miércoles, 1 de junio de 2016

La poética de la lectura (II)

Una aproximación a la obra de 
Jorge Luis Borges

David De los Reyes


 


Aclaración: el siguiente ensayo es la continuación del texto  publicado en el mes de mayo de 2016 en este mismo blog.

         II
         Si entendemos el arte como una actividad que permite expresar emociones, el lector tendrá la capacidad de poder absorber el asombro, la emoción expresada por el artista. En ello está uno de los hechos que Borges más nos habla respecto a su propia experiencia estética como lector. Pope escribió que la tarea del poeta era poder expresar lo que todos sentimos,  pero que nadie ha podido expresar tan bien; así encontramos que habrá una diferencia primordial entre el lector y el creador; diferencia que radica en el hecho de que, aún cuando ambos hacen la misma cosa, es decir, expresar esa emoción particular con estas palabras particulares, el poeta, el escritor, puede resolver por sí mismo el problema de expresarla; al contrario del lector, que sólo puede expresarla cuando el poeta ya nos ha enseñado y ensayado cómo hacerlo. En el caso de Borges las dos caras de la misma moneda se juntan. Para él la experiencia de la lectura y de la escritura están fundidas dentro de su ser. Al igual que en Nietzsche lo importante de una idea está en la transformación que pueda obrar en nosotros, no el mero hecho de razonarla; la importancia de una idea es su capacidad de transmitir asombro y de poder alcanzar a tocar nuestras fibras con la emoción que depare, transportando cambios de significación  y emoción a nuestra sensibilidad. Lo bello es grato siempre, (Eurípides, Baechae 881). Borges lo ha repetido muchas veces, él se considera un lector hedonista, busca placer en la lectura; e igual, en el proceso de la creación poética y literaria. Jamás consentí que mi sentimiento del deber interviniera  en afición tan personal como la adquisición de libros, ni probé fortuna dos veces con autor intratable, (OC.p.233). Demócrito ya decía que los grandes placeres nacen de contemplar las obras hermosas; tal capacidad de obtener placer en Borges está en la lectura de obras literarias. Su vanidad, que pocas veces nos la muestra, estriba más en los libros que ha leído que de haber escrito alguno. Podemos añadir, que respecto al leer, afirma que es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual, (HUI/OC.289). Y en su  poemario Elogio de la sombra nos ofrece esa declaración  total en  su poema Un lector“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullece las que he leído”. Al contrario de Sócrates o del mismo Pitágoras, que no dejaron una línea escrita y para quien los libros atan, o, para decirlo en palabras de la Escritura, que la letra mata y el espíritu vivifica, (7N.127), Borges solamente considera una imagen de lo que pudo ser para él al imaginar el Paraíso: una biblioteca. La timidez borgeana nos lleva a encontrar su misticismo y asombro que surge frente a la literatura. No podemos dejar de señalar aquí un pequeño párrafo de su libro Otras Inquisiciones en el que habla que, tanto para Valéry como para Emerson y Schelley, hay en ellos tres una emoción y comunión presente, dentro y frente a toda esa montaña que compone, como adoquines apilados, las obras que fundan a la historia de la literatura. Valéry habló de una historia de la literatura sin fechas, ni nombres propios; de una historia en que se consideraban todas las obras como producciones del espíritu, sin distinciones de tiempo o de espacio: Hacia 1938, Paul Valéry escribió: “La historia de la literatura no debería ser la historia de los autores y de los accidentes de la carrera de sus obras sino la Historia del Espíritu como productor o consumidor de literatura. Esa historia podría llevarse a término sin mencionar un solo escritor”. Señala que también Emerson acuña esta frase: “Diríase que una sola persona ha redactado cuantos libros hay en el mundo; tal unidad central hay en ellos que es innegable que son obras de un solo caballero omnisciente”. Alrededor de 1824, Shelley dictaminó “que todos los poemas del pasado, del presente y del porvenir, son episodios o fragmentos de un solo poema infinito, erigido por todos los poetas del orbe” (A Defence of Poetry, 1821), (OI/OC.639). El escritor es únicamente un participante ínfimo de un demiurgo universal que dirige al alma del poeta, del escritor, para consumar el conjunto de todo lo que debe ser escrito. Y si bien hemos dicho, como lo apunta el budismo, que el mundo es ilusorio, para Borges, el lector no lo es menos; señala que nosotros, en tanto lectores, podemos caer dentro de la trampa de la ficción y ser parte de ella. Borges ha notado que a todo lector del Quijote le inquieta que el mismo Quijote pueda ser lector de su misma historia o Hamlet espectador de Hamlet. Tales inversiones llevan a sugerir que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores  o espectadores, nosotros, que somos lectores y espectadores de tales obras, también podemos ser ficticios; la angustia, la sorpresa y la admiración de ello nos aturden y asustan suspendiendo el juicio para al cerrar y volver a abrir los ojos y darnos cuenta que se nos va por completo y momentáneamente el fino instante por el cual nuestra vida, sentida como real, transcurre no sin dejar el regusto del pasmo de estar posiblemente dentro del “sueño” llamado realidad, vértigo que se alarga a cada respiración. Es la sensación del saber que nuestra vida se agota a cada instante dentro de un efímero presente, y nos retorna a ver al mundo, y a nuestra vida, como la única realidad cercana. La literatura es para este argentino un sueño, un sueño que nos devuelve una dulce cachetada para soportar el peso de la vigilia al estar fuera de ese sueño, es decir, del filtro de la literatura. El lo ha dicho al referir que para Mallarme el mundo existe para un libro, para León Bloy somos versículos o palabras o letras de un libro mágico, y para Borges, ese libro incesante es la única cosa que hay en el mundo; es, mejor dicho, el mundo. El libro, en tanto obra de arte, es una experiencia real, es un hecho del mundo; cosa del universo, y no, precisamente, obras que reflejen una realidad o que contienen distintos valores. El mundo sólo existe para ser narrado, dicho, clasificado lingüísticamente y en total dependencia con su relato literario; el mundo sólo es soportable porque nutre a la literatura y el sueño de la literatura es su única y auténtica justificación de ser. De ahí que comprenda que la literatura no es agotable por la simple razón que un solo libro no lo es; el libro no es un ente incomunicado, sino una relación, una intercomunicación e interdependencia; el libro es un eje de innumerables relaciones; caleidoscopio de formas, tallado de palabras. Por ello llega a sugerir que la literatura no difiere de otra, bien anterior o ulterior, por el texto o su contenido, sino por la manera de ser leída, por la forma que se ataca a la emoción contenida entre las palabras extendidas hacia un sentido único e individual; ”si me fuera otorgado leer cualquier página actual –ésta por ejemplo -, como la leerán en el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura  del año dos mil, (OI/OC.747)”[1]. Para nuestro señor Borges, poeta, santo y patrón de todas las almas perdidas y angustiadas por la punzante flecha de la literatura, encontramos que  un libro es un diálogo, una forma de relación, un vinculo de intimidad creadora y fantástico. En el diálogo, un interlocutor no es la suma o promedio de lo que se dice: puede no hablar y transmitir que es inteligente, puede emitir observaciones inteligentes y traslucir estupidez (idem.748). Lo normal es que se piense en el libro como un instrumento para justificar, defender, combatir, exponer o historiar una doctrina; lo que pudiéramos llamar  la política del libro y no la poética. De ahí que diga que en la antigüedad no se llegase a pensar que un libro podía exponer  un tema en su totalidad, era sólo un sucedáneo de la palabra oral; era una especie de guía que acompañaba a una enseñanza oral. Pero si bien refirió que su Paraíso era una biblioteca, Borges comprende que la poesía no son los libros de la biblioteca, no son los libros del gabinete mágico de Emerson, (7N.106). En definitiva la poesía, ¿y la literatura? en general, es el encuentro, hallazgo y descubrimiento del lector con el libro. “Las palabras son imágenes del alma de cada uno”, (Dionisio de Kalicarnaso, Ant. Roman,I.1,3). Lector y libro forman la pareja completa para posibilitar el hecho estético en una de sus posibilidades; la otra experiencia estética es la situación de darse el poeta el extraño momento en que concibe su obra, segmento temporal en la que descubre o inventa o transmite esa cosa liviana, alada y sagrada (Platón), que es la poesía.
Se nos ha dicho en algunas de sus páginas que cuando sus alumnos de literatura inglesa le llegaban a preguntar cuál era la bibliografía para un autor, él respondía que la bibliografía no importaba, que al fin y al cabo, Shakespeare no supo nada de bibliografía shakesperiana. Mandaba a estudiar directamente sobre los textos de los autores. Si ellos eran del agrado de uno, pues bien; si no, mejor dejarlos; no compartía la idea de la lectura obligatoria; es solo una idea absurda para la lectura: sería más conveniente hablar de felicidad obligatoria. Escupo sobre la belleza y sobre los que la admiran en vano, cuando no causa placer, (Epicuro, Ateneo, XII,547ª). La poesía debe sentirse además de poder descifrarla; cuando se lee hay que buscar más el sabor que la ciencia. Si nos es imposible llegar a sentirla, si no se tiene sentido de belleza, si la trama de un relato no nos arrastra a querer saber lo que ocurrirá después, es mejor cerrar el libro y saber que ese autor no ha escrito para nosotros. La belleza es lo que produce placer por medio del oído y la vista, nos dice la voz profunda y metálica del Borges-Sofista, (Platón, Hippias maior, 298 A). Su consejo es ese, además de agregar que la literatura es lo suficientemente rica en obras para que nuestra atención sea atrapada hoy por alguna de ellas. Esta regla de lectura sólo se atiene  al hecho estético, al placer y a la emoción que irrumpen en nosotros motivados por la fuerza de las palabras. Hecho estético que no precisa ser definido. Nuestra contemplación estética tiene que ser evidente por sí misma; tan inmediata como el amor, el sabor de la fruta, el agua. Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía. Si la sentimos inmediatamente, ¿A qué diluirla en otras palabras, que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos?, (7N.108). Godofredo de Vinsauf ha dicho que la obra esté antes en el corazón que en el papel, (Poetria Nova, V 58).  Su labor como profesor de literatura llevó a Borges a enseñar no sólo poesía, sino mostrar el amor a determinado texto y en ello en leer y releer, comprender y sentir a un texto, o a la literatura, como una de las formas de la felicidad. Si bien Emerson ha escrito que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados, ellos sólo despiertan al ser invocados, al llamarlos, es decir, se nos presentan al abrir un libro. Un libro es un objeto más, una cosa pesada y cuadrilátera, “una cosa entre las cosas”. Solo al abrirlo es cuando el lector incurre en su sabor estético. No deseamos las estrellas; gozamos con su brillo, (Goethe). Y el libro cambia con lo que nuestra propia experiencia aporta, pues somos tan cambiantes como el río de Heráclito, para quien el hombre de hoy no será el de mañana. De ahí que cada lectura, y cada relectura, renueva al texto, al libro, como un diálogo abierto y mezclado con/por nuestro incesante devenir. Solamente ante la presencia de la poesía es que encontramos la insaciable turbación estética, no en bibliotecas ni en bibliografías ni en estudios sobre familias de manuscritos ni volúmenes cerrados, (7N.119). Escrutar e ir a la literatura como una actividad, una acción interna y contemplativa, que permite expresar emociones; para ello el lector debe tener, y no es fácil, capacidad de absorber el asombro del otro como suyo, recoger para él la emoción expresada por el artista. Que podamos ser al leer una línea de Shakespeare, Shakespeare. Nos ha señalado, por ejemplo, que Schopenhauer pensaba que no hay que leer ningún libro que no haya cumplido los cincuenta años, porque lo más probable es que no sea bueno. Emerson creyó que no debía leerse nada sin haber cumplido un año y respecto a los diarios de opinión, que era mejor no leerlos. Borges da una declaración insólita: ”Yo, en mi vida he leído un diario” (Vásquez, 1977.p.225)




III
         El crítico y erudito dominicano Henríquez Ureña comprendió, por completo, que el procurar un aislamiento a los hombres es algo completamente ilusorio y aún más hoy dentro de la red construida por los medios de comunicación de nuestro siglo. Este escritor, fundamentalmente para la expansión de las ideas y hallazgos literarios dentro de Latinoamérica y de transmitir un entusiasmo por tal tipo de empresa, que en un primer momento, no se le verá territorio alguno pero que sí cala en el horizonte de nuestra cultura, dirá que más que reducirnos a permanecer dentro de un criollismo purista, por ejemplo, debemos tomar de las otras culturas, y en especial de la europea, todo lo que nos plazca: ”Tenemos derecho a todos los beneficios de la cultura occidental. Y ello no menos presente que nuestro idioma, el cual arranca de tierras europeas”. (UA.42). Es antiguo ese dicho, que los poetas y los pintores no tienen que justificarse, (Luciano, Pro Imag.18).
Ureña fue un buen amigo de Borges, - su amistad data desde 1920;  muere en el segmento temporal  de un viaje en tren  de su casa a la universidad donde trabajaba en tierra argentina. De Borges ha dicho que su obra es íntegra y pulcramente realizada, obra de plenitud intelectual y artística. Y si esto fuera poco, advierte ya en 1942 que: ”Al extranjero que le pregunte los mejores nombres de la literatura argentina, toda persona inteligente le dará entre los primeros el de Jorge Luis Borges”. (UA.399). Esta referencia a Ureña en relación a Borges, la hacemos por el hecho de mantener el argentino la misma posición ante la simbiosis y síntesis de las culturas. Monegal afirma que Borges sólo puede ser un americano europeo. ¿Cuál es la ventaja que tiene un hispanoamericano sobre los europeos? Borges señala que somos y podemos ser buenos europeos y más europeos que ellos, y esto por un peligro que corren. El hermoso peligro de, digamos, un alemán, es ser solamente un alemán, o un inglés de estar reducido a ser inglés. A diferencia del hispanoamericano que somos herederos de toda la cultura occidental y no hay que fijarse en una región u otra. Para Borges, considerado como un eurocentrista, en Europa está todo: hasta nuestro pasado; sujetarnos solo a nuestra historia cultural resulta, para tal mente universal y cosmopolita, un poco miserable, un poco pobre. Para Borges nuestra tradición se encuentra dentro de la llamada cultura occidental, y por lo tanto, tenemos derecho a esa tradición; derecho aún mayor que el que puedan tener los habitantes de una u otra nación occidental, como ya dijimos, (D/OC.272).  Sin complejos de inferioridad, afirma que los sudamericanos, en general, estamos en una situación que podemos manejar todos los temas europeos y manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener y ¡ay! tiene, consecuencias afortunadas (ídem.273). Nuestro patrimonio, -manda a pensar-, es el universo; hay que asumir el riesgo de tratar de ensayar todos los temas; no permanecer dentro de los meros localismos ciegos para ser el “buen salvaje” americano; si ello es así entonces, el pertenecer a determinada nacionalidad latinoamericana lo considera una fatalidad; en tal caso lo seremos de cualquier modo; sino, el ser argentino, uruguayo, venezolano, etc., es una mera afectación, una máscara, una cáscara, una mutilación intelectual y humana. En Borges ello está presente. Desde su infancia, de la que siempre habló felizmente, nos dirá que primero aprendió a leer en ingles antes que en español gracias a la influencia de su abuela paterna; el inglés será el idioma de la cultura, el español el de su herencia familiar patriótica. Convirtiéndose para muchos de nosotros, este políglota, como un puente literario que une dos orillas distantes y sobre todo en lo referente a la literatura inglesa, tanto antigua como moderna, además de las distintas incursiones en toda obra literaria importante en cualquiera de los idiomas que forman la Babel lingüística y literaria del mundo. Sin miedo y con una gran decisión se adentró en un vergel de obras clásicas y de ellas extrajo casi todo el material para conformar a las suyas. En una época que todo el mundo quiere ser original, Borges cuestionará tal avidez de la estupidez artística. Y encuentra que la mejor forma de serlo es dejándolo de ser dentro del ensayo (Sucre, 1976. 168). Sus ensayos críticos son menos críticos que poéticos, incitantes, aunque puedan ser incompletos, y a no llegar a integrarse suficientemente con el hombre o al mundo a que se refieren. Sus ensayos son un contiuum perpetuo de variedad y curiosidad intelectual;  nos ayudan a descifrar lo que posiblemente no nos hubiéramos dado cuenta sin ese comentario preciso, irónico, lleno de pasión y asombro, dentro de una espiral de relaciones sincréticas, que de forma continua aportó en sus escritos. Novalis ha observado: Nada más poético que las transiciones y las mezclas heterogéneas... La mera yuxtaposición de dos piezas (con sus diversos climas, procederes, connotaciones) pueden lograr una virtud que no logran esas piezas aisladas. Por lo demás: copiar un párrafo de un libro, mostrarlo solo, ya es deformarlo sutilmente. Esa deformación puede ser preciosa, (TC,p.219). Si podemos hablar de un método en Borges pudiéramos señalarlo el del collage, el cual es encontrado cuando leemos sus heterodoxas biografías de Historia Universal de la infamia, por ejemplo. El método de collage posiblemente Borges lo encuentró en el inglés De Quincey, al narrar los últimos días de Kant; éste escritor crea su texto a partir de narraciones de diversos testigos (Wasianski, Jachman, Rink y Borowski, entre otros) y en lugar de indicar la fuente en cada caso, prefiere presentar ese collage de textos como una sola narración atribuida a Wasianski, para obtener unidad literaria. Steiner (1989) ha señalado esa intertextualidad comprehensiva al hablar de la crítica desconstructivista para la cual no hay diferencia entre el texto primario y el comentario, entre el poema y la explicación crítica. Todas las proposiciones enunciadas, sean primarias, secundarias o terciarias (el comentario sobre el comentario, la interpretación de interpretaciones previas, la crítica de la crítica, tan familiares a nuestra actual cultura bizantina, p.14), son equivalentes como “écriture”; un texto primario y todos y cada uno de los textos a los que da pie u ocasión no sean ni más ni menos que pretexto. Borges ha hecho uso, de forma recurrente, tanto en sus ensayos como en sus narraciones, de presentar el tema oblicuamente y en forma de collage, en una época mucho antes que se convirtiera tal procedimiento escritural, en algo normal dentro de la crítica literaria occidental. Nada más habría que leer sus artículos de la revista El Hogar y lo que comentamos aquí, allí es un hecho, tiene una presencia real; ese conjunto de ensayos bien podría servir como la mejor presentación posible para llegar a sus ideas literarias. Ese método de collage  fragmentario es, dentro de esa escritura borgeana, que parece carecer de esfuerzo, más que un rasgo negativo, una forma de composición y no un defecto. A la vez nos encontramos con una necesidad vital de evocar ideas universales en el tiempo y mantener una actitud adánica e ingenua ante ellas. Se ha dicho que su obra ensayística será el “descubrimiento de lo ya descubierto”. Su método, fragmentado y de collage, desarrollará el deliberado anacronismo, las simetrías, las alusiones, las citas, las glosas. Y lo que es más que un método: la afirmación de su pobreza, (Sucre, idem); retomando temas, ideas, metáforas y conceptos para ser introducidos, enfrentados, contrastados y reelaborados dentro de sus obras,  barnizadas por una pureza y precisión en el uso del lenguaje. Su cultura no es la de un hombre reducido al corral de la pampa argentina. Sin embargo ha realizado escritos donde el tema de la pampa y lo gauchesco; ambos temas asoman un interés primordial para la vida del mismo Borges. Es un hombre de cultura general que enfoca los libros y la cultura con intenso apetito, pero sin ninguna ilusión de dominarlos. Rompe límites culturales con la fuerza que le otorga la fe de encontrar mundos poéticos inéditos y vírgenes para ahondar en el placer estético de la literatura y su pasión por la metáfora. En Borges, como en E. Pound, se descubre la metáfora con el poder de socavar la fijeza del mundo. Para el creyente, las cosas son realizaciones del verbo de Dios –primero fue nombrada la luz y luego resplandeció sobre el mundo -; para el positivista, son fatalidades de un engranaje. La metáfora, vinculando cosas lejanas, quiebra esa doble rigidez, (Inquisiciones. p.27; cit. por Monegal 1987, p. 158). De ésta ha dicho que algún día se deberá escribir la Historia de la Metáfora, empresa ciclópea, para saber la verdad y el error que tales conjeturas encierran. A diferencia de Spengler, por ejemplo, para quien sostiene que la historia es periódica y que propone una técnica especial de los paralelos históricos como de una morfología de las culturas, o de Schopenhauer, quien remite los hechos de la historia a meras configuraciones del mundo aparencial, sin otra realidad que las derivadas de las biografías individuales e historia como interminable enumeración de hechos particulares, encontrándonos que no hay una ciencia general de la historia; para este alemán la historia es el relato insignificante del interminable, pesado, deshilvanado sueño de la humanidad. Para Borges la historia universal se pudiera derivar de unas cuantas metáforas, o en sus propias palabras, quizá la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas, (OI/OC.638). Para Borges la historia del hombre se le aparece, a semejanza de cierto cinematográfico, por imágenes discontinuas, o nos dice que ella es una antigua variedad de la novela histórica. Su ironía le lleva a decir de los historiadores que no tienen ni memoria ni inventiva: lo que tienen son papeles; para él lo mejor no es poseer papeles sino memoria inventiva. Pero comprende como imposible abolir el pasado (la historia); tal ocupación, el de tratar de abolirla, declara, ya ocurrió en el pasado, y paradógicamente, es una de las pruebas de que el pasado no se puede abolir. El pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas, y una de las cosas que vuelve es el proyecto de abolir el pasado, (ídem.680). Historia como recuerdo y memoria de imágenes arando en la trasegada y hollada vida humana. Afirma que todas las épocas fueron espantosas para quienes tuvieron que vivirlas y es en el recuerdo donde todo se mejora. Toda época arrastra con ella una nostalgia posterior aunque haya sido intolerante en el momento vivido en tanto presente. Metáforas que exhalan la belleza que para Borges era motivo para conducirlo y guiarlo a escarbar en terrenos inaccesibles, inabordables e infranqueables para cualquier latinoamericano o más, para muchos europeos. Sabe que el arte se hace con recuerdos personales y ajenos que llegan, al fin, a ser personales. Como todo el pasado, como los clásicos, (Vásquez,1977.p.265).




Bibliografía


Obras de Jorge Luis Borges:

Obras Completas  1923 – 1972,Emecé, Argentina, 1974. (OC).

Prólogos (con un prólogos de prólogos), Torres Agüero, Argentina, 1975.

Siete Noches (Conferencias),  F. C. E. México, 1980. (P).

Textos cautivos (ensayos y reseñas de la revista “El Hogar 1936-1939),                                Tusquets, Barcelona, 1986. (TC).

Obra Poética, Alianza, Madrid, 1975. (OP)





 Obras sobre  Jorge Luis Borges:

AA/VV 
1976: Borges, El Mangrullo, Buenos Aires.

Charbonier,  George
1967: Entretiens avec J.L. Borges, Gallimard, Paris.

Stefanía Mosca
1983: Utopia y realidad, Monte Avila, Caracas.

Nuño, Juan
1987: La Filosofía de J.L. Borges, F. C. E.  México.

Rodriguez Monegal, Emir:

1976: Borges: hacia una interpretación.  Guadarrama, Madrid.
1985: Ficcionario. Antología de textos de J.L.. Borges, F.C.E., México.
1987: Borges: una biografía literaria. F.C.E., México.

Sucre, Guillermo:

         1968: Borges, el poeta. Monte Avila, Caracas.
         1975: La máscara, la transparencia. Monte Avila, Caracas.

Vásquez, Maria E.
1977: Borges: Imágenes, memorias, diálogos. Monte Avila, Caracas


Otras referencias:

Blanchot, Maurice.
         1979: El libro que vendrá. Monte Avila, Caracas

Collingwood, Roger.
         1960:  Los principios del Arte. F.C.E., México.

Croce, Benedetto.
         1969: Estética. Nueva Visión,  Buenos Aires.

Foucault, Michel.
         1968: Las palabras y las cosas.  Siglo XXI,  México.

Hume, David.
         1984: Tratado de la naturaleza humana. Orbis, Barcelona.

Lezama Lima, José.
         1981: El Reino de la Imagen. Ayacucho, Caracas.

Shopenhauer, Arthur.
         1985: El Mundo como Voluntad y Representación. Orbis, Barcelona.
         1976: La estética del pesimismo. Antología. Labor, Barcelona.

Steiner, George
         1989: Presencias RealesEl sentido del sentido. Dimensiones, Caracas.

Tatarkiewicz, Wladyslaw.
         1989: Historia de la Estética, 2 t., Akal, Madrid.


Artículos de revistas:

Montoro, Adrian:  “Todos los hombres son mortales”: de Borges a Pindaro.  En: “Escritura” No.22, 1986, UCV, Caracas.

Nuño, Juan: “Semiótica  y poética en J.L. Borges”.  En:N”Escritura” No.22, 1986, UCV, Caracas.

Planella, Antonio: “El detective literario: panorama  del género policiaco de Poe a Borges”. En: “Escritura” No.19/20, 1985, UCV, Caracas.

_______”Borges y Narciso: dos espejos enfrentados”. En: “Escritura” No. 27, 1990, UCV, Caracas.

Rodriguez Monegal, Emir: “Mario de Andrade, descubridor de Borges”, En: “Eco” No.210, 1979, Bucholtz, Bogota.

Sucre, Ramos:  “La Narrativa de Borges: Biografía del Infinito”. En: “Eco” No123, 1970, Bucholtz, Bogota.



Notas

[1] Podemos preguntarnos ¿la lectura de hoy es la misma de los años anteriores a la multiple presencia de la pantalla digital?  A veces dudamos que tal actividad, hoy podemos decir arcaica, pueda permanecer dentro de un mundo y unos hombres de incesante imagen visual, de pantallas móviles, de informaciones dislocadoras de atención, el cual es un fenómeno  distinto de la imagen literaria. Octavio Paz esperaba que se pudiera transmitir la emoción poética a través del módulo granítico de una imagen en la pantalla de televisión; es optimista, no hay duda.
Algunas ideas para pensar al Estado de Nuestro Tiempo
Un ensayo en Memoria a Don Manuel García Pelayo.

Miguel Ángel Latouche R.





 

I
            La coherencia funcional de un determinado proyecto socio- político está asociado a la existencia de mecanismos normativos que permitan regular las interacciones y los intercambios que son susceptibles de producirse entre los asociados. En general, la mayoría de nosotros preferirá vivir en una sociedad en la cual existan instituciones con una comprobada capacidad regulatoria a vivir en una en la cual esa capacidad no existe, se encuentra limitada o funciona pobremente (Harsanyi, 1999). A fin de cuentas, puestos ante la posibilidad de una confrontación hobbesiana de carácter más o menos permanente, se generan incentivos que condicionan a los sujetos a aceptar las restricciones al comportamiento que están asociadas con la existencia de determinadas reglas de juego. Así, el establecimiento del orden implica la existencia de un acuerdo bien conocido y aceptado por los miembros adultos de la sociedad, a partir del cual se restringe, en cierta medida, la libertad de las personas a los efectos de garantizar la convivencia y la reducción del conflicto.
         Vale la pena recordar que en el Estado de Naturaleza los hombres son infinitamente libres, no se encuentran sujetos a restricción alguna, por lo cual pueden válidamente definir sus actuaciones en función de la satisfacción de sus deseos sin importar el contenido de los mismos. No habiéndose establecido un Régimen Jurídico que permita definir el contenido de los derechos de los sujetos, ni los límites a sus actuaciones, éstos podrán apropiarse de cualquier objeto o bien que les interese o sobre el cual tengan una determinada apetencia, como un resultado de un simple acto de volición. De igual manera, los sujetos podrán actuar en función de su real saber y entender, sin que existan imposiciones morales o legales que les obliguen a moderar su comportamiento.
         Se trata de una situación de libertad ilimitada que no tiene, ni puede tener, un carácter civilizado o civilizatorio. Por el contrario en esta situación no existe la posibilidad de garantizarnos un mínimo de seguridad para nuestra vida, la vida de nuestros familiares, nuestro trabajo o nuestros bienes. Se trata de una situación signada por la incertidumbre y el desorden, en la cual se hace imposible planificar hacia el futuro, mantener algún nivel de ahorros, garantizar la posesión de algún bien o involucrarse en actividades que potencialmente son susceptibles de generar algún nivel deseable de bienestar social. En esta circunstancia los recursos de los sujetos serán dedicados a intentar establecer de manera individual algún tipo de mecanismo que les permita garantizar la vida y las posesiones. Se trata, pues, de una situación en la cual la vida humana, en término de sus potencialidades, difícilmente puede llegar a materializarse.
         La consistencia de un Sistema Político y su posibilidad de reproducirse en el largo plazo tiene que ver con la coherencia con la cual éste ha sido ordenado[1], y esta asociada, por sobre todas las cosas, por la existencia de un determinado tipo de acuerdo por medio del cual se realiza una construcción metaética a partir de la cual se definen los contenidos de los comportamientos aceptados y aceptables, se rechazan los considerados inconvenientes, se definen las condiciones para la realización de intercambios de diferente tipo, se auspicia la cooperación social, y se crean condiciones que buscan auspiciar el Bienestar de la Sociedad y de los individuos que la componen. Entendemos que estas normas deben tener un carácter imparcial, deben responder de manera amplia a los diversos intereses que se encuentran presentes en la sociedad en un momento histórico determinado, deben establecerse sobre la base de un criterio de Justicia para las interacciones sociales ampliamente aceptado por los miembros de la sociedad, deben garantizar que su aplicación genere beneficios de carácter intergeneracional, deben evitar dañar los intereses de los individuos contratantes y restringir en exceso las libertades individuales.
         La construcción del arreglo colectivo es la consecuencia de un acto voluntario realizado por un conjunto de hombres que deciden libremente vivir al amparo de un determinado arreglo político dentro del cual sus vidas y las de otros sujetos pueden realizarse. Así, nuestra existencia, necesariamente, se produce y se desarrolla dentro de alguna forma de asociación política, a la cual nos incorporamos al nacer y dentro de la cual vamos desarrollando nuestra identidad, nuestra calidad de ciudadanos, y dentro de la cual y a lo largo de nuestras vidas actuamos políticamente, en tanto que miembros plenos de la comunidad política y en tanto que, como tales, seamos capaces de actuar políticamente. Es decir, en tanto que hemos aceptado libremente los contenidos del arreglo colectivo y sus consecuencias, nos identificamos con los mismos  y nos asumimos (y somos asumidos por los demás) como sujetos plenos, capaces de exigir sus derechos y asumir sus deberes, de presentar reclamos y adelantar cuestionamientos y con una capacidad suficiente como para actuar públicamente, realizar discursos y presentar argumentos para que sean escuchados y sean sometidos a la consideración de los demás miembros de la comunidad socio- política[2].           Se trata, en el sentido mencionado antes, de un sujeto que a lo largo de su vida va desarrollando una capacidad de actuación autonómica que le permite actuar dentro del contexto de la convivencia con los demás, asumir sus responsabilidades de carácter público y que, en esa capacidad, es capaz de decidir por sí mismo el contenido de sus intereses y de sus preferencias, de asumir compromisos y de conferir a los demás el reconocimiento de capacidades equivalentes, con lo cual se determina la posibilidad efectiva de que estos sujetos puedan realizar contratos que sean exigibles entre ellos. De la misma manera que éstos adquieren el compromiso de cumplir con las obligaciones que han asumido como miembros del cuerpo político, las cuales, por lo demás, están referidas, de manera directa, con los beneficios que, en el largo plazo, los sujetos pudieran obtener como resultado de su condición de asociados[3].
         Asumimos que la construcción de un arreglo colectivo es el resultado de un acuerdo que, dentro de ciertas circunstancias, se produce entre individuos con determinadas características. El asunto contempla ciertas complejidades: Los sujetos a los que nos referimos tienen capacidad para el ejercicio autonómico de la libertad, de la misma manera, entendemos que sus interacciones se producen en un plano de igualdad, a partir de esas características personales los individuos adquieren la capacidad para realizar contratos; a partir de ésta es posible garantizar los derechos de los demás y exigir respeto por los propios. Ahora bien, la capacidad de contratar esta asociada a la existencia de dos condiciones fundamentales: los sujetos deben ser libres e iguales. La primera condición está referida tanto a la ausencia de restricciones externas al sujeto, como a la comprensión y aceptación de los compromisos morales que adquieren en su condición de miembros del cuerpo político. La segunda condición tiene que ver con la equivalencia que existe entre quienes están sometidos al régimen jurídico en tanto que son reconocidos como sujetos de derecho y son tratados de manera indiscriminada y justa por los Tribunales. Se cumplen entonces lo que entendemos son dos requerimientos fundamentales para la construcción de la democracia en el momento contemporáneo: la igualdad ante la Ley (Isegoria) y la condición de Libertad (libertas), con lo cual aquellos que contratan le otorgan validez a sus presupuestos y aceptación a sus contenidos.
Vale destacar, en el sentido señalado, que esas dos condiciones fundamentales que describimos en el párrafo anterior, se ponen de manifiesto en la medida en que los individuos logran desarrollar la capacidad de ser autónomos. La validación de la condición de autonomía, en cuanto es entendida como la capacidad real que tenemos para autogobernarnos de manera consciente y reflexiva, se constituye, en nuestro criterio, en el más importante de nuestras prerrogativas en tanto que miembros del cuerpo político. Entendemos que de ella derivan validamente la existencia de los Derechos Humanos fundamentales y la obligatoriedad de su observancia y su protección. La condición de autonomía nos proporciona la posibilidad de ser considerados como iguales, -en tanto que tenemos la capacidad de actuar racionalmente y elaborar discursos públicos; de transferir derechos y de suscribir acuerdos que deben ser respetados por los interesados y cuyo incumplimiento esta sometido a sanciones que son suficientemente conocidas y cuya aplicación es aceptada como justa y válida por la mayoría de los ciudadanos adultos y capaces que conforman a la sociedad[4].
 Nuestra condición como sujetos que viven dentro de la esfera de lo humano, hace que nos veamos en la obligación de vivir con los demás. De alguna manera nuestra vida se encuentra referenciada socialmente, en términos de las costumbres, los valores, los modos y las reglamentaciones que se van definiendo alrededor del ejercicio de la convivencia. Nuestra condición como miembros de la especie humana exige de nosotros el ejercicio de garantizar la convivencia dentro de espacios sociales diferenciados. Lo anterior implica que nos comuniquemos mediante la utilización del lenguaje, que nos reconozcamos como miembro activos de la sociedad en la que nos ha tocado en suerte vivir, desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte y que seamos reconocidos como tales por los demás miembros de esa sociedad[5]. El desarrollo de las potencialidades humanas esta referido a la construcción de la propia individualidad dentro de un contexto que, necesariamente, tiene un carácter colectivo. Un hombre es en tanto y en cuanto que forma parte de la sociedad.
Lo anterior implica que los sujetos autónomos no se encuentren aislados o sustraídos de la sociedad humana. En realidad, entendemos que la autonomía es una construcción que el sujeto realiza de sí mismo, pero que se encuentra asociada con la intervención y colaboración de otros individuos y de su disposición en contribuir con nosotros en el desarrollo de nuestra propia autonomía. De esta manera nos encontramos con un proceso de aprendizaje que tiene un carácter permanente; se trata, pues, de aprender a vivir con los demás, de restringir la maximización indiscriminada, de reconocer los derechos de los demás, de desarrollar espacios dentro de los cuales sea posible conversar, de construir sitios para el encuentro, la aceptación de las diferencias, la agregación de los intereses y la construcción de lo común. En el ejercicio de su autonomía, los sujetos mantienen una relación de interdependencia con los demás miembros de la sociedad. Esto les permite incrementar, por vía de la actuación cooperativa, el rango de oportunidades disponibles para su propia realización.
El punto es particularmente importante, la autonomía implica el ejercicio de la libertad a través de la capacidad del individuo para autogobernarse y hacer escogencias, pero al mismo tiempo requiere que éste asuma sus responsabilidades para con aquellos que le ayudan a promocionar y ampliar la autonomía de la cual disfruta. Cuando esto es así, los individuos tendrán la obligación moral de obedecer las reglas que regulan la vida del colectivo.           



[1] “Entendemos por orden un conjunto constituido por una pluralidad de componentes que cumplen determinadas funciones y ocupan ciertas posiciones con arreglo a un sistema de relaciones relativamente estables o pautadas”. (García- Pelayo, 1991: 1975).
[2] “La vita activa, vida humana hasta donde se halla activamente comprometida en hacer algo, está siempre enraizada en un mundo de hombres y de cosas realizadas por éstos, que nunca deja ni trasciende por completo. Cosas y hombres forman el medio ambiente de cada una de las actividades humanas, que serían inútiles en cada situación; sin embargo, este medio ambiente, el mundo en el que hemos nacido, no existiría sin la actividad humana que lo produjo… Ninguna clase de vida humana… resulta posible sin un mundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos.” (Arendt, 1993: 37).
[3] Acá asumimos la propuesta utilitarista en el sentido de que: … “en última instancia, los seres humanos tienen solamente dos preocupaciones básicas… una es su propio bienestar; otra el bienestar de otras personas.
                También estamos interesados en algunos valores sociales abstractos tales como la libertad, igualdad, democracia, ley y orden, justicia e imparcialidad, entre otros. No obstante, el utilitarismo parte del supuesto de que nuestro interés en tales valores abstractos está basado (y se comprende racionalmente) en los probables beneficios que nosotros mismos y otros seres humanos pudiésemos disfrutar si esos valores fueran altamente respetados” (Harsanyi, 1999: 14).
[4] En este contexto entendemos que la capacidad de los sujetos esta referida a su condición de contratantes. De manera que la misma esta referida a su condición como sujetos que tienen condiciones para el ejercicio pleno y autonómico de la libertad.
[5] “Cosas y hombres forman el medio ambiente de cada una de las actividades humanas, que serían inútiles sin esa situación; sin embargo, ese medio ambiente, el mundo en que hemos nacido, no existiría sin esa actividad humana que lo produjo… Ninguna clase de vida humana, ni siquiera la del ermitaño en la agreste naturaleza, resulta posible sin inmundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos.
                Todas las actividades humanas están condicionadas por el hecho de que los hombres viven juntos, si bien es sólo la acción lo que no cabe ni siquiera imaginarse fuera de la sociedad de los hombres” (Arendt, 1993: 37).