sábado, 2 de febrero de 2013


Reflexiones inactuales sobre la 

desigualdad entre los hombres

de J.J. Rousseau (III)

A los 300 años de su nacimiento


David De los Reyes



Jefe Guerrero Crow, Edward Curtis, 1908

Observación: Esta es la tercera parte del ensayo sobre el tema de la desigualdad en Rousseau,del cual las dos partes previas han sido publicadas en los meses de diciembre del 2012 y enero del 2013 en este mismo blog.

Esto es mío o la segunda parte del discurso
El principio del que parte Rousseau para definir y fundar su sociedad civil se centra en el sentido de posesión, de la propiedad individual, en el sentimiento de esto es mío. Como dice él mismo: quien lo manifestó y otros se lo creyeron, inicio, tal relación, la sociedad corrupta y artificial, institucional y desigual, según este autor, en el paso de la igualdad natural a la diferencia social. Como nos lo resumen Bertrand Russell, Rousseau no se opone a la desigualdad natural, respecto a la edad, la salud, la inteligencia, etc. Sino solo a la desigualdad resultante de los privilegios autorizados por convención; el inglés afirma en Rousseau:
“una deplorable revolución introdujo la metalurgia y la agricultura; el trigo es el símbolo de nuestro infortunio. Europa es el continente  más desdichado porque es el que tiene más trigo y hierro. Para deshacerse  de ese mal únicamente es necesario abandonar la civilización porque el hombre es naturalmente bueno, y el hombre salvaje cuando ha comido, está en paz con toda la naturaleza y es el amigo de todos sus semejantes”[1]


La condición humana para Rousseau se reparte en el primer sentimiento: el de existencia,  y su primer cuidado, conservarse a sí mismo. En principio los productos de la tierra  le brindaban, de forma natural, todos los recursos necesarios  y el instinto lo movió a utilizarlos. El hambre y otras necesidades le conformó diversas maneras de existir, entre ellos, el de querer perpetuar la especie; al carecer de todo lazo sentimental en su corazón esta continuidad se daba de forma animal. Satisfecha la necesidad, el instinto, ambos sexos  no volvían a reconocerse, y el hijo mismo no era nada para la madre tan pronto como podía pasarse sin ella. Situación harta conocida por  el mismo Rousseau, las otras dificultades y obstáculos naturales lleva a los hombres a mejorar su condición   física pues obliga al hombre esforzarse en los ejercicios corporales. Ser ágil, veloz en la carrera, vigoroso en el combate, proveerse de armas naturales: palos y piedras. De esta forma sorteo los obstáculos de la naturaleza. La rudeza de los obstáculos naturales inspiran la perfección física y habilidosa del individuo respecto al medio; los obstáculos que le imponen la sociedad civil lo hundirá en la dependencia y el sometimiento en la medida que se acrecentar la diferencia por la el desarrollo de las habilidades y de la acumulación de poder y bienes materiales.
Con el crecimiento demográfico humano vino la capacitación para vencer diferentes situaciones, climas, estaciones, terrenos; aprendieron a cazar y a pescar, volviéndose industrioso: crearon arcos y flechas, anzuelos y cañas de pescar, trampas de mil formas. Conocieron por la casualidad el fuego, a conservar alimentos y preparar alimentos que antes eran crudos. Toda esta situación lo lleva a dominar a ciertas especies animales y vegetales. Ello hizo| que surgiera el primer sentimiento de orgullo y contemplarse  como el primero de su especie: cuando apenas sabía distinguir las categorías, alborearon en las primeras pretensiones de ser el primero también como individuo.
Por la mímesis, en el comportamiento similar entre los semejantes, surge la idea que  todos pensamos de forma parecida en determinadas situaciones y, por tanto, surgen sentimientos de simpatía, siguiendo la dialéctica de la vida al proponer  las mejores reglas de conductas que para  su provecho y su seguridad le convenía observar con ellos. Aparece el amor o anhelo  al bienestar, único móvil de las acciones humanas. Se despierta una tosca idea de adquirir compromisos mutuos y ventajosos al cumplirlos; pero la previsión no tiene cabida en su mente, el futuro ni se lo imagina, ni tampoco si vendrá el día siguiente: su imaginación no ha despertado aún. En grupo de caza, cada quien sabe lo que ha de hacer: al pasar cualquier animal por un lado, hay que perseguirlo hasta atraparlo sin escrúpulos. Y todo progreso lo lleva a desarrollar otros de forma más rápida y continua. Cuanto más se ilustra el entendimiento, más se perfecciona la industria.
 Las primeras propiedades fueron instrumentos útiles y vivienda. Los primeros sentimientos del corazón se originan de la vida en común, al reunir en una habitación o espacio cerrado común maridos y mujeres, a padres e hijos. Por la costumbre de estar juntos, nacen los más tiernos sentimientos amorosos; amor paternal y amor conyugal: nace el sentimiento de sociedad por el afecto recíproco y la libertad compartida, ello forman los lazos. Tal convivencia dio origen a la primera diferencia, al compartir en una vivienda los dos sexos. Mujeres en caSa, los hombres en caZa. Vida con amplio margen de ocio, que dará un tiempo para que surjan las primeras inventivas o invenciones,  con lo cual se procuraron comodidades desconocidas por sus padres; entonces aparecerá, para Rousseau, el primer yugo que se impusieron sin pensarlo. Por la comodidad adquirida, y heredada por los descendientes, comenzó a debilitarse el cuerpo y el espíritu; las costumbres vendrán a degenerar en necesidades y su privación resultó más insostenible pues grata era su posesión; y los hombres se sentían desgraciados al perderlas sin ser felices por conservarlas. El cambio de estilo de vida y modo de producción –como dirían los economistas marxistas y no- se vino a trastocar la suerte del paraíso humano perdido del hombre en el estado de la naturaleza. 
Los hombres pasan de ser seres errantes por los bosques, a tener un asentamiento fijo: una cueva o una evolucionada choza; ello los lleva a reagruparse formando en cada territorio un tipo de etnia particular (Rousseau habla de nación particular), unidos por costumbres y caracteres, no mediante leyes y reglamentos, igualados por el mismo régimen alimenticio y estilo de vida, debido a la influencia común del clima.

Grupo de nativos americanos


Comodidad, reconocimiento y sociedad. El primer yugo que se imponen los mismos hombres se deberá  por buscar ciertas comodidades. Gracias al ocio que  tenían pudieron desarrollar cierta creatividad para hacerse la vida más muelle y fácil. Esta sería la primera fuente de males que impondrían a sus descendientes, este estilo o arte de vivir llevó a debilitar las cualidades  del cuerpo y del espíritu. Tales comodidades desencadenan costumbres  que se convierten en necesidades y dependencias, haciendo sentir a los hombres desgraciados al perderlas.
En un principio la agrupación humana se debe más a estilo de vida y alimentación,  desencadenando la ayuda mutua,  adjuntando cierta influencia del clima y del hábitat geográfico. Los lazos se siguen estrechando,  y con ello ciertas consideraciones se afianzan  respecto a los objetos y a las habilidades  de cada quien. Se adquieren ideas de mérito, de belleza, de habilidades que despiertan sentimientos de preferencia. El hábito lleva al sentimiento de la costumbre y la necesidad de verse de forma constante. Cierta dulzura y sentimientos gratos  se insinúan en la  psique y la menor oposición tórnase en un furor impetuoso: con el amor se despiertan los celos; triunfa la discordia y la más dulce de las pasiones obtiene sacrificios de sangre humana.
Esto sería el inicio de la domesticación humana. Ideas y sentimientos se suceden y ejercitan la mente y el corazón, estableciendo lazos intransferibles  a otros animales.
El cuadro rousseauniano de cómo cambia este ser animal humano, inquieto y nómada,  en tranquilo y sedentario es de lo más pintoresco. Por la costumbre ser reúnen frente a su choza, nos dice, o alrededor de un frondoso árbol.  Esto incita al canto y la danza, que son  hijos auténticos  del amor y del ocio, los cuales son la diversión en los ratos de ocio de esta agrupación humana a la rousseauniana. He aquí surge el salto cualitativo de la necesidad del reconocimiento social y mutuo. De estas reuniones  se comenzó  a mirar a los demás y a querer que a su vez lo mirasen, y la estima pública tuvo un precio. Por aquí ya entramos en la alborada de la desigualdad; la sed de reconocimiento (bailo mejor o canto mejor que tú…), traería asociado el primer paso para la diferencia y la distinción respecto a los demás, ampliándose hasta convertirse en un vicio: plena de la ampulosa vanidad  acompañada del agrio menosprecio, implantando el sentimiento de vergüenza y la envidia, siendo la levadura para el compuesto de la infelicidad y la negación de la inocencia.  El primer escalón de la desigualdad humana es la sed de reconocimiento.
Veamos el segundo escalón: la cortesía. La consideración del otro se acepta como una situación requerida por todos y de ahí nace los primeros deberes de la cortesía (tanto para ciudadanos como para salvajes). No mostrarla produce la ofensa, surge el daño de la injuria, donde el desprecio por la persona es peor que el daño obtenido por ello. Aparece la venganza, formas terribles de resarcir el territorio moral dañado, haciendo a los hombres sanguinarios y crueles. Otro indicio de cómo la sociedad nos vuelve malos. Comprende que la piedad natural, condición del hombre silvestre,  prevenía de ese mal amenazador: impide hacer el mal a nadie por su parte,  sin que nada le incite a ello, ni siquiera después de haberlo recibido.
Todo cambia con la aparición de la vida social, donde el hombre se construye a partir de otras propiedades distintas a las primitivas: la bondad conveniente en el puro estado de naturaleza no era ya  la que convenía a la sociedad naciente. Para rectificar se dispone del castigo severo para paliar las ofensas; el terror de las venganzas era el llamado a suplir al freno de la ley. Sin embargo el autor imagina que este estado intermedio entre  la indolencia primitiva y el orgullo del amor propio vendría a ser el momento más feliz de la humanidad. Situación menos propia a revoluciones,  estadio humano del que se sale por  algún funesto azar, que para bien de todos, jamás debiera haber sobrevivido. Es el estado de la juventud del mundo. Todo progreso humano posterior está anclado en la mera apariencia,  justificada por los requerimientos de la perfección del individuo, pero ello  nos acerca más a la decrepitud de la especie que a su evolución: qué podemos pensar del presente, donde vivimos en el permanente anclaje de la apariencia en todo. Toda evolución humana es separarlo de este momento ideal de vida primitivo natural; la sociedad es  óbice de decadencia.
Rousseau imagina que la vida de este primitivo natural   establece una relación estética con la vida pues nos dice:

“Mientras los hombres se contentaron con sus chozas rústicas, mientras se limitaron a coser sus vestimentas de pieles con púas de arbustos o espinas de pescado, a engalanarse con plumas y con conchas, a pintarse el cuerpo de diversos colores, a perfeccionar o embellecer sus arcos y sus flechas, a cortar con piedras cortantes unas cuantas canoas de pescadores o algunos toscos instrumentos de música, en una palabra, mientras que se ocuparon más que en obras que podía hacer uno solo, y en artes  que no requerían el concurso de varias manos, vivieron libres, sanos, buenos y dichosos en la medida que su naturaleza lo consentía, y siguieron  gozando  del regalo de un trato mutuo independiente.

Su concepción pareciera sacarla del libro III de Las Leyes de Platón, en la que se habla de una felicidad primitiva parecida. La felicidad está en saber vivir en  la medida que podamos habituarnos a permanecer en una autosuficiencia, donde la ayuda mutua no es bien recibida, perturba esa tranquilidad solitaria; la calidad de vida no está en el lujo sino aprender a prescindir en todo momento de él y emprender una vida autosuficiente en la medida de nuestras fuerzas. Pues:

“desde el momento en que un hombre hubo menester la ayuda de otro, no bien se dieron cuenta de que era provechoso que uno solo tuviera provisiones para dos, la igualdad desapareció, se introdujo la propiedad,  se hizo necesario el trabajo y los inmensos bosques se transformaron en rientes campiñas que hubo que regar con el sudor de los hombres y en las que pronto se vio a la esclavitud y la miseria germinar y crecer con las mieses.

Con el sentido de aprovisionarse aparece el sentimiento de posesión. Tener  algo: sentimiento  que para una sola persona vendría a establecer y recaer algo como propiedad; los bosques de nadie, comenzaron a ser de alguien, por ser trabajados para obtener una producción extra y, por supuesto, alguien tendrá que hacer el trabajo físico, con lo que según  el autor, tendrá cabida el que unos representen el papel de amos y otros el de esclavo. La revolución cultural vino, además de este evento anterior, del uso de las técnicas de la agricultura y de la metalurgia, actividades indispensables para ampliar el sentido de la posesión y de la recompensa de guardar, a futuro, provisiones. Acordémonos que para Rousseau el hombre primitivo no tiene sentido de futuro; la apreciación de guardar para un día después, de prever para más tarde, daría origen a la desigualdad: unos tendrán, otros no. El sentido del tiempo, la capacidad de poder imaginar la comodidad que le suponía al hombre salvaje guardar para el tiempo de carencias sería otro escalón a subir para justificar y aceptar la desigualdad humana. Unos son más inteligentes que otros, unos guardan, construyen y crean, y otros sólo gastan o consumen y destruyen; la situación tiene cierto parecido con la condición humana global: poblaciones enteras incapacitadas para construir y prever, sólo consumir y saquear al ambiente sin reponer y sostener: Rousseau pareciera reafirmarse cada vez más en esta condición humana, especie que, gracias a la sociedad industrial, cada día está más cerca del borde abismal de la extinción por la intensa explotación de los recursos naturales y humanos.
Los artilugios obtenidos por invención y aplicación técnicas no son bienvenido. Respecto al asombroso ascenso de dominar el fuego por el hombre Rousseau no lo da como un acierto. Nos dice que la naturaleza había tomado precauciones para ocultarnos este fatal secreto. Su dominio debió surgir de una circunstancia extraordinaria.  En relación a otras actividades con que el hombre se distinguirá de otras especies animales está la actividad agrícola; actividad donde la técnica  seria un proceso de ensayo y error, en que la producción de alimentos para obtener excedentes debió surgir  gradualmente. En la que tuvo que resolver ese salvaje algo primero  para entregarse a esa ocupación que fue el de comprender el futuro en tanto precaución pues: la previsión es muy ajena a la mentalidad del hombre salvaje, que, ya he dicho, apenas si piensa por la mañana en sus necesidades de la tarde. Este detalle es significativo, pues pudiéramos comprender cierto arquetipo de conducta humana en pueblos salvajemente civilizados, donde el futuro, la previsión, el guardar para después, y el de mantener el hábitat  para las generaciones futuras no forman parte de su mentalidad; son los depredadores salvajes artificiales, donde  el futuro se pierde en el fango del consumo y la contaminación inmediata.
Pero con este hecho de la previsión  por unos, del sentimiento de propiedad por otros, vendrán a surgir las primeras normas de justicia entre los hombres. De restituir  cada cual lo suyo, y para ello se tiene que tener algo más que a sí mismo. Rousseau concibe la aparición de la idea de propiedad  a la par de la acción de la mano de obra. Sólo el trabajo, al dar derecho  al cultivador sobre el producto de la tierra que ha labrado, se lo da en consecuencia sobre la propia tierra, por recolección, por uso de la tierra año a año  surge la posesión que  se transforma en propiedad: esto es mío. Rousseau comprende la desigualdad en función de los talentos particulares de cada cual.  La igualdad ante las cosas hubiera permanecido si fueran iguales los talentos, además de mantener una producción en equilibrio exacto, ni más hierro ni cultivos para el exceso sino para lo requerido en el presente. La proporción quedo rota: el más fuerte trabajaba más, el más hábil sacaba  mejor partido con sus actos, el ingenioso abreviaba  las tareas, y esto hizo que si a unos les sobraba para vivir a otros les faltara:

“Así es como la desigualdad  natural se despliega insensiblemente con la desigualdad de combinación y como las diferencias de los hombres, acrecidas por las circunstancias, se tornan poco a poco más sensibles, más permanentes en sus efectos.

Advertida esta situación Rousseau nos dice que ahora se dirigirá a echar una ojeada sobre el género humano situado en este nuevo orden de cosas.  Veamos que nos refiere.

Guerreros Crow, fotografía Edward Curtis

La desigualdad entre amo y esclavo. Esta desigualdad natural se amplía por el perfeccionamiento de las facultades: la memoria, y la imaginación en juego, el amor propio interesado, la razón y el entendimiento activos. Al poner las facultades naturales en acción, despliega  el rango y la suerte de cada hombre en razón a la cantidad de bienes adquiridos, de servirse y consumir en función de su inteligencia, belleza, fuerza o destreza, méritos o talentos: todas cualidades con las que podemos granjearnos cierta consideración por parte de los otros semejantes. De este modo ser y parecer  llegaron a ser dos cosas totalmente distintas, y de esta distinción salieron  el fasto imponente, la astucia engañadora y  todos los vicios que los acompañan.  El perfeccionamiento de las facultades del hombre, signada por el sentido de posesión, no viene a convertirlo en un ser virtuoso sino avaricioso que despliega condiciones que profundizan la diferencia humana  a favor del que ha desarrollado sus talentos y los aplica por encima de los demás. De un hombre autónomo, indiferente a las cosas, surgirá un hombre atravesado por la pasión de posesión que está ligado a las nuevas necesidades despiertas colocándose, ante la sociedad, a merced  y dependencia de los demás. Esto lo hace ya esclavo en cierta forma, aún si llegar a ser dueño y señor de sí mismo. Las necesidades creadas socialmente no sólo llevan a que unos sean más esclavos que otros, sino que hasta los que se jactan de ser amos terminan, por necesidad y sentimiento, en cierto modo esclavos también del mismo esclavo: necesita de sus servicios; pobre, precisa de sus  auxilios, y la mediocridad no le permite tampoco prescindir de ellos. Surge la dialéctica dependiente del amo y el esclavo que Hegel abordará en el siglo XIX respecto a dicha condición de la conciencia de la libertad.
El amo se convertirá en un ser pérfido, trapacero, imperioso y duro, gran manipulador y mentiroso, no sirve a nadie y hará que le teman todos si puede, ambicioso insaciable, sus intereses por delante de todo y su único afán es aumentar fortuna, e incita a los demás a dañarse entre ellos para el recoger los bienes dejados en la disputa, envidia secreta y con una máscara de benevolencia perpetua en su rostro, esa es la condición del nuevo amo y señor: su ser se debate por la competencia y la rivalidad por un lado, y de oposición e interés por otro; buen actor siempre,  ocultará el deseo de lucrarse a expensas del prójimo;  obligará que el otro acepte   sin remedio su suerte, mostrándoles o convenciéndoles por diversas formas, por realidad o apariencia, en lo provechoso que es estar al lado suyo. Tales son los males del efecto de la propiedad y su inseparable compañera, la desigualdad, rasgo incipiente en ese reino de tránsito entre el hombre natural y el establecimiento del hombre social u homo economicus.

Un grupo de guerreros Crow, fotografía Edward Curtis

La mayoría, los bandidos y la guerra social. La mayoría, la masa, los supernumerarios llamados así por Rousseau, se quedan si heredar riqueza como tampoco procurarse tierras y ganados, que serían las propiedades reales de esa sociedad incipiente imaginada por  el autor.   La mayoría, viviendo en la inconsciencia y en la ignorancia, les ocurre que cuando todo cambiaba a su alrededor sólo ellos no habían cambiado y aceptaron su suerte, construyendo determinado ser por las costumbres, y la aceptación del propietario como fuente de salvación y, a la vez, de opresión para sobrevivir a su lado: viéronse  obligados a recibir  o a arrebatar su subsistencia de manos de los ricos, comenzando la dependiente relación  de dominio y servidumbre, o la violencia o los saqueos.  La condición del rico aumentó sus ansias de dominar, y se sirvieron de sus antiguos esclavos para someter a otros nuevos, actuando avasallando a sus vecinos: semejantes a esos lobos famélicos que una vez que han probado la carne humana rechazan todo otro alimento y sólo quieren ya devorar hombres. Y por el poder establecieron un derecho respecto al bien ajeno, al quebrantar la igualdad natural, apareciendo un extremo desorden: usurpaciones por los ricos, el bandidaje por los pobres y las pasiones desenfrenadas  de todos que ahogarían la piedad natural y la tenue voz de la justicia. Avaros, ambiciosos y maliciosos serán los hombres trucados por esta desigualdad ampliada. Esto estableció un perpetuo estado de guerra al imponerse el derecho del más fuerte y del primer propietario de tierras que dijo: eso es mío, resolviéndose el conflicto a punta de combates y homicidios, venganzas y sometimientos. La sociedad naciente dio paso al más horrible estado  de guerra. Pero la guerra perpetua crea una desventaja para los ricos, debidos a los gastos permanentes que hacían ellos por tal situación, pero donde el riesgo de la vida era común y el de los bienes, particular. Había que hacer de la guerra una industria y una técnica para el provecho y dominio. En ella su derecho era precario: por la fuerza obtiene bienes saqueados pero por la fuerza también los pueden perder, sin poder esgrimir ningún reclamo.  Sin razones para justificarse y fuerzas suficientes para enfrentarse a los nuevos usurpadores organizados en hordas de bandidos, el rico llegó a  concebir el proyecto más meditado que jamás haya cabido en mente humana: emplear a su favor las fuerzas mismas de los que le atacaban, trocar en defensores a sus adversarios, inspirarles otras máximas y darles otras instituciones  que le fuesen favorables como el derecho natural le era contrario. Es decir, convertir a los bandidos en ejercito personal, en general y soldados; estructurar la fuerza de los bandidos, que era utilizada y pagada por el señor, a favor de cuidar y aumentar -pero ahora reglamentada, legalizada y jerarquizada como militares- sus posesiones y neutralizar a cualquier nuevo usurpador que viniese por la fuerza a tomar lo que no es suyo.  Convenciendo a sus vecinos para aceptar su propuesta al mostrarles que se el haberse armado los lleva a estar a unos contra otros, haciendo ello un gasto tan oneroso como sus necesidades, no encontrando la seguridad ni en la pobreza ni en la riqueza se llegó al invento de razones especiosas que los ganara para su designio:

“Unámonos –dijo- a fin de proteger de la opresión  a los débiles, poner freno a los ambiciosos y asegurar a cada uno la posesión de lo que le pertenece. Instituyamos normas de justicia y de paz a cuyo acatamiento se obliguen todos, sin exención de nadie, y que reparen de algún modo los caprichos de la fortuna sometiendo por igual al poderoso y al débil a unos deberes mutuos.

En vez de dirigir la fuerza de todos contra todos, establezcamos un gobierno con leyes prudentes, que proteja y defienda a todos los miembros del nuevo club social, rechazando a enemigos de lo establecido y que impidan la concordia de forma perdurable. Dicho esto ante una mayoría inculta, y seducidos por tan claras propuestas para mantener ampliada la propia avaricia y la sed de ambición personal, todos corrieron  hacia sus prisiones creyendo asegurar su libertad. Sin experiencia de la política y de instituciones no tenían reflexión suficiente para vislumbrar los peligros que ahora les esperaban (antes y ahora, pues sigue pasando):

“…los más capaces de presentir los abusos eran precisamente los que contaban con aprovecharse de ellos, y aun los sabios vieron que había que decidirse a sacrificarse una parte de su libertad para conservar otra, lo mismo que un herido consiente que se le corte el brazo para salvar el resto del cuerpo.

Este sería el relato del miserable origen de las sociedades  y sus leyes, dando trabas al pobre y fuerzas al rico dentro de esta dialéctica rousseauniana entre pobres y ricos. Y se puso final a la libertad natural trocada por la libertad de la propiedad y de la desigualdad. Se hizo derecho, a ojos de Rousseau, a costa de una vil e irrevocable usurpación: en provecho de unos cuantos ambiciosos sometieron a todo el género humano al trabajo, a la servidumbre y a la miseria. Y al establecer uno se hizo indispensable tal acuerdo para las demás.  La superficie de la tierra se cubrió de tal tipo de sociedades; no hubo ningún rincón donde se pudiera sentirse a salvo del yugo y sustraerse la cabeza a la espada…que cada hombre veía perpetuamente suspendida sobre su cuello. El derecho civil se impuso; la ley natural quedo solo vigente entre las diversas sociedades, pero atemperándose acosta de los imperativos del comercio y del intercambio para suplir las conmiseración mutuas.
Pero esto dio pie para la aparición de las guerras nacionales donde batallas, destrozos, represión, destrucción, impotencia y muerte vendrán a estremecer a toda naturaleza, ofender la razón y el ensalzamiento de los prejuicios de la adoración al honor de derramar la sangre humana.  Se aprendió a matar como deber a sus semejantes, exterminándose miles de hombres por hombres que no sabían realmente por qué; acción, que como sabemos hoy día, se han matado masivamente muchos más que los que pudieran haber ocurrido en los enfrentamientos  del hombre dentro del estado de la naturaleza: hay más homicidios en un solo día de combate y más horrores en la toma de una sola ciudad, que los cometidos en estado de naturaleza durante siglos enteros en toda la faz de la tierra. Tal es uno de los primeros efectos al consolidar el género humano diferentes sociedades en torno a  la desigualdad y a la propiedad.


Pobre, rico y el despojo de la libertad. Defiende utilizar las categorías de pobre y rico y no de débil y fuerte. Antes de existir las leyes  no se tenía otro medio de atentar a sus semejantes sino por medio de    ir contra sus bienes o cederle parte de los suyos. Y los pobres no tenían otro bien que el perder su libertad, lo cual es una insensatez el despojarse voluntariamente de ese único bien; en cambio los ricos son más vulnerables por la posesión de bienes, lo cual están más desprotegidos  y es más fácil hacerles daño, tienen que tomar ellos la precaución de protegerse; es la razón por lo cual alega Rousseau que fueron ellos quienes inventaron el mecanismo del derecho civil para proteger su condición de poseedores de propiedades. Se erigió un estado bastante imperfecto, con vicios en su constitución, emergiendo a partir de unas cuantas convenciones generales que los individuos aceptaban cumplir. Ello llevó a observar la experiencia de acometer múltiples infractores a  la normativa social. Al eludir  los castigos de las faltas se llegó a pensar en la necesidad de establecer   un cuerpo defensivo de la propiedad; antes que los desordenes se multiplicasen continuamente, para que se pensara por fin en confiar a particulares el peligroso depósito de la autoridad pública y se asignase a magistrados la misión de hacer cumplir las deliberaciones del pueblo.
Esto lleva a la manipulación política. Pues, como refiere Plinio¸ si se tiene un príncipe es para que nos libre de tener un amo. La frase resulta lo contrario, tenemos un amo para que nunca aparezca un príncipe que defienda la libertad. Es como construyen los sofismas los políticos, basado en el supuesto amor a la libertad. Se llenan la boca con esa palabra que termina agriándose en sus mismas fauces, con sólo ver su rostro nos dice el sentido en que ha actuado en él esa condición humana. Y concluyen que la mayoría tiene una inclinación natural a la servidumbre por la paciencia con que soportan la suya los que tienen ante los ojos. Llamando paz a la miserable servidumbre. Cosa contraria con el bárbaro y los animales que no inclina su cabeza bajo el yugo que el civilizado  lleva sin rechistar, prefiere la más borrascosa libertad a un tranquilo sometimiento.
También nos refiere a la relación de poder establecida entre padres e hijos. Los padres tendrán dominio sobre los hijos mientras estos estén  necesitados del auxilio necesario  para su desarrollo. En el momento en que  haya transcurrido ese periodo  los hijos se encontrarán plenamente independientes del padre, lo único que le deberán es respeto mas no obediencia, pero el agradecimiento es un deber que importa cumplir, pero no un derecho que pueda exigirse. Y la dependencia que pueda mantener entre hijos y padre es  el que este último es dueño de los bienes  y ello hace que los hijos mantengan una dependencia por la ambición de la herencia, que se les será otorgada en relación a  la proporción que  lo hayan merecido. Una relación distinta entre vasallo y déspota.  Los primeros no esperan ningún  favor semejante de herencia, pero como vasallo le pertenece al déspota, del cual se ven reducidos a recibir  como favor  lo que les deja de sus propios bienes: irónicamente hace justicia cuando los  despoja; ejerce la gracia cuando los deja vivir.  Esta es la tesis que sostiene la institución voluntaria de la tiranía, donde el contrato sólo obliga a una  de las partes, en el que se pusiera todo de un lado y nada del otro  y que sólo redundara en perjuicio del que se comprometiese.
Para Rousseau lo último que debe cualquier  hombre es despojarse de su propia libertad, lo cual es cosa distinta a transferir algún bien o posesión a otro. Despojarse de algún bien viene a representar que tal bien se convierte en algo extraño y ajeno a mi persona, lo cual me es indiferente en cómo sea utilizado luego, sea que se maltrate, destruya  o conserve dicho bien por el otro. Cosa distinta respecto a la libertad  pues sí debe importar el que se abuse de la libertad individual. El derecho de propiedad es sólo una convención e institución humana, y cada hombre puede disponer a su antojo  de lo que posee; cosa que no pasa, para Rouseeau, con los dones otorgados esenciales de la naturaleza: vida y libertad, de las que es lícito disfrutar y es dudoso que alguien quiera despojarse de ellas; ello sería degradar su ser. Respecto a la libertad, que es en esta propuesta moral un don dado por la naturaleza por la condición de ser hombres, ni el padre tiene derecho a despojárnosla; implantar la esclavitud es violentar la naturaleza.  Si un magistrado, en la historia del hombre, encontró que por derecho el hijo de una esclava fuera esclavo sería violentando a la condición natural humana, en la que un hombre no nacería hombre.
Y Rousseau pareciera, por momentos, evocar los aires del anarquismo al afirmar que no sólo los gobiernos, en su origen,  se iniciaron con el poder arbitrario, que es tan sólo   su corrupción, su término extremo, donde terminan por imponerse a través de la ley del más fuerte, de la que en un principio, fue  el remedio frente a la guerra de todos contra todos. Es la paradoja de todo estado asentado en la corrupción, aparece como una tabla de salvación contra las injusticias de los más fuertes sobre los más débiles pero terminan ejerciendo la misma técnica por las que legalmente emergieron, imponerse por la fuerza.  Siendo el derecho del más fuerte algo ilegítimo  pues nunca pudo  servir de fundamente para el establecimiento del derecho de la vida en sociedad ni establecer  a la desigualdad (ante la ley), como una institución general.

Un grupo de nativos ante su poblado, fotografía Edward Curtis


A favor del pacto social. Para Rousseau el pacto que puede surgir entre pueblo y jefes es un contrato en que ambas partes están obligadas a conservar las leyes establecidas que el mismo se estipula y que vienen a ser el vínculo de su unión. Aquí están los antecedentes de lo que ampliara en su obra sobre el Contrato Social.  El pueblo ha reunido sus voluntades en una sola, y todos los artículos estipulados por dicha voluntad general vendrán  a ser las leyes fundamentales  que obligan a todos los miembros de dicho Estado sin excepción a cumplirlas; ello lleva a contribuir por el mantenimiento de la constitución, sin propasarse a modificarla. El magistrado tendrá la obligación a no emplear el poder conferido conforme a las intenciones de los comitentes, manteniendo a cada uno en el pacífico disfrute  de lo que le pertenece y preferir en todo momento la utilidad pública a su propio interés. E invalidar a las leyes vendrá, de forma ipso facto, invalidar la legitimidad de  los magistrados; el pueblo  no estará obligado a obedecerles. Siendo la ley la que constituye la esencia del estado y al no estar vigente se volvería por derecho, al disfrute de su libertad natural.
Respecto al  pacto social advierte que las partes son los únicos jueces de su propia causa, teniendo cada uno de ellos el derecho de renunciar en la medida en que la otra parte infrinja sus condiciones o dejaran de convenirle. Creo que en un país como Venezuela, por ejemplo, pudiéramos aplicar a Rousseau por todo lo incumplido e infringido por una de las partes: el gobierno; sin embargo la farsa electoral hace que la mayoría siga manteniendo el pacto social. Rousseau plantea el derecho a abdicar.  El pueblo es quien paga todos los yerros de los jefes  y es por ello que tiene el derecho de renunciar a su dependencia, por incumplimiento de la ley y de la constitución.  Sin embargo advierte que hasta qué punto los gobiernos humanos tienen necesidad de una base más solida que la exclusiva razón y para ello, vuelve a la metafísica, incluye la necesidad de la estafa histórica de la religión: par la tranquilidad pública se requiere el carácter sagrado e inviolable que quitará el funesto derecho a disponer de ella. Entre los bienes que ha hecho, para este solitario romántico, la religión está para eso y, por lo tanto, de manera mimética, aceptarla y adorarla. Aquí se cae todo lo levantado por Rousseau,  pues en este texto no ve a la religión como otro ejercicio de la fuerza mediante el dogma, y la imposición mediante una autoridad incuestionable ante las conciencias crédulas; habrá que esperar el  Contrato Social y en su capítulo nos de su radical crítica al cristianismo de los sacerdotes, que propagan una religión basada en la sumisión (como todas), y proponga el establecimiento de una religión civil o legislada por el Estado.  


Guerreros Sioux, fotografía Edward Curtis, 1908


Servidumbre a cambio de tranquilidad. La relación respecto a las formas de gobierno se deban  en función del principio de desigualdad mayor o menor: monarquía, dando el poder a uno por  su riqueza o prestigio; si se juntan un grupo en que se consideren   todos más o menos iguales surgirá una aristocracia. Y cuando el talento es más igual entre las partes concurrentes a formar un estado pero, a la par, se habían alejado menos del estado de naturaleza pues dará pie para la aparición de una democracia. El tiempo ha advertido que lo más conveniente son aquellas formas de gobierno en que  los hombres se sometieron a las leyes  y no en la que la mayoría obedeció a tiranos.
Especula Rousseau que todas las magistraturas en su origen fueron determinadas por un principio electivo, y si no fue así prevalecía la riqueza o el mérito. Los ancianos inauguraron esta condición, es lo que la historia habla: los gerontes de Esparta, los ancianos hebreros y el senado romano.
Pero esto llevó a una situación en que los individuos vinieron a perpetuarse en los cargos y les sucedían en ellos los familiares. Esto se debió a que el pueblo acostumbrado ya a la dependencia, al descanso y a las comodidades de la vida, e incapaz  ya de romper sus cadenas, obteniendo así la incapacidad de romper sus cadenas, aumento su servidumbre para consolidar su tranquilidad. Eso dio a que los jefes se convirtieran en magistraturas patrimonio de las familias en torno al poder, considerándose que el Estado era su propiedad, cuando en su origen eran sólo funcionarios pagados por el pueblo. Y no llegó el momento que a los conciudadanos los llamaron esclavos: ganado humano que tenían la marca de su propiedad, designándose ellos a su vez en dioses y reyes de reyes.
Todo esto son los elementos que aparecen al asumir la desigualdad y la aparición del pacto social.  Primero fue la instauración de la ley y el derecho de propiedad; lo segundo, la constitución de las magistraturas; y tercero, la transformación del poder  legítimo (emanado por el principio de la voluntad general), en poder arbitrario. De suerte que la condición de rico y de pobre fue autorizada por la primera época, la de poderoso y débil por la segunda, y la tercera autorizó la del amo y esclavo, que es el último grado de desigualdad. Y esto vino a cambiar sólo a través del ciclo de las revoluciones que llegan a disolver totalmente el gobierno  o vuelven a restaurar el estado a su posición legítima anterior y alejar el ejercicio arbitrario del poder.
Rousseau  descubre que los vicios que minan las instituciones se reflejan en el grado de abuso en que infringen al pueblo. Y encuentra que sólo Esparta vendrá a hacer frente a esa situación gracias a que la ley velaba principalmente por la educación de la juventud, con lo cual aprendían a saber contener sus pasiones, cosa que ni las leyes pueden impedir si no se someten a una disciplina pedagógica. Llegando a la conclusión de que un país en el que nadie eludiera las leyes ni abusara de la magistratura no habría menester de magistrados ni de leyes.

Guerrero Sioux, fotografía Edward Curtis, 1908

Poder en los cargos públicos. Otro elemento de desigualdad entre  los hombres está las que se adquieren por las distinciones políticas, es decir, el poder que se adquiere por el cargo político que se ocupa, lo cual llevan, inevitablemente, a distinciones civiles. Surge la desigualdad entre civiles y jefes. Y los magistrados (y los políticos), no podrán  usurpar el poder a sus anchas y de forma ilegítima sin jalabolas o paniaguados,  a los que están obligados a ceder parte del mismo. Los pseudos-ciudadanos  se dejan oprimir en la medida de sus ambiciones ciegas materiales y de poder; la dominación la aceptan por encima de su libertad e independencia, les gusta y aprenden a llevar cadenas con tal de poder a su vez de imponérselas a otros. Rousseau  afirma que es muy difícil  reducir a la obediencia al que no tiene el menor interés de mandar, y el más hábil político  no conseguirá someter a hombres que sólo aspiran a ser libres; pero la desigualdad cunde fácilmente entre almas ambiciosas y cobardes, siempre dispuestas a correr los riesgos de la fortuna o a dominar o servir casi indiferentemente  según les sea favorable o contraria, donde cuanto más holgazanes podían contarse en una familia, más ilustre se hacía. Como notamos, Rousseau ha pensado  especiosamente sus apreciaciones sobre la desigualdad.  La ambición personal, al caer el hombre dentro de la influencia desgraciada de una sociedad que la incentiva, vendrá a ser el elemento requerido para facilitar el dominio y llevar cadenas invisibles  pero reales por sus efectos en la psíque individual.  No pueden incitar a la impunidad y corrupción a quien no tiene deseos de mandar y asumir el poder  en busca de reconocimiento y posición social.  Un hombre libre no desea mandar, pues hacerlo ya es establecer una relación de dependencia y, por tanto, de pérdida de la absoluta individualidad libre. Y no deja de ser curioso al decirnos que a mayor holgazanería en una familia, dentro de tal clima de corrupción, más ilustre se hacía. Cualquier comparación con la realidad es mera coincidencia.
Las diferencias establecidas en un Estado, como las surgidas por la riqueza, la nobleza o el rango, el poder o el mérito, vendrán a probar el grado de conflicto  de tales fuerzas  como  muestra de lo mal o bien constituido un Estado. Estas cuatro maneras de desigualdad son el epicentro de todas las demás que se extienden en una sociedad; siendo la riqueza a las que se reducen las otras tres pues esta compra  cómodamente cualquier otra. Al alejarse de la institución primitiva se aligera el paso  hacia el límite extremo de la corrupción. Haría notar hasta qué punto este deseo universal de reputación, honores y preferencias que a todos nos devora ejercita y compara las facultades y las fuerzas, como excita y multiplica las pasiones, y de qué manera, haciendo a todos los hombres competidores, rivales o más bien enemigos, causa diariamente descalabros, éxitos y catástrofes de toda laya al empujar a la palestra a tantos pretendientes. El afán por la distinción lleva al individuo a estar permanentemente fuera de sí, atento a la mirada del otro, incitando al amor propio y olvidando lo mejor que tenemos en nosotros, el amor de sí. El número de cosas malas es infinito ante las pocas buenas. Llevando a observar la existencia de unos cuantos poderosos y ricos en el pináculo de las grandezas y de la fortuna mientras que el pueblo se arrastra en la miseria y la oscuridad; unos desmedidamente disfrutan  en la medida que los otros carecen  de lo mínimo para subsistir, así es como está montada la cosa de la desigualdad, llámese democracia, dictadura,  monarquía, sea capitalismo o socialismo, comunismo. Sin embargo pareciera que ante los inconvenientes de cualquier sistema político puede aun experimentar, en la medida que se pueda, el ejercicio de la autonomía y la lucidez ante las diferencias materiales. Personalmente creo en la diversidad pero cultural, en la formación de la persona pero que ello no sea motivo de enfermizas ambiciones inútiles e injustas o de imposición de actitudes por clanes alejados del reino de lo legal.
La mayoría que acepta un pacto viene, a la final, a ser dominada ante lo que pensó que podía solventar dicho pacto, que era de las fuerzas externas ante las que se sentían, individualmente, débiles. Al surgir esta situación política crecerá de modo continuo la opresión y dirán que están en la mejor de las libertades, sin tener nunca más medios legítimos para detenerla. Extinguiéndose poco a poco  sus derechos nacionales y sus derechos ciudadanos, calificando todo reclamo de rumores sediciosos.  Surgirá una fuerza mercenaria  contra el pueblo pero en nombre del honor del bienestar común, apareciendo nuevos impuestos, creando un ambiente de conflicto y de posible rebelión o revolución. Los defensores de la patria se convierten en sus mejores enemigos, al tener siempre levantado el puñal (hoy la pistola automática o el fal) contra sus conciudadanos.
Así surgen infinidad de perjuicios gracias  a la desigualdad extrema, la diversidad de pasiones despertadas, de talentos en artes inútiles, en artes perniciosas, ciencias alimentadas por la frivolidad. Toda una muestra de posturas contrarias a una razón ciudadana, y una felicidad y virtud impulsadas por una justicia establecida autónoma. Lo unido se separa, los hombres asociados toman cada uno su esquina, la cohesión social se escinde; ya no hay en la sociedad aire de concordia; aparece la división, el odio, la envidia gracias a la clausura de los derechos   e intereses personales, fortalecido por la represión del poder que  a todos contiene.

Danza nativa, foto Edward Curtis, 1908

Revolución y tiranos. Las condiciones están dadas para la revolución o el levantamiento popular. En el horizonte irá apareciendo poco a poco su repelente cabeza y devorando cuanto hallara  de bueno y de sano en todos los sectores del Estado, consiguiendo el despotismo aplastar las leyes y al pueblo e instalarse sobre las ruinas del la república.  Aquí encontramos a un Rousseau libertario, defensor de las libertades naturales de los hombres, de ir contra las tiranías y de los poderes que arbitrariamente se alejen e impongan leyes no circunscritas a la realidad justa para todos,  y que alimenten, seguidamente, las diferencias. Informa que los tiempos que preceden a estos cambios serán  plenos de disturbios y calamidades, siendo a la final  todo  tragado por el monstruo y los pueblos no tendrían ya jefes ni leyes, sino únicamente tiranos. Tiempo en que ya no podemos encontrar costumbres y virtud, tradiciones y sentimiento de patria.  Donde quiera que reine el despotismo, cui ex honesto nulla est pes (“de lo que nada honroso puede esperarse”); en cuanto que él habla (el tirano, advertencia nuestra), no hay probidad ni deber que consultar,  y la más ciega obediencia es la única virtud que les queda a los esclavos. Algo así como en las repúblicas bananeras y socialistas caribeñas.
Y esta es la parte más lúcida del solitario Rousseau, conservador y libertario, al  referir a donde lleva la última vuelta de los límites de la desigualdad, donde se cierra el círculo  y toca el punto de donde hemos partido. El final del Discurso desarrolla una idea interesante, la doble condición del hombre en el estado de naturaleza. Como señalamos antes, Rousseau se percata que la dirección de la sociedad es similar a la de una espiral pero negativa. Se parte de un estado natural ideal o hipotético, en que reina una igualdad a causa de la condición humana de no aspirar a la perfección de sus facultades, se pasa por el reino social de la desigualdad, donde se establece el estado civil y este termina en un estado natural pero donde el despotismo o el tirano lleva a la igual a todos los miembros de dicho estado pero terminando en una igualdad por su condición de esclavos al estar sometidos por aquel. Los individuos llegan al mismo punto de partida y vuelven a ser iguales puesto que no son nada, quedan sometidos a la ley de voluntad del tirano, de su nuevo amo; se desvanece todo principio de bien y de justicia que no sea la ley arbitraria impuesta. Es el nuevo punto departida pero simétricamente invertida, se vuelve a la ley del más fuerte pero se inaugura una nueva condición del estado de naturaleza primario. Es por lo que decimos que para Rousseau nos  lleva a comprender que la evolución siempre termina  en un punto de partida similar pero con la agravante que  este nuevo estadio natural se ha perdido la condición de la igualdad del hombre primitivo. Un estado natural puro, que es como el autor refiere,  a otro que pasando por la desigualdad llega a otro estado natural donde la ley de la fuerza se establece por el exceso de corrupción. Son todos los estados en que las leyes universales se han reducido a la ley de la voluntad de uno, el amo-tirano absoluto. Del estado de pureza primigenio al estado de corrupción final, el riso se cierra y comienza otra vez la lucha por el reconocimiento y la búsqueda de una sociedad más equitativa mediante un pacto a convenir para todos. Las palabras de Rousseau sobre este nuevo estado de naturaleza: uno era el estado natural en su pureza, mientras que este último es el fruto de un exceso de corrupción.  No hay marcha atrás, sólo queda esperar el conflicto entre los iguales sometidos y el dueño de sus vidas.  Pero ambos estados de naturaleza tienen un punto en común, ambos se nutren de la ley de la fuerza. Si el despotismo anula el contrato en la medida que se erige como el más fuerte, en el momento que se pueda expulsar por los muchos se hará, y no podrá reclamar porque ha obtenido el mismo acto que el tirano a cometido contra el pueblo: el motín que acaba por estrangular o destronar a un sultán es un acto jurídico como aquellos en virtud de los cuales disponía él la víspera de las vidas y los bienes de sus súbditos. Sólo la fuerza lo sostenía; la fuerza sólo le derroca. El orden natural impone que por la fuerza sólo se obtendrá  el ejercicio de la fuerza. Tal situación donde impera la ley de la fuerza es propia de las revoluciones políticas, donde nadie puede quejarse de la injusticia del otro, sino de sus propias imprudencias o desgracias.
Advertida esta doble condición del estado en naturaleza nos lleva el Discurso sobre la desigualdad a conceptualizar y analizar la diferencia final entre el hombre salvaje y el hombre civilizado; o lo que es lo mismo, el paso del hombre  en estado natural al estado civil. Todo el discurso nos mostró las posturas intermedias entre uno y otro, y los resultados finales al que llega un estado civil caído en los desmanes de la corrupción.  Rousseau nos da dos ejemplos de hombres sabios o filósofos que se dieron también la tarea de buscar  al verdadero hombre. Tales ejemplos son con los que se identifica el suizo. Uno es Diógenes, que buscaba al hombre verdadero caminando con una lámpara por las calles de Atenas y el otro es Catón  que perece con Roma, hombre que estaba fuera de su tiempo. De igual manera debe sentirse Rousseau en su tiempo, un desajustado por sus ideas y por su contrariedad perpetua a los avances de la sociedad, la ciencia, las artes, acompañada de su decadencia política y moral aunado a una extensa desigualdad desde todos los puntos de vista. Se inicia a sus ojos el estadio social donde las injusticias se agravarán, las clases se diferenciarán más, los hombres vivirán en la humillación y en la apariencia, estableciéndose un grado de conflicto colectivo gracias al nuevo modo de explotación, de  propiedad y de acumulación del capital. No queda sino esperar, sus palabras parecieran anunciar lo inevitable, el acercamiento a pasos con botas de siete leguas, de la Revolución Francesa unos diez años después de su muerte. Con la Revolución Francesa se entró en ese estadio del estado de naturaleza donde por exceso de corrupción se toma el poder pero se convierte el primer magistrado (Robespierre) en el asesino colectivo a punta del suave y aceitado deslizamiento de la hoja de la guillotina  sobre los cuellos de la nobleza, el clero y el pueblo  llano (qué fue quien más sufrió las consecuencias).

Toro Sentado, fotografía Edward Curtis


Del hombre del estado civil o aparece el salvaje artificial. El estado civil lleva a transformar el alma y las pasiones humanas de tal manera que se alteran insensiblemente cambiando su naturaleza o condición de ser. Igualmente en cada estadio social los placeres  y necesidades  cambian de objetos con el tiempo. Y ello lleva a diluir, esfumarse el hombre original, o la originalidad natural del hombre: la sociedad ofrece  ya tan sólo a los ojos del sabio un agregado de hombres artificiales y de pasiones facticias que son obra de todas estas nuevas relaciones y no tienen ningún fundamento verdadero en la naturaleza. Este hombre, caído en la atmósfera civil de una sociedad injusta y corrupta no podrá regresar al estadio del salvaje o del hombre primitivo puro del estado de naturaleza pasado. Ahora, viviendo entre un sincretismo civilizado y natural, es decir, donde la desigualdad hace sus galas y la ley de la fuerza se impone, le queda convertirse, para no ser un mero esclavo sumiso, en un salvaje pero artificial (Bartra). La civilización es una buena fábrica que construye hombres que terminan siendo salvajes artificiales, ejerciendo la ley de la fuerza de forma igualitaria ante aquel que se le anteponga como obstáculo, sabiendo que él también recibirá la  fuerza del otro por el conflicto permanente que se establece dentro de la sociedad injusta y desigual, asesina y corrupta. El salvaje artificial tomará el camino del crimen y se organizará en sociedades para con ese fin, estableciendo que las leyes no responden, que las instituciones se dominan por la influencia del más fuerte, donde la autonomía de los poderes no existe y  que todo poder termina siendo un ejercicio de fuerza y arbitrariedad. Mirarnos en estas conclusiones a las que nos lleva a Rousseau es entender lo que vemos frente a nuestros ojos, un mundo de guerra, de conflictos civiles, de carencias, de desastres naturales, de ecosidios en nombre de la libertad, del progreso y de dictaduras bajo el mando de la legitimidad electoral democrática corrupta. Rousseau sigue ofreciendo tela con qué cortar en relación al vestido social por el que todos transitamos hoy.
Volvamos a su distinción del hombre original y del hombre civilizado. Que hoy pudiéramos ya calificarlos como el salvaje natural y el salvaje artificial, por ambos llevar su vida en función de la ley de la fuerza pero a través de medios y fines distintos. El salvaje artificial podrá diferenciarse a su vez en dos condiciones, el primero que se somete a la fuerza externa esperando que en un futuro el pueda también someter a otros; y el segundo tipo de salvaje artificial es el que se erige en criminal, sabiendo que si no destruye al otro lo destruirán a él pues la justicia no existe y es arbitraria cuando la hay.


Guerreros Crow partiendo para la guerra

Sociedad y desigualdad. En la visión imaginada por Rousseau el hombre salvaje natural  vivirá en sosiego y en libertad, donde sus máximas aspiraciones  es seguir viviendo y  permanecer ocioso,   y casi viviendo en la ataraxia estoica, es decir, indiferencia ante el mundo exterior.  Lo contrario de él será el ciudadano, (o como lo hemos llamado, el nuevo salvaje artificial actual, donde ya no tiene visos de civilidad en él), que siempre está activo, suda, se agita, se angustia, se atormenta en busca de ocupaciones aún más laboriosas: trabaja hasta la muerte, corre incluso hacia ella con objeto de situarse y vivir, o renuncia a  la vida para adquirir la inmortalidad (es decir, adquirir el cielo prometido  por el credo cristiano o musulmán).  En su actuar como animal sometido, adula a los otros hombres que considera que son grandes, pero a quienes odia en su mente, e igualmente pasa con los ricos, a quienes desprecia. Su búsqueda está en no escatimar en servir de forma sumisa, se jacta orgullosamente de su propia bajeza y de la protección que de ese modo recibe, y ufano de su esclavitud, habla con desdén de los que no tienen el honor de compartirla. La cobardía y la pérdida de dignidad vendrán a ser los parámetros morales de este ser civilizado, donde lo último a que aspira es recobrar su autonomía  y libertad. A la final pareciera ser que un nativo indígena (Rousseau refiere a la etnia de los caribes (Kariña), de Venezuela, qué paradoja!), serán más libres y humanos que  cualquier ministro; la comparación no es inactual, pero la ambición de poder lo desea todo, aún por encima de la calidad de  vida física y psíquica. Nuestro autor no deja ahí su especulación: ¿Cuántas  muertes crueles  no preferiría ese indolente salvaje al horror  de una vida semejante que por lo general  ni siquiera se ve atemperada por el placer de obrar bien?  Estos hombres salvajes naturales, (hombres silvestres, los llamará el antropólogo belga-venezolano Marc Civrieux), no llegan a comprender lo que realmente significan los conceptos de poder  y de reputación; los hombres  civiles no comprenden otro modo de vida que el dominio y la humillación, hay una clase de hombres que estiman … que son felices y están contentos de sí mismo por el testimonio ajeno más que por el propio.  El buen salvaje vive en sí mismo, el hombre sociable siempre fuera de sí. He ahí toda una propuesta de cambio terapéutico filosófico del alma respecto a nuestras vidas, vivir para sí o vivir fuera de sí, asumir la condición del autodominio personal o de la humillación y dependencia al mundo externo a sí.  El hombre moderno vive en función de la opinión de los demás, y sólo del juicio ajeno, por decirlo así,  extrae el sentimiento de su propia existencia. En un mundo como el nuestro donde todo está reducido a las apariencias (más el añadido actual del mundo virtual), todo se vuelve artificioso y simulado; y como ya dijimos, en un estado en que no hay justicia y vivimos en función del regreso a un estado de naturaleza degradado por la permanente corrupción los hombres comunes se convierten en salvajes artificiales, desprendiéndose de su naturaleza por estar horadados sus mentes por lo externo, la posesión, la apariencia,  y el uso de la fuerza como condición normal de las relaciones humanas.  Artificial y simulado será todo lo referente a honor, amistad, virtud e inclusive a los vicios mismos, de los que se vanagloria.  Se vive con una fachada engañoza y frívola; sin tener la capacidad de interrogarnos al respecto nosotros mismos: hay que ocultar todo debilidad, siendo débiles ya por elección, al perder la libertad.  Para casi concluir Rousseau imprime estas palabras:

“Me basta con haber demostrado que no es ése el estado original del hombre, y que son el espíritu de la sociedad y la desigualdad que ésta engendra los que cambian y alteran de tal modo todas nuestras inclinaciones naturales[2].

Es la búsqueda imaginaria, inspirada en los contactos europeos de su momento con  las culturas indígenas americanas, africanas y asiáticas de otras latitudes, que  le darán base para llevar a cabo este suizo-francés a establecer la diferencia entre los hombres de allá y de acá. En su odisea del hombre natural (puro)-social (desigual)-artificial (corrupto), dejará claro cuál ha sido esos tránsitos insoslayables por la civilización europea respecto a las demás, aunque claro está, toda sociedad que proponga la desigualdad terminará igualada a este fresco societario moderno, donde surgirán repetidas revoluciones que, por medio de esgrimir la palabra libertad ante los demás obtendrán una nueva forma de esclavitud que será vivida  como si fuesen libres, sin reconocer las nuevas cadenas establecidas.
Las sociedades políticas contienen en sí el germen de su destrucción, la desigualdad por medio del abuso y la fuerza. Para Rousseau nos dibuja un hombre silvestre, viviendo en el estado de naturaleza,  donde la desigualdad está reducida a un mínimo. La desigualdad saca su impulso por  el desarrollo  de nuestras facultades, llevando a estabilizar legalmente la institución de la propiedad y de las leyes. Advierte que la desigualdad moral,  apoyada en el derecho positivo,  es contraria al derecho  natural, e incurre en la desigualdad de igual forma que la física. Rousseau encuentra que las sociedades modernas, civilizadas, vendrán  en su seno a reinar una profunda desigualdad, yendo de forma manifiesta contra la ley igualdad, que para Rousseau es garante de igualdad. Una desigualdad donde pueda verse que un niño mande a un anciano, que un imbécil guíe a un sabio y que un puñado de favorecidos rebosen superficialidades mientras que la multitud hambrienta carece de lo necesario. Los platillos que anunciaban la revolución francesa estaban a punto de sonar: el hambre y los caprichos de una decadente monarquía absoluta hicieron que apareciera el nuevo estado natural negativo, surgido de la corrupción, la diferencia, la injusticia y la arbitrariedad. No menos pareciera estar sucediendo en muchos lugares en la actualidad, aún a pesar de que tales estados se consideren por decreto revolucionarios.











Bibliografía:
Arocha, R. 2007: Estética y Política en J.J. Rousseau. Ed. FHE-UCV, Caracas.
Gay, G. 1961: Rousseau. Ed. Du Seuil. Paris.
Rousseau, J.J. 1996: Confesiones. Ed. Porrúa. México.
Rousseau, J.J.  1973: Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Ed. Península. Barcelona.
Rousseau, J.J. 1979: Escritos de Combate. Ed. Alfaguara, Madrid.
Levy-Strauss y otros: 1972: Presencia de Rousseau. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires.
Montaigne, M. 1984: Ensayos, 3 vol. Ed. Orbis. Barcelona
Russell, B, 1972: Historia de la Filosofía. Ed. Aguilar, Madrid.
Uslas Pietri, A. 1986: Medio Milenio de Venezuela. Ed. Cuadernos Lagoven, Caracas.




[1]  Russell, 1972:596
[2] Ibid: 209

viernes, 1 de febrero de 2013


El Sacrificio y la Coronación
(Sobre el tema de Idomeneo en Mozart) *
Jean Starobinski

Universidad de Ginebra
Presentación y traducción: David De los Reyes


  
Jean Starobinski, con virtuosismo y erudición, nos presenta en este ensayo sobre estética la significación del tema mitológico de Idomeneo desde su itinerario literario abordado por Fenelón, hasta alcanzar su novedosa aparición operística por el genio de Mozart.

El tema de Idomeneo fue célebre durante el siglo XVIII, reelaborado por Fenelón en su gran novela sobre la educación titulada Las Aventuras de Telémaco (1699). Según Homero (Odisea, libro V) Telémaco, en la búsqueda de su padre Ulises, escucha los infortunios de Idomeneo. Fenelón retoma este pasaje y lo reelabora. Idomeneo, uno de los vencedores de Troya que, en su viaje de regreso, igual que Ulises, despierta las furia de Neptuno sufriendo sus naves una terrible tormenta, logra escapar al temporal a costa de un precio muy alto: promete el sacrificio del primer ser que encuentre al llegar a las costas de Creta. El destino que los dioses dictarán será implacable, este ser no es otro que su propio hijo.

Starobinski, desde otro ángulo, nos da los itinerarios del viaje literario de Idomeneo, hasta alcanzar este mito la atención de la seducida pluma del genial Mozart por el tema y nos presenta las dificultades como su tratamiento en su ópera homónima comisionada en 1781.

La leyenda de Idomeneo se inscribe dentro de la categoría de los mitos de regreso, que presentan una simetría con los mitos de partida. Starobinski teje con delicadas pinceladas todas sus implicaciones en la estética mozartiana donde "la música, atravesada por tantos alientos, se encuentra tanto más libre para dialogar puramente con la sombra que trae ella misma... para decir una emoción conmovedora que sobrepasa a toda psicología individual". Donde la fuerza del amor y la resurrección vence al momento de la muerte.

I. Las Aventuras de Telémaco
El nombre de Idomeneo fue célebre en el siglo dieciocho. Y por tanto él había nacido con el siglo. El personaje había sido casi creado por Fenelón, preceptor del heredero del trono de Francia, en sus Aventuras de Telémaco (1699). Ese cuento filosófico, o más bien esa gran novela sobre la educación, trasplantada sobre la gesta Troyana y más particularmente sobre el poema de la Odisea, coloca en escena a Telémaco, el joven príncipe de Itaca, en la búsqueda de su padre Ulises. A su paso por Creta (libro V), Telémaco escucha los infortunios de Idomeneo. Para construir ese héroe cretense, Fenelón se había servido de algunas partes dispersas de la obra de Homero y de Virgilio .Una singular figura retomada de nuevo. Un héroe con doble rostro. Idomeneo es uno de los vencedores de Troya y, como Ulises, en su viaje de regreso, despierta la furia de Neptuno, "el estremecedor de las tierras", el dueño de los vientos. Sólo escapa a la tempestad al precio más alto, ¡promete el sacrificio del primer ser que encuentre sobre su tierra en Creta! El primer ser que encuentra sobre la rivera de la playa será a su propio hijo.

El poema de Fenelón parece una gran escena trágica: cuando Idomeneo descubre la identidad de la víctima, imprudentemente prometida, la desesperación hace en un principio dirigir la espada contra sí mismo. Pero el hijo ofrece su vida: "Heme aquí, padre; vuestro hijo está presto a morir para apaciguar al dios; no atraigas sobre ti su cólera: yo muero contento, pues mi muerte garantiza la vida vuestra. Golpea, padre; no temas encontrar en mí un hijo indigno de ti que tema morir" . Idomeneo "todo fuera de sí y desgarrado por las furias infernales, sorprende a todo aquel que lo observa de cerca: entierra su espada en el corazón de su hijo". Estos horrorizados, se sublevan; él regresa al mar y se exilia. Ahora bien, él no ha sido un vagabundo, como los homicidas perseguidos por la cólera divina. El llega a ser el fundador de una ciudad. Con sus compañeros, Idomeneo establece una colonia en Salente sobre la costa de Calabria. Telémaco y su guía Mentor, desembarcan de su viaje. Esta ciudad nueva, gracias a los consejos de Mentor, corregirá sus injusticias y su fasto para llegar a ser una ciudad ejemplar.

Idomeneo y su nuevo reino constituyen así el centro de la obra de Fenelón. Al describir la organización de Salente, Fenelón desarrolló un tratado de la acción de gobierno. Contrariamente a Luis XlV, con el cual tiene ciertos rasgos parecidos, Idomeneo renuncia a las conquistas y hace la paz con sus vecinos. Los campos prósperos y la ciudad industriosa son escuelas de virtud, donde la ley reina por debajo de la monarquía. Todo está reducido a una noble y frugal simplicidad y, en la armonía de una sociedad jerarquizada, todo concurre en beneficio común. El lector ahí descubrirá el resurgimiento utópico ante los abusos de la sociedad presente. La obra, cuya primera edición fue subrepticia, es seguro una crítica a la costosa política de ansia de gloria del Rey Sol. Telémaco, considerado al final del reino de Luis XIV como un libro subversivo, llega a ser en toda Europa uno de los más grandes sucesos literarios del nuevo siglo.

Fenelón ha hecho de su Idomeneo un personaje que pasa por el peor extravío para acceder seguidamente a la verdadera sabiduría. Luego de haber sido el verdugo de su hijo, acaba su vida en el papel de monarca benefactor. Mentor, que le asiste con sus consejos, no es otra que la mirada humana de Minerva, es decir, de la Razón. El aprendizaje de la ciencia de gobernar por Idomeneo es el espectáculo que Mentor hace observar a Telémaco, con el fin de prepararlo para gobernar en su momento. Fenelón establece así un género literario donde la lección de alta moral pasa por la ficción de un viaje, en una bella prosa rimada que musicaliza las aventuras y los preceptos. El género está ilustrado por otra historia de aprendizaje principesco: el Shétos del abate Terrasson, imitación de la novela de Fenelón, esta vez dentro de un cuadro egipcio y masónico. Ahora bien, se sabe que el libreto de La Flauta Mágica desarrolla un episodio de Shétos. El azar -¿será realmente el azar?- ha hecho que tanto la primera como la última ópera de la serie de las obras maestras de Mozart deriven de una misma línea de ficciones fabulosas: bajo los colores de la pedagogía principesca, esas ficciones se dirigen a cada lector para que las lleve a construir por sí mismo, inculcándole también una imagen de lo que debe entenderse por buen gobierno. La experiencia "iniciatica" es el tema común: cuáles virtudes se han de adquirir y por cuáles pruebas se han de pasar para merecer ejercer el poder. La tragedia sucesoria, el peligro de la interrupción de la continuidad dinástica, que caracterizan a tantos aspectos de la tragedia y de la ópera clásicas, podían interesar a un público más vasto que aquellas otras de la corte. Porque el acceso del hijo a la condición de nuevo soberano era igualmente interpretable como una figura de la toma de sucesión de sí mismo. Suceder al padre o acceder a sí mismo sería un sólo y mismo advenimiento. Un mensaje fundado sobre esas imágenes monárquicas legendarias ha podido perdurar hasta nuestra época democrática, porque es muy verosímil que todo espectador descifre la figura teatral del heredero del trono como un emblema de su propio yo. La alegoría es inmediatamente inteligible. Al menos es seguro que la elocuencia, el modelo estético y la moral política de Fenelón guardaron toda su actualidad a lo largo del siglo y hasta la época misma de la Revolución Francesa. Mozart no es una excepción. Además, recordemos que las ideas de Fenelón sobre "la declamación apasionada" en música son una de las primeras legitimaciones del recitativo acompañado del cual Mozart hará un soberbio uso desde los primeros compases de Idomeneo.


II. Conversaciones parisinas

No continúo sin pruebas. Mozart había muy pronto reencontrado a Fenelón, su Telémaco, a sus "reyes pastoriles", su Mentor (que será trasformado en Sarastro) y seguro Idomeneo. En 1776, al pasar por Cambrai con Wolfgang, Léopold Mozart visita la tumba de Fenelón, "que se hace inmortal por su Telémaco" (carta de Léopold Mozart a Lorenz Hagenauer, 16 de mayo de 1766). En 1770, luego de su estancia en Boloña, Mozart anuncia a su madre que lee el Telémaco, y que va ya por el segundo capítulo. No hay duda. Mozart no ha escogido por azar al tema de Idomeneo para responder el encargo que le han pedido para el carnaval de 1781 en la corte de Baviera. La figura del padre no podía ser indiferente a sus sentimientos conscientes o inconscientes; pero hay algo más.

En 1778, luego de su estadía en París, había conversado con Melchior Grimm, redactor muy solicitado de Correspondencia Literaria, que lo había ya acogido en 1763. Mozart, luego de algunas experiencias decepcionantes, se sentía forzado a emprender una gran ópera. Grimm y Mozart, en su entrevista, deploran la dificultad de "encontrar un buen poema". No veían, tanto el uno como el otro, ningún francés que en ese momento fuera capaz de escribir buena poesía para un músico. "La frialdad mortal y el mal gusto son las divinidades que inspiran a los libretistas de la ópera francesa", aseguraba Grimm hacía mucho tiempo (Correspondance littéraire, primero de diciembre de 1763). Los libretistas de la ópera: entiéndase a los escritores para ópera que redactaban en verso las tragedias líricas. Grimm, en la circunstancia, estaba plenamente convencido de la idea que Mozart no cesaba de sostener: "En la ópera, la poesía debe, a fin de cuentas, ser hija obediente de la música" (carta de Wolfgang a su padre del 13 de octubre de 1781). En el importante artículo POEMA LÍRICO inserto en la Enciclopedia, Grimm había formulado las exigencias de simplicidad, de rapidez que justificaban de antemano al trabajo de elegancia que Mozart, al componer Idomeneo, impusiera en 1780 al texto de Varesco y luego a todos sus libretistas. El poeta o, en su lugar, el compositor, debe eliminar deliberadamente todo aquello que retrase la acción dramática. Grimm y Mozart tenían, por tanto, más de una idea en común sobre un tema que preocupaba particularmente a Mozart.

Ahora bien, Grimm, desde 1764, estuvo interesado en el tratamiento teatral del tema de Idomeneo. El poeta Lemierre recién había terminado una tragedia sobre el tema, aún más aburrida que aquella otra de Crébillon, interpretada en 1705. Y Grimm, en su mismo artículo, se levanta en contra de las necesarias extensiones cansonas por la forma tradicional de la tragedia. En la obra de Crébillon (que crea el nombre de Idamante) la intriga se complica por una rivalidad entre Idomeneo e Idamante, ¡los dos enamorados de Erixene! Antoine Danchet, sobre ese mismo tema, compone un libreto de un prólogo y cinco actos sobrecargados de fastuosidad mitológica por la música de Campra (1712): en ese poema dramático, la cautiva Ilione (que prefigura a Ilia) era igualmente cortejada por padre e hijo. Y es Danchet quien introduce por primera vez a Electra en esta historia. Varesco, el libretista de Mozart, la mantendrá también. El juicio de Grimm sobre los distintos Idomeneos es preciso y justo, y podría creerse y habérselo recordado a Mozart en su entrevista parisina de 1778 y que Mozart no lo olvidó: "Ese tema falla por el contenido y no hay mucha tela que cortar para amasar una tragedia de cinco actos, en la forma que nosotros le habíamos dado. Nuestras piezas están más plenas de discursos y el tema de Idomeneo no es susceptible: todo debe ser pasión y movimiento. El tema de Jephté, que es el mismo en el fondo, tiene sobre aquel de Idomeneo la ventaja de presentar por víctima (...) una hija, la cual hace el contenido más conmovedor. Tanto uno como otro de estos temas son hechos más para la ópera que para la tragedia. Son susceptibles de un espectáculo más interesante y de un gran número de situaciones fuertes y patéticas y favorables a la música" (Correspondance Litteraire, primero de marzo de 1764). Hay, en efecto, una sustancia dramática suficiente en las solas consecuencias de la promesa hecha a Neptuno, sin tener que sobreponer un conflicto abiertamente edípico entre el padre y el hijo.


III. Los mitos del regreso y los mitos de la partida.
El acercamiento entre Jephté e Idomeneo era perspicaz. El mismo Fenelón, en el largo y melodioso recitativo del sacrificio del hijo, habría podido inspirarse en el admirable Jephte de Carissimi (1650). Grimm conocía sin duda el Jephte de Montéclair (1732) o si no el oratorio de Haendel (1751). Hemos podido percibir aún otras similitudes. Porque si el tema del sacrificio de Jephté y de Idomeneo pertenece a las categorías de mitos que se pueden considerar como mitos de regreso, son simétricos con otros, que son los mitos de partida. Es el motivo de Ifigenia en Aulide. Cualquiera que haya leído a Eurípides y Racine conocerá la historia que Gluck lleva a la ópera en 1774. Para obtener los vientos favorables que permitieron la partida de los griegos para la capital de Troya, Agamenón interroga los oráculos: el adivino Calcas le informa que Neptuno exige el sacrificio de su hija. La ceremonia sangrienta se prepara. Ifigenia no es salvada sino por una víctima sustitutiva, antes sierva (en Eurípides), luego rival maléfica (es la Erifila en la obra de Racine). Los mitos de partida son, la mayor de las veces, pareja con los mitos de regreso. Los dioses que han acordado la partida pueden no acordar el regreso: apenas entrado a Argos, Agamenón es asesinado por su mujer Clitemnestra y por el usurpador Egisto. Luego, la madre asesina, a su regreso, es muerta por su hijo Orestes, por instigación de su hermana Electra, (¡otro tema de una considerable familia de óperas!). El matricidio de Orestes y de Electra es la imagen inversa del infanticidio cumplido o proyectado por Idomeneo. No es gratuito que Electra, acechada por la locura, sea presentada en el palacio de Idomeneo de Mozart. En el último recitativo, Electra habla de reunirse con Orestes "en el fondo de los abismos lúgubres".

En los mitos de partida como en los de regreso, en un nivel muy arcaico de la consciencia, el guerrero que parte o regresa victorioso es obligado a pagar el precio del pasaje. Tal es la deuda contraída que la divinidad reclamará tan pronto como ella haya pedido lo demandado. Dar y tomar. Para la victoria, por la terrible travesía sobre el mar azul, el héroe debe dar aquello que aprecian más. Es su exvoto. Los dioses hacen pagar toda deuda: envían peste o monstruos al reino de los perjuros deudores. Cualquier víctima no es suficiente. Piden un sacrificio solemne por los grandes préstamos sobre el altar del santuario. Ahora bien, en un sistema de equivalencia que aparece en el mismo nivel arcaico, una víctima puede ofrecerse en el lugar de aquella que fue primero designada. El dios que reclama la sangre -Moloch, Neptuno o el ogro saturnino- no hace excepción de persona: él acepta una comidilla a cambio de alguna otra. La pasión amorosa entra así en escena y, como en la lógica del sueño, ella reemplaza o desplaza una figura por otra. Este o ésta que consiente morir en lugar de la víctima primitiva designada, atestigua la verdad de su amor. ¡Es la prueba suprema! Libera al dios de aceptar la muerte con ese remplazo. O al contrario de perdonar, porque el amor es una contra-magia poderosa. Es lo que en tal caso la divinidad ha cambiado: el dios terrible muestra su rostro de compasión.

Por supuesto que se han podido dejar los adornos convencionales y la retórica sin sorpresa en la que el teatro y la ópera del siglo XVIII han cubierto a los dioses y héroes de la mitología: basta que esa mitología dé acceso a lo vergonzoso, a los sueños más turbadores y con un renovado lenguaje será suficiente para que se reanime el fuego. Si el poema de Varesco no innovó nada, la música de Mozart, a pesar de lo que debe al estilo de la época, reanima el misterio del tema mítico con un extraño e insinuante poder. No hay sino que pensar en la riqueza de la orquestación, en los extraordinarios recitativos acompañados del sublime cuarteto y los coros. El gran sueño enigmático del infante destinado al sacrificio -Isaac, Ifigenia- recibe una nueva vida.

Idomeneo, escena final. Met Opera

IV. El amor ha vencido
La parte dramática adoptada por Mozart y Varesco es la primera que hace sobrevivir a Idamante. Sin duda en las piezas anteriores es inmolado o se acuchilla. La regla de la ópera seria, seguramente, reclama un final feliz y recurrirá al deus ex machina para todo arreglo cuando el desastre parecería irrevocable. Un giro sobrenatural salva todo.
La escena final de Idomeneo se desarrolla bajo la mirada de la estatua de Neptuno, que es revivida extrañamente en aquel momento donde el hacha es levantada sobre Idamante. En la obra de Mozart, en su versión larga, el oráculo (con acompañamiento de los metales), pronuncia un veredicto circunstancial, absolviendo al padre pero castigando al rey. En tanto que rey, Idomeneo perjura y debe perder el reino (pero no aquel otro igual a sí mismo que es su hijo); en tanto padre, es perdonado: Idamante vivirá y le sucederá. En cada espectador, al escuchar el aria final de Idomeneo Torna in me la pace, sabe que el rey destituido partirá a fundar una ciudad nueva sobre otra rivera. Idamante recibe las insignias reales. ¿No habrá superado con éxito algunas de las pruebas decisivas que más tarde serán reservadas para Tamino: muerto el monstruo, obedece sin protestar, acepta la separación, ofrece su vida? Mozart, lo sé, no da suficiente heroicidad a Idamante y le reserva aires más "convencionales": ¡hubiera preferido que no le hubieran dado a componer ese rol para un castrato! (Recurre a un tenor para la representación vienesa de 1786, pero musicalmente la suerte estaba echada) El oráculo, el gran sacerdote e Idomeneo mismo, parecieran poner juntos sus funciones de autoridad, prefigurando mejor la figura de Sarastro.

Mozart, en su preocupación por la eficacia dramática, prefiere abreviar las palabras del oráculo. Se conocen tres versiones. Pero todas comienzan por las palabras esenciales: Ha vinto amore... (El amor triunfa). Esas palabras, ya habían sido usadas en otras óperas (en Rameau notablemente). Pero aquí creemos con certeza que la victoria decisiva aparta a Ilia, que se ofrece en víctima substitutiva. Y somos persuadidos por la música misma de la verdad profunda de ese amor. Es la más bella música, sea cual sea: la felicidad tormentosa o la plenitud impaciente. Mozart ha construido el papel y los aires de Ilia -la cautiva, la amorosa- en razón de hacer aparecer su amor como el antagonismo principal de la poderosa sombra neptuniana. Es quizá el antagonismo principal de toda la ópera. Porque lo subraya: no hay un conflicto real entre los diversos personajes de Idomeneo. Los caracteres no entran en oposición unos con otros. La psicología de las relaciones interhumanas es casi ausente en esta ópera y, a primera escucha, ciertamente han podido disgustar. Pero hay que escuchar mejor: toda la acción desarrolla las consecuencias de la promesa y se desarrolla bajo la borrasca y los caprichos del poder elemental. Las diversas voces - desde los héroes temerarios a las voces colectivas del coro- responden al triunfo de ser una necesidad sin rostro, que se manifiesta en la orquesta desde la obertura. La música, atravesada por tantos alientos, se encuentra tanto más libre para dialogar puramente con la sombra que trae ella misma y para decir una emoción conmovedora que sobrepasa a toda psicología individual. Tal como la cuenta Mozart, la fábula dice la fuerza del amor y de la resurrección en el mismo momento de la muerte.

* Este artículo fue enviado gentilmente por el Dr. Jean Starobinski, de la Universidad de Ginebra (Suiza). Ha sido publicado también en Apuntes Filosóficos de la UCV.