sábado, 1 de abril de 2017

Para una poética
de la Physis (naturaleza) 
I

David De los Reyes







Una poética de la physis
El concepto de naturaleza (physis),  en el mundo griego antiguo adquirió un sentido anímico subjetivo  en su significación; en su origen tuvo una constitución y aproximación espiritual. Antes de pensar qué significaba ese campo de horizonte abierto y complejo,  consideraron  la constitución de las elementos del mundo desde esa mirada intuitiva y mítica, en la que nada se encontraba separado  o aislado de forma fragmentada, sino en perpetua  vinculación y trama fluida cósmica, en una malla plástica de un orden  que proporcionaba una conexión viva, en el cual y por lo cual cada cosa o elemento alcanzaba  su posición y sentido, su espacio temporal único. Denotando una situación orgánica, donde cada una de las partes es considerada como miembros de un  todo. Completaba tal enlace la extensión a todas las esferas de la vida, inclusive la realidad humana, como era el pensamiento, el lenguaje, la acción y  todas las formas del arte (técne). Tal visión orgánica inextricablemente interconectada del mundo vino a sostener  la concepción del ser en tanto ente estructurado  de forma natural, original y orgánico.

Los griegos  buscaron en su indagación filosófica  la ley  que actúa en las cosas mismas, tratando regir a través de esa imagen discursiva del orden, a la  vida  y al pensamiento. Es por lo que autores como Jaeger se atreven afirmar que el pueblo griego es el pueblo filosófico por excelencia. La teoría  de la filosofía griega   se encontró profundamente conectada con su  arte y poesía.  No sólo se nutre y asienta en el elemento  racional, pues la etimología  de teoría contiene un elemento intuitivo, en el que se aprehende al objeto como un todo; es una idea, una forma general vista desde arriba, casi como la mirada de los dioses desde el  mítico Olimpo.  Esto se puede trasladar a la  concepción cosmológica de los primeros filósofos griegos, en oposición a la física moderna  gobernada por la experimentación y el cálculo.  Una aproximación a la naturaleza requiere un acercamiento que no termina con una observación particular y una abstracción metódica, sino algo que va más allá; se requiere una interpretación (una hermenéutica)  de los hechos particulares a partir de una imagen, dando posición  y sentido a la parte dentro del todo. Lo particular de esta concepción es la peculiaridad  de su íntima organicidad que dominará  no solo en todas sus empresas artísticas sino  en el resto de las cosas que conforman la vida del hombre. Llevando a la revolución intelectual, emocional y filosófica griega establecer, en el pensamiento moral, a la naturaleza como el locus único y verdadero de la norma de la conducta.

También la naturaleza tendrá apertura en todo lo referente a la poesía. Presente en Homero, proseguida por  Arquíloco, invocada por Píndaro,  nos encontramos con  la imagen  de un sentimiento de la naturaleza al cual se canta desde diferentes perspectivas. Podía ser admirada como espectáculo objetivo o placentero como la describen los pastores que convoca Homero al contemplar al mundo desde lo alto de una montaña, junto a la soledad de la oscura noche,  la resaltante y puntual luz del cielo estrellado.  Surgieran descripciones de los cambios atmosféricos y las estaciones del año, el paso de la luz a la tinieblas, de la tranquilidad a la tempestad, del hostil invierno al hálito vivificador de la primavera, llevándolos a convertirse y compararse  en imagen de los movimientos del alma humana adheridas a profundas emociones casi incontenibles e indetenibles. Se pasa de consideraciones piadosas, contenidas, controladas o resignadas sobre el curso del mundo y sobre el destino a expandirse en una actitud que irá ampliando su campo de existencia en la nueva filosofía de los bebedores que entierran las penas  de la vida personal  en la borrachera dionisiaca.



Filosofía y Physis
La filosofía contribuyó a crear una imagen más humana sobre la naturaleza. Hasta no llegar su aparición, en tanto nueva visión del mundo, vendría la naturaleza a ser portadora de un conjunto de fuerzas diversas que dan una serie de imágenes divinas, surgidas y enseñadas por las palabras poéticas de Homero y de la prosa de Hesíodo. La filosofía sustituye esa narración mítica por  una de corte racional, demostrativa de leyes y relaciones que buscan ser una explicación natural y legal. Al alba de la filosofía, quien viene a divulgar poéticamente la grandeza de esta nueva concepción de mundo, sería aquel lejano hombre llamado Jenofontes, que  con su poema didáctico  deja entrever entre los resquicios de sus descripciones, su sentido de asombro por esta prístina concepción de la naturaleza y su permanente creación de la combinatoria de elementos profusos: todo cuanto deviene y crece, es tierra y agua todo  proviene de la tierra y todo retorna a ella. Su relato filosófico apunta a desmembrar y cuestionar  al politeísmo y antropomorfismo del espacio divino ocupado por los dioses homéricos y hesiódicos que inscribieron  las creencias y los ritos sagrados de los hombres helénicos. Ya Prometeo no nos otorga el fuego y su castigo no es más que un vuelo de la imaginación poética; ahora  son los hombres que con sus esfuerzos van tallando los medios para dominar los elementos del  entorno en la medida de sus fuerzas. La cultura  no es un don de los dioses a los mortales, como enseña el mito; la cultura es un ejercicio de inquisitiva e inteligente acción repetitiva y experimental que abre  a la conciencia a otros planos de habilidades y esfuerzos que les proporciona una reconstrucción de la naturaleza  en función de sus necesidades y fines. Y la filosofía sólo ayudó a desmistificar y clarificar. Crea un mundo doble nominal dentro de las dimensiones y límites humanos. La filosofía ya no busca dioses, los mata o los retira del escenario del teatro humano. Sus ojos, aun mirando a la infinita cúpula celeste,  devuelve su mirada   al plano único donde asienta sus pies, ese lugar de donde parte todo su particular devenir y nos dice: todo cuanto deviene y crece es tierra y aguatodo proviene de la tierra y todo retorna a ella.

¿Por qué volver a los griegos antiguos? En nuestros días de incertidumbre global y local la condición del mundo cristiano es seguir en la tradición de ver todo bajo la lupa triunfante y poderosa, dolorosa y quemante de la culpa. En nuestro inconsciente occidental, eurocéntrico y amerindio (como les gusta hablar a los profetas de la descolonización, siempre y cuando sus conferencias sean cobradas en dólares y se tenga una plaza de scholar en una universidad anglosajona), no puede deslastrarse del salpullido encarnado de la consciencia general del pecado. Los griegos ante ello hubieran hecho un sacrificio humano (por ejemplo sacrificar la cabeza del tirano de turno) y borrado las culpas con los brebajes del espeso vino báquico para comenzar el nuevo ciclo terrenal y cósmico. Y ¿en qué se apoyarían para superar sus escamosas preocupaciones? En el ideal de la educación del hombre, llegando a una formación y trasmisión de una cultura, agregándole el convencimiento de que la naturaleza (physis) es el fundamento de toda posible educación; un ideal donde la posibilidad de educar a lo llamado por naturaleza humana, se centraba en el problema de las relaciones entre naturaleza  y el arte (técne) en general. Un celebrado filósofo nazi hablaba del olvido del ser. Lo que cunde no es ese olvido sino el olvido –junto a su destrucción y negación, comenzando por nuestro propio cuerpo ya no “natural”-, de la naturaleza. En este hombre postorgánico lo natural, su cuerpo, pronto no será sino una combinatoria digital de 0s y 1s incrustados. Y luego, ¡no faltará nunca!, volverá a reencontrarse con su compañero inefable emocional de la lástima y la culpa ante lo hecho, invocándose al maldito dios invisible pero que los persigue hasta el estiércol final de sus días.    

Naturaleza y derecho
En nuestro tiempo hemos visto reiteradamente una cosa: la prolongada farsa del estado de derecho. Es una buena pieza de los instrumentos que posee el poder para someter, más que reglamentar, conductas y acuerdos consustanciados. Pero como nos dice Hobbes, es preferible el peor estado (con mal derecho incluido), que no tenerlo. Cosa que no sé hasta punto podrían  aceptar muchos de los llamados ciudadanos –hoy con la coletilla de móviles por aquello de que no se mueven de su lugar pero tienen un “móvil”- del mundo. Un cerco legal que se sigue jurando ante una divinidad, en muchos lugares, para darle majestad al acto; pero bien sabemos que ello obedece a los intereses  del grupo en el poder de turno. No más. A veces se acompañan con la incorporación de los ilustrados derechos del hombre borroso surgidos, entre otros momentos, de un llamado Reino del Terror francés. Para los griegos, sin embargo, en su amago de luz en los tiempos antiguos, ese estado de  derecho  fue considerado una gran conquista. La palabra, el logos, podía llevar la dirección de una colectividad en la búsqueda de la armonía y la convivencia.  Por ello invocaban a la poderosa diosa Dike. Ante ella nadie que  sobrepasara  sus límites quedaba impune ante el orden sagrado que guardaba con intenso celo. Esta diosa Justicia, fue enemiga de las falsedades, vigilante de los posibles abusos de las abrumadoras sentencias de Zeus;  defensora de lo justo, con su espada,  forjada  en el fuego  y el martillo de  Aisa, penetra implacablemente  en el corazón de los injustos. Homero y los griegos, siempre tan poéticos y míticos, para su bienestar anhelado, afirman que  de ella nacen tres hijas redentoras: Homonoeia (la concordia), Dicaiosina (la rectitud) y Areté (la virtud). Siempre, mostrándose con una balanza tomada por una de sus manos, junto con la cinta que tapan sus ojos para un justo dictamen final, sopesando las acciones de los dioses y de los hombres. Fue Hesiodo, ese recopilador único de  exquisitas fantasías divinas antropomórficas,  cronista de trabajos y días antiguos, quien se atreve a  afirmar que esta bella dama, vestida siempre de túnica de blanco puro, se encuentra sentada a la diestra de su padre Zeus, observando el comportamiento de los hombres, oficio de lo más aburrido, pero necesario si lo pensamos bien.  Encarnó, desde el mundo vaporoso de la imaginación humana,  el derecho  en los procesos de valorar las acciones de todo individuo.  Cansada de tanto pleito callejero y gubernamental, se retiró fuera del mundo por el contagio permanente de la corrupción humana, y de ahí que hemos quedado sin justicia; diciendo “ahí les dejo eso”.  En el fondo, cada vez que tocamos al mito nos topamos que algo terrenal viene de una trascendencia divina; los sacerdotes, esos cuidadores de mentiras e impostores  en el uso de una hipócrita verdad derretida entre lágrimas de la sutil esperanza,  han sabido usar ese hallazgo técnico efectivo de control mental individual y del pasto humano. Con lo que notamos que el referido y descocado derecho terrenal encuentra  sus raíces en el incoado derecho divino.  Lo  descrito era una concepción fundamental y general para los griegos, recogida más tarde para seguir manteniendo el juego  lícito/ilícito del poder. Pero  este pueblo también supo separar lo divino de lo humano. 
Gracias a este transitar de la conciencia jurídica se pasó de la antigua forma autoritaria del estado regido por  un hombre, al nuevo estado legal  fundado en el orden de la razón: ahora Dike es la justicia divina: las leyes forman su núbil cuerpo; el nuevo estado legal es un estado de leyes y no de hombres, según dicen los conocedores del asunto.  La divinidad del orden civil es traducida por un ropaje con el corte humano de la razón y de la justicia legal. Sin dejar de vista que  esta nueva forma de ley no se desprende de su concordancia con el orden divino. ¿Cómo  se sigue manteniendo el hilo constitucional en conexión con  la red celestial de los dioses? Los filósofos ayudaran en  este acto de prestidigitación  gracias al uso del logos.  Y el orden divino será entrevisto a través  de observar  la concordancia de las leyes con la naturaleza, la cual es el recinto de donde se origina y nace todo lo que vemos y existe. Para esta nueva manera de entender al mundo, la naturaleza vendrá a ser la suma de todo lo divino. Domina hasta a la poderosa Dike, la cual es considerada como la norma más alta del cosmos. Pero el cosmos cambiará con las palabras infectas y sentenciosas del simpático  Heráclito de Efeso,  para quien dictamina  la imagen del cosmos como una lucha incesante de contrarios: “El mar, agua pura e impura, para los peces, la más saludable, para los hombres, mortal”, o aquella otra sentencia guerrera referida al cosmos y al hombre indistintamente, y que dice así: “la guerra es la madre (o el padre) de todas las cosas” o “Conviene saber que la guerra es común a todas las cosas y que la justicia es discordia”, sin olvidar su gusto estético al respecto al proclamar, con el mejor estilo del arte fluxus,  que: “el desorden es el más bello de los órdenes” ; con los contrarios, con la tensión del arco y la lira por la unión de la tensa cuerda, se llega a cambiar el sentido trágico del mundo y del hombre.  La lucha es un principio incorporado en el oscuro seno del cosmos, aunque se empeñe en buscar el orden a partir y a pesar de las fuerzas contrarias;  y como  producto accidental   del choque y la violencia, este juego mecánico y cuántico de las fuerzas decantan en la perpetua danza infinita del universo.

La naturaleza vendrá a ser el asidero de esa errada visión de una ley eterna del todo; la eternidad es una proyección de esa profusión de fuerzas contrarias que residen y dan ser a lo que el hombre imagina como naturaleza. Esto dio paso a la conocida concepción naturalista de la vida humana.  Eurípides en su obra Las Fenicias recama en ella para mostrar la igualdad, ese principio que funda la quebrantable patente de corso de  la democracia, al advertir que esa isonomía es una constante que se manifiesta  en la naturaleza y de la que el mismo hombre no sólo no puede escapar sino que está condenado en habitar junto y con ella. Otros autores buscaran que la nominada igualdad natural no es una realidad incontestable, sino una falsa máscara de la que hacen buen uso los demagogos de la democracia; el empuje agresivo y temeroso del más fuerte advierte otra fase de la misma naturaleza. Lo que es evidente que tanto la primera postura como la segunda no es algo de la naturaleza sino una interpretación, una hermenéutica desde una óptica humana, que proporciona una imagen de su ser y su orden  permanente; su sentido opuesto será un juego casi eterno de  opiniones; metáfora funcional para asentar un parecer  que debe ser el origen, el sentido y la ley de la vida. La opción por la igualdad arrojará una mirada democrática del derecho natural;  la  que apunta aseverar y persistir a la tensión entre contrarios como  concepción aristocrática de la naturaleza y el universo. La primera rastreará una igualdad geométrica humana entre el éter del universo; la segunda vigilará la presencia de la desigualdad fundamental de los hombres; de ambas surgen distintas aristas para seguir el largo camino de la construcción y aceptación del derecho y del estado. El  derecho humano se perfila  desde múltiples espejos, sólo dependerá del rostro que quiera reflejar. La Naturaleza y el derecho se dan la mano para la  trampa humana del creer en un justo orden por el resto de los tiempos. 


Popper: pensador clave del siglo XXI

Carlos Blank

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Una de los rasgos más característicos del pensamiento de Karl Popper es la dificultad de encasillarlo en alguna de las posiciones o corrientes más conocidas. Eso que puede parecer una desventaja, constituye, en realidad, una gran ventaja y es una muestra de la gran riqueza de matices y contrastes que dicho pensamiento ofrece. Pero si tuviésemos que clasificarlo o ponerle una etiqueta, posiblemente una de las mejores caracterizaciones que se pueda hacer de  Karl Popper es de que se trata de un pensador adversativo. En distintos autores encontramos dicha clave hermenéutica del pensamiento popperiano. Así, por ejemplo, lo destaca José Antonio Marina, en la introducción a la versión castellana de Knowledge  and the Body-Mind Problem. In Defence of Interaction -de cuya versión en Word extraemos las citas.

Karl Popper es un pensador adversativo. Es racionalista, pero cree que sólo puede serlo por una decisión no racional. Es kantiano pero heterodoxo. Es ilustrado pero escéptico. Confía en la ciencia, pero afirma que sólo podemos estar seguros de las falsedades, no de las verdades. Es optimista pero cree que es más probable, para nosotros, la regresión que el progreso. Podemos decidir nuestro futuro, pero suceden cosas que nadie desea, como una guerra o una depresión económica. El lenguaje, la ciencia, las tradiciones son creaciones humanas pero disfrutan de autonomía. Buscó siempre la verdad pero pensaba que sólo puede alcanzarse lo verosímil. Defendía el conocimiento pero sin sujeto cognoscente. Creía que la inteligencia partía siempre de afirmaciones dogmáticas pero para someterlas a crítica.

Marina considera que en ese pensamiento adversativo podemos encontrar “una de las posibles salidas al debate entre modernidad y posmodernidad, que aún no está cerrado”. Al respecto señala:

Me interesa releer a Popper desde la superación del posmodernismo, que es la atalaya donde me gustaría estar. Después del diluvio hermenéutico, después de la sociología de la ciencia, después de la fragmentación de la realidad, después de tanto pensamiento débil, después de las deconstrucciones, después del fracaso marxista, después de las proclamas sobre el fin de la historia, cuando un suave relativismo, engañoso por su ausencia de dramatismo, nos engatusa a todos como un lecho bien mullido donde siempre encontramos una postura confortable, resulta útil volver al escepticismo apasionado de Popper, a su difícil pelea por una verdad siempre en la lejanía, a su optimismo cauteloso.
Esta energía para luchar con la complejidad, con la contradicción, con la inseguridad, con la divergencia, es lo que me parece esencial en el talante de Popper, lo que abre más sugerentes caminos al pensador pos-posmoderno, al que está más allá de la modernidad y de la posmodernidad. Al ultramoderno.
El posmodernismo ha creado un concepto monstruoso de la razón y después le ha sido fácil criticarlo, propugnando otros modos de pensar, otras figuras históricas de la inteligencia. Pero no es un etnocentrismo europeo proclamar la preeminencia de la razón. Creo que prolongo las ideas de Popper al afirmar que la elección de la racionalidad no se basa en su capacidad para fundar un conocimiento bien corroborado, sino en que es el uso de la inteligencia que mejor puede salvarnos del horror. La irracionalidad conduce antes o después a la violencia.
Cada época ha elegido un modelo de inteligencia a partir de lo que consideraba su creación más grandiosa. La modernidad escogió como ideal la razón y la ciencia. La posmodernidad ha acogido un paradigma estético. Ahora conocemos ya la fuerza y la debilidad del racionalismo, y la fuerza y debilidad de un pensamiento débil. ¿Cómo integrar la razón y el sentimiento, lo universal y lo concreto, las generalidades y las diferencias, la norma y el caso, las verdades y los valores? Quiero pensar que ha llegado la hora de un nuevo modelo, capaz de alcanzar todas esas metas integradoras, al que me gustaría llamar paradigma ético de la inteligencia. Pues bien, como hemos visto, la última valoración que hace Popper de la razón la hace desde la ética. Su meta no es el conocimiento, sino la felicidad. Por esto creo que merece una lectura ultramoderna.

Con ciertas reservas en torno a  la mención que Marina hace de la felicidad al final, la cual, nos parece, habría de matizarse mejor, suscribimos plenamente el conjunto de sus reflexiones y la propuesta que nos hace de retomar el pensamiento popperiano para superar los dilemas del presente y formular un “paradigma ético de la inteligencia”, que, no cabe duda, resulta una propuesta atractiva para quienes de alguna manera están familiarizados con las propuestas popperianas. 
Un punto de vista bastante similar lo encontramos en Philip Parvin. Para él también es evidente el carácter adversativo del pensamiento popperiano y que  a pesar de tener  elementos comunes con el postmodernismo, el postestructuralismo y la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, difícilmente podemos encasillarlo dentro de cualquiera de dichas corrientes.  Estas corrientes exhiben un radicalismo que es opuesto al espíritu reformista popperiano.

Contra Popper, los postmodernos, los postestructuralistas y los teóricos críticos, argumentan, cada uno a su manera, que la ciencia social y política es necesariamente e inevitablemente radical: comprender la sociedad implica un radical compromiso con sus instituciones, su historia, y la gente que forma parte de ella, y resolver problemas requiere actuar sobre lo que encontramos. Y lo que encontramos no siempre responde bien a una reforma de naturaleza fragmentaria y tentativa, sino que debe ser resuelto mediante iniciativas de largo alcance que tienen implicaciones de largo alcance y posiblemente de carácter revolucionario. (Parvin, 2010, pp. 118s)

Muchas veces se ha destacado como una suerte de contradicción del pensamiento popperiano el carácter revolucionario de su enfoque metodológico de las ciencias naturales, donde con razón insiste en los peligros del adocenamiento y de la normalización del conocimiento científico,  mientras que por otro lado  formula un pensamiento de corte reformista, anti-revolucionario y anti-radical, en el plano social y político. Sin embargo, no hay tal contradicción. La razón de dicha aparente anomalía es simplemente el resultado de las consecuencias que se derivan  y de lo que  está en juego en cada caso. En el caso de las teorías científicas que se ocupan de la naturaleza podemos y debemos formular hipótesis audaces, que en caso de resultar falsas son simplemente descartadas o mueren en lugar de aquellos que las formulan, de allí su conocido enfrentamiento con Kuhn y su defensa de la ciencia normal. Por otro lado,  en el plano de la realidad social y política, los riesgos de aventurarnos a la realización de ensayos o experimentos de naturaleza radical, donde el conocimiento empírico acumulado suele ser bastante limitado, involucra riesgos para la propia sociedad, puede conducir, como de hecho ha ocurrido, al exterminio sistemático de los propios seres humanos. En otras palabras, sin renunciar al ideal ilustrado de la emancipación del hombre a través de la razón y el conocimiento, Popper siempre propone una defensa cautelosa y prudente de la razón y del conocimiento, alejado de la hubris y de la soberbia intelectual que suele acompañar a menudo dicha defensa. A pesar de que muchos autores pudiesen encontrar similitudes entre el pensamiento de Popper y las corrientes antes mencionadas, Parvin se apresura a decirnos:

Popper no era un postmoderno. Su insistencia en que es posible el uso de las herramientas de la razón y de la objetividad para revelar conocimiento acerca de todos los aspectos del mundo, desde la mecánica cuántica al diseño apropiado de las instituciones sociales y políticas, luce en franca contradicción con los reclamos hechos por los postmodernos de que dicha tarea está condenada al fracaso. A pesar de ir en contra de algunos pensadores de la Ilustración al cuestionar la capacidad de la razón de revelar determinadas verdades del mundo, no fue un postestructuralista en la vena de Foucault o Bourdieu, y a pesar de ser un apasionado crítico (o rival de la compresión de la ciencia, del autoritarismo, del totalitarismo, de buena parte de la filosofía), no fue ciertamente un 'teórico crítico' en la tradición de pensadores como Habermas, Adorno o Horkheimer. (Parvin, 2010, p. 138)

Por lo tanto, dicha cautela no debe ser confundida en ningún momento con una posición pesimista y, menos aún, derrotista, ante la posible solución de los problemas sociales y políticos. Todo lo contrario. Supone siempre una defensa inclaudicable del poder de la razón frente a las amenazas permanentes de la irracionalidad y de la violencia injusticada, sobre todo, de la crueldad que es capaz de desarrollar el ser humano contra sus semejantes. Hay quienes sostienen que el pensamiento de Popper tuvo vigencia durante la Guerra Fría y a pesar de que esa no fuese su intención inicial al escribir La sociedad abierta y sus enemigos -que él quería establecer como un puente de comunicación entre liberales y socialistas-, dicho libro terminó  convirtiéndose en el símbolo de la polarización durante dicho período gracias a su crítica al “totalitarismo”, que pasó a ser un término dominante de la Guerra Fría.  Por lo tanto, ya cumplido su cometido una vez que se produce el derrumbe del comunismo, el pensamiento político de Popper ha perdido su vigencia y su utilidad como herramienta en contra del comunismo, la era del post-comunismo ha devenido también  la era del post-popperianismo.  Quienes así piensan deberían de pensarlo mejor, pues en pleno siglo XXI hay amenazas que se ciernen contra la humanidad, contra la civilización tal y como la conocemos,  lo cual hace  que su pensamiento cobre todavía mayor vigencia si cabe  en este período de post-Guerra Fría, o de paz caliente, como decía Carlos Fuentes (2001), en que nos encontramos en pleno siglo XXI, cuando incluso se habla de una reedición de la Guerra Fría y de sus amenazas.

Pues mientras el nazismo y el fascismo están ciertamente en retirada, la política global está todavía amenazada con varios de los peligros contra los cuales luchó Popper. El tribalismo característico de las sociedades cerradas es todavía demasiado evidente en los conflictos étnicos y nacionalistas que continuamente plagan gran parte del mundo y en la creciente politización y radicalización de la religión en muchos países, incluidos aquellos que son gobernados por instituciones liberales y democráticas. A pesar del creciente reclamo popular de muchos científicos sociales y políticos, practicantes y comentadores de la erosión de las identidades nacionales y étnicas en la era de la globalización, del incremento de la migración y de la expansión de mercados capitalistas y el declive de la significación de las naciones estado como consecuencia del surgimiento de instituciones supranacionales como el FMI, el Banco Mundial, la UE y la ONU, la predisposición de muchas personas a aferrarse a identidades culturales, religiosas o étnicas, a luchar por ellas y matar en nombre de ellas, parece tan fuerte como siempre. Igualmente, la predisposición de los líderes y regímenes no democráticos a usar las instituciones del estado para brutalizar a sus ciudadanos, para tiranizarlos y negarles sus libertades básicas, todo en el nombre de un bien mayor, representa una permanente fuente de miseria para cientos de miles de personas a lo largo y ancho del mundo. La sociedad abierta todavía tiene enemigos. Podrán ser diferentes de  aquellos sobre los que escribiera Popper, pero la crítica de Popper al fascismo y al totalitarismo aplica con la misma fuerza y coherencia  a los nuevos, más obvios males del fanatismo religioso, del autoritarismo y del nacionalismo que vemos hoy a nuestro alrededor. (Parvin, 2010, pp. 132s)

De tal manera que en lugar de haber perdido vigencia y actualidad a la luz de los nuevos acontecimientos sociales y políticos ocurridos después de la Guerra Fría, el pensamiento de Popper tiene hoy más vigencia que nunca para comprender los males que nos acechan y para poder formular los remedios apropiados a dichos males. Uno de los seguidores más fieles de Popper, responsable de algunas de sus publicaciones póstumas, se lamenta de que el resurgir del liberalismo se haya producido bajo la predominante influencia de Friedrich von Hayek y no de la mano de Popper. En el libro de Mark Notturno (2015) sobre Popper y Hayek se reconoce la influencia recíproca que han tenido ambos autores y como en función de dicha influencia mutua han ido modificando sus posiciones y acercándose el uno al otro. Este es el caso del concepto de planificación fragmentaria o ingeniería social fragmentaria, donde la sola mención de un enfoque ingenieril era repudiable para Hayek así como era repudiable cualquier forma de intervención estatal. También en el caso de la racionalidad han pasado de ocupar posiciones relativamente opuestas a converger hacia la defensa de un tipo de racionalidad que debe mucho a la tradición y a la evolución de instituciones de carácter liberal y democrático. Incluso se señala que Popper se fue aproximando con relación al capitalismo a una visión mucho más conservadora como la de Hayek, aunque -de nuevo ese carácter adversativo omnipresente de su pensamiento- siempre sospechó de cualquier fundamentalismo del mercado.
Pero si bien existen muchos puntos que los unen, las diferencias que los separan no son menos importantes y distan mucho de ser meramente de carácter semántico o terminológico, en campos tan sensibles como el tema del racionalismo, de la economía y de la democracia.  En el caso de las leyes y de la defensa del marco legal,  por ejemplo, hay una clara separación entre Popper y Hayek, al punto que podría considerarse la posición de Hayek como un caso de enemigo de la sociedad abierta dentro de la concepción popperiana. En efecto, según Notturno,  Hayek plantea una serie de reformas del sistema legal, particularmente del sistema electoral, que podrían entrar en clara contradicción con la postura popperiana y ser un síntoma del utopismo que él ha denunciado en diversas oportunidades, un caso típico de búsqueda de los mejores gobernantes y los más sabios, en lugar de un sistema que se protege frente a cualquier forma arbitraria o ilimitada de poder. Notturno la califica de “tiranía liberal”. Esto tiene que ver también con las diferencias que ambos tienen con relación al papel de las tradiciones y el marco legal y la posibilidad de reformas.  Por estas y otras muchas razones más -de las cuales nos ocuparemos en otra oportunidad-, Notturno considera que se ganaría mucho terreno si dentro de la discusión pública norteamericana se utilizasen las herramientas que nos proporciona el pensamiento popperiano y que el no haberlo hecho hasta ahora constituye la pérdida de una gran oportunidad, al ser una figura marginal dentro del debate académico y público en general.
Y,  sin duda, en un mundo que apunta hacia dominio de la “post-verdad”, de la “post-democracia” y del relativismo “post-moderno”, de eso que ya algunos llaman la “era Trump”- seguramente se hablará de la “era post-Trump” también-,  el pensamiento popperiano constituye posiblemente su mejor antídoto y su mayor bálsamo. Como ya esperamos haber destacado suficientemente, el pensamiento de Popper representa una alternativa a muchas de estas corrientes “post-algo” o “post-cualquier-cosa” que abundan en el panorama “post-histórico”, “post-humanista”, “post-industrial” y “post-capitalista” de la actualidad, o, para complicar aún más las cosas,  en nuestra era “post-Guerra Fría” que está a punto de convertirse en la era de la “post-post-Guerra Fría”, y así usted elija el “post-algo” que más le guste  o suene bien. En fin, cada quien puede elegir el “post”, “post-post”, y pare usted de contar, o poste al cual ahorcarse, pues en el mercado actual abundan y proliferan constantemente. El propio pensamiento de Popper no ha podido escapar de ello cuando se lo clasifica de “post-positivista”, “post-empiricista” o “post-fundamentalista”. Pero como diría Popper, lo de menos son las etiquetas o las discusiones sobre cuestiones meramente verbales o lingüísticas. Al final de nuestro trabajo veremos su pronunciamiento acerca del uso indiscriminado de algunos “post-x” o  “post-y”.   
En todo caso, en un mundo donde los fanatismos y los fundamentalismos de cualquier signo se suceden a una velocidad vertiginosa, donde el pensamiento dogmático y acrítico suele predominar, donde no se comprende la fragilidad de la condición humana así como la precariedad de todo progreso, el pensamiento de Popper nunca perderá su vigencia y actualidad. Si en gran parte nos ayudó a comprender y a transitar los conflictos del siglo XX, todo parece indicar que dicha ayuda será también  necesaria, o incluso más necesaria aun,  durante el desarrollo de este siglo XXI, plagado de amenazas y peligros. Podríamos señalar que si bien el pensamiento de Popper conserva muchas de las criticas que se han llevado a cabo sobre  una modernidad fallida, un proyecto ilustrado fracasado y superado, su irresoluble fe en la razón -a pesar de todas sus limitaciones- lo hace también uno de los defensores más consistentes y pertinaces de una modernidad que no está nunca satisfecha consigo misma y que encuentra en la crítica la punta de lanza de su progreso continuo, a pesar de las amenazas permanentes y constantes en contra de los avances de la civilización y de la sociedad abierta.  A continuación citaremos otro texto de la excelente obra de Parvin, donde  resume magistralmente el legado del pensamiento de Popper y explica también por qué se ha mantenido como una figura marginal en el marco del debate académico del pensamiento político. De paso, destaca claramente el carácter adversativo de su pensamiento.
Popper no puede ser fácilmente asociado a la Escuela de Cambridge, ni tampoco al postmodernismo, al postestructuralismo o a la teoría crítica. Nunca ocupó el mismo espacio teórico de Rawls o sus seguidores, a pesar de que sus conclusiones tienen una relevancia permanente en sus áreas de trabajo. No fue un utilitarista en el sentido en que la mayoría entiende el término, tampoco  un teleologista, a pesar de que estaba comprometido con la evaluación del éxito y del fracaso de las reformas sociales propuestas, al menos como parte de la respuesta a las consecuencias que generaban. No fue un relativista, un nacionalista, un comunitario, pero reconoció la importancia (a menudo perniciosa) que ser miembro particular de un grupo ha tenido para mucha gente a lo largo de la historia. Nunca fue estrictamente un conservador, un libertario ni un liberal clásico, pero rechazó la planificación social, económica y política de largo alcance e influyó en aquellos que se asociaban a sí mismos con estas tradiciones. No era socialista, pero creía que las instituciones del estado pueden y deben aliviar la paralizante pobreza que mucha gente sufría todavía. Fue brevemente marxista, y durante toda su vida mantuvo un respeto por la contribución de Marx al pensamiento económico y social, aunque al final del día lo veía como un peligro para los objetivos de una sociedad abierta. Sostuvo los ideales encarnados en la Ilustración mientras que criticaba con fiereza muchos pensadores ilustrados, defendió la política basada en la razón al mismo tiempo que afirmaba sus limitaciones, y defendió el crecimiento del conocimiento al mismo tiempo que afirmaba que el conocimiento certero era imposible. En La Sociedad Abierta presentó un importante pronunciamiento a favor de la socialdemocracia en la era de la post-guerra, basada en una epistemología que sería utilizada por muchos para destruirla. Tampoco fue un pensador del contrato social como Locke, Hobbes, Rousseau o Kant. No apoyó sus conclusiones en controversiales alegatos sobre la naturaleza humana o el contenido de las motivaciones humanas. No se preocupó explícitamente de muchas de las cuestiones que los teóricos de la política consideran medular dentro de su disciplina, como las obligaciones políticas, los derechos o el origen de la ley. Y no proporcionó una completa y total teoría normativa de la teoría política. (Parvin, 2010, pp. 148s)

La vigencia del pensamiento de Popper, en particular, su pensamiento político, adquiere todo su valor en un mundo en que las modas intelectuales se suceden con mayor frecuencia que las modas de los diseños de ropa, donde predomina el  prêt-à-penser, como diría Morin; donde el carisma y la propaganda suelen ser más importantes que el mensaje y el contenido, donde el medio es el mensaje y el mensaje es el masaje, decía McLuhan; donde, por cierto,  la razón  ha pasado de moda y se ha puesto de moda, en cambio, un pensar débil y relativista, una suerte de pensamiento a la carta y, sobre todo, donde los dogmatismos y los fanatismos, así como los actos violentos que a menudo acarrean, están a la orden del día. En un mundo así, si se me permite un estilo más personal, no diría simplemente que el pensamiento de Popper luce necesario, sino que  me atrevería a afirmar que resulta indispensable, si no fuese porque la propia cautela que nos recomienda su pensamiento hace que nuestras adhesiones siempre sean tentativas y dispuestas a revisarse permanentemente. Por eso tampoco me atrevería a afirmar con total certeza que será un pensador clave de este siglo que está comenzando, aunque sospecho que así pueda ser. Siguiendo el talante del autor que ha motivado este breve ensayo, diría que se trata de una propuesta que someto a la consideración de los amables lectores y del tiempo, claro está, que implacablemente se encarga de poner todas las cosas y las personas en su lugar correspondiente. Probablemente ahora se comprenderá mejor el carácter tentativo y propositivo que hay en el título del presente ensayo, completamente alejado de cualquier pretensión de realizar una afirmación categórica o, peor aún, dogmática. Pero dejemos entonces que sea finalmente el propio autor quien pudiese convencernos de dicha solicitud o propuesta, a través de las palabras finales del prefacio de la edición inglesa de La lógica de la investigación científica escrito en 1958 y que conserva una sorprendente actualidad.
Defender un dogma más es, sin embargo, lo último que quisiera hacer: incluso el análisis de la ciencia -la 'filosofía de la ciencia'- amenaza con convertirse en una moda, en una especialidad; mas los filósofos no deben ser especialistas. Por mi parte, me interesan la ciencia y la filosofía exclusivamente porque quisiera saber algo del enigma del mundo en que vivimos y del otro enigma del conocimiento humano de este mundo. Y creo que sólo un renacer del interés por estos secretos puede salvar las ciencias y la filosofía de una especialización estrecha y de una fe obscurantista en la destreza singular del especialista y en su conocimiento y su autoridad personales; fe que se amolda tan perfectamente a nuestra época “postrracionalista” y “postcrítica”, orgullosamente dedicada a destruir la tradición de una filosofía racional, y el pensamiento racional mismo. (Popper, 1980, p. 23)


Referencias
Fuentes, C. (2001). La paz caliente. Nexos. (http://www.nexos.com.mx/?p=10150)
Notturno, M.A. (2015). Hayek and Popper. On rationality, economicism, and democracy. London/New York: Routledge/Taylor & Francis Group.
Parvin, P. (2010). Karl Popper. New York/London: Continuum
Popper, K.R. (1980). La lógica de la investigación científica. Madrid: Editorial Tecnos.