sábado, 1 de marzo de 2014

No calles en las calles…

Venezuela Febrero 2014

David De los Reyes


 
¿Por qué existen los déspotas? ¿Por qué han de doblegarse
miles y miles ante los caprichos de un estomago y depender de su flato? 
Los Bandidos.  F. Schiller

Algunos nunca enloquecen. !Qué vida de mierda deben llevar!

Charles Bukowski

La política es el campo de las posibilidad humanas para convivir en sociedad. Pero puede tanto restringir como ampliar el desarrollo y la plenitud de los hombres.  Es lo que hemos visto a lo largo de la historia. Cuando la vida humana se reduce por incapacidad, corrupción, brutalidad, cinismo de sus gobernantes, los gobernados, ante los tiranos, tendrán el derecho y el deber de destituirlos, pues en ellos recae el poder soberano de aceptar o no a su conductor y decisor, su legislador universal en tanto gobierno.
Regímenes de estado que despojan a los hombres de sus derechos, o en los que son considerados como si solo pudieran gobernarse por la fuerza y el miedo al castigo son tiranías encubiertas, a veces, por una delgada máscara democrática. Esos regímenes tienen el efecto de producir tiranía y altivez en el déspota de turno, así como espíritu esclavo y bajeza en los ciudadanos; el efecto de cubrir de palidez y sangre todo rostro y de cobardía y resentimiento en todo corazón.  Toda sociedad que dependa, por tanto, en gran medida de la intervención del Estado siempre ha caído en el autoritarismo.
Venezuela ha pasado y pasa  por esto anterior en este infausto presente. Después de quince años de una promesa revolucionaria transformadora y esperanzadora para muchos incautos y otros  cautos, el país ha caído en el marasmo del atraso cultural, del cerco total de los medios de comunicación, de la destrucción del sistema educativo a todos los niveles, de la inseguridad ciudadana como permanente represión  y reducción de los espacios públicos libres, del parasitismo rentista estatal, del desempleo como plaga viral y del desmontaje del parque industrial-empresarial, del manejo doloso, volátil e irresponsable de los abundantísimos fondos públicos, de una justicia viciada y dependiente del ejecutivo, de un militarismo rampante, del dominio extranjero de la vida política y militar del Estado o el llamado neoimperialismo castrocomunista, de una mortandad civil que no remite a ninguna otra realidad actual ni histórica, ni local ni mundial, en relación a su número de asesinados por el hampa (casi 25 mil asesinatos en el 2013 de los cuales pareciera ser que el estado no tiene la culpa), y  un desabastecimiento de los artículos más elementales para las necesidades de la vida diaria dentro de un capitalismo salvaje de estado todopoderoso petrolero. La Salus Publica del denominado socialismo del siglo XXI se basa en la permanente represión de la protesta ciudadana y en el reparto del desabastecimiento general.
Frente a esto, la mayoría de la sociedad civil, impulsada por la gesta heroica de los estudiantes que han llevado la protesta justa  a la calle con un permanente  ¡basta ya! rotundo,  han iniciado una alentadora lucha pacífica contra un régimen decadente que se ha  apoderado del Estado con fines extralegales y determinados abiertamente desde centros de poder políticos en el exterior, ofreciendo conscientemente un detrimento permanente de la calidad de vida para  los habitantes de la nación y creando una casta revolucionaria rastrera y servil, llamada coloquialmente, boliburguesia.
El régimen, llamado revolucionario y socialista,  se ha convertido no en gobierno, sino en un sistema de dictamen que impone sus órdenes a los ciudadanos por encima de la ley. Un mandato por decreto, pues los revolucionarios no creen ni en leyes ni en constituciones, son molestas para el devenir histórico del partido y sus líderes; aunque no se cansan de decirnos que todo lo hacen bajo la lupa del ordenamiento legal expresado en el librito magno de mano, mas nunca concretado en la cotidianidad política. Toda dictadura se caracteriza por la supresión del derecho reemplazado por el ejercicio de la fuerza represiva inmediata. Una legalidad cínica y tiránica esgrimida contra aquellos que quieren levantar una voz disidente y que se sienten separados de la participación del acontecer político plural que corresponde a toda democracia parlamentaria. Un régimen que sólo tiene como solución el enfrentamiento, el apartheid en la división de ciudadanos acólitos y eliminables, la represión y el encarcelamiento permanente de los líderes que pueden elevar su palabra  y que pueda ser acogida por una inmensa mayoría  que casi ha perdido la voluntad de  protesta legal, pero que hoy ha vuelto a escucharse en la calle de forma  imperante, firme, combativa, estruendosa, y valiente, gracias a los estudiantes venezolanos. El único golpe de estado militar en marcha, tan repetidamente anunciado por el régimen, lo da todos los días el gobierno contra el país. El Estado en Venezuela se ha convertido en un coágulo de poder hamponil y militar, que se ha quitado, con los acontecimientos de estos días de febrero, la máscara frente a una población civil desarmada.
Lo más interesante que esta irrupción espontánea y libertaria ciudadana de inconformidad es que  ha surgido con un mínimo de organización, pero con un máximo de malestar social gracias a la presencia estudiantil juvenil en todos los frentes emergentes a lo largo del territorio nacional. Y no es esta la primera vez  que ocurre. Los estudiantes, ante un futuro incierto e injustamente mal tejido políticamente, de vida cerrada y enclaustrada a los dictámenes y decretos  dictatoriales de los funcionarios de un estado de una camarilla corrupta,  han tomado la calle y han dicho que de ella no saldrán hasta que no vean que la situación  cambie; no quieren que se les robe su futuro por una gris inteligencia política. Contra ellos y a todo el resto,  ha habido represión intensa y ejercida con los cuerpos de violencia militar del régimen militar-corporativo, los cuales se componen no solo de la guardia nacional sino de los llamados “colectivos de la paz”, quienes  se han organizado para inocular el miedo y han desplegado, a lo largo de las ciudades en justa rebeldía, la fuerza brutal de la destrucción e incriminación tanto a los estudiantes como a los mismos ciudadanos, como también a las propiedades particulares como a los bienes comunes del estado; toda acción de protesta civil se ha criminalizado con total fuerza. Colectivos desatados  y armados que, con una conducta hamponil,  han sido resguardados por los miembros de la guardia nacional, incentivándolos al ataque, al saqueo, al saboteo y a la destrucción, sembrando el caos y la impotencia que no por ello desalientan a no seguir con su pie de calle. Mostrando así la faceta única de sometimiento  y de falaz diálogo al que quieren reducir las voluntades de los hombres de este país. Se trata simplemente acallar y no aceptar el protestar la reducción de la calidad de vida desabastecida (alimentaria, médica, educativa, etc.),  plagada en el presente de injusticias en  muchas estancias sociales. Es la pesadilla socialista nacional que ha construido la ineficacia del delirante régimen ejercido durante quince años de arbitrariedades electorales e institucionales;  la gran mentira socialista, como colofón político. Esta inconformidad real ciudadana es el supuesto motivo y el fin de un permanente ataque, represión, acoso, encarcelamiento, y en ciertos casos de eliminación de la  misma vida de venezolanos (van más de quince estudiantes muertos en las calles; más de setecientos detenidos, torturados y otra cantidad de desaparecidos), bien de forma directa o indirecta. Un régimen que ha decidido ser totalitario siempre es sordo ante la voz de la diferencia; el régimen nunca se equivoca, es perfecto. La verdad política relativa y parcializada  se vuelve absoluta y se convierte en dogma;  no hay posibilidad de enmendar y reconocer ningún error, pues para sus dirigentes simplemente no existe.  Quieren las mentes silenciadas y sólo que acepten la orden de forma irrestricta; el mando, la ceguera como la única forma militaresca de ver la luz del día.



Por otra parte tenemos  una dirigencia política que se ha tildado de opositora que, si bien ha hecho intentos de dar seriedad política por alguno de sus miembros, ha sido fuertemente criticada por pactar cargos y legitimar gobiernos, instituciones electorales y judiciales fraudulentas. Ante tal dirigencia el eco de la sociedad civil ha protestado abiertamente o a soto voce entre los corrillos de la contingencia cotidiana de la familia y de los espacios públicos. Una gran mayoría indignada que adversa al régimen se ha desilusionado de su precaria actuación y su poca representación democrática; han jugado, cuestionablemente,  a que las elecciones son limpias cuando no hay árbitros electorales imparciales. Como he dicho en otra oportunidad. Pareciera esta llamada oposición más una reunión de capilla que un movimiento democrático que toma y hace frente a las injusticias permanentes de la ciudadanía a lo largo del país; en el fondo, parecieran querer no quedar fuera del reparto presupuestario de la renta petrolera, aunque sean migajas.
La mentira política nunca ha sido más explícita; cree  el gobierno que está ante un grupo de tarados mentales políticos. La mentira construida y reiterada para fines del manejo y hostigamiento de la opinión pública, a través del cerco de los medios de información amordazados, ha sido el mejor instrumento de coerción y de embaucamiento del ciudadano mayoritario;  medios que hasta ahora les han servido, pero no pareciera que por mucho tiempo más. La culpa de esta protesta ciudadana no son de los medios de comunicación sino de los fines de la incomunicación de los funcionarios del gobierno ilegítimo.  Una serie de promesas nunca cumplidas, de fracasadas misiones nefastas e ideológicas, de cargos parasitarios, de la destrucción sistemática del orden institucional constitucional, de   la compra de gobiernos beneficiarios del reparto petrolero y sus rentas, de regalos y saqueos demagógicos permitidos (como línea blanca, aparatos electrónicos, etc.), han sido parte de la ingeniería social del  “bozal de arepa” bolivariano. Así tenemos, en estos días de últimos de febrero,  la última  consigna revelada, esgrimida públicamente por un ministro que dice ser de educación, la pobreza es necesaria para la revolución y por ende, es importante mantenerla e incentivarla;  habrá que acostumbrarse a esta mediocritas revolucionaria, pues la  movilidad social y mejorar de condición por el esfuerzo e inteligencia personal está vetada dentro de una revolución; el reparto de la pobreza, no del incentivo a la riqueza: ser pobre es bueno. Ese ministro de educación nos ha mostrado, con su pobreza intelectual revolucionaria, la naturaleza ideológica implícita del absolutismo DESilustrado de este gobierno del socialismo s. XXI. La educación  para el gozo en el paraíso de la esclavitud comunista y el sometimiento servil a los funcionarios del supremo estado socialista; hay que aplastar la autonomía y la libertad, el crecimiento del ser del individuo con el quiebre de su voluntad. Se estudia sólo para ser un buen dócil siervo de la gleba revolucionaria, dirigida por el señor feudal bolivariano de turno y elegido por las alturas de un comisariato político o en función de los intereses del lugar respecto a quién es el funcionario iluminado que dominará a ese territorio desde todo punto de vista. No el incentivo del trabajo justo  y una educación para un mejor vivir responsable y útil. Simón Rodriguez, ese iluminado del s, XIX, bien hizo con no volver nunca más a estas tierras que lo vio nacer… Así es como, poco a poco,  ha caído el antifaz democrático para muchos de los seguidores del régimen; se han dado cuenta, por ejemplo, que el estudio es una pérdida de tiempo y que la formación e información del individuo vale tanto como  su vida: nada; que sólo es un número más donde la moralidad no cuenta y si existe la conciencia personal es un estorbo. Sumisión a la nomenklatura es el fin. Dominio arbitrario y no convivencia política. Sometimiento involuntario y aceptación del destino socialista sin chistar.   De ahí que sean tan dignas las demandas y las protestas de los estudiantes dentro del país. ¡Los estudiantes no se venden, no negocian, solo actúan por resistencia civil!




Todo este cuadro descrito es lo que viene a conformar el destino de una  nación desbastada, que hasta el momento ha dejado de ser soberana, donde  sus habitantes parecieran haber quedados separados de la solidaridad  democrática internacional  del resto de los países que en algún momento tomó a Venezuela como un territorio de ejemplo democrático; donde las esperanzas de una democrática perfectibilidad y reforma política podían haberse dado en el tiempo. Todo esto, pareciera, quedó atrás, según los lineamientos a los que quieren someternos. La realidad hacia el futuro glorioso –y nunca a llegar!-, es un garabato revolucionario caótico y empobrecido en todos sus rincones.  No creo que una gran mayoría se resigne a este cuento de una triunfante revolución socialista contada tan mal (y peor conducida),  por un gobierno criminal, ilegítimo, fracasado y mentiroso pero eficaz  en sus movimientos de control de los medios privados y de las legalidades aviesas; del manejo mordaz de los medios de comunicación que son públicos y no partidistas; del uso a discreción de los fondos públicos; de la legalidad de la corrupción como una de las formas normales para algunos elegidos militares y ejecutivos de la revolución;  y del uso formalista  y coercitivo de las leyes y el poder judicial para el control ciudadano, y todo eso que sea  aceptado por largo tiempo; esto junto a un manejo de las instituciones públicas por una directiva gerencial pública que está compuesta en una tercera parte por mano militar.
Hoy en el país las calles han vuelto a escuchar las voces que estaban mudas. En las calles no te calles, pareciera ser la consigna. Las gargantas de los estudiantes son tan fuertes como el acero; su creatividad se encuentra en ebullición constante ante los desmanes de la represión del decadente estado. No destemplan sus intenciones en su largo coro de protesta aunque estén  acompañadas con los estruendos criminales de las balas, los perdigones, las lacrimógenas, las tanquetas; dicen, ¡no tenemos miedo! Y  bien saben que sólo les queda la convicción de la exigencia de su reclamo y protesta  justa, pacífica, democrática, civil y encaminada a transformar una realidad inoperante, aberrante. Situación que la hemos padecido todos: la inseguridad permanente, la corrupción en los poderes judiciales, el aceptar al hampa como una forma más de vida revolucionaria, de sentir en propia piel el permanente acoso arbitrario de los cuerpos militares de la nación, y la inversión de los valores humanos por inhumanos, el fundamentalismo político. Los estudiantes han sido los que han asumido en representar y actuar realmente contra las quejas que están  rondando en el aire  enrarecido del país y en nuestros cuerpos golpeados de manera permanente. Sus capacidades y su inteligencia han puesto en jaque a toda la maquinaria del poder de un estado absolutista tiránico, modelo tomado del castro-comunismo que ha imperado  por más de medio siglo de represión humana permanente para darle el gusto a una decadente, envejecida y rapaz dirigencia que dejó de serlo y que sólo puede esconderse entre sus esbirros y sus huestes. Un mundo donde nunca se supo multiplicar la riqueza, la dignidad, el bien social, la libre creatividad, la libertad individual y ciudadana, en fin, una plenitud de vida. Por todo, junto a los estudiantes, habrá que decir: no calles en las calles!…   

Arturo Pérez-Reverte en su novela  El Francotirador Paciente  lo expresa así: "-La calle es el lugar donde estoy condenado a vivir...A pasar mis días. Aunque no quiera. Por eso la calle acaba siendo más mi casa que mi propia casa. Las calles son el arte...El arte solo existe ya para despertarnos los sentidos y la inteligencia y para lanzarnos un desafío. Si yo soy un artista y estoy en la calle, cualquier cosa que haga o incite a hacer será arte. El arte no es un producto, sino una actividad. Un paseo por la calle es más excitante que una obra maestra". Hoy las calles han vuelto a ser de los venezolanos.

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