ver la excelente charla grabada de Michel Onfray sobre Demócrito en: http://www.youtube.com/watch?v=xsQrOrV2zr8; visitado el 30 de abril de 2012.
[5] Peter Berger en su Risa Redentora (Ed. Kairos, Barcelona, 1997, p.44s),  nos  informa de este interesante pasaje platónico en que pareciera asociarse el nacimiento de la filosofía con la risa y el humor, gracias a la mirada y juicio atento de esta sierva de Tracia jocosa y  despierta a los sucesos de su señor. La  actividad filosófica puede convertirse en un  blanco perfecto para la burla.
[6]; Jaeger, W. 1974: Paideia. F.C.E: Mexico, p.315.
[7] Estas definiciones de la palabra risa es tomado del Diccionario Griego-Español Vox, 2005, España.
[8] Martín, Javier (2008): La risa y el humor e la antigüedad, en: http://www.fundacionforo.com/pdfs/archivo14.pdf. Visitado 20 de marzo de 2012.
[9] Berger, P. 2008.  La risa redentora. Kairos. Barcelona, p. 11.

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