lunes, 1 de septiembre de 2014

Para una filosofía crítica

de la comunicación

David De los Reyes




Del método
McLuhan ha sido uno de esos autores que siempre resultarán incómodos dentro de los predios académicos. Resulta incómodo, digo, por ser un cuestionador de la enseñanza académica en tanto conocimiento vigente/no-vigente para el mundo que se ha ido conformando dentro de los límites impuestos por la organización externa de los medios de comunicación. Nada más leer cuál es su método de trabajo desconcierta a cualquier metodólogo de las llamadas (eufemísticamente, a mi entender) ciencias humanas.  Su manifiesto-programa nos ofrece su actitud ante los mass-media:
         “Ofrezco mis riesgos como alimento para los cerdos”.
         “Soy un investigador. Lanzo mi sonda. No tengo puntos de vista  perjudiciales. No me atengo a una postura única. Cada uno, en nuestra cultura, permanece en la misma posición, lo cual se considera un buen acierto. Pero apenas comienza a caminar a lo largo y a lo ancho y comienza a superar los límites fijados, es un delincuente, hay que encerrarlo”.
         “El explorador es un ser absolutamente ilógico. Nunca conoce el momento en que está a punto de hacer cualquier descubrimiento extraordinario. Y la lógica es un término privado de significado si se le aplica al explorador. Si hubiera querido ser lógico consigo mismo hubiera optado por quedarse en casa.”
         “Jacques Ellul nos asegura que la propaganda comienza cuando termina el diálogo. Yo dialogo con los medios, me lanzo a la aventura en la exploración. “
         “Yo no explico nada”.
         “Exploro”[1].
En cierta forma es el método que he seguido durante un buen tiempo y algunos resultados he obtenido. Realmente  más que explicar me interesa explorar. La aventura de las ideas, de entrelazar la filosofía con los medios de comunicación ha sido un viaje que  me ha dado  incomodidades pero también satisfacciones y sobre todo ocupar mi tiempo en algo que me gustase intelectual y emocionalmente y no me  hiciera permanecer en la indiferencia o en la inercia del quehacer  académico sin más.


Preguntas  sin  respuestas
En estos últimos meses, a raíz de  mis relaciones con los investigadores de medios y  por mi fidelidad a mi itinerario de ruta,  me he formulado una nueva serie de  preguntas sobre los posibles significados de una  reflexión filosófica acerca de la comunicación y sus temas de investigación, también  qué metodologías disciplinarias, interdisciplinarias y transdisciplinarias[2]  aplicar dentro del entorno mediático actual. Es por ello que en tiempos de una acentuada performatividad generalizada (Lyotard), Sartori (2003:37), ha dicho, en sentido figurativo, que los medios aún son animales  no entendidos, no comprendidos, es decir, poco domesticados, según su gusto. Personalmente, antes de intentar cazar al animal de Sartori, la propuesta  nos despertó, como dije antes,  varias cuestiones recurrentes, a saber algunas: ¿qué aspectos debemos atender y por qué atenderlos como interesados en la comprensión del fenómeno mediático? ¿es verdad que hemos pasado de un hombre idea-céntrico a uno imagen-céntrico? ¿o necesitamos adentrarnos desde la filosofía y la estética en la libertad de expresión, la libertad de información o hasta en los alcances de una libertad de comunicación? ¿ahondar sobre una media-ética y sus aristas prolongadas ora, a los grupos mediáticos multinacionales o estados tiránicos nacionales ora, a  la precariedad de los empleados/periodístas insertados  en las redes del negocio comunicacional? ¿trabajar en función de un debe o un querer mediático autoritario o informativo diverso en sus opiniones y eventos noticiosos? O, ¿repetirse con el estudio del empobrecimiento de la política  en el demos a partir del fenómeno  de la teledemocrácia y sus políticos mediáticos que muchos insistentemente confirman el principio de aquel autor inglés, Somerset Maughan: sólo los mediocres están siempre en su mejor momento? ¿o cómo seguir a  la emergente y dilatada animalesca cultura mediática que inunda todos los aspectos de nuestra finita vida? ¿ahondar en la industria cultural y participar como un invitado al festín de los cultos sociales postmodernos? ¿o mirar hacia la  socialidad discursiva e iconográfica?, replantearse, una vez más, ¿cuál es la  labor social de los medios en un sociedad tiránica, dividida como  la nuestra, gracias a la dupla medios y gobierno? ¿divertir, dignificar, informar y formar o manipular, adoctrinar y desinformar a partir de ese ¿animal? mediático? ¿interesarse por la tipología y mentalidad, sensibilidad y moralidad de los receptores de la dieta diaria de medios? ¿preguntarse por la direccionalidad de los signos y su selección por las ¿animalescas? empresas públicas o privadas de los medios? o ¿somos, nosotros los investigadores, relatores de medios, una especie de revival de monjes zen contemplativos –pero laicos- del nuevo cerco electrónico o unos hackers del discurso, destructivos del buen sentido mediático común del mercantilismo global ideológico simbólico y de ficción? ¿Se requiere de una filosofía de la comunicación –¿una ideología más?- y si es así, hacia dónde debería dirigir su instrumento reflexivo crítico? ¿Se requiere  ser críticos en una sociedad que sólo desea  epidérmicamente pasarla bien, pasar su tiempo arengando contra el otro pero sin poder arreglar algún mínimo aspecto humano dentro de su cercana intimidad? ¿Críticos en un mundo  de sensibilidades metálicas, de trampas y fraudes, de los placeres inmediatos, del capricho egótico en cuerpos de perfil anoréxico  u obesos, donde el vacío nutre –o mata- sin orientar su existencia abúlica? También podemos preguntarnos otras cosas más serias... como ¿cuáles son los parámetros epistemológicos y conceptuales para adentrarse en la selva del performance de los medios? ¿Se requiere desarrollar una estética más pegajosa y  seductora,   convencer/penetrar por el soma, al cuerpo sensible, de las bondades del sistema, del gobierno, del mercado neoliberal –¡que tanto nos cuidan!- y enceguecernos a la violencia  perenne de nuestras sociedades dirigidas  a instalar el miedo y la pobreza, el hambre y la enfermedad inducidas, la guerra social de baja intensidad y  la exclusión sistemática, la muerte de la opinión pública e individual y la compra de conciencias gracias a las dádivas del populismo con rostro cívico-militar, entre otras? ¿O vislumbrar que el espíritu santo romano, o unas nuevas laxas tablas de Moisés judaicas, o el nuevo Kalam  fundamentalista islámico están en los medios para nuestra salvación y no nos hemos percatado hasta el momento? ...  Son  interrogaciones que nos despiertan  al gusano de la conciencia o el dubitativo genio maligno cartesiano personal para ahondar por los derroteros de nuestro pálido pensamiento sin retorno ante el animal mediático. Todas estas interrogantes pudieran dar un inicio para hablar o polemizar sobre lo que vemos,  escuchamos, sentimos, hablamos y repetimos gracias a nuestra dosis diaria de vitaminas y anfetaminas mediáticas: entre medios te mires.



Sin embargo la filosofía siempre ha sido una disciplina de la comunicación. En sus orígenes griegos se prestó  gran atención al logos, es decir, a la palabra o razón; en el ejercicio del logos es que encontramos realmente su origen. El estudio de la comunicación humana   y sus modos eficaces por medio del habla, el diálogo, la oratoria, etc. la podemos encontrar desde la Antigüedad misma.  En el discurso filosófico de los  Presocráticos vemos  toda una serie de planteamiento prácticos y teóricos sobre el tema. De igual forma en   la disciplina pedagógica de los sofistas  y su arte de la Retórica,  es decir, del convencimiento y la argumentación por medio de la acción de la  palabra hablada; arte al  que Aristóteles tuvo siempre en estima y a la cual le dedica  una obra a su estudio dentro de su corpus filosófico, por referirnos a una  de las tantas que el estagirita  escribió con relación al logos.
Pero nuestro tema sugerente  en curso y alrededor de esta reflexión tiene como finalidad   hacer una especie de balance y perspectiva  de lo que ha sido o pueda ser una parte de  la Filosofía dentro del curso del presente siglo y sus variables temporales. Es  por ello que consideramos importante    hacer reiterada constancia de la pertinencia del tema de la comunicación en todos los aspectos que ella involucra en este momento de cambio de rumbo en este umbral de la humanidad, siendo él uno de los temas y objetos de estudio e invención tecnológica más amplios y fascinantes, más contradictorios y desigualadores, uno de los más  discutidos y polémicos (del griego  "polemos”, de guerra, enfrentamiento, pero en nuestro caso en el sentido argumental y reflexivo, claro está) que viene a ocupar buena parte de la filosofía de nuestro siglo.
El concepto de comunicación  procede de latín communicatio, que refiere a su vez a la palabra  communico, la cual significa  tener o poner algo en común. Por otra parte notamos que se le ha adjudicado la calidad de establecer y construir una relación, en el sentido de estar conectados, implicados  dos  agentes  poseedores de mutuo interés por y con algo. Este sería su significado clásico. Hoy el término  implica una serie de variables donde las nuevas tecnologías  amarran a la comunicación en su seno y le dan su particular y paradójicamente global telos.
Sin embargo tenemos la ambigüedad de relacionar la comunicación con información. Ambas van juntas en la mesa mediática  de nuestra cotidianidad, cosa que no es realmente la más de las veces como veremos. El término informar despliega un doble sentido. El primero nos remite a su etimología informare (que data de 1190 n.e.) y que significa dar una forma, confeccionar, ordenar, delinear; dar un significado. El otro sentido de la palabra, que es más tardío (1450 de n.e.), significa poner en conocimiento  a alguien  acerca de alguna cosa. De ahí que se  conjugue siempre la información como algo que está relacionado con un evento. En efecto, el sentido convencional de la comunicación está  relacionado con reportar o informar de algún evento, es decir, de todo aquello que perturba, modifica o altera la realidad desde algún ángulo de la  existencia. Este doble aspecto de la información, el de poner algo en forma y, por otro deducido de este anterior, el de organizar  la multiplicidad de la realidad es, al mismo tiempo,  un relato que viene a perturbar y a presentar un  orden. Pero  bien sabemos que en nuestra civilización de la globalidad informática  puede haber comunicación sin información simbólica como información sin comunicar en el sentido humano de los términos. De ahí que haya autores (tan discutidos hoy por sus acercamientos a los neototalitarismos tropicales bolivarianos), que  han colocado a la comunicación mediática, teñida de espectacularidad y cazadora de audiencias, en el banquillo de las sospechas (caso Ramonet, 1998), para terminar en sociedades donde el culto a la ignorancia y la manipulación legal y pública está en el orden único del día.
Pero la comunicación humana, desde el  pasado siglo,  ha estado siempre atada a algún medio técnico. La tecnología ha sido  el  hilo transmisor de la comunicación. Nos encontramos prácticamente rodeados de artilugios electrotécnicos surgidos del conglomerado técnico norteamericano/japonés/chino en expansión a velocidad luz. Son las  llamadas nuevas tecnologías punta las que nos abrieron un nuevo espacio virtual. ¿Dominación o nuevas formas alternas de la democracia? Está por verse pero lo que vemos ya nos deja en la incertidumbre. Pero si ellas  tienen el aspecto humano lingüístico  e iconográfico  no se puede dejar de atender a toda la novedad y efectos del fenómeno global de los mensajes  transmitidos a través de  los medios de comunicación y los cambios culturales generados y su valorización en el imaginario social e individual.



Por una filosofía crítica de la comunicación

Los estudiosos que han desarrollado una filosofía y sociología crítica de la comunicación  han venido aportando todo un rico discurso donde encontramos trabajos significativos (y nuestro país no se ha quedado atrás respecto a ello: ahí están los trabajos de Pasquali, Nuño, Silva, Mayz Ballenilla, Desiato,  Aguirre, Bisbal, etc)  a la reflexión teórica y empírica sobre los distintos aspectos que le son afines a un campo de estudio interdisciplinario. Primeramente podemos hablar que la comunicación es específicamente una  reflexión inter y transdisciplinaria y por ello tiende  a una  conjunción y confrontación de saberes  donde  bien podemos encontrar  distintos aspectos cognoscitivos surgidos de campos tan disímiles pero que se complementan y convergen en el vértice  del fenómeno de la comunicación. Estos saberes o ciencias, aparte de la misma filosofía y la  sociología, son la política, la historia, la  cibernética, la  biología, la ecología, la lingüística, la antropología, la psicolíngüística, la geografía. Cada una ha desarrollado  en torno a sus  objetos de estudios aspectos donde la categoría de la comunicación tiene una significación en tanto lógica de la relación[3].
Respecto a ello podemos   distinguir diferentes  espacios donde el tejido multipolar de la comunicación se ha vuelto un aspecto primordial en tanto campo y objeto de estudio. De esta manera podemos hablar de una topología discursiva a  tres niveles de desarrollo   epistemológico y científico en torno a la comunicación y una búsqueda de conocimiento sistémico respecto a los problemas y fenómenos de estudio que ha generado.
Igualmente debemos señalar que la dimensión  ineluctable antropológica de la comunicación impide todo reduccionismo disciplinario. Gracias a ésto podemos dramáticamente observar que el hombre construye, y no sólo simbólicamente, su relación con el mundo, su comunicación  con el mundo. Nuestra geografía planetaria es un conjunto vivo en tanto entidad; no podemos hablar de lo orgánico y lo inorgánico separadamente. En su conjunto es una red de intercambios energéticos comunicativos constitutivos, portadora de una lógica de relaciones entre una amplia variedad de elementos disímiles –aparentemente- que lo conforman: Gregory Bateson (1974)  nos  habló de patrones de vida; se preguntaba “¿qué patrón conecta al cangrejo con la langosta, la orquídea con la primavera, y ésta conmigo? ¿Y cuál a mí contigo?”.  Los patrones de vida son, igualmente, patrones de comunicación.
Esta topología del discurso cognitivo interdisciplinario sobre la comunicación, como dije antes,  la podemos referir  a tres espacios distintivos:

a.- Un primer campo donde  nos encontramos con los avances de la neurociencia, la biología, la ecología y la ciencia cognitiva y sistémica, donde se tocan aspectos de la percepción, relación entre organismos vivos y  redes de especies, cambios energéticos, o la idea acerca de la mente  en los seres vivos,  la autopoiesis de los mismos  en su intercambio de respuestas con  el hábitat, etc.

b.- Un segundo campo  que iniciaría su ascenso  en la segunda mitad de nuestro siglo con  las concepciones de la cibernética y su uso en estrategias militares, la construcción de una ciencia de la información y sus aplicaciones;  donde se dan  cita la  física y la ingeniería, la lógica matemática y la filosofía junto a los tecnólogos.  Su centro de atención se nutre del problema de la comunicación entre el hombre y las máquinas, aspecto éste que también se le ha dado la categoría de “inteligencia artificial”. La explosión de la tecnología  hará cambiar el estatus de la comunicación tradicional y natural del habla humana. Esta dimensión técnica ha suplantado  la dimensión humana y social de la comunicación. Ello ha dado pie al desarrollo del siguiente campo de confrontación cultural.

c.- El tercer campo  se  remite a los procesos sociales  y políticos de los cambios operados por la evolución de la comunicación tanto en sus aspectos individuales como  colectivos y al  impacto generado por las tecnologías  de la comunicación  y sus aspectos normativos y funcionales  implícitos. De donde sabemos que  cada sociedad tiene  el tipo de comunicación que engendra su organización política y sus niveles de complejidad.  Definir un modelo   de sociedad es también definir  un modelo de comunicación pertinente a esa organización. Una se constituye junto con la otra en permanente reciprocidad.

Con lo anterior  podemos decir que la comunicación  si bien tiene aspectos teóricos, éticos, técnicos y científicos muy precisos, tiene también   relieves más azarosos. Esto se debe a que integra la acción  comunicativa del hombre  y la arroja dentro de intereses fundamentales y particulares tanto en  lo político como en lo  cultural, conjugando  de manera  inevitable las dimensiones semióticas, topológicas, axiológicas y energéticas implícitas en ella, conduciéndonos a una doble condición normativa y funcional. Todo ello devela el rostro de la sociedad política y económica donde se sustenta y se mantiene  no sólo un perfil antropológico,  sino también unas relaciones de opción de ecología humana. Al definir el tipo de sociedad  donde queremos vivir tenemos que dictaminar directamente el orden comunicacional que la sustentará en sus conjuntos. Las sociedades democráticas de masas no  se podrían entender sin el desarrollo, por ejemplo, de la televisión, que ha dado pauta al surgimiento de la audiencia mediática en estos últimos cincuenta años, que Wolton[4] ha llamado la sociedad del gran público o también la sociedad individualista de masas.


 

Del proceso comunicativo  en tanto lógica de la relación o redes de redes

Podemos hablar de un ensanchamiento de la neurociencia,  de las ciencias cognitivas y de la biología, en donde se ha moldeado  el nuevo paradigma surgido de las distintas  investigaciones en torno a la especificidad científica de los sistemas vivos, en el que   la comprensión del llamado lenguaje de las relaciones, de los patrones de vida,  presentes  en todo organismo biológico  y su interacción cognitiva con el medio, ha dado aportes importantes y significativos a la nueva construcción de la mirada y de la relación interactiva y compleja del hombre con el entorno. Concepción que ha roto con la  división cartesiana de mente-cuerpo, con la  lógica lineal y ha contrastado  estos aspectos con la precisión del concepto de  mente localizado no únicamente como pensamiento, alma o en el cerebro,  sino como un proceso de continuidad e intercambio  energético y de conocimiento de los sistemas vivos con  el hábitat y sus estrategias de supervivencia con ese entorno.   
La  concepción de  comprender a los fenómenos en tanto componentes interconectados e interdependientes a una red  es algo que ha sido  tomado como imagen organizativa que da sentido topológico a la estructura  global de las nuevas tecnologías de la comunicación (De Rosnay. 1995).   De esta manera podemos visualizar la forma arquitectónica espacial a la que tenderán nuestras actuales sociedades verticales  donde  las comunicaciones interplanetarias  de lo numérico  y de los bytes las alcancen estructuralmente.
El hecho es que una red rompe con el orden de la jerarquía vertical, de la lógica lineal, teniendo la capacidad de ir en diversas direcciones;  las componen relaciones no-lineales. Un mensaje puede viajar a través de  un campo cíclico y puede convertirse en un bucle de retroalimentación. Las redes de comunicación que generan estos bucles son capaces de regularse a sí mismas. Una comunidad organizada así podrá llegar a aprender de sus propios errores, pues la consecuencia de un error se extenderá  a toda la red por medio de los bucles de retroalimentación; un error es una condición de aprendizaje no de obstrucción, de imposibilidad o estatización. En el error está una información vital para la comunidad. Con este aprendizaje se autorregula a sí misma y tendrá capacidad de auto-organizarse, llegando a desarrollar un patrón de vida, modos y grados de una inteligencia colectiva compartida Ello genera también estructuras de múltiples niveles en  seres vivos, donde unos llegan a anidar en el interior de los otros y se complementan en su relación, dando la creación de redes de redes. En estas  formas de autoorganización de los sistemas vivos encontramos una ecología de la comunicación donde no hay un centro único sino que todos sus integrantes son y no a la vez el centro del sistema, de donde   los organismos vivos sólo mantienen sus procesos  vitales dinámicos bajo las condiciones  de no equilibrio y de la alteración constante.  Es lo que Prigogine ha llamado  estructuras disipativas[5]. El equilibrio perfecto es la muerte de la red, de la comunidad.
Entre otros aspectos  sociales de la estructura de redes  encontramos el efecto que se genera en la constitución de la supuesta sociedad global (Luhmann), la cual   nos adentra en un multiperspectivismo y multiculturalidad que nos lleva a la  búsqueda de la suspensión del estadocentrismo decimonónico, en  aceptar la pluralidad de visiones sin dejar de lado los objetivos a conocer, sin desfallecer en alcanzar una relativa –falseable- objetividad crítica y políticamente activa. Lo que hoy se produzca en tanto noticia o información, en cualquier localidad,  no puede ser leído e interpretado desligado de la agenda mediática del resto del mundo; son  segmentos sociales de redes interconectadas por los crecientes flujos del poder de la información. La sociedad de interacción global más que presentarse  en un contexto técnico-abstracto  es, aunque no se quiera ver así,  un todo sinergético organizador en el cual cada uno tiene su parte y su esquina.


El canto exaltado de la comunicación autista

Antes hemos hablado del aporte significativo de los medios para la consolidación de la democracia de masas dentro del mundo occidental, a través de la  construcción virtual de los espacios públicos, en donde el gran público ha podido informarse y opinar, obtener un juicio crítico y conocer los asuntos  más diversos de la actualidad  global. Pero encontramos que la comunicación puede arrastrar peligros mayores al convertir sus efectos en plagas informativas y virus destructores de la autonomía del individuo y del intercambio  democrático  generado  a partir de los patrones comunicacionales de opinión.  Igualmente está en juego nuestra capacidad psíquica por la dosis de información y la colateral incapacidad  de asimilación y de selección de la misma, lo cual nos obliga necesariamente a desarrollar unas  estratégicas  críticas del uso  de la información. De ahí el peligro que genera la apología de una comunicación sin contenido, donde deviene ella misma su propia finalidad, y  se cierra dentro de la intolerancia, la xenofobia, la exclusión y lo ideológico banal, excluyendo todo bucle de retroalimentación comunitario e impidiendo a las sociedades humanas crecer como sistemas abiertos y correctores de sus propios errores. Fuerzas políticas que entrañan el deseo de exclusión, repliegue y purificación, intolerancia a la multiculturalidad y a la diversidad del experimento  humano como originalidad colectiva, sea ésta minoritaria o universal. Frente a la información  nos encontramos con una gran fragilidad  ante las empresas y estados totalitarios de desinformación,  que les ofrecen potencialmente toda la red de tecnologías punta que las engloba. Y como  bien se sabe, los excesos de liberalismo mediático  pueden conducir  a los peores excesos de populismo autoritario (caso del gobierno venezolano de las últimas décadas es modélico). De una anomía y laxismo de los medios conducidos por el raiting y el clamor de todo lo que huela a audiencia podemos pasar a un autoritarismo  donde los hombres pueden llegar a estar sujetos al control de lo más  constituyente y legitimador de las sociedades democráticas, es decir, del  uso responsable y libre de la palabra, de la expresión de la  opinión – así sea minoritaria -, creando un autismo generalizado provocado por las formas de uso de las nuevas tecnologías de la comunicación (Debray.1993; Breton. 1997) y el abandono de un  proceso educativo que tenga como fin la autonomía integrada del individuo a su colectividad y a la vigilancia de los errores estructurales de la sociedad.


El poder-querer-entender de la comunicación

Un aspecto importante para los planteamientos teóricos y prácticos para una  construcción de una  filosofía  crítica de la comunicación es el campo de lo  ético. En dicho campo, en una primera aproximación,  nos pudiéramos adentrar en una  interesante  diferencia entre intersubjetividad y  comunicación desde la perspectiva ética. Se quiere llamar aquí la  atención al definir el proceso de la comunicación en términos sesgados y únicos de entendimiento, el cuál estriba en que solo se realizaría tal vínculo comunicante si es que el otro, mi interlocutor, puede llegar a entender lo que digo. Ante esta condición propia de una comunidad discursiva (Habermas), debemos agregar  una condición volitiva, pues no se trata sólo de entender el sentido de la información sino el  poder querer comprender, presente en toda acción que emprende el entendimiento. Visto así el exigir solamente  la interacción  o la intersubjetividad (el compartir un mundo común, en términos de Husserl o el hablar un lenguaje inevitablemente público, en la de Wittgenstein) es del todo insuficiente.  La exigencia intersubjetiva promueve ciertas carencias que despiertan sospechas al carecer del acto, de la voluntad, del poder querer entender requerido en las partes implicadas en la comunicación y que conforman así el previo acuerdo ético para establecer un vínculo de reciprocidad aceptada. Hay necesidad de una recreación de la información y de la fuerza volitiva de lo que el otro dice, por parte de quien escucha; toda información no es recibida de manera inerte por el receptor pues para que sea efectiva hay que procesarla de manera inteligente y ello exige un grado de capacidad, voluntad y aceptación; aún corriendo  el peligro que esa maravillosa capacidad recreativa puede llevar a dramáticos equívocos y desencuentros.
El plano donde comienza a distorsionarse la comunicación está más centrado dentro del plano volitivo, en ese impulso de la voluntad, más que en el del entendimiento; se requiere, ante cualquier comunicación una postura ética de querer entender al otro, lo que nos lleva a definirnos en tanto receptores;  los cuales, si se quiere establecer una comunicación eficiente, no deben ser individuos de mala voluntad o imbéciles.
Lo anterior nos lleva a concentrarnos éticamente en el plano moral del individuo al  inducirlo a que mantenga esa condición volitiva abierta para la propuesta entendible dentro de toda comunicación con el otro.
La mala fe en la comunicación se da cuando no se quiere establecer ese vínculo por un ejercicio unilateral de poder o de un no querer entender preestablecido, aunque se trate de persuadir por distintas vías a nuestro interlocutor de que desista de tal elección. Todo se reduce al plano de  poder-querer-entender (Cabrera, 1996:94). Lo contrario entraríamos en el espacio de la inhabilitación moral al construirnos en un permanecer en contra-de-los-otros y a favor de nosotros mismos, es decir, en el redil del reducido egoísmo. Campo que nos puede llevar a una  incomunicación radical,  donde se perfila al otro como enemigo, aquél que se intenta eliminar en la sociedad afirmativa en el ejercicio unilateral del poder. Como se nos dice: el enemigo de una guerra es tan sólo la extrañeza del otro, la ajenidad del prójimo llevada hasta sus últimas consecuencias (idem:95s).
De esta forma nos encontramos que para establecer una comunicación ética no sólo con entender basta;   se requiere  de otro mecanismo, el volitivo, que vendría a aceptar la existencia del otro tan válida como la nuestra, estableciéndose un soporte  ético que nos llevaría a un poder-querer vinculante y no meramente reducido a entender lo dicho. Quedándonos solo en el nivel del entendimiento podemos hasta alcanzar una fase de intersubjetividad que puede retornar a un ensimismamiento por parte de los interlocutores, pero no a una comunicación cabal, equidistante y nítida. De ahí el ingrediente volitivo de aceptar y tolerar al otro, pero en la medida en que en ambas partes esté establecido el interés ético del  poder-querer-entender como  requerimiento de comunicación afirmativa.

 


Individualismo y medios en una postmodernidad a medias

Si bien se creyó  por mucho tiempo en la estandarización u homogeneidad de gustos y creencias, en una pasividad y adormecimiento del público por el efecto de los medios,  nos encontramos que los últimos estudios comunicacionales (Wolton), han podido rescatar cierta positividad para el proyecto ilustrado del ejercicio de la razón individual por parte de todos nosotros; así podemos decir que se vuelve a tomar interés en las últimas propuestas de investigación  por el receptor en tanto audiencia activa.
En ciertos niveles de formación educativa y cultural,  y en determinado público, que puede ser una buena tajada de esa audiencia,  han demostrado tener juicios propios sobre todo lo que les presentan  los medios y ello hace que sean más cautos algunos si quieren seguir teniendo  a su invitado diario ante las pantallas, las radios o los tabloides. Pero a pesar de los grados de formación todo público siempre reaccionará ante lo emitido y no aceptará  tan pasivamente todo lo mandado por los medios. Más que buscar confianza se busca distracción e información en los medios de hoy.
Como ya lo advertimos antes, hay un creciente sentido de  autonomía y de individualismo dentro de nuestras sociedades y públicos mediáticos.  Lipovetsky (2003) propone que la obra de los medios de comunicación dentro de las sociedades democráticas modernas  ha contribuido al advenimiento histórico  de una nueva cultura individualista. En los medios subyace una fuerza  que lleva una formidable dinámica de individualización  de los modos de vida y comportamientos característicos de nuestra época; todos los frentes mediáticos han  expandido las cambiantes normas de felicidad y consumo privados, de la libertad individual, del ocio y los viajes, del goce erótico: “la plenitud íntima y los deleites privados han pasado  a ser ideales de masas que se exaltan sin cesar”; los medios de comunicación de masas se convierten en enterradores de tradiciones, de enquistadas percepciones de clase, de añejas culturas populares, abriendo fisuras a las morales rigoristas y a las ideologías políticas; lo que ha impuesto a la mayoría aquí y ahora es vivir  según nuestro propio libre albedrío. Esto está presente en los estados neo-tiránicos y sus políticas y leyes comunicacionales, como son el caso de países como Venezuela, Cuba, China, Rusia, Corea del Norte, y en la mayoría de los países tercermundistas con gobiernos autoritarios militaristas.
Los medios trabajan, según parece, para individualizar los comportamientos, por individualizar costumbres, por privilegiar lo individual en detrimento de lo colectivo: un individualismo desregularizado, desincronizado, a la carta; el autor nos dice. “Amplificadores de comparaciones, los medios se esfuerzan por liberar las mentes de la influencia de las tradiciones y de las culturas de grupo o de clase, contribuyen, siquiera  sea de manera muy imperfecta y desigual, a individualizar las opiniones, a multiplicar los valores de referencia, a hacer  que los individuos pierdan  la confianza en los partidos políticos y las iglesias, a emanciparlos  respecto de ideologías  monolíticas”, (idem:107). Entre el sensacionalismo de los medios avanza la astucia de la razón individualista. Una secuela de la ilustración y el uso de la razón pero de una razón sensualista,  fronteriza (Trías, 2003), que mira tanto  al ejercicio de una egonomía de los medios de satisfacción individual y no sólo  a un sacrificio gratuito y sin rédito a nombre de una patria, religión o idea sin más garantías de proseguir la vida a ofrecer dentro del capitalismo y hoy del socialismo tropical ficcional (Verdú, 2003).
Sin embargo, en la actualidad lo medios se han vuelto  incómodos para determinados regímenes que aspiran a una sociedad centrada alrededor de una actitud mágica, tribal, sin tener  la obligatoriedad de confrontar sus decisiones frente al conjunto de los ciudadanos que los han elegido para ocupar la dirección y fines de un Estado; gobiernos que sólo huelen a fracaso encorbatado y chantalizado. Y el hecho está en que  los medios informan al público independientemente de la autoridad del Estado, de un partido o de una Iglesia, o de los mismos medios,  favoreciendo  globalmente al uso acrecentado de la razón individual. Aun cuando ya no existan grandes ideologías y posturas oposicionistas al poder de turno, sino ambiciones distintas de acaparar, usufructuar y utilizar el poder y sus  presupuestos públicos  para sí y su camarilla,  el espíritu crítico de la sociedad civil no se desvanece, sino que tiende a generalizarse, extendiéndose a todas las cuestiones de la vida, sea política, cultura, economía, arte y vida personal. Las críticas radicales (llamasen de derecha o de izquierdas, ¿eso existirá?), se extinguen, las críticas  y rechazos parciales dejan de tenerse en cuenta. A largo plazo, los individuos  tienen mayores  posibilidades de replantearse sus opiniones,  de ejercen un libre examen, de tomar distancia en relación con las posiciones  de las cuestionadas y estériles autoridades institucionales desde el diván occidental electrónico de su razón individual. Tanto lo superficial como el ludismo mediático constituyen en mayor medida instrumentos  de la ilustración que su tumba, (Lipovetsky, idem, p.108) de ahí  la nueva censura jurídica y de empresas comunicacionales en países con poder económico de comprar completamente consorcios comunicacionales completos, haciendo un cerco mediático a nivel nacional en todo público conectado. Lo cual plantea una desobediencia civil comunicacional a través de las redes que aún permanecen abiertas a expandir posturas y críticas a las manipulaciones e ideologías dirigidas.
Vemos entonces que, por ejemplo, la tv funciona como una comunicación sin respuesta, sin embargo constituye una fuente de actos de habla social, genera conversaciones entre amigos y desconocidos, miembros de familia.  Se ven los programas pero luego se habla de ellos.  Wolton ha observado que  la tv. reconstruye, en cierta forma, una forma de vínculo social en la medida que el ver un programa da conciencia al televidente de que otros también están  mirando lo mismo y estos saben que yo hago otro tanto como ellos (ver Elogio del Gran Público). Y es esto que hace posible la  puesta emocional común  que aproxima  toda comunicación  y que establece un vínculo de bien compartido más allá de nuestra individualidad. Los medios nos dan una respuesta ecuménica  a nuestra soledad individual  al  comprender que no estamos viendo solos lo que acontece, otros también compartirán nuestra opción.
Pero los medios si tienen como finalidad el divertir, distraer, el tratar de hacer pasarla bien a sus usuarios también tiene el rigor de informar y marcar pautas de libertad, justicia y asistencia, en fin, de responsabilidad ciudadana ante el mundo y ante ellos mismos. Por eso que la ética no puede separarse de este entorno pues los medios no pueden nunca obrar solos, unilateralmente, pues el público se resentirá y sabrá que ante el engaño, la deformación, el tráfico de  la mentira y de la estética de carnicería histórica está  jugando con el grado de aceptación de ese mismo público.


Un final
Para finalizar podemos decir que  nos adentramos a comprender que una mirada  contemporánea a la cultura mediática es una toma impregnada de inquietud, es un acto envolvente que despierta la observación ante el acto del sujeto sobre un campo expandido  de virtualidad y fragmentación, de sinergia y flujo;  donde  la obligación de escudriñar el tema de la ética y las libertadas públicas e individuales existentes  en todo estudio  social,  induciéndonos a participar y explorar  en forma activa, junto a propuestas  con las que inventemos enlaces más humanos, arriesgados, creativos y tolerantes sobre el  ya no tan nuevo umbral cultural mediático por el que transitamos. Todo ello sin olvidar  la persistente conciencia trágica de habitar en una época  siempre  próxima a una catástrofe cultural, natural, bélica, terrorista, epidémica, social, ideológica, tiránico-mediática, en fin, humana/inhumana,  pero paradójicamente, muchas veces no informada y sí manipulada políticamente es decir, no anunciada por el  animal  mediático.

Les recuerdo unas frases sobre nuestra catástrofe individual moderna encontrada en los escritos del rumano Cioran: La catástrofe, para el hombre, viene por el  hecho de no  poder  permanecer sólo. No hay ninguna  persona que pueda permanecer sola con ella misma. Todos aquellos que viven  solos se apresuran a prender la televisión o la radio. Creo que si un gobernante suprimiese la televisión, los hombres se matarían entre ellos en la calle, porque el silencio los aterroriza. En un  pasado lejano, las personas estaban  mucho más  en contacto con ellas mismas durante días y meses; eso  no es  posible ahora. Por esto  puede decirse que la catástrofe se produce, y vivimos al borde de la catástrofe, (Cioran 1995:1784). También podemos entender cuando refiere que la vida no es tolerante más que por el grado de mistificación que ponemos en ella. Dos  buenas observaciones para comenzar otras reflexiones, se las debo...






Bibliografía

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Breton, Phillippe. 1992: L’utopie de la communication, Ed. La Découverte, Paris, 1997, 1er.ed. 1992.
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Wolton, Dominique. 1997: Penser la communication. Ed. Flammarion, Paris. 
                              1999: o Internet et après? Ed. Flammarion, Paris. 



[1] G. Gamaleri. La Galaxia McLuhan. A.T.E. Madrid, 1981, P.49

[2] Los nuevos campos de investigación dentro de las llamadas ciencias de la comunicación se llamaron interdisciplinarias (behavioral sciences y Area Studies ),  y los primeros trabajos aparecieron en los ’50 y ’60.
[3] Los intelectuales franceses le han puesto un nombre:  mediología para facilitar la referencia  al  campo de estudio. Debray, Regis, “Qu’est-ce que la médiologie?” en Le Monde Diplomatique, Paris, nº 545 – año 46º, Agosto 1999-p.32. Debray advierte que la mediología  no pretende un  estatus de ciencia y aún menos de  ciencia nueva, pues no es en sí ella un descubrimiento en tanto disciplina. Pareciera que dicha disciplina no es más que una sociología de los medias bajo otro nombre.
[4] Wolton tiene varios textos sobre el tema. Este investigador francés lleva más de veinte años investigando acerca de la sociedad democrática de masas y el gran público. Para ésto puede consultarse Penser la communication, (1997) o Internet et après? (1999) ambos en ed. Flammarion, Paris. 
[5] Las estructuras disipativas  son propias de los sistemas abiertos en los que la disipación es una fuente de orden, sin ella no  podrían  pensarse a los seres vivos como sistemas abiertos a intercambios energéticos y transmisión, por ende, de información. Ver  Prigogine, Ilya y Paul Glansdorff, Thermodynamic Theory of structure, stability and fluctuation, Wiley, Nueva York, 1984 y Prigogine Ilya e Isabelle Stengers, Order out of caos, Bantam, N.Y. 1984, pp.284ss.
Hablar de Dios carece evidentemente de sentido

(‘God-talk is evidently nonsense[1])

Alfred Jules Ayer
.                              
(Traducción y notas de Carlos Blank)




Por lo general ahora se admite, por lo menos entre los filósofos, que la existencia de un ser que tenga los atributos propios de un dios de una religión no animista no puede ser probada concluyentemente.[2] Lo que no goza del mismo reconocimiento general es que incluso sea probable que no haya forma de demostrar la existencia de un dios[3], tal como el Dios del cristianismo. Sin embargo, esto es algo fácil de mostrar. Pues, si la existencia de tal dios fuese probable, entonces la proposición acerca de su existencia sería una hipótesis empírica. Y en ese caso sería posible deducir de ella, junto con otras hipótesis empíricas, algunas proposiciones empíricas que no fuesen deducibles de estas otras proposiciones solamente.[4] Pero, de hecho, esto no es posible. A menudo se aduce, ciertamente, que la existencia de cierta clase de regularidad en la naturaleza constituye evidencia suficiente de la existencia de un dios. Pero si la sentencia ‘Dios existe’ no implica sino que ciertos tipos de fenómenos ocurren en determinadas secuencias, entonces afirmar la existencia de un dios sería simplemente equiparable a afirmar el requisito de regularidad de la naturaleza; y ninguna persona religiosa aceptaría que eso es todo lo que ella  pretende decir cuando afirma la existencia de un dios. Ella diría que al hablar de Dios, está hablando acerca de un ser trascendente que puede ser conocido por medio de determinadas manifestaciones empíricas, pero que ciertamente no puede ser definido exclusivamente en función de dichas manifestaciones. Pero en ese caso el término ‘dios’ es un término metafísico. Y si ‘dios’ es un término metafísico, no es siquiera probable que dios exista. Pues decir que ‘Dios existe’ es pronunciar una afirmación que no puede ser ni verdadera ni falsa. Y de acuerdo a este mismo criterio, ninguna sentencia que pretenda describir la naturaleza de un dios trascendente puede poseer algún significado literal.[5]
(It is now generally admitted, at any rate by philosophers, that the existence of a being having the attributes which define the god of any non-animistic religion cannot be demonstratively proved. What is not so generally recognised is that there can be no way of proving that the existence of a god, such as the God of Christianity, is even probable. Yet this also is easily shown. For if the existence of such a god were probable, then the proposition that he existed would be an empirical hypothesis. And in that case it would be possible to deduce from it, and other empirical hypotheses, certain experiential propositions which were not deducible from those other hypotheses alone. But in fact this is not possible. It is sometimes claimed, indeed, that the existence of a certain sort of regularity in nature constitutes sufficient evidence for the existence of a god. But if the sentence ‘God exists’ entails no more than that certain types of phenomena occur in certain sequences, then to assert the existence of a god will be simply equivalent to asserting that there is the requisite regularity in nature; and no religious man would admit that this was all he intended to assert in asserting the existence of a god. He would say that in talking about God, he was talking about a transcendent being who might be known through certain empirical manifestations, but certainly could not be defined in terms of those manifestations. But in that case the term ‘god’ is a metaphysical term. And if ‘god’ is a metaphysical term, then it cannot be even probable that a god exists. For to say that ‘God exists’ is to make a metaphysical utterance which cannot be either true or false. And by the same criterion, no sentence which purports to describe the nature of a transcendent god can possess any literal significance.)

Es importante no confundir este enfoque sobre las afirmaciones religiosas con el enfoque adoptado por los ateos o bien los agnósticos. Porque es característico de un agnóstico sostener que la existencia de un dios es una posibilidad sobre la cual no hay buenas razones para creer o no creer; y es característico de un ateo sostener que al menos se puede probar que no existe dios. Y nuestro punto de vista de que todas las afirmaciones acerca de la naturaleza de Dios carecen de sentido, lejos de ser iguales  o suministrar algún tipo de apoyo a cualquiera de estas posiciones familiares, es de hecho incompatible con ellas. Pues si la afirmación de que existe un dios carece de sentido, la afirmación de que no existe dios carece también de sentido, puesto que solamente una proposición significativa puede entrar en contradicción con otra. En cuanto al agnóstico, aunque se abstiene de afirmar que existe o no un dios, él no niega que ambas sentencias, ‘existe un dios trascendente’ o ‘no existe un dios trascendente’, son proposiciones tal que una de ellas es verdadera y la otra falsa. Lo único que él afirma es que no podemos decir cuál de ellas es verdadera, por lo que entonces no podemos pronunciarnos a favor de ninguna de las dos. Y esto significa que el agnosticismo también está descartado.[6]
(It is important not to confuse this view of religious assertions with the view that is adopted by atheists, or agnostics. For it is characteristic of an agnostic to hold that the existence of a god is a possibility in which there is no good reason either to believe or disbelieve; and it is characteristic of an atheist to hold that it is at least probable that no god exists. And our view that all utterances about the nature of God are nonsensical, so far from being identical with, or even lending any support to, either of these familiar contentions, is actually incompatible with them. For if the assertion that there is a god is nonsensical, then the atheist’s assertion that there is no god is equally nonsensical, since it is only a significant proposition that can be significantly contradicted. As for the agnostic, although he refrains from saying either that there is or that there is not a god, he does not deny that the question whether a transcendent god exists is a genuine question. He does not deny that the two sentences ‘There is a transcendent god’ and ‘There is no transcendent god’ express propositions one of which is actually true and the other false. All he says is that we have no means of telling which of them is true, and therefore ought not to commit ourselves to either. But we have seen that the sentences in question do not express propositions at all. And this means that agnosticism also is ruled out.)

Vale la pena destacar que en aquellos casos en los cuales las deidades son identificadas con objetos naturales, afirmaciones referentes a ellos pudieran aceptarse como significativos. Si, por ejemplo, alguien me dice que la ocurrencia de un trueno es necesaria y suficiente para establecer la verdad de la proposición Jehová está enfadado, yo puedo concluir, siguiendo este mismo uso de las palabras, que la oración ‘Jehová está enfadado’ es equivalente a ‘está tronando’. Pero en religiones sofisticadas, aunque puedan basarse hasta cierto punto en el temor reverencial de los hombres hacia procesos naturales que no pueden entender suficientemente, la ‘persona’ que supuestamente controla el mundo empírico no está situada en él; se supone que es superior al mundo empírico y que posee atributos supra-empíricos. Pero la noción de una persona cuyos atributos esenciales son no-empíricos no es una noción inteligible en lo absoluto. Podemos tener una palabra que es usada como si nombrase esta ‘persona’, pero, a menos que las sentencias en las cuales ello ocurre expresen proposiciones verificables empíricamente, no puede decirse que simbolice algo. Y este es el caso con la palabra ‘dios’, en el uso que hacemos cuando intentamos referirnos a un objeto trascendente. La mera existencia del substantivo es suficiente para crear la ilusión de que hay algo real, de que de todas maneras hay una posible entidad que corresponde a dicho substantivo. Solamente cuando nos preguntamos cuáles son los atributos de Dios es cuando descubrimos que ‘Dios’, en este uso, no es un nombre genuino.
(It is to be remarked that in cases where deities are identified with natural objects, assertions concerning them may be allowed to be significant. If, for example, a man tells me that the occurrence of thunder is alone both necessary and sufficient to establish the truth of the proposition that Jehovah is angry, I may conclude that, in his usage of words, the sentence ‘Jehovah is angry’ is equivalent to ‘It is thundering.’ But in sophisticated religions, though they may be to some extent based on men’s awe of natural process which they cannot sufficiently understand, the ‘person’ who is supposed to control the empirical world is not himself located in it; he is held to be superior to the empirical world, and so outside it; and he is endowed with super-empirical attributes. But the notion of a person whose essential attributes are non-empirical is not an intelligible notion at all. We may have a word which is used as if it named this ‘person,’ but, unless the sentences in which it occurs express propositions which are empirically verifiable, it cannot be said to symbolize anything. And this is the case with regard to the word ‘god,’ in the usage in which it is intended to refer to a transcendent object. The mere existence of the noun is enough to foster the illusion that there is a real, or at any rate a possible entity corresponding to it. It is only when we enquire what God’s attributes are that we discover that ‘God,’ in this usage, is not a genuine name.)

Está fuera del alcance de esta investigación adentrarnos con más profundidad en las causas del sentimiento religioso o discutir sobre la probabilidad de la persistencia de la fe religiosa. Solamente estamos interesados en responder aquellas cuestiones que surgen de la discusión acerca de la posibilidad del conocimiento religioso. El punto que queremos establecer es que no puede haber ninguna verdad trascendente de la religión. Y ello por la simple razón de que las sentencias que usa el teísta para expresar tales ‘verdades’ carecen literalmente de significación.
(It is not within the scope of this enquiry to enter more deeply into the causes of religious feeling, or to discuss the probability of the continuance of religious belief. We are concerned only to answer those questions which arise out of our discussion of the possibility of religious knowledge. The point which we wish to establish is that there cannot be any transcendent truths of religion. For the sentences which the theist uses to express such ‘truths’ are not literally significant.)

Un aspecto interesante de esta conclusión es que concuerda con lo que muchos teístas están acostumbrados ellos mismos a decir. Pues se nos dice a menudo que la naturaleza de Dios es un misterio que trasciende la comprensión humana. Pero decir que algo trasciende la comprensión humana es decir que es ininteligible. Y lo que es ininteligible no puede ser descrito significativamente. De nuevo, se nos ha dicho que Dios no es un objeto de razón sino un objeto de fe. Esto no es más que la admisión de que la existencia de Dios es algo en lo que simplemente debemos creer, ya que no puede ser probada. Pero puede ser una afirmación de que Dios es objeto de una intuición mística puramente, y no puede, por ende, ser definido en términos que sean inteligibles para la razón. Y pienso que hay bastantes teístas que afirmarían esto mismo. Pero si se acepta que es imposible definir a Dios en términos inteligibles, entonces uno está aceptando que es imposible que una sentencia sea significativa y acerca de Dios al mismo tiempo. Si el místico admite que el objeto de su visión es algo que no puede ser descrito, entonces debemos admitir también que está condenado a decir insensateces cuando lo describe.
(An interesting feature of this conclusion is that it accords with what many theists are accustomed to say themselves. For we are often told that the nature of God is a mystery which transcends the human understanding. But to say that something transcends the human understanding is to say that it is unintelligible. And what is unintelligible cannot significantly be described. Again, we are told that God is not an object of reason but an object of faith. This may be nothing more than an admission that the existence of God must be taken on trust, since it cannot be proved. But it may also be an assertion that God is the object of a purely mystical intuition, and cannot therefore be defined in terms which are intelligible to the reason. And I think there are many theists who would assert this. But if one allows that it is impossible to define God in intelligible terms, then one is allowing that it is impossible for a sentence both to be significant and to be about God. If a mystic admits that the object of his vision is something which cannot be described, then he must also admit that he is bound to talk nonsense when he describes it.)

Por su parte, el místico puede protestar diciendo que su intuición sí le releva verdades a él, aunque no pueda explicar estas verdades a otros; y nosotros que carecemos de esta facultad de intuición no tenemos bases suficientes para negar que se trata de una facultad cognitiva. Pero el místico lejos de elaborar proposiciones que sean empíricamente verificables, es absolutamente incapaz de elaborar alguna proposición inteligible. Y, por lo tanto, decimos que su intuición no le ha revelado a él ningún hecho. Es inútil que él diga ha aprehendido unos hechos pero es incapaz de expresarlos. Porque nosotros sabemos que si él realmente hubiese adquirido alguna información, también sería capaz de expresarla. Sería capaz de indicar de una manera u otra cómo el carácter genuino de su descubrimiento puede ser empíricamente determinado. El hecho de que sea incapaz de revelar lo que ‘conoce’, o que el mismo pueda incluso diseñar algún tipo de test empírico que valide su ‘conocimiento’, muestra que su estado de intuición mística no es un genuino estado cognitivo. Así, al describir su visión, el místico no nos suministra ninguna información sobre el mundo externo; él simplemente nos suministra información indirecta acerca de la condición de su propia mente[7].  
(For his part, the mystic may protest that his intuition does reveal truths to him, even though he cannot explain to others what these truths are; and that we who do not possess this faculty of intuition can have no ground for denying that it is a cognitive faculty. But the mystic, so far from producing propositions which are empirically verified, is unable to produce any intelligible propositions at all. And therefore we say that his intuition has not revealed to him any facts. It is no use his saying that he has apprehended facts but is unable to express them. For we know that if he really had acquired any information, he would be able to express it. He would be able to indicate in some way or other how the genuineness of his discovery might be empirically determined. The fact that he cannot reveal what he ‘knows,’ or even himself devise an empirical test to validate his ‘knowledge,’ shows that his state of mystical intuition is not a genuinely cognitive state. So that in describing his vision the mystic does not give us any information about the external world; he merely gives us indirect information about the condition of his own mind.)


Con estas consideraciones nos deshacemos del argumento a partir de la experiencia religiosa, que algunos filósofos todavía consideran como un argumento válido a favor de la existencia de Dios. Ellos dicen que es  lógicamente posible que alguien tenga un conocimiento directo de Dios, así como se tiene un conocimiento directo de un contenido sensorial, y que no hay ninguna razón por la cual no deberíamos estar dispuestos a creer a esa persona cuando dice que ve una mancha amarilla y, en cambio, nos reusamos a creerle cuando dice que ve a Dios. La respuesta a esto es que si la persona que afirma que ve a Dios  meramente afirma que ella está experimentando un tipo particular de contenido sensorial, entonces nosotros, en una primera instancia, no negamos que dicha afirmación pueda ser verdad. Pero, normalmente, la persona que afirma estar viendo a Dios no dice que está experimentando una emoción religiosa, sino también que existe un ser trascendente que es objeto de su emoción; del mismo modo que una persona al afirmar que ve una mancha amarilla, normalmente no quiere decir solamente que su campo de sentido visual contiene un contenido sensorial amarillo, sino también que existe un objeto amarillo al cual dicho contenido sensorial pertenece. Y no es irracional estar dispuesto a creer a una persona cuando afirma la existencia de un objeto amarillo, y reusarse creerle cuando afirma la existencia de un dios trascendente. Pues mientras la sentencia ‘aquí existe una cosa material de color amarillo’ expresa una proposición sintética genuina[8], que puede ser empíricamente verificada, la sentencia ‘existe un dios trascendente’ carece, como ya vimos, literalmente de significado.  
(These considerations dispose of the argument from religious experience, which many philosophers still regard as a valid argument in favour of the existence of a god. They say that it is logically possible for men to be immediately acquainted with God, as they are immediately acquainted with a sense-content, and that there is no reason why one should be prepared to believe a man when he says that he is seeing a yellow patch, and refuse to believe him when he says that he is seeing God. The answer to this is that if the man who asserts that he is seeing God is merely asserting that he is experiencing a peculiar kind of sense-content, then we do not for a moment deny that his assertion may be true. But, ordinarily, the man who says that he is seeing God is saying not merely that he is experiencing a religious emotion, but also that there exists a transcendent being who is the object of this emotion; just as the man who says that he sees a yellow patch is ordinarily saying not merely that his visual sense-field contains a yellow sense-content, but also that there exists a yellow object to which the sense-content belongs. And it is not irrational to be prepared to believe a man when he asserts the existence of a yellow object, and to refuse to believe him when he asserts the existence of a transcendent god. For whereas the sentence ‘There exists here a yellow-coloured material thing’ expresses a genuine synthetic proposition which could be empirically verified, the sentence ‘There exists a transcendent god’ has, as we have seen, no literal significance.)

Concluimos, por lo tanto, que el argumento a partir de la experiencia religiosa es totalmente falaz. El hecho de que la gente tenga experiencias religiosas es interesante desde el punto de vista psicológico, pero en ningún caso implica que exista tal cosa como el conocimiento religioso, como tampoco el tener experiencias morales implica tal cosa como un conocimiento moral. El teísta, como el moralista, puede creer que sus experiencias son experiencias cognitivas, pero, a menos que formule su ‘conocimiento’ en proposiciones empíricamente verificables, podemos estar seguros de que se está engañando a sí mismo. De allí se sigue que aquellos filósofos que llenan sus libros con aserciones de que ellos intuitivamente ‘conocen’ esta o aquella ‘verdad’ moral o religiosa, están meramente suministrando material para el psicoanalista. Pues ningún acto de intuición puede decirse que revele una verdad sobre cualquier cuestión de hecho a menos que vaya en proposiciones verificables. Y todas estas proposiciones han de ser incorporadas en el sistema de proposiciones empíricas que constituye la ciencia.[9]
(We conclude, therefore, that the argument from religious experience is altogether fallacious. The fact that people have religious experiences is interesting from the psychological point of view, but it does not in any way imply that there is such a thing as religious knowledge, any more than our having moral experiences implies that there is such a thing as moral knowledge. The theist, like the moralist, may believe that his experiences are cognitive experiences, but, unless he can formulate his ‘knowledge’ in propositions that are empirically verifiable, we may be sure that he is deceiving himself. It follows that those philosophers who fill their books with assertions that they intuitively ‘know’ this or that moral or religious ‘truth’ are merely providing material for the psychoanalyst. For no act of intuition can be said to reveal a truth about any matter of fact unless it issues in verifiable propositions. And all such propositions are to be incorporated in the system of empirical propositions which constitutes science.)




[1]  A.J. Ayer in Davies B (editor) — Philosophy of Religion: a guide and anthology (OUP, 2000) pp. 143-146, Philosophy of Religion — a guide and anthology, A J Ayer, Dover Publications Inc.
[2] La afirmación de la existencia de Dios puede hacerse por medio de la experiencia de la fe y de la experiencia mística o bien mediante la utilización de argumentos. Estos argumentos pueden ser, a su vez, de dos clases: a priori o a posteriori. El argumento a priori es el conocido argumento ontológico. Mientras que los argumentos a posteriori son: el argumento cosmológico y el argumento físico-teleológico o del diseño inteligente. Generalmente se sostiene que aquellos que afirman la existencia de Dios tienen el onus probandi o carga de la prueba, es decir, son ellos los que tienen que demostrar o probar efectivamente que Dios existe. Pero ninguna de las pruebas analizadas son concluyentes y tienen defectos o insuficiencias. A esto cabe añadir, sin embargo, que la falta de pruebas definitivas de la existencia de Dios no es una prueba definitiva de su no existencia, es decir, la ausencia de prueba no es prueba de ausencia
[3] Es decir, que se puede probar que no se puede probar la existencia de Dios. El término probable debe entenderse, en nuestra opinión, como algo que se puede probar, no en el sentido de la probabilidad matemática.
[4] Es decir, debe conducir a consecuencias empíricas contrastables  y no ser trivial o superflua.
[5] O, lo que es lo mismo, carece literalmente de significado. Como el mayor representante de la corriente del positivismo lógico en Inglaterra y heredero de la tradición empirista, Ayer considera que todo aquello que no puede ser demostrado mediante métodos formales o verificado mediante métodos empíricos  cae fuera de los límites de cualquier lenguaje significativo. Su posición frente a la metafísica  se hizo un poco más flexible con el pasar del tiempo. Para conocer la evolución de sus ideas puede consultarse A. Phillips Griffiths: A. J. Ayer: Memorial Essays, Cambridge University Press, Cambridge, 1991.
[6] Por otro lado, puede ocurrir que aquellos que niegan la existencia de Dios, es decir, los ateos, tengan pruebas de la no existencia de Dios. A diferencia del agnóstico que ni afirma ni niega la existencia de Dios, el ateo afirma explícitamente la no existencia de Dios. Aunque puede parecer extraño en primera instancia la demostración de la no existencia de algo, de un hecho negativo, como se le conoce, hay argumentos en ese sentido. De hecho hay tres líneas argumentativas posibles: aquella que afirma que la existencia de Dios es imposible o que la existencia de Dios implica atributos que son incompatibles entre sí. La segunda línea de argumentación es aquella que afirma la incompatibilidad de determinadas evidencias o ausencia de ellas con la existencia de Dios. En esa categoría se encuentran el argumento a partir de la existencia del mal y el argumento de la ausencia o silencio de Dios. La última línea sería un corolario de que la ausencia de prueba no es prueba de ausencia, vale decir, que en ausencia de pruebas o de evidencia de la existencia de Dios, lo más razonable es afirmar su no existencia que lo contrario. Lo interesante de la posición de Ayer es que despacha a teístas, ateístas y agnósticos por igual, puesto que su lenguaje carece simplemente de significado, al menos cognitivo, como veremos más adelante. Esta es también su debilidad, pues descarta como sinsentido toda forma de discusión sobre el tema.  La posición de Ayer se conoce así como ignosticismo.
[7] De esta manera Ayer desmonta toda forma de teísmo e invalida también la experiencia mística como medio de prueba de la existencia de Dios al despojarla de todo valor cognitivo. Siguiendo la tradición de su maestro Hume, tanto a la experiencia religiosa como a la moral le asigna un papel puramente emotivo o sentimental, y en el caso de la primera no precisamente en los términos más halagadores, como veremos más adelante. Comparte con Hume que las personas con temperamentos religiosos suelen sufrir de melancolía, suelen ser personas de dudoso equilibrio mental.
[8] De acuerdo con uno de los dogmas del empirismo, pace Quine, las proposiciones de un lenguaje significativo son o bien  analíticas, como las de la lógica y la matemática, meras tautologías diría Wittgenstein, o bien son sintéticas y se refieren a cuestiones de hecho. Todo lo que no encaja dentro de este esquema es considerado como pseudoproposiciones. Dentro de esa categoría entran las proposiciones de “existe dios” o “no existe dios”.
[9] La ironía del caso, es que el propio Ayer tuvo, un año antes de morir, una experiencia cercana a la muerte, su corazón se detuvo durante cuatro minutos y debió ser resucitado. Él dijo que se atragantó con un pedazo de salmón ahumado que una amiga le había ofrecido en la clínica en que había sido hospitalizado por una neumonía. Otros dicen que se atraganto con un pendiente de una amante con la cual se iba a fugar al Sur de Francia, pues tal parece que Freddie –como le decían los allegados- era muy popular entre las mujeres hasta bien avanzado en años, así como su admirado Russell. Lo cierto del caso es que esa experiencia produjo un importante cambio en él, se tornó más amable y solidario con la gente, incluso se hizo íntimo de su antiguo adversario: el padre Copleston, según relató posteriormente su viuda.  Obviamente, como representante del más sobrio ateísmo o, mejor, ignosticismo, él jamás pudo reconocer públicamente que había cambiado de opinión sobre Dios y la inmortalidad, no podía defraudar a sus seguidores, aunque parece  haberle dicho al médico que lo atendió en esa oportunidad que se había topado con un ser divino y que debía revisar sus opiniones anteriores. Seguramente quiso reservar para sí esa experiencia y, en este caso, ahorrarse el psicoanalista. Sobre este incidente y sobre el artículo que escribió Ayer a raíz de este incidente puede consultarse www.variousenthusiasms.wordpress.com/2009/04/28/did-atheist-philosopher-see-god-when-he-died-by-william-cash y www.commonsenseatheism.com/wp-content/uploads/2009/11/Ayer-What-I-Saw-When-I-Was-Dead.pdf