sábado, 1 de febrero de 2014

La inducción: análisis 
de un pseudoproblema

Carlos Blank






Introducción

El escepticismo no es irrefutable, sino claramente sin sentido si                            pretende dudar allí en donde no se puede plantear una pregunta.  Pues la duda solo puede existir cuando hay una pregunta; una pregunta solo cuando hay una respuesta, y ésta únicamente cuando se puede decir algo.
                                                                   Ludwig Wittgenstein

Seguramente Hume cuando planteaba una serie de dificultades en torno a la justificación racional de la inducción no creía estar haciendo un mero malabarismo terminológico o ejercicio retórico. Debía estar muy lejos de su ánimo el caer en un mero juego dialéctico o sofístico. Por el contario, al plantear dichas objeciones y replicas creía estar apuntando a un problema real y no meramente verbal. Sin embrago, para algunos autores no existe un problema real de la inducción, sino que dicho problema obedece a una mera confusión conceptual, a un manejo o a un uso equívoco y ambiguo de los términos en juego. Esta posición tiene su origen en Wittengstein  y, a través de él, pasa a  autores como P.F.Strawson, Paul Edwards, Stephen F. Barker, F.L.Will y Antony Flew. Para todos estos autores, que podríamos agrupar dentro de una de las corrientes del pensamiento filosófico moderno más influyentes, la corriente analítica, el problema que Hume planteara en torno a la inducción no consiste en ningún problema genuino y auténtico, que puede ser resuelto de alguna forma satisfactoria, sino que constituye un pseudoproblema que debe ser disuelto y puesto al descubierto. El hecho de que hasta el momento no se haya podido dar una respuesta definitivamente satisfactoria a los planteamientos escépticos de Hume redunda a favor de esta tesis sostenida por los análisis lógicos del lenguaje. El que no se pueda dar una respuesta adecuada al problema de justificar la inducción es una señal inconfundible de que no estamos en presencia de ningún problema real y  genuino, puesto que solo puede haber un auténtico problema allí donde se pueda encontrar también una respuesta acertada.
De todas maneras, el afirmar que los enunciados y las objeciones de Hume en relación a la inducción carecen de genuina y auténtica problematicidad, no implica que sean puramente triviales y ociosos. Como tampoco es trivial ni ocioso el entrar a analizar dichos pseudoproblemas, pues la filosofía consiste, para aquellos, en un actividad: la de realizar un análisis de lenguaje que permita distinguir entre enunciados con sentido de aquellos que carecen  de él, que  discrimine entre enunciados significativos y pseudoenunciados, que son, éstos últimos, los que dan origen a toda clase de pseudoproblemas. La labor de la filosofía es entendida como una especie de terapia analítica, cuya finalidad consiste en resguardar al lenguaje de la aparición de expresiones espurias o malformaciones lingüísticas, como una labor de eugenesia del lenguaje. Según esto, no existe un universo lingüístico que sea propio y exclusivamente filosófico. El problema de la filosofía se reduce a desenmascarar todos aquellos pseudoproblemas que ella misma ha generado las más de las veces.

El verdadero método de la filosofía sería propiamente éste: no decir nada, sino aquello que se puede decir; es decir, las proposiciones de la ciencia natural –algo,  pues, que no tiene nada que ver con la filosofía-; y siempre que alguien quisiera decir algo de carácter metafísico, demostrarle que no ha dado significado a ciertos signos en sus proposiciones. Este método dejaría descontento a los demás, pues no tendrían el sentimiento de que les estamos enseñando filosofía, pero sería el único estrictamente correcto. (T. 6.53)

En lugar de considerar a la inducción como un problema que debe ser resuelto, la corriente analítica de inspiración witgensteiniana lo ve como un problema que debe ser disuelto, como una confusión conceptual que debe ser despejada. Lo cual no implica para nada una consideración  del problema como trivial o una subestimación de los  meritos que hay en los planteamientos del gran escocés. Todo lo contrario.

Uno puede considerar que el problema de la inducción es una confusión conceptual y, sin embargo, considerarla una confusión profunda e importante. No hay nada superficial o trivial en el problema tal como aparece en el pensamiento de Hume, y es un mérito de Hume haber tenido la penetración intelectual sin la cual no podría haber incurrido en sus dificultades conceptuales acerca de la inducción. No estamos denigrando necesariamente una realidad del filósofo cuando decimos que fue víctima de una confusión conceptual. Y no estamos perdiendo necesariamente el tiempo cuando dedicamos nuestro tiempo al estudio prolongado para desenmarañar pseudoproblemas. (Barker, 1976: 78)






Posición de Hume en torno al razonamiento inductivo

Hume realizaba el inventario de los objetos de la razón e investigación humanas agrupándolas en dos clases exhaustivas y excluyentes, a saber: las relaciones de las ideas y las cuestiones de hecho. A la esfera de las relaciones de ideas pertenecen todos los razonamientos demostrativos de la matemática y la lógica, en los cuales la conclusión preserva siempre la verdad de las premisas iniciales. Dicho de otra manera, no podemos afirmar la verdad de las premisas y negar la verdad de la conclusión sin incurrir en una contradicción lógica o formal.
A la otra esfera, a la esfera de las cuestiones de hecho, pertenecen todos aquellos razonamientos que Hume denomina morales. Todo razonamiento moral, es decir, que vaya referido a cuestiones de hecho o existenciales será siempre no demostrativo. En estos razonamientos no se preserva la verdad de las premisas al pasar de éstas a la conclusión. La razón de todo ello es muy simple, en la conclusión de un razonamiento moral se afirma algo más de lo que estaba previamente contenido o incluido en las premisas, mientras que en los razonamientos demostrativos la conclusión no hace sino afirmar de manera explícita la verdad implícita de las premisas. En estos últimos no se produce ninguna ampliación o extensión de nuestro conocimiento, mientras que en aquellos primeros  sí se produce una ampliación o extensión de nuestro conocimiento de partida. Es precisamente por esta ampliación que no se preserva la verdad de las premisas, por lo que podemos muy bien afirmar al mismo tiempo la falsedad de la conclusión sin  incurrir por ello en una contradicción formal o lógica. La negación de una conclusión realizada sobre las bases de cuestiones de hecho es perfectamente posible, es clara y distintamente concebible, por lo que no entraña ninguna contradicción en sí misma.
En el caso de los razonamientos demostrativos el principio de no-contradicción constituye un criterio suficiente  para su justificación. No así en el caso de las cuestiones de hecho, donde el principio de no-contradicción pasa a ser una condición necesaria de su verdad, pero nunca suficiente. Hume trata, entonces, de encontrar una fundamentación, una justificación racional a estas cuestiones de hecho o a los razonamientos que se refieren a dichas cuestiones. También denominamos a dichos razonamientos  atinentes a cuestiones de hecho, inferencias inductivas, siguiendo una terminología más actual. Pues bien, dichas inferencias no pueden ser  justificadas de manera a priori o independiente de la experiencia, por no ser el principio formal de no-contradicción una garantía suficiente de su verdad. Por no ser una verdad puramente formal aquella que deben preservar las inferencias inductivas, sino que deben preservar una verdad material que no está contenida en las premisas, no nos basta un principio puramente formal para justificar su racionalidad. En cambio, en los razonamientos demostrativos, dado que solo tratamos de preservar una verdad meramente formal, es suficiente un principio que garantice la coherencia entre las premisas y la conclusión como justificación racional de los mismos.
Pero si, como acabamos de ver, no podemos encontrar una fundamentación a priori de las inferencias inductivas, tendremos que orientar nuestra búsqueda de fundamentación por la otra vía que nos queda, la vía a posteriori. Pero justamente es por este camino por donde Hume nos enfrenta a una serie de dificultades,  aparentemente  insuperables, sintiéndonos atrapados en callejones sin salida o atascados en arenas movedizas en las que cuanto más esfuerzo hacemos por salir de ellas más nos hundimos.
Ya que no podemos establecer una conexión necesaria a priori entre las premisas y la conclusión de un razonamiento inductivo, puesto que está excluida por definición, debemos buscar dicho nexo necesario en la experiencia. Para ello analiza Hume el concepto de causalidad, el cual, en una primera aproximación, pareciera satisfacer esta conexión necesaria entre eventos diferentes de la realidad. Pero si analizamos más de cerca esta idea y la remitimos a su impresión originaria, nos encontramos con que todo lo que podemos inferir de dos acontecimientos, de los cuales afirmamos que el primero es causa del segundo, es una cierta contigüidad espacio-temporal, una prioridad de un evento con relación al otro y, finalmente, una conjunción continúa y repetida. Fuera de estos tres aspectos yo no puedo inferir nada más de dos hechos sucesivos en el tiempo. Por más que yo analice mis impresiones, como en el celebérrimo ejemplo de las bolas de billar, yo nunca podré inferir algo que esté más allá de las características antes mencionadas y concluir acerca de la existencia de una conexión necesaria. Dicha idea de conexión necesaria no puede surgir de la experiencia, pues simplemente va más allá de ella. La causalidad no puede justificar racionalmente las inferencias inductivas, pues, como ellas, también supone un principio de uniformidad de la naturaleza, presupone la semejanza entre pasado y futuro, es decir, “todas nuestras conclusiones experimentales se dan a partir del supuesto de que el futuro será como ha sido el pasado” (Hume, 1980: 58) Este principio de uniformidad de la experiencia sería como la premisa mayor que fundamenta todo razonamiento inductivo. De ser este el caso, afirma Hume, nos encontraríamos frente a una clásica petición de principio, en la que asumimos aquello que debe ser demostrado, pues este principio proviene él mismo de la experiencia, afirma una cuestión de hecho, por lo que mal puede considerarse el fundamento de las afirmaciones de hecho o acerca de la experiencia. Por lo demás, del hecho contingente de que hasta ahora el pasado se haya asemejado al presente no es ninguna garantía de que ello siga pasando así en el futuro más cercano o más remoto. Como señala Hume, “es imposible, por tanto, que cualquier argumento de la experiencia pueda demostrar esta semejanza del pasado con el futuro, puesto que todos los argumentos están fundados sobre la suposición de aquella semejanza.” (Hume, 1980: 60) Afirmar, por otro lado, que toda conclusión referente a cuestiones de hecho es solo probable, no escapa tampoco a esta objeción: pues el que algo se mantenga como probable hasta ahora no es una garantía de que se mantenga así en el futuro.
En fin, dado que ni por medio de la razón ni por medio de la experiencia es posible la justificación racional de las inferencias inductivas, pareciera que la posición escéptica que defiende Hume es inevitable. La expectativa psicológica de que las cosas se comporten de igual manera en el futuro como en el pasado no es más que eso, una expectativa psicológica, y que, por tanto, puede ser contrariada en cualquier momento. No podemos ir más allá de esa inestable necesidad psicológica, no podemos aspirar a una necesidad lógica, pues ella solo ocurre en el ámbito de los razonamientos demostrativos, no en el ámbito de los razonamientos morales o sobre cuestiones de hecho. Dicho así, el planteamiento de Hume amenaza con socavar cualquier empresa de explicación racional de la realidad y nos desafía a encontrar una salida plausible a los diversos escollos y dificultades que aparecen en su planteamiento. Dentro de unas de esas líneas de solución del problema y de respuesta al desafío de Hume se encuentra la posición que desarrollamos a continuación.   








La respuesta analítica al planteamiento de Hume

Un aspecto importante que merece ser tomado en cuenta a la hora de responder a Hume es el de su ultra-racionalismo. Es decir, aunque la posición de Hume suele ubicarse en las antípodas del racionalismo moderno, es innegable que comparte con aquel la sobrevaloración del razonamiento deductivo, la defensa del canon deductivo como la quintaesencia de todo razonamiento, como el canon mayor a partir del cual deben ser evaluadas las demás formas de razonamiento no-deductivas. Pero precisamente aquí está el detalle importante para la posición de cuño analítico: la justificación racional de la inducción que exige Hume está condenada de antemano al fracaso, en tanto que pretende exigirle el mismo carácter categórico y concluyente de la deducción y al mismo tiempo se lo niega ex definitione. Como veremos, la posición de Hume es un claro síntoma de esa mala fe filosófica que pide hallar una solución a un problema donde sabe de antemano que dicha solución es imposible. Este es el punto de partida de la posición analítica: la posición de Hume es el reflejo del vano esfuerzo de convertir la inducción en deducción.
En este sentido, lo primero que debe tomarse en cuenta es que estamos en presencia de dos modelos diferentes de razonamiento y que cada uno de ellos debe ser evaluado de acuerdo a reglas diferentes también. La deducción y la inducción no pueden medirse con el mismo rasero ni pueden ponerse a competir en el mismo terreno. El modelo inductivo no puede ser evaluado de acuerdo con las reglas del razonamiento deductivo. Las reglas de inferencia propias de un modelo deductivo son inaplicables fuera de ese modelo. Por su parte, el modelo inductivo de razonar tiene sus propias reglas de funcionamiento a partir de las cuales podemos evaluar su validez. En la medida en que las reglas que rigen a cada parcela de razonamiento son diferentes es posible que haya razonamientos inductivos sólidos sin necesidad de que sean deductivamente válidos. Por ejemplo, al referirnos al razonamiento deductivo no tiene sentido hablar de grados de implicación de la conclusión, mientras que sí tiene perfectamente sentido hablar de grados de respaldo o de apoyo con relación a las conclusiones de un argumento inductivo. Como lo señala Strawson, “las premisas de un  razonamiento deductivo o implican o no implican la conclusión. No pueden implicarla más o menos, no puede haber grados de implicación. Pero puede haber y hay, grados de respaldo, puede haber y hay, una mejor o peor evidencia a favor de una conclusión inductiva.” (Strawson, 1969: 280)
En cambio, como ya vimos en el caso de Hume, el mayor o menor grado de respaldo de una inferencia inductiva no la hacía más plausible o verosímil, no alteraba para nada el carácter incierto de cualquier predicción sobre casos futuros o de cualquier generalización a partir de una muestra actual. El que hubiese mayor peso inductivo o mayor probabilidad para la afirmación de una conclusión inductiva no le daba mayor certeza que si hubiese sido menor. Obviamente, el argumento de Hume resulta completamente contra-intuitivo y rompe con el más elemental sentido común en la aplicación del razonamiento cotidiano. Se trata de un ejemplo típico de intento fallido de convertir la inducción en deducción y de ponerlas a competir en el mismo terreno, pues por más evidencias que haya a favor de una inferencia inductiva nunca podrá llegar a la certeza absoluta de una deducción.
Otro caso típico de intento de convertir la inducción en deducción lo representa la conocida posición asumida por el gran pensador británico Bertrand Russell. Como se sabe, Russell mantiene una línea escéptica similar a la de Hume, pero en lugar de adherirse a la solución psicologista de él, trata de encontrar una solución de tipo lógico. En efecto, también Russell sucumbe a la tentación de convertir la inducción en deducción, pretendiendo conferirle un  rigor como el de la deducción lógica, mediante el concepto de “buenas razones”. Pero, como lo ha destacado Paul Edwards,  la introducción de este concepto es un ejemplo de la falacia “ignoratio elenchi por redefinición superior”, en la medida en que se traduce en el intento de exigir a las inferencias inductivas una razón deductivamente concluyente, cuando, por definición, carecen de la validez concluyente de una deducción. Entonces,  lo primero que debemos hacer es ponernos de acuerdo con lo que queremos decir cuando afirmamos que no tenemos “buenas razones” para la afirmación de cualquier inferencia inductiva. Si con ello queremos decir que nunca tendremos razones deductivamente concluyentes, no podremos sino estar completamente de acuerdo con Russell, pero con ello no haremos otra cosa que afirmar la trivialidad de que la inducción no es  ni llegará a ser jamás deducción o que si llegase a serlo dejaría de ser inducción.

Las observaciones de Russell acerca de la necesidad de un principio general, como su principio de inducción, que sirva de premisa mayor a todo argumento inductivo, aclara lo que quiere decir con una razón; al igual que los racionalistas y Hume (en muchos casos), quiere decir con “razón” una razón lógicamente concluyente, y con “elementos de juicio”, elementos de juicio deductivamente concluyentes. Cuando se usa “razón” en este sentido, se debe admitir que las observaciones pasadas nunca pueden por sí mismas ser una razón para cualquier predicción. Pero, cuando en la ciencia o en la vida ordinaria, la gente afirma que tiene una razón para hacer una predicción, no se usa “razón” en este sentido. (Edwards, 1976: 48)

Otro punto importante destacado por la corriente analítica tiene que ver con la afirmación de Hume de que el principio inductivo y el principio de uniformidad de la experiencia tienen su origen en la experiencia. Para Hume la afirmación de que las mismas causas, en las mismas condiciones, originan los mismos efectos, o que el futuro se asemejará al pasado, es producto de una generalización de la naturaleza. De allí la dificultad: estamos en presencia de principios que surgen de una generalización de la naturaleza y que simultáneamente pretende ser la base de toda generalización sobre cuestiones de hecho. Dicha dificultad desaparece apenas dejamos de considerar a tales enunciados como descripciones de estados de cosas de la realidad y pasamos a considerarlos como parte del marco general que hace posible cualquier descripción de la realidad. Esta es la posición que asume Wittgenstein en su conocido Tractatus.  Para él la ley de causalidad debe ser considerada como “la forma de una ley” (T. 6.32), es decir, debe ser considerada como el marco legal en el que se inserta toda otra ley y no como una ley más. La así llamada ley de causalidad no pretende describir nada del mundo, como cualquier otra ley, sino que forma parte del marco legal donde se inscriben las leyes, “trata de la malla y no de lo que la malla describe.” (T. 6. 35) La ley de causalidad muestra que hay leyes naturales, pero ella misma no es una ley natural, consiste en la condición de posibilidad de la existencia de cualquier ley natural, sin ella no podría afirmarse nada acerca del mundo. La ley de  causalidad que fue blanco de ataque de Hume es la noción básica de acción lineal dentro del espacio y el tiempo. Esta noción era ya insuficiente en el marco de la mecánica newtoniana y ponía en peligro la existencia de acción a distancia. La moderna microfísica teórica de partículas también ha planteado la necesidad de reformular el principio de causalidad lineal. Más allá de estas reformulaciones, el principio de causalidad puede ser entendido como marco regulador de la propia actividad científica de formulación y descubrimiento de leyes naturales.
Por otro lado, este principio de causalidad también carecería de sentido si con él tratásemos de afirmar algo acerca de la totalidad del mundo, puesto que el mundo como totalidad no puede ser objeto de experiencia sensible alguna, como dice Kant y nos lo recuerda insistentemente Wittgenstein. De igual modo tampoco tiene sentido si lo interpretamos en referencia al transcurso del tiempo como totalidad, pues no podemos referir un acontecimiento más que a otro acontecimiento, un suceso concreto más que a otro suceso concreto, a la marcha del cronómetro, en el ejemplo de Wittgenstein, y no a una marcha abstracta e inexistente del tiempo. En sus palabras: “Por la tanto, la descripción del proceso temporal sólo es posible en cuanto lo referimos a otro proceso.” (T. 6.3611) Como puede apreciarse, la posición de Wittgenstein en esta obra es perfectamente coherente con la posición de Hume, aunque defiende también una suerte de apriorismo de cuño kantiano. Como Hume reconoce que solo hay un  tipo de necesidad, la necesidad lógica, y que todas cuestiones de hecho son de naturaleza contingente y que la necesidad psicológica es la única que puede darles fundamento. Como Kant ubica la ley de causalidad más allá de la experiencia, como una suerte de concepto que enmarca las condiciones de posibilidad de nuestros juicios sobre la experiencia, aunque estos permanezcan siendo contingentes. Pero si bien  incorpora elementos que podríamos considerar cercanos al espíritu de Kant, es evidente que se mantiene fiel a la letra de Hume.

5.133 Toda inferencia es a priori.
5.134 De una proposición elemental no se puede inferir ninguna otra.
5.135 De ningún modo es posible inferir de la existencia de un estado de cosas la existencia de otro estado de cosas enteramente diferente de aquél.
5.136 No existe nexo causal que justifique tal inferencia.
5.1361 No podemos inferir los acontecimientos futuros de los presentes-
La fe en el nexo causal es la superstición.
6.362 Lo que se puede describir también puede ocurrir, y lo que está excluido por la ley de la causalidad no puede describirse.
6.363 El proceso de inducción consiste en admitir la ley más simple que pueda armonizarse con nuestra experiencia.
6.3631 Este proceso, pues, no tiene fundamentación lógica, sino sólo psicológica.
Es claro que no hay ningún fundamento para creer que realmente acontezca el acontecimiento más simple.
6.36311 Que el sol amanezca mañana es una hipótesis: y esto significa que no sabemos si amanecerá.
6.37 No existe la necesidad de que una cosa deba acontecer porque otra haya acontecido; hay sólo una necesidad lógica.
6.371 A la base de toda moderna concepción del mundo está la ilusión de que las llamadas leyes naturales sean la explicación de los fenómenos naturales.


Y aunque el segundo Wittgenstein, el de las Investigaciones Filosóficas, se aparta de su obra anterior, mantiene a este respecto una posición, si no idéntica, bastante similar con relación a la causalidad y la inducción, por ejemplo cuando afirma “a quien dijera que por medio de datos del pasado no se le puede convencer de que algo va a ocurrir en el futuro, a ese yo no lo entendería.” (En Dilman, 1974: 88) Obviamente aquí se trata más bien de reconocer lo absurdo de aquella afirmación y de su clara disonancia con los marcos de determinadas prácticas lingüísticas o juegos de lenguaje. En ambos casos, se ataca el escepticismo de Hume por carecer de sentido. Mejor dicho,  en ambos casos,  el propio Wittgenstein se encuentra atrapado en la red del escepticismo que él pretende desmontar.  Como señala Antoni Defez, “Wittgenstein parece metido en un atolladero escéptico, y curiosamente se habría metido a la vez que pretende arrinconarlo contra las cuerdas de la insensatez.” (Defez, 2008: 43)
A pesar de ello, su posición nos suministra las herramientas para salir de ese atolladero. Por ejemplo, la afirmación de que no podemos establecer empíricamente ningún acontecimiento que esté situado por definición en el futuro, se reduce a afirmar una mera tautología: la de que lo no-observable no es observable. Como señala F.L.Will, “evidentemente ningún enunciado acerca de futuras cuestiones de hecho puede ser establecido por observación. Las cosas futuras no pueden ser observadas. Cualquier evento o estado de cosas que puede ser observado está por definición en el no-futuro.” (Will, 1965: 148) Desde esta perspectiva, la empresa de fundamentación de la inducción emprendida por Hume resulta ser una tarea imposible, tan imposible como tratar de ver u observar lo que por definición no puede ser visto ni observado jamás o de conocer lo que nunca podremos estar en condiciones de conocer. Es como tratar de ver u observar al “hombre invisible”. Visto así, el problema de la inducción adquiere un sentido totalmente diferente y el planteamiento de Hume adquiere el rango de una demostración. 

Construido como el problema de deducir que Todas las Xs son f (o incluso que Todas las Xs son probablemente f) de premisas que no pueden ser más que Todas las Xs conocidas son f, el problema de la inducción no es un problema sino una demostración. Es la demostración de la imposibilidad de la solución de dicho problema. (Flew, 1965: 165)

Pero esta demostración no debe ser entendida, al menos dentro de la corriente analítica,  como una impugnación total de toda forma de razonamiento acerca de la experiencia, sino como una clara advertencia de la necesaria cautela metodológica que supone cualquier afirmación acerca de cuestiones de hecho o que implica cuestiones de hecho. Como señala Flew, gran parte de la confusión que ha reinado en torno al planteamiento de la inducción obedece a que ha sido considerada como una forma débil de deducción.

La moraleja que debemos extraer de esta demostración es seguramente que los argumentos sobre la experiencia deben ser, y debe uno asegurarse de verlos como,  un asunto, no de intentar desesperadamente de extraer deducciones allí donde se ha mostrado concluyentemente que ninguna puede ser válida, sino de usar lo examinado como una guía, aunque claro siempre una guía falible, con relación a lo no examinado. Este parece ser un caso donde la introducción del término inducción ha sido causa de confusión. Esto obedece en parte a la razón antes sugerida: aparentemente existe una poderosa sugestión acerca de que quien está sometida a juicio es una forma más débil de deducción. (Flew, 1965: 165) 

Volviendo de nuevo a Wittgenstein, podemos encontrar que así como el modelo deductivo está provisto de una serie de proposiciones ciertas e indubitables, también estas existen en el modelo inductivo.

Existen dos tipos de proposiciones que ninguna experiencia futura puede refutar, e.g. las proposiciones, y las proposiciones matemáticas o lógicas. …Y existe una estrecha semejanza entre algunas proposiciones experimentales y las de la matemática –a saber, que la experiencia futura no provee razones para refutarlas. (En Malcom 1978: 91)

Dichas proposiciones elementales son refractarias a las dudas del filósofo, forman parte del eje en torno al cual debe girar toda ciencia experimental, son, en la expresión de Wittgenstein, las “bisagras” que permiten que la puerta gire.

No se pueden llevar a cabo experimentos si no existen algunas cosas de las que no se duda…Las cuestiones que uno plantea y nuestras dudas dependen del hecho de que algunas proposiciones están exentas de duda, son como las bisagras sobre las cuales ellas giran. Es decir, pertenece a la lógica de nuestras investigaciones científicas el que ciertas cosas son de hecho indudables. No se trata de que la situación es como esta: nosotros no podemos investigar todo, y por tal razón estamos obligados a permanecer satisfechos con suposiciones. Si nosotros queremos que la puerta gire, las bisagras deben estar puestas. (En Dilman, 1973: 12s)

Todo lenguaje, y el lenguaje científico no es la excepción, supone la existencia de determinadas reglas sin las que simplemente no podría funcionar, sin las cuales la puerta no podría girar. De esta manera, el principio inductivo es una regla que pertenece a la sintaxis lógica del lenguaje de la ciencia experimental y de la praxis científica, es decir, es un presupuesto del lenguaje y de la actividad científica, no un enunciado contrastable. Las reglas como esta no requieren pues de justificación racional ulterior, sino que constituyen los goznes sobre los que descansan los diversos juegos de lenguaje. De este modo, el pensamiento de Wittgenstein, en sus dos versiones más conocidas, nos ofrece una salida ante el aparentemente inescapable escepticismo, mostrándonos su lado absurdo y carente de sentido, por un lado, y suministrándonos herramientas analíticas importantes para refutarlo o desmontarlo.



Bibliografía:

BARKER, Stephen F.: “¿Hay un problema de la inducción?”, en Max Black et al.: La justificación del razonamiento inductivo, Alianza Editorial, Madrid, 1976, pp. 73-78.
DEFEZ, Antoni: “Causalidad e inducción en el Tractatus de Wittgenstein”, Agora. Papeles de filosofía, No. 27, 2008, pp. 41-61.
DILMAN, Ilham: Induction and Deduction: A Study in Wittgenstein, Blackwell, Oxford, 1973.
EDWARDS, Paul: “Las dudas de Russell acerca de la inducción”, en Max Black et al.: La justificación del razonamiento inductivo, op. cit., pp. 37-60.
FLEW, Antony: “Induction and Standards of Rationality”, en Paul Edwards & Arthur Pap (eds.): A Modern Introduction to Philosophy, The Free Press, New York, 1965, pp. 159-167.
HUME, David: Investigación sobre el conocimiento humano, Alianza Editorial, Madrid, 1980.
MALCOM, Norman: Ludwig Wittgenstein A Memoir, Oxford University Press, Oxford, 1978.
STRAWSON, Paul S.: Introducción a una teoría de la lógica, Editorial Nova, Barcelona, 1969.
WILL, F. L.: “Will the future be like the past?”, en Paul Edwards & Arthur Pap: A Modern Introduction to Philosophy, op. cit.,  pp. 148-158.
WITTGENSTEIN, Ludwig: Tractatus Logico-Philosophicus, Alianza Universidad, Madrid, 1974.
WITTGENSTEIN, Ludwig: Philosophical Investigations, Basil Blackwell, Oxford, 1984.

   





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