sábado, 1 de febrero de 2014

Mariano Picón Salas y la idea de Cultura

David De los Reyes.




A mi amigo Yusef Merhi, lector del maestro

Don Mariano Picón Salas, nuestro ensayista por excelencia, vuelve a retomar la palabra en los medios de comunicación gracias al doble  recordatorio de este mes pasado  de su natalicio (1 de enero de 1901) y partida (26 de enero de 1965). Su sólida gloria literaria, su capacidad de agudeza y análisis se renovarán y  recordarán ahora con la celebración de su centenario. Importante  es volver nuestra  atención ante su mirada nunca ausente  y  su crítico discurso, que es ya inalterable y mucho de él, actual. Una nueva oportunidad de  reencontrarnos con su particular ejercicio de comprensión por  la obra humana de América, de su historia y su cultura confrontadas con la  permanente sombra y luz de la esfinge  de la cultura  de Occidente.
Y es en este balcón escritural único que  podemos retomar sus reflexiones sobre la idea de  cultura, la cual no es vista y defendida como poder, sino como convivencia. Su obra “Europa-América. Preguntas a la esfinge de la cultura” (Cuadernos Americanos, México), editada en el año 1947,  es la referencia obligada para nuestro encuentro.  Este concepto de cultura, que ha sido tan retomado, definido y calcado por tantos autores de una u otra manera, en Picon Salas tiene la originalidad de acercársele a través de la doble cara de Jano de la cultura occidental. Este merideño antepone lo americano y lo europeo sobre el tapiz de las comuniones y deslindes que llevan a reflexionar y transformarnos, complementar  y mestizarnos mutuamente. Su postura se extiende a través de ese cotejo de  valoración y aprendizaje  constante entre ambos continentes.  Mostrar las formas y los interrogantes persistentes de lo cotidiano que  hablan a los hombres  por encima de cualquier contingente político y de estamentos  sociológicos.
Visionario de las nuevas transformaciones, recolector de los nuevos acentos gestuales sociales, llegan sus palabras a una crítica de la americanización anglosajona y calvinista del mundo occidental. Atento al colapso de una civilización en que los aportes de sus poetas y artistas, junto al sentido pasado de cultura,   penden de  un hilo  por culpa  de la pequeña especialización utilitaria en los campos de la enseñanza: territorio de una pedagogía de la estrecha especialización, en donde se enraizó  “la hipertrófica tendencia  a saber cada día más y más sobre menos y menos”. Es la descomposición, la fragmentación del hombre en  categorías de fácil manejo cuantificable donde queda su alma escindida,  reducida en diversas piezas que casi son imposible de volver a unificar.
En esta idea pasada,  y muy actual de cultura, no escapa su análisis al marco que habita detrás de ella.  Detrás de la ingente  y aparente prosperidad y superabundancia tecnológica, -ese barroco tecnotropismo negativo que marca a toda nuestra existencia-,  encuentra  un constante caos emocional, una profunda coalición angustiosa entre el hombre y su ámbito. Encuentra en la vieja represión puritana, medrosa del Arte y hasta de los simples placeres  de una vida normal, la obsesiva y ambiciosa  búsqueda  del dinero como  el único escape  en donde descargar su  energía. “Para que no lo tentara el diablo, el puritano  quería estar siempre  ocupado”. Es la ética protestante de la que Max Weber  también había hablado. El centro de la vida  no gira, por ejemplo,  alrededor de una comida finamente sazonada o en la buena conversación. Ese centro cierra cualquier desvío  que no esté dirigido, además  de la Biblia y del sermón del domingo, por los negocios y el favor y el premio de Dios, hoy podemos agregar por la demagogia de las revoluciones fracasadas que convierten a países en campos de concentración.
Picón Salas está tras la búsqueda de otro significado más humano de la cultura. Como  ya dijimos, la justificación del desarrollo de la cultura no está en el poder cuantitativo que engendra para algunos, sino en lacasi olvidada ya- convivencia, que puede llegarse a gozar por los muchos que se la apropian y la viven. Difícil acción quijotesca donde  está llamado a fracasar  todo aquello  que en la vida y en el mundo no sea cuantificable o mediado y reducida por el adoctrinamiento ideológico político totalitario.
¿Cuál es la respuesta  dada por Picón Salas? ¿A dónde dirige sus observaciones y reflexiones entorno a la esfinge de la  cultura? Su actitud ética y estética lo encierra en el círculo de lo que el llama frágil felicidad: el círculo de los productos del Arte, del pensamiento, emparentados con la “necesaria técnica de vivir con gracia”. Los estruendosos ruidos de la ensordecedora marcha del tren  del pragmatismo americano  o de la sombría desolación del paso de la cremallera de los tanques nazis  presentes en las europas de la década del treinta eran -¡y posiblemente son hoy más que nunca los delirios de las utopías delirantes de la barbarie marxista!- los destructores de toda intimidad humana. El espíritu de secta despojaba  a las obras de la cultura; el individuo desaparece, y con él, el goce desinteresado estético y comprensivo       –fuera de todo pujo pragmático e ideológico- que podemos encontrar en las grandes obras de la humanidad. Un mundo reducido a la mera información de las cosas pero sin su emparejada comprensión e interpretación,  que es la acción que las convierte en plenamente humanas y nos aleja de la sinrazón y nos acerca a la inteligencia.  Este merideño llega a decirnos  que gozamos de un perpetuo autoengaño: “el hombre llegaba –como los nazis de Rosenberg-  al culto del mito, no importa la verdad sino lo que proponía creer. Era el credo quia absurdum de nuestro moderno inmanentismo”. La historia, en este mundo de la cultura de entre y post-guerra, queda sujeta a la cifra validada  por la mentira o creencia que el partido  o la secta  adoptó como verdad absoluta e intocable. Los partidos de masas, nos dice, odian a las masas pues sólo las desprecian o las usan  como  instrumento para alcanzar el poder; ofreciéndoles una verdad a medias: el arma de la propaganda falseada cuyo secreto se reduce al círculo de los elegidos por los dirigentes. La Consigna, y  su repetición,  se transforma en verdad monolítica fundamentalista y aterradora. Esta es la idea de  cultura unilateral, pobre ante la diversidad,  teñida de muerte y que crece para afianzarse como poder insoslayable: una cultura de la muerte, pobreza y miseria humana.
¿Cuál es la otra cara de la cultura,  aquella que Picón Salas nombra como convivialidad?
Es la cultura que  emerge como una nunca colmada  felicidad  e impregnada del sino nostálgico  de toda vida.  Es el acercamiento a los clásicos del arte y del saber, y comprender en ellos la superior pedagogía de lo humano; es goce de formas, de  ideas, de la sociabilidad y de la conversación, es decir, del eterno diálogo; es la concepción de vida como obra de arte; es la oposición de la creación espiritual  que se opone a la líbido dominante y al mecánico economicismo positivista.
Si bien podemos comprender que nuestro estadío cultural se desdobla por otros derroteros  contrarios a esta idea de cultura en tanto convivialidad, no  por ello las palabras de Picón Salas  dejan de señalar  una senda que aún se puede volver a pisar. “La medida de toda Cultura no es nivelar los hombres en la vulgaridad cotidiana sino hacerles desear la Belleza”. ¡Claro está!,  todo esto choca y se distancia, como ya dijimos antes, frente a  nuestra realista y presente cultura de la muerte.  


Este comienzo de año puede ser  el inicio de un seductor diálogo imaginario con la obra de Don Mariano, esa sensible inteligencia americana y venezolana única y vital, propia de nuestros  intelectuales sudamericanos esforzados de la primera mitad del siglo XX.

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