lunes, 1 de diciembre de 2014

Kant o la música 

como juego de emociones

David De los Reyes



En memoria a  Ezra Heymann



La música es la taquigrafía de las emociones
  León Tolstói
Sólo la música me dio la oportunidad de revelar mis emociones
Igmar Bergman

Las tres Críticas de Kant
Las ideas estéticas de Kant pueden rastrearse en varias obras. Se les puede encontrar, desde un punto psicológico y antropológico, en sus Observaciones sobre lo bello y lo sublime que data de 1764. Sin embargo, desde el punto de la filosofía del arte no puede compararse esta obra con la Crítica de la Facultad de Juzgar, para reconocer que en ella se encuentra el grueso de sus planteamientos estéticos. Con ella se cierra el plan cíclico propuesto por Kant de transformación de la filosofía; en un período de nueve años, que van de 1781 a 1790, donde expondrá sus ideas al público universitario alemán y llevará a cabo la estructuración y redacción de las tres obras,  por las cuales  ocupa un sitial único en la historia de la filosofía, dada la densidad filosófica y la novedad científica presente en ellas tres.
Si esta obra Crítica, anteriormente nombrada, fue la última de esta trilogía, las dos primeras, como bien se sabe, son la Crítica de la Razón Pura y la Crítica de la Razón Práctica. La primera se ocupó de los límites del conocimiento, la segunda de los límites de la acción u obrar moral. Pero una vez comentado esto se debe aclarar que nuestro interés nos remite a lo estético y, por tanto, a comprender la idea estética que tuvo Kant sobre la música o el arte de los sonidos, la cual, como veremos, estuvo comprendida desde varios aspectos que son relevantes.

La música o el arte de los sonidos: ¿retórica o poética?
Para Kant el arte poético, el cual debe su origen al genio y es el menos guiado por normas, preceptos o ejemplos, es el que tiene un mayor rango de belleza, elevándonos estéticamente hacia las ideas. Kant une la poesía con la música, de la cual surgen los cantos, y de este arte, unido a la representación pictórica, obtendremos la ópera. En esta secuencia de la complejidad y complementariedad de las artes, la música es vista siempre, rodeada o sometida a través de la palabra por un lado, y la representación teatral, al juego de los gestos y declamaciones en un espacio escénico, por otra. Con la ópera  Kant encuentra que se llega a un juego de las sensaciones en la música por  estar presentes distintas disciplinas artísticas en un todo.  Su jerarquía de las artes coloca al arte de los sonidos (“Tonkunst”) quedando en un espacio estético posterior al arte poético, creación que proporciona un deleite puro, y gracias al arte de la metáfora, aquel obtiene el sentido de las ideas.
Kant llega a distinguir dos formas de apreciar la música. Una en tanto bello juego de las sensaciones a través de la audición y otra, a diferencia de la primera, como juego de las sensaciones agradables acompañadas por modos de conocimiento, es decir, por un juicio estético. ¿Qué quiere decir con esto? ¿Qué diferencia se encuentra entre una y otra forma de percibir la música?
Aquí se establece una distinción entre el arte que es  solamente efectivo por ser mecánico, lo cuál quiere aludir al placer que proporciona  sólo sensaciones agradables. El otro, el sentido estético del arte, es el que acompaña al placer no solamente de sensaciones sino también con la facultad de juzgar reflexivamente a esa representación sensible; se aparta de lo únicamente agradable para los sentidos y trasciende hasta la  reflexión y el juicio, actitud que llevará a obtener distintos modos de conocimiento del fenómeno artístico.  
Vemos que Kant hablará ya en su época de aquella música que acompaña a los ambientes, música de acompañamiento (música de ambiente), la cual puede formar parte de una reunión entre amigos que no prestan mayor atención a la obra ejecutada y sólo se adhieren a ella por la diversión y las sensaciones agradables obtenidas, como goce del baile mundano o el suave acompañamiento sin mayor contemplación requerida. Y otra música que será considerada como obra de arte no retórica sino poética, y promueve otras actitudes y atenciones, incitando la cultura de las fuerzas del ánimo  con vistas a la sociable comunicación.
Tal intención comunicativa implica un concepto por el cual determine y juzgue a la obra; y ello nos hace apartar de la mera sensación, entrar en el campo de la representación lingüística y conceptual, promoviendo una representación y constituyéndose en un evento estético, alejándose así del mero círculo de las sensaciones agradables. Es esta una distinción importante en la reflexión kantiana del arte no sólo respecto a la música sino a todo arte en general.

La intimidad afectiva de la música
La música es la creación que nos provee de muchas sensaciones sin conceptos, lo cual, según Kant, no nos deja nada para meditar; acto que se suspendería, como se ha mencionado, sí está acompañada por la poesía. Pero la música tiene la primacía de  mover e influir al ánimo de una manera variada, cambiante y, si se quiere, afecta más íntimamente que otras artes.
De ahí que Kant no sorprenda al decir que la música es más goce auditivo que cultura, afirmación que se pudiera objetar aseverando que sin un mínimo de cultura nunca se llega a poder interpretar y hasta escuchar gozosamente la música y ello entraría en lo referido al arte que se asume mediante modos comunicativos, es decir, el arte que ha sido sometido al juicio estético y no a quedarse sólo como mera sensación agradable.
          Es bueno analizar esa frase, es mayor goce que cultura. En su discurso de la Crítica de la Facultad de Juzgar, ha comentado lo que aquí se ha hecho notar antes. La poesía conduce a meditar y a despertar mediante el juego de las imágenes poéticas al mundo de las ideas; al ejercicio del pensamiento por medio de los eslabones lingüísticos  de la metáfora. Proporcionando la capacidad de un juicio estético, poético, reflexivo, donde la filosofía crítica kantiana depara esa actividad intelectual y estética una búsqueda y un perfeccionamiento moral en el individuo.
En cambio Kant ve, principalmente, como se vio con Platón, que la música afecta intensamente el ánimo,  despierta las pasiones y muestra la dulzura y la tragedia de la vida con el juego de las sensaciones auditivas. Por ello es que afirma que el juego del pensamiento sólo es agitado sesgadamente por el simple afecto, lo cual él agrega que ello resulta por mera asociación mecánica. De esta manera la música puede dejar de ser goce y tornarse, por su continua repetición, en hastío, o en el adormecimiento de las mismas sensaciones. 
         Se conoce que el siglo XVIII permaneció bajo el prejuicio de la jerarquía clásica de las bellas artes respecto al grado de cultura que proporciona al ánimo y a la sensibilidad. Conviniendo con ello la ampliación de nuestras facultades con la propia facultad de juzgar con vistas al conocimiento. Kant, como se ha apuntado, encuentra que la música debe quedar desplazada hasta el lugar más bajo de esa jerarquía, pues su lenguaje conceptual se desplaza en otras relaciones conceptuales que proporcionan otro tipo de conocimiento, como dirán los representantes de la estética romántica.
         Pero, a su vez, Kant llega a comprender que la música pudiera ocupar el grado más alto de las bellas artes al intensificar y multiplicar el juego de los afectos y efectos en el ánimo del individuo. Si respecto a las sensaciones la pintura nos puede proporcionar  ideas determinadas y más duraderas, la música en eso es menos certera y, según Kant, ofrece ideas indeterminadas y transitorias respecto a las sensaciones auditivas con que nos afectan en su emisión y disipación.

La música en tanto quiebre de la libertad individual
         Kant realmente pareciera no tener un gran gusto por la música y si la piensa como un arte que sólo se conforma por un juego de los afectos en el ánimo y  proporciona un mínimo de cultura al entendimiento, también declara que la música está asociada a cierta falta de urbanidad y cierta restricción de la libertad individual. Esto surge cuando la voluntad y nuestro oído no puede deshacerse ni dejar de escucharla  cuando es emitida en un espacio urbano social donde nos vemos afectados por ella quiérase o no.
         Sus palabras son precisas: difunde su influjo más lejos de lo que se le pide (hacia la vecindad) y de tal modo se impone, por decir así, quebrantando la libertad de los otros, ajenos a la sociedad musical. En contraposición a ella están las artes que hablan a los ojos, pues éstos sólo con desviarse del objeto y no verlo, evitan acoger su impresión, dejando libre a nuestra voluntad de toda afectación determinante.
En una nota del parágrafo # 53 de su Crítica de la Facultad de Juzgar (Kant, 1992) señala más enfáticamente esta falta de urbanidad en la música. Objeta como atropello a la libertad privada de cada cual, la recomendada costumbre protestante del siglo XVIII de cantar canciones religiosas para los ejercicios de culto en el seno del hogar; pues nunca pensaron la ruidosa devoción (y, por ello, comúnmente farisaica, añade) que se imponía al público unirse molestamente al obligar que por vecindad a esos cantos y deponer así cualquier otra ocupación meditativa.
Solamente pensemos por un momento como hoy en día estamos afectados sin escapatoria a toda la carga de la contaminación sónica que encontramos presente en nuestro mundo contemporáneo y seguro que esta reflexión resulta algo inocua por la sutilidad de las voces de los cantos religiosos ante el avasallamiento intenso del ruido y sonidos electrónicos contaminantes en nuestras vidas.
Para Kant la música que no tome en cuenta la elección del vecino de no querer escucharla, realiza una quiebra en la emoción y en la libertad de los individuos que no quieren ser afectados por ella. De lo anterior también pudiéramos pensar en los usos públicos y recreativos en los espacios sociales abiertos a la música dentro de la ciudad y su afectación vecinal impuesta por su volátil pero constante presencia como dominación sónica ciudadana.  El silencio bien puede representar también una elección humana.

Música y Salud
         Kant remite la música a un juego que nos conduce al deleite placentero, es decir, aquello que nos agrada en la sensación o sensiblemente. Y ello, como bien se sabe y se  ha comentado antes, no puede ser una exigencia universal, pues cada cual se puede deleitar distintamente respecto a otro individuo. De ahí que el deleite sea más personal, a modo de un juicio placentero, y menos, algo que puede abarcar una cierta universalidad y cierto grado de conocimiento. 
         Pero el deleite tiene otros fines, fines sensibles y no precisamente sólo racionales. El deleite consiste en un sentimiento de estimulación de la vida total del hombre, nos reconcilia con nuestra corporalidad y por tanto con él recobramos cierta dosis de salud. Es por lo que Epicuro refería todo deleite a una sensación corporal, a una ausencia de dolor, asegurando que prefería una complacencia práctica más que de orden intelectual, más deleites con resultados con miras a la reconstitución de nuestra vida total que a la placentera y vanidosa complacencia intelectual, la cual puede, realmente  proporcionar, a cambio, penas y displacer corporal.
Pero el juego musical puede proporcionar un grado de salud corporal. Kant no dio a ello el nombre actual de musicoterapia, sino se refiere a ello como deleite. El cambiante juego de las sensaciones deleita porque nos fomenta el sentimiento de salud, independientemente de cualquier enjuiciamiento racional que pueda deducirse de ese juego. Este afecto de las consonancias sonoras  sin aparente fundamento racional y con propósito interesado, se debe a que las sensaciones tienen su relación con un afecto preciso y puede ir acompañado o no, del despertar de ideas estéticas en el individuo.
         En el juego de los sonidos encontramos qué sucede para el que escucha, sin la necesidad de pensar en algo y deleitándose con sólo el cambio constante de las emociones vívidamente. La salud corporal está presente en esta experiencia del deleite que nos engalana a través del sentido. Estado autónomo a los juicios que podamos hacer en relación con la armonía o enarmonía sonora de la obra en cuestión o suscitar en nosotros ideas ingeniosas, independiente de toda belleza necesaria a la actividad del juego musical que favorece a la acción vital del cuerpo.
En palabras de Kant:
El efecto que mueve las entrañas y el diafragma, en una palabra, el sentimiento de salud (que de otro modo no podría sentirse sin una tal ocasión) lo que constituye el deleite que se encuentra en ello, por llegar al cuerpo también a través del alma y poder usar a ésta como médico de aquel (1992:239).
Así, gracias al influjo de las vibraciones de la música en nuestro espíritu llegamos a poder restituir las disfunciones y el displacer de nuestra corporalidad. Kant no deja de asegurar que este juego de la sensación  del cuerpo, como caja de resonancia, nos lleva a ideas estéticas de las obras musicales que nos afectan y desde éstas vuelven, en retorno, con más fuerza unificada, hacia el cuerpo.
        
Sobre la forma, el tono y las matemáticas en la música
Pero si Kant habla de un quiebre de la libertad individual al inundar los ambientes con el efecto musical social; o del deleite y la salud proporcionada por el juego de las sensaciones auditivas, pensamos que entra en un terreno equívoco en su reflexión con la música al relacionar al goce universal que puede arrastrar toda obra musical con la expresión de este lenguaje en su conexión con un tono, y hasta con el sonido de cada nota.  Los tonos, los sonidos en sí mismos no tienen una condición intrínseca de despertar ciertas intenciones anímicas o placenteras sonoras. El resultado de cualquier juego de las emociones que susciten se deberá a las relaciones que se establezcan gracias a la durabilidad, densidad, repetición, cromatismo, intensidad  y acentuación, elementos  propios del arte de la música.
Nos encontramos que Kant sólo somete al arte de la modulación, de los tonos, llamados por la tradición como “menores” y “mayores”, como la comunicación intrínseca y propia de la obra musical. Lleva la modulación a ser un lenguaje universal, sin darse cuenta que la música que él conoce sólo lo remite al plano del bosquejo territorial europeo. Tal universalidad  modular de las sensaciones sólo es comprensible dentro de las afinidades tradicionales y al espacio cultural donde se originan.
         Por otra parte, si hay diferencias entre sus propuestas musicales kantianas y lo que ha venido a ser la música hoy día, obviando ciertas propuestas contemporáneas, bien se puede estar de acuerdo que la música es un lenguaje de los afectos auditivos y nos comunica así, según la ley de la asociación, las ideas estéticas naturalmente ligadas a ese lenguaje.
De ahí que para ello Kant requiera colocar la idea de forma, característica constitutiva de todo clasicismo artístico, concepto con que se prefigura la comprensión de un juicio estético reflexivo ante el arte de los sonidos que puede, si se quiere, sólo ser visto por la intimidad de efectos anímicos agradables (o no, diríamos hoy) que proporcionar al sustraer toda atención a la forma, es decir, a la combinación de los elementos que suministra la sintaxis de este lenguaje de los afectos para que ellos surjan irrumpiendo en nuestra emoción.
         Kant apunta que las ideas estéticas no son sólo conceptos y pensamientos determinados, pues en la música encontramos que la forma de la composición de las sensaciones que se originan por la combinatoria de la armonía y la melodía, sirve como la fundamentación primordial para la aparición de un lenguaje que ayuda a expresar, por medio de esos elementos de composición, un proporcionado atemperamiento de las emociones.
Y es aquí donde Kant  afirma que este lenguaje de las emociones puede llegar a dosificar matemáticamente a esas emociones, pues la forma musical, junto a la armonía, al tiempo, a la melodía, a los recursos tímbricos y sus reiteraciones y contrastes, desarrollos temáticos, etc., pueden estar sometidos, todos ellos, a un sentido y uso matemático, descansando, ciertas reglas, dentro de un orden de relaciones numéricas. En el caso de Kant estas relaciones las deja al espacio temporal de las vibraciones del aire donde simultáneamente y sucesivamente se unen en un espectro sonoro.
         Pero a diferencia del uso matemático que podemos encontrar, por ejemplo,  en el serialismo schoenbergiano del siglo pasado, Kant comprende que las matemáticas no tienen ellas únicamente la parte mayor para la constitución del atractivo y la emoción del ánimo que suscita la música.  En música no se puede prescindir del modo del ars combinatoria para producir las emociones requeridas y plasmadas de una manera plástica y sonora dentro de una obra.
El recurso de las relaciones numéricas en la música puede observarse como una condición indispensable respecto a la proporción de las impresiones dadas por una obra; relaciones numéricas, consonantes dirá Kant, que por sus enlaces y  por sus cambios, es comprensible el flujo de emociones que se nos ocasionan y que no pueden destruirse por su condición inestable y temporal en su emisión sonora, sino que este flujo sonoro se concuerda en vistas a un movimiento que las vivifique continuamente gracias a las alteraciones anímicas que a través de los efectos consonantes sentidos por este tejido matemático implícito en la música.      
         La estética de Kant nos lleva a cómo comprender que la música puede llegar a ser un arte de meras sensaciones como evocadora de juicios estéticos;  música entendida como obra de arte que incita a la facultad reflexiva  a  transitar a través de la música o el arte de los sonidos en tanto disciplina retórica o poética, bajo la intimidad de una afección que puede llevar a un quiebre de la libertad urbana o al deleite que conduce a una reconstitución de nuestra salud corporal y moral. Así lo sería para Arnold Schöenberg cuando nos dice que: "Nunca fui capaz de expresar mis sentimientos o emociones en palabras. No sé si esta es la causa por qué lo hice en la música y en la pintura. O viceversa, usar la música y la pintura para renunciar a decir algo con palabras".




Entre la virtud y la fortuna, el poder

María Eugenia Cisneros Araujo*




…Maquiavelo escribía El príncipe por la noche, después de haber estado confundido con los obreros durante el día…

…-¿No puedo hacerme periodista para vender mi tomo de poesías y mi novela, y abandonar en seguida el periodismo?
-Sólo Maquiavelo obraría así
Ilusiones perdidas
Honoré de Balzac

                      
Claude Lefort en su libro Maquiavelo. Lecturas de lo político[1], explica que existen dos interpretaciones sobre la obra El Príncipe, una negativa, generada por la iglesia, donde predomina la idea que el tirano es un opresor, no obedece a los deberes religiosos, no reconoce la libertad para los súbditos, utiliza la violencia y la astucia, es de naturaleza malvada, usurera, utilitario, estratega. Refiere a un poder que se instituye a expensas de la riqueza, la libertad y la moral. Estos comentarios le atribuyen al pensador florentino las etiquetas de maestro de tiranos, profeta del Estado fascista y de la razón de Estado.
Para el filósofo francés, la exégesis negativa asume la noción de poder del príncipe: 1) Por encima de la sociedad y desvinculado de ésta; 2) Al príncipe separado de los hombres que se encuentran a su merced; 3) Muestra una unidad virtual en la figura del príncipe entre el poder y la sociedad; y, 4) Exhibe una disolución del vínculo que une el poder con la totalidad de la existencia humana y, en esta división se pierde la sustancia de la sociedad y el hombre. Esto fomenta una explicación que enmascara el principio de la división consustancial a toda sociedad, el hecho que el estatuto de la política y del sujeto está estrechamente unido.
La  visión positiva sostiene que la política maquiavélica: 1) Representa al hombre contra el hombre en la sociedad lo que revela el vínculo que existe entre la política y la historia; 2) Define el principio de la acción política; 3) Ofrece la noción de una moralidad concreta que se instituye por el juego de las acciones particulares como resultado de la política. Para dar fuerza a estos argumentos, Lefort se apoya en Baruch Spinoza y la interpretación democrática que hace del Príncipe en su obra Tratado de la política. Allí, según Lefort, el filósofo judío señala que: A.1) Maquiavelo destaca el lazo entre la teoría de un Estado fundado sobre la libertad y la potencia del pueblo;  A.2) Toda masa libre no debe confiar su salvación a un sólo hombre; A.3) Existe un doble lenguaje que consiste en una enseñanza secreta que se disimularía bajo la intención clara de servir a los príncipes. B) La tesis de Giovvanni Gentile que afirma que Maquiavelo no instruye al tirano, por el contrario, lo expone al desnudo a la mirada del pueblo haciendo pública sus acciones secretas. C) Las ideas de Johann Gottlieb  Fichte luego de leer El Príncipe, en donde se destaca que Maquiavelo se refiere al conocimiento de las relaciones de fuerza que están en el fundamento de la vida política, lo que permite ahorrarse la violencia y evitar que se desencadenen las guerras. Son los errores de los soberanos los que engendran la mayor parte de los conflictos. D) Agrega que Fichte y Georg Wilhelm Friedrich Hegel descubren leyendo a Maquiavelo la exigencia de descifrar en la historia, en lo visible, en las conductas de hecho de los actores políticos, en las determinaciones particulares y aparentes del conflicto que se juega en el interior de cada Estado y entre los Estados los signos de la constitución del sentido de una lógica universal.
Para Lefort en El Príncipe, Maquiavelo establece la fundación del Estado vinculado con el descubrimiento de la verdad efectiva; se instaura una relación nueva con la política que se distancia de los clásicos y las concepciones cristianas; conduce la política a los siguientes temas: el concepto del poder, la separación del Estado y la sociedad, la división y deseos de clases.  El filósofo francés sostiene que  en la obra Discursos sobre la primera década de Tito Livio se encuentra la verdadera enseñanza de Maquiavelo. En la mencionada obra maquiaveliana, se aprueba las insurrecciones del pueblo y el regicidio; elabora el modelo republicano; critica a la tiranía y sirve a la causa de la libertad.
Lefort rescatando el enfoque positivo, persigue presentar a Maquiavelo como: precursor de la filosofía de la praxis; teórico de la clase dominada que enseña las condiciones de la emancipación; fundador del realismo científico en su sentido revolucionario. Asimismo, busca descubrir en la obra del florentino la dimensión imaginaria del campo de la representación que asume como un espacio de cultura, lo cual permite identificar la función que desempeñan los procesos, aquellos acontecimientos que no terminan de poner en cuestión la relación del pensamiento político con la sociedad política. Igualmente, pretende desenmascarar el mito de la división del poder y la sociedad para demostrar que tal separación no existe.
Siguiendo la línea de interpretación de Lefort sobre el pensamiento de Maquiavelo, me propongo mostrar que uno de los temas de los que se ocupa Maquiavelo consiste en las incertidumbres que acompañan al ejercicio del poder[2].
En reiteradas ocasiones, Maquiavelo afirma que el príncipe debe evitar el odio del pueblo y valerse de todos los medios para mantener el favor del vulgo[3]. El diplomático florentino, incorpora en la política las vicisitudes entre la obediencia y la desobediencia. Los hechos que rodean esta relación se manifiestan en la experiencia en la vinculación que se despliega entre la persona que tiene el dominio y el resto de los dominados, la obediencia del pueblo es la principal fuente que sostiene al poder. La desobediencia es la vital arma para que se derrumbe el poder. Por esta razón, existe una preocupación latente en la obra El Príncipe: las incertezas que acompañan al ejercicio del poder.
La naturaleza del poder la examina Maquiavelo como un individuo que forma parte del pueblo[4]. Esto significa que el análisis de los elementos constituyentes que conforman la práctica del poder es realizado desde quien padece los efectos del dominio y no quiere ser mandado ni oprimido[5].
Maquiavelo tiene presente que el poder implica una relación de predominio que ejerce el príncipe sobre los hombres, este lazo tiene dos modalidades: 1) Hombres acostumbrados a vivir bajo el mando de un príncipe; y, 2) Hombres habituados a ser libres aún cuando esté presente la figura de un príncipe en el mando. Entonces, las características que conforman la práctica del poder dependen del ámbito dónde se despliegue el vínculo entre quien manda y aquellos que son mandados. La forma de poder se manifestará dependiendo del enlace que se constituye entre el príncipe y el pueblo y, en su modo de institución intervendrá la fortuna, la virtud y la prudencia. En El Príncipe a Maquiavelo le interesa elucidar sobre la actividad del poder en los principados hereditarios, mixtos y nuevos, la práctica del poder produce una forma institucional que se labra en la experiencia a partir del encuentro entre la obediencia y la desobediencia.
En los principados hereditarios la imposición del poder por parte del príncipe se presenta sin dificultad, puesto que los hombres están amoldados a obedecer a quien esté en el mando y lo que tiene que hacer el príncipe es mantener la institución que ya ha sido establecida. Los principados mixtos le exigen al príncipe habilidad para enfrentar las dificultades, se trata de la anexión de un Estado diferente a un Estado anterior. Los problemas se originan en el Estado que se añade porque allí se instaura una nueva relación de poder entre el príncipe y los súbditos.
...Digo, por tanto, que estos Estados que al adquirirlos se añaden a un Estado antiguo del que los adquiere, o son del mismo país y de la misma lengua o no lo son. En el primer caso es muy fácil conservarlos, sobre todo si no tienen la costumbre de vivir libres: para poseerlos con toda seguridad basta con haber extinguido el linaje del príncipe anterior, pues en todo lo demás, al no haber diferencia de costumbres, los hombres viven tranquilos si se les mantiene en las viejas formas de vida [...] las dificultades aparecen cuando se adquieren Estados en un país de lengua, costumbres e instituciones diferentes. En este caso es necesario tener gran fortuna y mucha habilidad para conservarlos. Uno de los remedios mayores y más eficaces sería que quien los adquiere pasara a residir allí; esto haría más segura y más duradera su posesión [...] pues estando allí se ven nacer los desórdenes y se les puede buscar remedio rápido...[6]

Dominar a un pueblo es fácil si los individuos que lo conforman no tienen el hábito de vivir en libertad, basta con mantener a los súbditos en sus costumbres, valores, maneras de vida, proveerlos de seguridad y tranquilidad. Los problemas se presentan en aquellos ámbitos donde las costumbres, instituciones, lenguaje son diferentes y los individuos tienen la tradición de vivir en libertad, en tales predios se puede presentar desórdenes. Tales circunstancias ameritan que el príncipe resida en su nueva adquisición, ello le facilitaría controlar cualquier tipo de irregularidad que surgiera. También, el príncipe puede optar por mantener el nuevo territorio como una colonia y dispersar a los súbditos para evitar cualquier turbación[7], todo ello con el fin de lograr la obediencia del nuevo pueblo.
Claramente, Maquiavelo tiene presente que la principal causa de incertidumbre en el ejercicio del poder lo constituye la práctica de la libertad que se traduce en la desobediencia al príncipe. Las dificultades surgen en el modo en el que se configura la articulación entre  el poder y la libertad, por esta razón “a los hombres se les ha de mimar o aplastar”[8]. Así se conserva y se mantiene la obediencia al poder pero no se extingue su sombra: la desobediencia. Al príncipe se le exige habilidad, templanza, prudencia para tomar las decisiones apropiadas ante las circunstancias que se le presenta, buscar aliados, defenderlos, darle seguridad, conseguir apoyo, minimizar el poder de sus enemigos, no engrandecer en demasía a sus amigos. Un error político del príncipe pudiera costarle que sus aliados y amigos se pasaran al bando de sus enemigos y la pérdida del poder.
Las incertidumbres del poder: la práctica de la libertad por los individuos, la desobediencia al príncipe y los errores que comete el príncipe en sus acciones y decisiones sobre las cuestiones de Estado, pueden acarrear el odio del pueblo: “…quien propicia el poder de otro, labra su propia ruina, puesto que dicho poder lo construye o con la astucia o con la fuerza y tanto la una como la otra resultan sospechosas al que ha llegado a ser poderoso”[9]. La certeza del poder: la obediencia de los súbditos, las decisiones y acciones acertadas tomadas por el príncipe, la seguridad del apoyo de sus aliados y el favor del pueblo: “…los principados […] se encuentran gobernados de dos maneras distintas: o por un príncipe y algunos siervos que, convertidos en ministros por gracia y concesión suya, le ayudan en el gobierno del reino; o por un príncipe y por nobles, los cuales poseen dicho grado no por la gracia del señor, sino por herencia familiar…”[10]
Quien ejerce el poder para conservarlo y mantenerlo requiere del apoyo y obediencia de aliados incondicionales. Para ello, debe otorgar a su grupo de amigos privilegios lo que garantizará su lealtad, de esta manera, la consolidación del poder viene dada por el vínculo entre el príncipe y sus súbditos; la unidad entre el príncipe y sus socios, ambas situaciones fundamentadas en la opresión. La forma de poder que se expresa como tiranía tiene como mayor enemigo la insurrección, rebelión, desobediencia, el deseo de libertad, el descontento de ciertos aliados: “…Y quien pasa a ser señor de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destruye, que espere ser destruido por ella, pues en la rebelión siempre encontrará refugio y justificación en el nombre de la libertad y en sus antiguas instituciones, cosas que jamás se olvidan a pesar del paso del tiempo y de la generosidad del nuevo señor”[11].
Por tal razón, la principal fuente de mantenimiento y conservación del poder radica en instituir la sumisión, fortaleciendo por cualquier medio la obediencia de los súbditos, de los amigos, de la fuerza militar, dividiendo, disgregando y dispersando a los individuos[12]. El príncipe necesita de un equipo para consolidar su poder, armar su grupo depende de su prudencia. Entre sus amigos tiene que rodearse de los mejores y distanciarse de los aduladores, en su elección muestra lo acertado o no de su tino. Debe seleccionar individuos “sensatos y otorgando solamente a ellos la libertad de decirle la verdad, y únicamente en aquellas cosas de las que les pregunta y no de ninguna otra […] debe preguntarles de cualquier cosa y escuchar sus opiniones, pero después decidir por sí mismo y a su manera”[13].
En cuanto a los principados completamente nuevos es fundamental la experiencia, porque “un hombre prudente debe discurrir siempre por vías trazadas por los grandes hombres e imitar a aquellos que han sobresalido extraordinariamente por encima de los demás, con el fin de que, aunque no se alcance su virtud, algo nos quede de su aroma…”[14]. Los principados completamente nuevos le exigen al príncipe que la actividad del poder esté determinada por la experiencia, prudencia, virtud y fortuna para dar frente a las dificultades que se derivan de lo desconocido.
La configuración del modo de poder entre el príncipe y los súbditos se creará en la dinámica social particular de ese Estado, se trata de forjar acciones e instituciones entre el príncipe y el pueblo. Esta fabricación dependerá de la oportunidad que se le presente al príncipe para mostrar a plenitud su virtud en el juego que implica el dominio. Es decir, la conservación y mantenimiento del poder dependerá exclusivamente de las hazañas y maniobras de las que sea capaz de realizar el príncipe ante aquellos acontecimientos que no dependen de su voluntad. Se plantea un escenario donde los atributos de la personalidad del príncipe junto con las circunstancias que emergen del entorno determinarán el ejercicio del poder y la obediencia del pueblo. El encuentro entre la virtud y la fortuna solventarán las dificultades que se originan por la incorporación de nuevas instituciones para fundamentar el Estado y su seguridad, se necesita tanto de la virtud como de la fortuna, porque si el príncipe llega al poder sólo por la fortuna y una vez allí no sabe mandar ante la primera adversidad, se derrumba.
Irrumpir en lo establecido implica ganarte de enemigos a aquellos que eran beneficiados por el orden establecido y, tener de aliados a quienes defienden la nueva institución porque le es provechosa, mover los cimientos hace visible lo desconocido y con ello el miedo. El príncipe se encuentra entre dos grupos: los que rechazan los cambios y los que sí los apoyan. Tal contexto representa un peligro para el príncipe y para el pueblo, puesto que la estructuración de la constitución del poder como Estado dependerá del tipo de vinculación que se establezca entre el príncipe y el pueblo. En este caso, generalmente el príncipe se vale de sus propios atributos personales (experiencia, prudencia, habilidad, templanza) y de la fuerza. Mediante la represión obliga a los que rechazan las transformaciones a aceptarlas. En otras palabras, persigue el convencimiento y la obediencia al poder mediante la represión[15]. El príncipe tiene que
…asegurarse frente a los enemigos, ganarse amigos, vencer con la fuerza o con el engaño, hacerse amar y temer por los pueblos, seguir y respetar por los soldados, destruir a quienes te pueden o deben hacer daño, renovar con nuevos modos el viejo orden de cosas, ser severo y apreciado, magnánimo y liberal, disolver la milicia infiel, crear otra nueva, conservar la amistad de reyes y príncipes de forma que te recompensen con cortesía solícita…[16]

Del encuentro entre la virtud y la fortuna pudiera suceder que el príncipe utilice sus atributos personales en forma despreciable para obtener el poder,[17] o se valga de su prudencia, experiencia, habilidad para alcanzar el poder mediante el apoyo del pueblo. Esto último, Maquiavelo lo denomina principado civil y se caracteriza porque “se encuentran estos dos tipos de humores: por un lado, el pueblo no desea ser dominado ni oprimido por los grandes y por otro los grandes desean dominar y oprimir al pueblo; de estos dos contrapuestos apetitos nace en la ciudad uno de los tres efectos siguientes: o el principado, o la libertad o el libertinaje”[18]. En este tipo de principado, concurren dos condiciones contrarias que permanecen en tensión. Unos que tienen apetito de oprimir y otros que tienen deseo de libertad, este equilibrio de opuestos será lo que instituya el ejercicio del poder que puede ser la tiranía o la república.
Los que ambicionan mandar, buscarán hacerlo, si tienen la oportunidad, convirtiendo en príncipe a algún particular que forma parte del pueblo. En este caso, los grandes tendrán el dominio escudados por el individuo que convirtieron en príncipe. Por el contrario, el pueblo instituye príncipe a uno de los grandes para que con su autoridad los defienda de aquellos que desean oprimirlo. En principio, pareciera contradictorio porque los poderosos buscan al pueblo para obtener el poder y el pueblo busca convertir a los superiores en príncipes para que con la autoridad de su investidura impida que se les oprima. La respuesta de Maquiavelo a la aparente contradicción la centra en la siguiente frase: el favor del pueblo. El particular que se convierte en príncipe con el apoyo del pueblo se mantiene en el poder con facilidad porque: 1) la mayoría desea obedecerle; y, 2) el ejercicio del poder está en función de evitar la servidumbre del pueblo. En cambio, el particular que es convertido en príncipe por los poderosos tendrá dificultades para permanecer en el poder por las siguientes causas: 1) los grandes no están dispuesto a obedecerle; y, 2) la práctica del poder tiene como fin oprimir a los individuos valiéndose de un particular proveniente del pueblo. En ambos casos, destaca el peso que el político florentino le da al favor popular. La certeza que plantea Maquiavelo es que la auténtica fuente de la manutención y conservación del poder depende del apoyo del pueblo a la preservación de la forma instituida del poder que se esté desarrollando. Esta concesión popular contiene en sí misma su propia incertidumbre: el rechazo del pueblo a la forma de dominio que se esté  desplegando. Por ello, el límite a las acciones y decisiones del príncipe en la actividad del poder reside en conservar sólidamente el respaldo del pueblo. Esto es lo que me permite afirmar que la tesis de Maquiavelo en su libro El Príncipe consiste en lo siguiente: La certidumbre del poder depende de su propia incertidumbre.
Entre el pueblo y los poderosos, Maquiavelo sugiere que el príncipe debe conservar al pueblo de amigo y tener reservas respecto a los poderosos. Si los grandes deciden respaldar al príncipe, él debe convertirlos en aliados otorgándole privilegios. Si por el contrario, no lo apoyan por adolecer de una ambición desmedida, entonces el príncipe debe tratarlos como sus enemigos. “...es necesario al príncipe tener al pueblo de su lado. De lo contrario no tendrá remedio alguno en la adversidad”[19]. Para asegurarse en el poder el príncipe tiene que mantener el favor del pueblo, para ello, debe construir cimientos de roble que le garanticen su obediencia incondicionalmente. Para el diplomático florentino los principales fundamentos de los principados hereditarios, mixtos y nuevos “consisten en las buenas leyes y las buenas armas”[20].
La fuente del poder es la obediencia y la estructura que sostiene al manantial es la vinculación entre la ley y las armas. En otras palabras, el Estado se reserva el ejercicio de la violencia legítima. El eidos del poder se organiza jurídicamente. Ciertamente lo que se legitima y se legaliza es el uso de la fuerza por el Estado: “...no puede haber buenas leyes donde no hay buenas armas y donde hay buenas armas siempre hay buenas leyes”[21]. Las armas evocan violencia, imposición, constricción, miedo, temor, control, amenaza, defensa, ataque. Todo este significado que le da contenido a la fuerza a nivel simbólico debe ser generado por el propio Estado y no debe tomarse prestado de territorios extranjeros. El Estado tiene que disponer de sus propias tropas si quiere afianzar su poder, esto, reclama del jefe de Estado  perfeccionar su habilidad en el arte de la guerra: “El príncipe que carece de esta habilidad, carece del primer requisito que ha de cumplir un jefe militar, porque esa habilidad enseña a encontrar al enemigo, acampar en los lugares apropiados, conducir el ejército, disponer el orden de batalla y asediar las ciudades con ventaja tuya”[22]. También le sirve para obligar al pueblo a obedecer.
De esta manera, el Estado como institución se conforma por la organización jurídica del poder que está determinada por el tipo de vinculación que se desarrolla entre el príncipe y el pueblo. El fundamento de tal sistema descansa en la obediencia del pueblo, la lealtad de los aliados y amigos, el uso legítimo de la fuerza que deriva de la creación del propio cuerpo militar, policial, de seguridad conformado por los particulares que viven en ese Estado. Los principados que buscan conservar el poder tienen que armar y organizar sus tropas: “…sin armas propias, ningún principado se encuentra seguro, antes bien: se halla totalmente a merced de la fortuna, al no tener virtud que lo defienda en la adversidad […] Y las armas propias son aquellas que están formadas o por súbditos, o por ciudadanos, o por siervos y clientes tuyos. Todas las demás son o mercenarios o auxiliares…”[23]
El poder, la ley, la fuerza se manifiesta en la experiencia, responden a circunstancias relativas, subjetivas, producto de las acciones humanas. Una organización social de este tipo determina el comportamiento del príncipe, sus acciones están estipuladas por las circunstancias que se generen de la propia dinámica de la práctica del poder: “…un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad”[24]. Es decir, la necesidad de conservar el poder regula los actos del príncipe. Esto significa, que el príncipe: “…no se preocupe de caer en la fama de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podrá salvar su Estado, porque si se considera todo como es debido se encontrará alguna cosa que parecerá virtud, pero si se la sigue traería consigo su ruina, y alguna otra que parecerá vicio y si se la sigue garantiza la seguridad y el bienestar suyo”[25]. Es aquí donde Maquiavelo separa el ámbito ético-moral del político, el ejercicio del poder está determinado por la necesidad de mantener el Estado como institución que legitima la violencia. Eso es un asunto meramente político y no moral, por eso, algunas veces las acciones de los príncipes estarán encausadas por la necesidad de mantener el poder y su comportamiento vicioso está justificado por razones políticas pero no éticas. En palabras de Honoré de Balzac: “…Todo se excusa y se justifica, en una época en que la virtud se ha convertido en vicio, y el vicio en virtud…”[26].
Al respecto, explica Cappelletti[27] que Maquiavelo es quien dice que la política consiste en el arte de conquistar, conservar y acrecentar el poder del Estado, este método es ajeno a la ética. Por consiguiente, el príncipe como encarnación del Estado está exento de toda moral. El príncipe solamente se debe ocupar de asegurar la conquista y posesión del poder. Para el mencionado autor, lo que caracteriza al príncipe, según el diplomático florentino, es su disposición natural y permanente para obrar in-moralmente[28]. Lo que concierne a la política es la fuerza, el poder del Estado y su personificación en la figura del príncipe, lo que pone en evidencia Maquiavelo es que por encima de la ética y de la moral, está la política, por ello, su naturaleza es in-moral. Así se tiene que la política se caracteriza por lo siguiente: 1) Se encuentra en un plano diferente a la moral; 2) Se opone a la moral como arte de lo in-moral; y, 3) Se considera superior a la moral. Ello es así, porque la política se manifiesta en la experiencia, en la vida social y no en la teoría, la abstracción, el puro pensamiento. “…la política es, para Maquiavelo, un cuerpo de reglas para el gobierno…”[29] y el Estado  una entidad in-moral. Cappelletti afirma que el diplomático florentino describe la forma política del Estado moderno, la cual se manifiesta como el monopolio de la fuerza militar y de la coacción física.
Comparto la interpretación de Cappelletti en cuanto que Maquiavelo separa la esfera política de la ética, enuncia que en el juego del poder la moral queda al margen. Lo que queda fuera es la moral cristiana-metafísica y la idea clásica aristotélica que concibe la política como un sistema ético[30]. Pero, deja el campo abierto para preguntarse y reflexionar sobre ¿cómo es, en qué consiste y qué caracteriza la ética y moral que se está generando en el Estado moderno?
En el análisis que desarrolla Lefort sobre Maquiavelo, también destaca la distancia que toma el escritor florentino con respecto a la visión humanista de la antigüedad. A Maquiavelo no le preocupa el deber ser porque no hay ejemplos para regular las instituciones y guiar la acción política. Los clásicos se ocupan de describir que en una República deberían gobernar los mejores o la sabiduría de los legisladores. El criterio de estos es el que establece el orden que reina en la ciudad y en la estabilidad de las instituciones. La virtud constituye la norma de conducta de los individuos que se desarrolla de acuerdo al marco de las instituciones establecidas y en las condiciones del momento. Explica Lefort que Maquiavelo se da cuenta que los modernos son víctima de la ética cristiana que les prohíbe encontrar en este mundo la medida última de su acción. En el mundo moderno aceptan de buen grado la servidumbre y los que mandan son tentados por la tiranía. La virtud es el valor mediante el cual se mantiene al pueblo en la obediencia, pero también reconoce, que los modernos son capaces de descubrir los principios de la política, comprender el sentido de las acciones e instituciones ocultado por la visión clásica.
Según Lefort, Maquiavelo que vive la atmósfera del Renacimiento, le interesa develar la verdad efectiva relacionada con lo político, para eso, encuentra que en la República romana los resortes de la libertad eran eficaces porque no eran producto de un discurso sobre el bien de la ciudad, de la concordia y de ciudadanos eminentes. El escritor florentino observa que Roma se edificó por los acontecimientos; no por una sabia legislación. Estos sucesos se deben a los conflictos que hicieron que la relación entre el senado y la plebe fuese de discordia y oposición. Roma acoge el conflicto e inventa respuestas que mantienen en jaque la amenaza constante de la tiranía. Surgen acciones políticas con sentido porque los deseos de la multitud de evitar la opresión no son dañinos, son deseos de reivindicar la libertad. Deseos consustanciales a los oprimidos que consiste en rechazar la dominación, el deseo desmesurado de reconquistar o proteger la libertad expresa en el ámbito simbólico, su necesidad de ser y no de tener. La ley es producto de la desmedida del deseo de libertad. A Maquiavelo le llama la atención lo que se denomina virtú; una virtud que da al sujeto su mayor fuerza para resistir a las pruebas de la fortuna y para asegurarle el mayor poder de acción, en la virtú  se conjuga el arte y la acción política.
En resumen, para Lefort, Maquiavelo muestra que las instituciones romanas nacen de la improvisación ante los efectos de los eventos. La ventaja de ello, es que los conflictos en una República ponen al descubierto la tensión entre los que desean mandar y oprimir, y los que no desean ser mandados ni oprimidos. La historia de la República romana permite descubrir una relación singular entre las instancias del campo de lo político que aclara su lógica: el orden de la ciudad es indisociable de un estilo de devenir porque los accidentes se ordenan en razón de la lucha de la plebe y el senado. En este contexto, la virtud consiste en prever y forjar instituciones que resistan a la adversidad, esto le permite afirmar a Lefort  que a Maquiavelo lo atrae conocer la verdad de hecho y no la ficción; reabsorbe la moral a la política y la reduce a la técnica; disminuye la virtud y la justicia a efectos de la necesidad y muestra cuales son las condiciones a partir de las cuales los hombres son puestos en la necesidad de conducirse como buenos ciudadanos. Por consiguiente, el arte de lo político consiste en el conocimiento de la necesidad y tal discernimiento permite concebir objetivamente los imperativos que se imponen para la edificación y la conservación de una tiranía; mostrar el conflicto permanente entre el deseo de los que quieren oprimir y el deseo de los que rechazan la opresión; el bien común es producto de la necesidad y las pasiones.
De la lectura de Lefort se deriva que Maquiavelo elucida  sobre cuál es la justa estimación de los medios que utilizan los que desean mandar para obtener el apoyo del pueblo, que le es indispensable para lograr satisfacer su deseo de opresión. También sostiene que sólo donde el conflicto logra manifestarse -donde el pueblo se muestra capaz de resistir a la opresión de los grandes-, se forjan nuevas leyes y la República merece verdaderamente su nombre porque acoge la división, el cambio, las oportunidades que ofrece la acción. El filósofo francés muestra que Maquiavelo busca poner en evidencia el vínculo entre libertad y ley, mostrar que en toda organización social las diferencias devienen de la vida civil y las leyes regulan esas desavenencias. Existe una oposición entre dos formas de gobierno: el gobierno de uno sólo (Príncipe: déspota, tirano) y la República, para Lefort, Maquiavelo sugiere al príncipe inspirarse en el modelo de la República que le puede servir de norma, no en el tiránico.
Estoy de acuerdo con la visión de Lefort, Maquiavelo analiza la realidad efectiva social y ubica allí lo político. El poder es social y lo social crea sus formas de poder, por ser social, la fuente del poder, del Estado, de las leyes, de las armas se deriva de las acciones de los individuos, específicamente de sus conflictos. El principal desacuerdo que Maquiavelo destaca consiste en la dinámica que se despliega entre aquellos poderosos que desean mandar y oprimir y el pueblo que no quiere ser mandado y oprimido. En una primera lectura de su obra se puede creer que Maquiavelo sólo le preocupa el Estado, el poder, la fuerza, las armas, reiteradas lecturas de la obra agregan elementos a este inicial acercamiento. Se constata que la preocupación de Maquiavelo es evidenciar que la fuente del poder es la obediencia y por esta razón su riesgo es la desobediencia. El diplomático florentino es reiterativo en afirmar que el príncipe debe evitar ser odiado por el pueblo, la cuestión de la política radica en la tensión entre el poder y la libertad y los conflictos que se generan de su praxis social.
El príncipe debe saber hacer uso de las leyes y la fuerza dependiendo de la necesidad de conservar el poder y mantener el apoyo del pueblo: “…existen dos formas de combatir: la una con las leyes, la otra con la fuerza […] como la primera muchas veces no basta, conviene recurrir a la segunda…[31]. El diplomático florentino pone en evidencia que lo político es una esfera que contiene sus propias diatrivas como son: Estado-sociedad, príncipe-pueblo, poder-libertad, obediencia-desobediencia, leyes-fuerza, y cómo estos elementos se organizan y estructuran como una institución legal y legítimamente conformada[32]. El príncipe debe cuidarse de no perder el apoyo del pueblo, si para mantener el favor del pueblo tiene que hacer uso de los vicios, pues, procede en función de ellos porque así protege la práctica del poder: “…es más sabio ganarse la fama de tacaño, que engendra un reproche sin odio, que por mor de la fama de liberal verse obligado a incurrir en la fama de rapaz, que engendra un reproche al que va unido el odio”[33]. Entre ser tacaño y liberal, es preferible que el príncipe elija ser tacaño, tal defecto lo beneficia porque puede ocuparse de las cuestiones del Estado sin gravar con impuestos onerosos al pueblo. “Debe por tanto un príncipe no preocuparse de la fama de cruel si a cambio mantiene a sus súbditos unidos y leales”[34]. Si la crueldad es lo que le posibilita mantener el poder, entonces debe valerse de ese vicio.
En este mismo contexto, afirma Maquiavelo que el príncipe entre ser amado o temido, es preferible que sea temido, considera que el temor es un apetito que depende del carácter del príncipe y  permanece porque procede del miedo al castigo. En cambio, el amor es una pasión que en cualquier momento desaparece porque depende de la voluntad de los particulares. Lo que debe evitar el príncipe es ser odiado por el pueblo, esto, es lo que explica que el príncipe use todos los medios posibles para impedir que tal sentimiento se manifieste. “…No puede […] un señor prudente -ni debe- guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa”[35]. El príncipe engaña al pueblo para no perder su apoyo, su actuación es la de un gran simulador y disimulador. El príncipe debe parecer un individuo lleno de virtudes aunque sus acciones estén gobernadas por los vicios, se muestra compasivo, moral, probo, cuando sus acciones son contrarias a lo que exhibe.  Detrás de lo público, sus cualidades son la ambición, lo perverso, la mentira y el uso de la fuerza para oprimir al pueblo[36].
…un príncipe -y especialmente un príncipe nuevo- no puede observar todas aquellas cosas por las cuales los hombres son tenidos por buenos, pues a menudo se ve obligado, para conservar su Estado, a actuar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión. Por eso necesita tener un ánimo dispuesto a moverse según lo exigen los vientos y las variaciones de la fortuna […] a no alejarse del bien, si puede, pero a saber entrar en el mal si se ve obligado[37].
Maquiavelo advierte lo siguiente: la obediencia del pueblo, el príncipe la mantiene por las leyes o por la fuerza. Cuando las leyes son insuficientes para salvaguardar el favor del pueblo, entonces, el príncipe recurre a la fuerza. Es decir, sostiene el apoyo del pueblo mediante la represión. En este contexto, el príncipe se muestra íntegro, leal, como un individuo de fe, honesto, protector del pueblo. Bajo la máscara de las supuestas virtudes se manifiesta la auténtica naturaleza: ambición, deseo de oprimir al pueblo, crueldad, uso de la fuerza para quedarse en el poder. La mayoría ve la máscara y no al individuo que la usa, mediante este artificio el príncipe se mantiene en el poder.
…en las acciones […] de los príncipes, donde no hay tribunal al que recurrir, se atiende al fin. Trate…un príncipe de vencer y conservar su Estado, y los medios siempre serán juzgados honrosos y ensalzados por todos, pues el vulgo se deja seducir por las apariencias y por el resultado final de las cosas, y en el mundo no hay más que vulgo…[38]

En la precedente cita, Maquiavelo reafirma que la fuente de conservación del poder radica en la colaboración que le preste el pueblo al príncipe. En otras palabras, el surtidor de legalidad y legitimidad del poder consiste en la obediencia del pueblo al príncipe. Todas las acciones del príncipe deben tener presente conservar este asentimiento.
…un príncipe debe tener poco temor a las conjuras cuando goza del favor del pueblo; pero si éste es enemigo suyo y lo odia, debe temer de cualquier cosa y a todos. Los Estados bien ordenados y los príncipes sabios han buscado con toda su diligencia los medios para no reducir a la desesperación a los nobles y para dar satisfacción al pueblo y tenerlo contento, porque ésta es una de las materias y cuestiones más importantes para un príncipe[39]

Si el príncipe se ve en la necesidad de realizar una acción que le pueda generar el odio del pueblo, tiene que ejecutarla mediante otra persona de su equipo y no él directamente, su mayor cuidado consiste en mantener y conservar el favor del pueblo. Lo que descubre Maquiavelo es que la colaboración del pueblo es lo que efectivamente mantiene el poder, las acciones del príncipe están reguladas por ese apoyo, de allí, la incertidumbre del poder. Cualquier error que cometa el príncipe en sus acciones o decisiones cuya consecuencia sea la pérdida del favor del pueblo es su derrota: “…el odio se conquista tanto mediante las buenas obras como mediante las malas…”[40]. El riesgo reside en que el respaldo que confiere el vulgo es inconsecuente y cambiante, esto se debe a que los individuos se caracterizan por ser:
…ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todo tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida, los hijos […] cuando la necesidad está lejos; pero cuando se te viene encima vuelve la cara. Y aquel príncipe que se ha apoyado enteramente en sus promesas, encontrándose desnudo y desprovisto de otros preparativos, se hunde…[41].

Entonces, el príncipe tiene que utilizar todos los medios posibles para controlar tales inclinaciones ínsitas a la conformación antropológica de los individuos con el fin de mantener y conservar el poder. El favor del pueblo depende de la fortuna. Por consiguiente, le corresponde al príncipe mediante su virtud domar las circunstancias azarosas que rodean a la obediencia del vulgo: “…la mejor fortaleza es no ser odiado por el pueblo, porque por muchas fortalezas que tengas, si el pueblo te odia no te salvarán, ya que jamás faltan a los pueblos, una vez han tomado las armas, extranjeros que le presten ayuda…”[42].
El príncipe también conserva la obediencia de la sociedad aumentando su reputación ante ella, ofreciéndole distracción y prosperidad al pueblo. Por eso, el príncipe se muestra al vulgo como su protector, como muna persona capaz de superar las dificultades y los obstáculos que surjan del transcurrir de la vida. Si las complicaciones no surgen por la fortuna, entonces, el príncipe las inventa con el fin de engrandecer su imagen ante los súbditos, dando ejemplos extraordinarios y emprendiendo grandes empresas[43]. Simultáneamente:
…debe procurar a sus ciudadanos la posibilidad de ejercer tranquilamente sus profesiones, ya sea el comercio, la agricultura o cualquier otra actividad, sin que nadie tema incrementar sus posesiones por miedo a que le sean arrebatadas o abrir un negocio por miedo a los impuestos […] debe incluso tener dispuestas recompensas para el que quiera hacer estas cosas y para todo aquel que piense por el procedimiento que sea engrandecer su ciudad o su Estado […] debe entretener al pueblo en las épocas convenientes del año con fiestas y espectáculos…[44]

En resumen, se puede decir que la obediencia la procura el príncipe mediante las leyes y las armas. Cuando lo consigue por las leyes el apoyo es legal y legítimo, si se vale de la fuerza, la cooperación del vulgo dependerá de las cualidades personales del príncipe y del temor. En este caso, la incertidumbre del poder cobra relevancia porque la conservación del Estado depende de los actos del príncipe y de las pasiones de los súbditos. La aprobación de la mayoría al sostenimiento del poder deviene de la represión. El riesgo consiste en que la base del poder depende de las armas y no de la propia voluntad de los particulares. Por consiguiente, la desobediencia y el odio del pueblo al príncipe constituyen la espada de Damocles del poder.
Para Lefort la preocupación de Maquiavelo se centra en analizar: cómo se establece el poder en una monarquía y en una república; cuáles son las estrategias del poder en una monarquía y en una república, distinguir los tipos de Estado, apreciar el papel que desempeñan los conflictos de clase en su desarrollo, el dominio del poder, los múltiples elementos del campo de la política, la desunión del Estado respecto a la sociedad civil, la división de clase, el deseo de clase en función de la posición política en la que se encuentra el sujeto. Para el filósofo francés, la función del príncipe no es el tema fundamental en el pensamiento de Maquiavelo, el argumento central del pensamiento del diplomático florentino radica en considerar que lo político consiste en los juegos de las fuerzas sociales que se organizan en función del poder, del conflicto que se origina del deseo de los que quieren dominar y el deseo de los que no quieren ser dominados. Surge la ley, la virtud y la libertad que tomarán la forma de un tipo de Estado, Lefort destaca que la ley nace de la desmesura del deseo de libertad vinculado al apetito de los oprimidos quienes buscan una salida a la dominación. El pueblo cuida su libertad impidiendo que otros se la apropien. Para el filósofo francés, la cuestión radica en lo siguiente: Maquiavelo muestra que el deseo de los que quieren dominar no persigue en conservar lo adquirido, por el contrario, son apetitos peligrosos porque se traducen en la posesión de riqueza, prestigio, poder; el temor de perder esos bienes desata en los que quieren dominar los mismos instintos que el deseo de adquirir, pasión que los empuja a querer obtener más. Los que están en posición dominante no les interesa establecer la paz civil, su preocupación se centra en el gozo sin freno de la posesión del poder, del prestigio y la riqueza. Estos deseos se hacen visibles en la sociedad mediante las acciones de los que quieren dominar, porque tienden a trabajar en función de extender todo aquello que significa poder. Esta ramificación del poder despierta el deseo de los que rechazan la opresión. Del conflicto de estos deseos que se encuentran en oposición se origina la ley para limitar la prolongación de la potestad de ejercer dominio y oprimir, con ello, Maquiavelo, deja claro, que la visión clásica no es la apropiada para dar cuenta de lo político. La antigüedad oculta la división de clases mediante la oposición de la naturaleza y la ley; se refieren a la esencia del hombre y de la sociedad, noción totalmente teórica y alejada de la realidad política. La vida política supone el desarrollo de los efectos de la división de los deseos.
Al respecto, dice Lefort, que Maquiavelo demuestra que: el orden de la ciudad requiere la expansión del deseo de los hombres en el doble movimiento en que se opone a sí mismo; la organización no resulta de reprimir los deseos mediante la instancia de la razón. El equilibrio se genera en la puesta en juego de la división y, en este escenario la represión es un efecto secundario de su expresión porque se vuelven equivalentes los deseos, la ley y la libertad. Afirma que Maquiavelo está a favor de un régimen democrático porque deja sentado que una República nace cuando sus fundamentos se arraigan en el deseo de libertad del pueblo. Adquiere su forma en la medida que acepta que la necesidad de dar salida a los conflictos productos de estos deseos le exigen hacer frente a los accidentes, acontecimientos que surgen de la dinámica de la coexistencia de la oposición de los deseos entre los que quieren mandar y los que no quieren obedecer. De aquí que las instancias de lo político se caracterizan porque devienen de las complicaciones que se manifiestan por la lucha de estos deseos y por lo tanto no pueden ser deducidas de la razón y la naturaleza. Lo que identifica a un orden social es mantener el conflicto y no pretender eliminar los deseos. Lo que tiene que hacer es irrumpir en esa dinámica de fuerzas, pasiones mediante la ley que deviene del deseo de la libertad que expresan los oprimidos para poner límites a los sujetos que se encuentran en posición de dominar.
Finalmente, lo que Lefort quiere resaltar de su lectura sobre la obra de Maquiavelo es que con la división social se pone en juego la unidad del cuerpo político y la reivindicación de la libertad implica la transgresión de ese orden de hecho. Igualmente, subraya que Maquiavelo advierte que el régimen republicano o tiránico tienen una misma esencia: conquistar la amistad de su pueblo. En la república los que están en el poder oprimen al pueblo y lo someten a su persona, en cambio el príncipe libera al pueblo y simultáneamente lo somete. Los órdenes sociales adquieren su forma institucional por las condiciones en las que se desarrollan la diferencia de los deseos de clase y las históricas que le son impuestas. En otras palabras, lo que fija el modo específico  de una institución es la relación que el Estado establece con sus súbditos o ciudadanos; y la relación que los súbditos o ciudadanos establecen entre sí, según el grado de igualdad o desigualdad alcanzado. La institución se construye a partir de las respuestas que da a la actividad efectiva social donde se desenvuelven las diferencias, se oponen las fuerzas y los deseos de clase. También sostiene que la política se ubica en una dimensión simbólica de lo social donde el poder es indisociable de su representación y su experiencia. Lo real no es ajeno a la tensión entre el deseo de oprimir y el deseo de no ser oprimido, de esa división nace el poder que instituye lo social como espacio de coexistencia. La función simbólica del poder consiste en hacer visible en el campo de la representación la tensión entre el deseo de oprimir y el deseo de no ser oprimido, la división entre el poder y la sociedad.
Lo simbólico es ese espacio donde reina la incertidumbre, las creaciones y obras individuales y colectivas para construir ese modo de la institución. El sentido del orden social es indeterminado y exige un permanente desciframiento, eso es lo que posibilita que la experiencia cotidiana adquiera distintas maneras institucionales específicas acorde con su tiempo. La esencia de lo político es la libertad y su ejercicio. Lo que implica hacer a los individuos y al colectivo responsable de sí mismos y de la expresión social en un mundo carente de referencias, modelos y guías.
Por último, Lefort evidencia que lo que cambia es la forma como los hombres responden a las cuestiones permanentes que plantean la organización de una ciudad. Uno de esos asuntos consistentes se centra en la división entre el deseo de los que quieren mandar y el deseo de los que no quieren ser mandados. La solución ante estos acontecimientos que brotan de la experiencia social es la que surge del espacio simbólico e imaginario porque en cada época el supuesto remedio deviene de la creación. El enigma de toda institución es tener presente que el deseo de libertad no puede separarse del deseo de opresión, esta necesidad social exige urgentemente la invención de la acción.
Apoyándome en las ideas de Lefort, considero que el tema de Maquiavelo en su obra El Príncipe reside en mostrar que lo político se ocupa de las relaciones que se entretejen a partir del poder. El poder es una potestad social, se construye en la experiencia, en las prácticas que se despliegan entre unos pocos que quieren mandar y oprimir y una mayoría que no desea la sumisión ni ser oprimida. Por tanto, uno de los aspectos centrales de la política es el juego entre la certidumbre y la incertidumbre que acompaña el ejercicio del poder. El equilibrio entre sus certezas y riesgos dependen del justo medio que el príncipe logre establecer mediante sus actos entre la obediencia y la desobediencia en la organización social donde se instituya. Lo que anuncia Maquiavelo es que el peligro del poder es la pérdida del favor del pueblo. El príncipe puede hacer uso de cualquiera de los medios que considere pertinente para no dejar el poder. La negación de la libertad instituye y fortalece el poder como tiranía, la práctica de la libertad limita, controla y regula al poder como república.
Termino el presente ensayo con las siguientes palabras de Honoré De Balzac:
…¿ha estudiado usted los medios por los cuales  los Médicis, simples comerciantes, llegaron a ser grandes duques de Toscana?
…hiciéronse grandes duques, como Richelieu se hizo ministro […] De lo que acabo de tomar al azar de la colección de los hechos verdaderos, resulta esta ley: no vea en los hombres, ni sobre todo, en las mujeres, más que instrumentos; pero no se lo declare. Adore como Dios al que, colocado más alto que usted, pueda serle útil y no le abandone hasta que le haya pagado muy caro su servilismo. En el comercio del mundo, sea áspero y bajo como el judío; haga usted por el poder lo que él hace por el dinero. Además, no se preocupe del hombre caído, como si no hubiera existido. ¿Sabe por qué debe conducirse así? [...] Usted quiere dominar el mundo, ¿verdad? Pues es preciso comenzar por obedecer al mundo y estudiarlo bien. Los sabios estudian los libros; los políticos estudian los hombres, sus intereses, las causas generatrices de sus acciones. Así, el mundo, la sociedad, los hombres tomados en conjunto, son fatalistas; adoran el acontecimiento. ¿Sabe por qué le doy este pequeño curso de historia? Porque le creo lleno de una ambición desmesurada…[45]

Bibliografía
Cappelletti, A. (1994), “La política como in-moralidad en Maquiavelo”, en Estado y poder político en el pensamiento moderno. Mérida, Universidad de Los Andes, Primera edición.

De Balzac, H. (1968). “Ilusiones pérdidas”, en Obras inmortales. Madrid, E.D.A.F., Goya.

Lefort, C. (2007). El arte de escribir y lo político. Barcelona, Herder Editorial S.L.

Lefort, C. (2007). “Maquiavelo y la veritá effetuale”. En El arte de escribir y lo político. Barcelona, Herder Editorial S.L.

Maquiavelo, N. (1982). El Príncipe. Madrid, Alianza Editorial, Segunda Edición.

Randle, M. (1998). Resistencia civil. Barcelona, Paidós, Primera edición.



* Profesor-Investigador adscrita al Instituto de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela. Magister Scientiarium en Filosofía. Mención Filosofía y Ciencias Humanas. Lic. en Estudios Internacionales; Abogado y Lic. en Filosofía. Todas cursadas en la Universidad Central de Venezuela. Correo electrónico: cisnerosmariaeugenia@gmail.com
[1] Lefort, C. (2010). Maquiavelo. Lecturas de lo político. Madrid, Editorial Trotta, pp. 1-582. Y Lefort, C. (2007). “Maquiavelo y la veritá effetuale”. En El arte de escribir y lo político. Barcelona, Herder Editorial S.L., pp. 233-277.
[2] “…Nicolás Maquiavelo (1469-1527), hizo ver la vulnerabilidad de los gobernantes ante el desafío de sus «agentes» y de la población en general durante un fecundo período de transición de los «principados civiles» al despotismo absoluto”. Randle, M. (1998). Resistencia civil. Barcelona, Paidós, Primera edición, p. 43.
[3] “…Maquiavelo advierte que el gobernante «que considera como enemigo suyo al conjunto del público nunca puede sentirse seguro; y que cuanto mayor sea su crueldad, más débil se tornará su régimen» […] da la impresión de que Maquiavelo suponía que la renuencia de esos delegados del poder y del pueblo a obedecer órdenes constituiría el preludio de la conspiración o de una insurrección violenta…” Ibíd, p. 44.
[4] “...para conocer bien la naturaleza de los pueblos es necesario ser príncipe y para conocer bien la de los príncipes es necesario formar parte del pueblo”. Maquiavelo, N. (1982). El Príncipe. Madrid, Alianza Editorial, Segunda Edición, p. 32.
[5] Maquiavelo “Comprometido en un complot contra los Medici, fue arrestado y confinado en San Casciano, donde escribió sus Comentarios a Tito Livio, dedicó el Príncipe a Juliano, hermano del papa León X y murió al poco tiempo de la restauración de la república florentina”. Cappelletti, A. (1994), “La política como in-moralidad en Maquiavelo”, en Estado y poder político en el pensamiento moderno. Mérida, Universidad de Los Andes, Priemera edición, p. 43.
[6] Ibíd., p. 36.
[7] “...en los asuntos de Estado [...] los males que nacen en él se curan pronto si se les reconoce con antelación (lo cual es dado sino a una persona prudente); pero cuando por no haberlos reconocido se les deja crecer de forma que llegan a ser de dominio público, ya no hay remedio posible”. Ibíd., p. 39.
[8] Ibíd., p. 37.
[9] Ibíd., p. 43.
[10] Ídem.
[11] Ibíd., p. 46.
[12] “Cuando […] se adquieren Estados que están acostumbrados a vivir con sus propias leyes y en libertad, el que quiera conservarlos dispone de tres recursos: el primero, destruir dichas ciudades; el segundo, ir a vivir allí personalmente; el tercero, dejarlas vivir con sus leyes, imponiéndoles un tributo e implantando en ellas un gobierno minoritario que te las conserve fieles…” Ídem.
[13] Ibíd., p. 113.
[14] Ibíd., pp. 47 y 48.
[15] “Hierón disolvió el viejo ejército, formó uno nuevo; abandonó las viejas alianzas y contrajo otras nuevas. Como tenía entonces aliados y soldados que eran realmente suyos, estaba en condiciones de edificar sobre tal fundamento cualquier edificio, hasta tal punto que lo que le costó bastante esfuerzo conseguir lo pudo conservar con poco”. Ibíd., p. 51.
[16] Ibíd., p. 57.
[17] “El siciliano Agatocles llegó a rey de Siracusa no sólo a partir de una condición privada, sino incluso ínfima y despreciable […  llegó al principado […] a través de los grados militares, ganados además con mil molestias y peligros. Y alcanzado su objetivo se mantuvo gracias a sus muchas decisiones animosas y arriesgadas […] no es posible llamar virtud a exterminar a sus ciudadanos, traicionar a los amigos, carecer de palabra, de respeto,  de religión. Tales medios pueden hacer conseguir poder, pero no gloria…” Ibíd., pp. 59 y 60.
[18] Ibíd., p. 63.
[19] Ibíd., p. 65.
[20] Ibíd., p. 72.
[21] Ídem.
[22] Ibíd., p. 82.
[23] Ibíd., p. 80
[24] Ibíd., p. 83.
[25] Ibíd., p. 84.
[26] De Balzac, H. (1968). “Ilusiones pérdidas”, en Obras inmortales. Madrid, E.D.A.F., Goya, p. 615.
[27] Cappelletti, A. (1994). “La política como in-moralidad en Maquiavelo”, en Estado y poder político en el pensamiento moderno, pp. 37-49.
[28] “Para Maquiavelo la razón suprema no es sino la razón de Estado. El Estado (que identifica con el príncipe o gobernante) constituye un fin último, un fin en sí, no sólo independiente sino también opuesto al orden moral y a los valores éticos, y situado, de hecho, por encima de ellos, como instancia absoluta…”. Ibíd., p. 39.
[29] Ibíd., p. 40.
[30] “…siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son…” Maquiavelo N. (1982). El Príncipe, p. 83.
[31] Ibid., p. 90.
[32] “…de la parte del príncipe está la autoridad del principado, las leyes, el apoyo de los amigos y del Estado que actúan en su defensa […] el favor popular…”. Ibíd., p. 95.
[33] Ibíd., p. 87.
[34] Ídem.
[35] Ibíd., p. 91.
[36] “…parecer clemente, leal, humano, íntegro, devoto, y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de tal manera que si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la cualidad contraria…” Ibíd., p. 92.
[37] Ídem.
[38] Ídem.
[39] Ibíd., pp. 95 y 96.
[40] Ibíd., p. 98.
[41] Ibíd., p. 88.
[42] Ibíd., p. 107.
[43] “…un príncipe debe ingeniárselas, por encima de todas las cosas, para que cada una de sus acciones le proporciones fama de hombre grande y de ingenio excelente”. Ibíd., p. 109.
[44] Ibíd., p. 111.
[45] De Balzac, H. (1968). “Ilusiones pérdidas”, en Obras inmortales, p. 799.