viernes, 1 de diciembre de 2017

Marcel Duchamp 
y el rechazo al trabajo

Mauricio Lazzarato (*)
(Traducción de David De los Reyes **)

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Marx dijo que las revoluciones son la Locomotora de la historia mundial. Pero quizás las cosas se presenten de otra manera. Puede que las revoluciones sean el acto por el cual la humanidad que  viaja en ese tren  tire del freno de urgencia.
Walter Benjamin

No se permite ser un hombre joven que no haga nada. ¿Qué es eso de no trabajar más? No se puede vivir sin trabajar, es algo afrentoso. Me acuerdo de un libro que se llama El Derecho a la Pereza, ese derecho no existe más
“¿Usted prefiere la vida a el trabajo de artista? Responde MD.: “Sí”.
Marcel Duchamp



“John Cage  se envanece de haber introducido el silencio en la música, yo me enorgullezco de haber celebrado la peresa en el arte”, ha dicho en alguna parte Marcel Duchamp. La “gran pereza” de Marcel Duchamp ha transformado  el arte  de forma más radical y duradera que la desbordada actividad y productividad de un Picasso con sus 50000 obras.
Duchamp ha rechazado obstinadamente el trabajo, trátese del trabajo asalariado o del trabajo artístico.  Rechaza someterse a las funciones, a los roles, a las normas de la sociedad capitalista.  Tal rechazo no interroga solamente al artista y al arte  en su diferenciarse del rechazo del trabajo de los obreros. Teorizado por el operatítas italianos  en los años sesenta, la actitud de Duchamp poco nos ayuda a interrogar el rechazo que se expresa luego del 2008 sobre  múltiples regiones y en las calles del planeta (Turquía, Brasil, España, Estados Unidos, etc.).
De una parte se alargado su dominio de acción, porque concierne no solamente al trabajo asalariado, sino a toda función o rol al cual  nosotros  somos asignados (mujer/hombre, consumidor/usuario, comunicador, parado, etc.). Como la gran mayoría de estas funciones, el artista no está subordinado a un patrón, sino  a una panoplia de dispositivos de poder. De la misma manera que el capital humano, el artista se ha convertido en modelo en el neo-liberalismo;  debe sustraerse a esos poderes externos, pero también al mantenimiento de su ego (creador para el artista o emprendedor para el capital humano) que da a uno y otro la ilusión de ser libres.
Por otra parte, permite pensar y practicar un rechazo al trabajo a partir de un principio ético-político que no es  el trabajo. Nos hace salir del círculo encantado de la producción, de la productividad y de los productores. El trabajo ha sido a la vez la fuerza y la debilidad de la tradición comunista. ¿Emancipación del trabajo o emancipación por el trabajo? Ambigüedad sin respuesta.
El movimiento obrero  ha existido únicamente porque la huelga era, al mismo tiempo, un rechazo, un no-movimiento, un des-obrar radical[1], una inacción, un parar la producción que suspendía los roles, las funciones y las  jerarquías de la división del trabajo en  la fábrica. El hecho de problematizar un solo aspecto de la lucha, la dimensión del movimiento, ha sido una gran  minusvalía que ha hecho del movimiento obrero un acelerador de productividad, un acelerador dela industrialización, el canto del trabajo. La otra dimensión de lucha, implicó el rechazo al trabajo, el no-movimiento o la desmovilización ha sido abandonado o insuficientemente problematizada en el neoliberalismo.
El rechazo al trabajo obrero conduce siempre, en la perspectiva comunista,  a alguna otra cosa que a ella misma. Conduce a lo político, según una doble versión, el partido o el Estado, mientras que Duchamp   nos sugiere ir sobre el rechazo, sobre el no-movimiento, sobre la desmovilización,  e implementar  y experimentar todo eso que la acción perezosa crea como posibilidad para operar una reconversión de la subjetividad, inventando nuevas técnicas de existencia y de nuevas maneras de habitar el tiempo. Los movimientos feministas, luego del rechazo a ejercer la función (y el trabajo de) mujer, parecen haber seguido esta estrategia, antes que la opción política clásica.
La antropología del rechazo obrero contiene, de todas maneras, una antropología del trabajo, la subjetivación de la clase es siempre subjetivación  de los productores, de los trabajadores. La acción abre a  toda otra antropología y  toda una ética distinta. Al minar el trabajo en sus fundamentos, agita no solo la identidad de los productores, sino también  sus asignaciones sexuales. Lo que está en juego  es la antropología de la modernidad: el sujeto, la libertad, la universalidad todas conjugadas con lo masculino.
El movimiento comunista ha tenido la posibilidad de producir otras antropologías y otras éticas que las de la modernidad trabajadora y de otros procesos de subjetivación que aquellos centrados sobre los productores. El derecho a la pereza, redirigido por Paul Laforgue, yerno de Marx, respondía al Derecho al trabajo de Louis Blanc, y buscaba sus orígenes en el Otium (ocio) de los antiguos, que él repensará  en relación  con la democratización de la esclavitud, operado en el trabajo asalariado.  Pero los comunistas no han visto las implicaciones ontológicas y políticas a las cuales obraban a la suspensión  de la actividad y de las órdenes.  Perdieron la posibilidad de salir del modelo del homo faber, del orgullo de los productores y de la promesa prometeica de amaestrar la naturaleza que contenía. Regresa con Duchamp al desarrollar su  radicalidad  por el derecho a la pereza, un derecho que no exige ni justificación ni ningún intercambio[2], ataca a tres fundamentos de la sociedad capitalista. En principio al intercambio. ¿Qué ha inventado el intercambio de la igualdad de valor,  que ha devenido una ley con policías en las relaciones del individuo con el individuo en la sociedad actual? Inmediatamente, más profundamente aún, a la propiedad, condición preestablecida del intercambio: Posesión – Por otra parte la idea de intercambio presupone la posesión  en el sentido propio de la palabra.  Y finalmente al trabajo.  En Marx el trabajo  es el fundamento viviente de la propiedad, esta última no es sino el trabajo objetivado.  Vemos que se da un golpe mortal a la propiedad, dice Marx, con el hecho de combatir no solamente como en su condición objetivada, sino también como condición activa, como trabajo.  El derecho a la pereza deshace el intercambio, la propiedad y al trabajo, pero haciendo de lado la tradición del marxismo.



1.- El  rechazo al trabajo
La acción perezosa duchampiana  se toma en una doble lectura.  Ella funciona a la vez como crítica del dominio socio-económico, y como una categoría filosófica que permite  repensar la acción, el tiempo y la subjetividad, descubriendo nuevas dimensiones de la existencia y de las formas de vida inéditas.
Comencemos por la función de crítica socio-económica:
La pereza no es simplemente un no-actuar  o de un actuar mínimo. Es una toma de posición por relación a las condiciones de existencia en el capitalismo. Expresa, en principio, un rechazo subjetivo que vicia al trabajo (asalariado) y todo comportamiento  conformista que la sociedad capitalista espera de usted.
El rechazo de todas esas pequeñas reglas que deciden que usted no tiene por qué comer si  usted no muestra los signos de una actividad o de una producción, bajo una u otra forma. Beuys a denunciado el silencio sobrevaluado de Duchamp respecto a las cuestiones sociales, políticas y estéticas. La mayor parte  de críticas consideran que Duchamp no es contradictorio. El mismo, por otra parte, afirma que no ha dejado de contradecirse al  no fingir aceptar un sistema, un gusto un pensamiento establecido. Pero si hay alguna cosa  que ha rechazado sistemáticamente y en la cual ha permanecido fiel es el rechazo al trabajo y a la acción perezosa que, juntas, han constituido el hilo a seguir ético-político de su existencia.

¿Será posible  vivir  como inquilino solamente? ¿Sin pagar y sin poseer? (…) Esto nos regresa al derecho a la  pereza sugerido por Paul Lafargue,  un libro que me había afectado mucho en 1912. El me parece aún  muy valioso hoy en relación a los asuntos del trabajo forzoso al cual está sometido cada recién nacido.

En la historia de la humanidad ninguna generación  no ha sacrificado tanto tiempo  al trabajo que las generaciones  que han tenido la mala suerte de nacer bajo el régimen capitalista. En el capitalismo (y en el comunismo centralista chino), la humanidad está condenada  a los trabajos forzados, sea cual sea el nivel esperado. Toda invención técnica, social y científica, en lugar de liberar del tiempo,  no hace sino  intensificar el dominio del capital sobre nuestras temporalidades.
Sin ser fascista, pienso que la democracia no ha aportado una gran dosis de sensatez (…) es vergonzoso  que seamos obligados aún de trabajar simplemente para vivir (…) estar obligado trabajar  con el fin de existir, eso es una infamia.
El hospicio para los perezosos (Hospicio de los Grandes Perezosos/ Orfelinato de pequeños perezosos) que Duchamp quería abrir,  o mejor dicho, estaría prohibido trabajar,  presupone una reconversión e la subjetividad, un trabajo sobre sí, porque la pereza es otra manera de habitar el tiempo y el mundo.

Creo, por otra parte, que no habría tantos pensionados como  podría imaginarse, porque, en efecto, no es justamente fácil ser perezoso y de no hacer nada.

A pesar de una vida muy sobria, a veces  llevada al límite del desenlace, Duchamp  ha podido vivir sin trabajar porque  se ha beneficiado de una pequeña renta (anticipación de su parte de  herencia familiar), de la ayuda ocasional de ricos burgueses coleccionistas, y de alguna pequeña venta de una obra de arte o de otros arreglos, siempre precarios. Duchamp es completamente consciente  de la imposibilidad de vivir en la pereza  sin una organización de la sociedad radicalmente diferente.

Dios sabe que ha colocado suficientes alimentos sobre la Tierra para que todo el mundo pueda comer sin tener que trabajar (…) no pregunta quién va hacer el pan o quien deba hacerlo, porque hay bastante vitalidad en el hombre en general  para que  no se mantenga en pereza. Había muy pocos perezosos en mi casa, porque no soportaban permanecer perezosos por mucho tiempo. En una sociedad como aquella, tal cosa no existía para nada, y los mejores habitantes recogerían la basura.  Esa sería la forma de actividad más elevada y noble (…)  tengo miedo que eso se parezca algo al comunismo, pero ese no es el caso. Estoy seria y profundamente arraigado en una sociedad capitalista.

El arte  es tomado en la división social del trabajo como  cualquier otra actividad. Desde ese punto de vista, ser artista es una profesión o una especialización como  cualquier otra y es precisamente esa orden de ocupar, con su cuerpo y con su alma, un trabajo, un rol, una identidad, lo que ha sido objeto de rechazo  categórico y permanente en Duchamp. Con el artista,  sólo las técnicas de subordinación cambian, ellas no son más disciplinarias.  Pero los dispositivos de las sociedades de control son muchos, si no más cronófagos que las técnicas  disciplinarias cuando se trata de la actividad artística.
No hay el tiempo necesario para hacer un buen trabajo. El ritmo de la producción es tal que ello deviene  en otra forma  de curso desenfrenado, que regresa a la feria de juegos de la sociedad en general.
La obra debe producirse lentamente, no creo en  la velocidad en la producción artística  que es introducida por el capitalismo. Teeny, la segunda esposa de Duchamp, relata que él no trabajaba como un obrero, sino en alternancia, en el mismo día, de cortos periodos  de actividad con largas pausas.

No podía trabajar  más que dos horas por día (…) Aún hoy no puedo trabajar más de dos horas. Es realmente difícil trabajar todos los días.

De forma más general, el rechazo al trabajo artístico significa rechazar producir para el mercado, para los coleccionistas, para satisfacer las exigencias estéticas de un público  de mirones más y más numeroso; rechazar someterse a sus principios de evaluación junto a sus exigencias de cualidad y cantidad.
El peligro está en adentrarse en las filas de los capitalistas, de hacer una vida cómoda en un género de pintura que se  repite  hasta el fin de sus días.
Duchamp describe de manera muy precisa  y penetrante los procesos de integración del artista en la economía capitalista y la transformación del arte en mercancía, se compra arte como se compra espaguetis.
¿El artista está comprometido con el capitalismo? , le  pregunta William  Seitz (Vogue) en 1963: Es una capitulación.  Parecería que el artista hoy día no pudiera vivir sin un juramento de lealtad al buen viejo  todo poderoso dólar. Esto muestra hasta dónde ha llegado la integración.
La integración en el capitalismo es también,  y sobre todo,  subjetiva.  Si el artista no tiene como el obrero un patrón directo, está todas las veces sumido a unos dispositivos de poder que no se limitan a definir el cuadro de su producción, sino lo  equipan con una subjetividad.  En los años ´80 el artista se ha constituido en modelo de capital humano, porque encarna él la libertad de crear. Coubert ha sido el primero  en decir: acepten o no mi arte, yo soy libre. Era en 1860. Desde esa fecha, cada artista ha tenido la sensación de que ha llegado a ser más libre que el precedente. Los puntillistas más libres que los impresionistas, los cubistas aún más libres, y los futuristas y los dadaístas, etc. Más libre, más libre, más libre –ellos llaman a eso libertad. ¿Por qué el ego de los artistas debía arrojar y envenenar la atmósfera?
Una vez libres de las exigencias del rey, de los señores, el artista piensa ser libre, entonces paso de una subordinación a otra. El artista, como el obrero, es expropiado de su saber hacer, porque la producción es estandarizada y ella pierde, igual en el arte,  toda singularidad. Desde la creación de un mercado de la pintura, todo ha cambiado radicalmente en el dominio del arte. Miren como producen. ¿Creen ustedes que aman eso y que tienen el placer de pintar cincuenta veces, cien veces la misma cosa? Para nada. No hacen cuadros, hacen cheques.
El rechazo al trabajo artístico no es una imple oposición.  No constituye la negación de una pareja de términos solidarios (arte/no-arte) que se oponen a causa de su parecido. Duchamp es muy claro sobre este punto, su rechazo no expresa sino la oposición dadaísta que en su oposición, deviene la cola a eso que se opone (…) Dada literal, puramente negativo y acusador  es hacer la parte más bella a eso que estamos determinados a ignorar. Un ejemplo, si se quiere: con  la paralización de mi hacer quería dar otra idea de medida. Hubiera podido tomar un metro en madera y quebrarlo en un punto cualquiera, eso hubiera sido dada.
El rechazo introduce una heterogeneidad radical. Nada está más lejos del trabajo  capitalista que  la acción  perezosa, incluyendo el despliegue del potencial político existencial que hace al arte también  más que una simple negación.
Estoy contra la palabra anti, porque  es muy  parecida a la de ateo, comparada con un creyente. Un ateo es algo más cercano a lo religioso que un creyente, y un anti-artista alguien más cercano que  un artista (…)  Anartista,  sería mucho mejor. Podría cambiar de término más que el de anti-artista.
Si Duchamp rechaza la condición de ser artista (se define como un excomulgado del arte), el no abandona, por tanto, las prácticas, los protocolos, los procesos artísticos. El anartista pide una reubicación de sus funciones y de sus dispositivos artísticos. Se trata de un posicionamiento sutil en el que el rechazo no se instala en lo exterior, ni en el interior de la institución del arte, sino en su  límite, en sus fronteras, y que, a partir de ese límite y de sus fronteras, ensaya de hacer desplazar  la oposición dialéctica del arte/anti-arte.



2.- El molino de café entre el movimiento (futurista) y lo estático (cubista).
Tratemos ahora de comprender ahora cómo la acción perezosa y su no-movimiento permite  repensar la acción, el tiempo y la subjetividad.
Duchamp declaró muchas veces la importancia de un pequeño cuadro. Molino de café, pintado en 1911 (Usted ha dicho que el Molino de Café es  la llave de toda su obra. Duchamp: Si (…), se remonta al final del año de 1911). Que le ha permitido, muy pronto,  de salir  de las vanguardias a las que  nunca se adherió totalmente. Duchamp, como muchos de sus contemporáneos, estaba fascinado por el movimiento y la velocidad, símbolos de la modernidad ruidosa.
Desnudo descendiendo por la escalera había intentado de  representar el movimiento  inspirándose en las técnicas cinematográficas de Etienne-Jules Marey, pero se trataba de una representación indirecta del movimiento. Por medio del Molino de café encuentra una forma de salir de la oposición entre el movimiento y su celebración modernista por los futuristas y la estética estática de los cubistas (Estaba orgulloso de su estatismo, por otra parte. No se permite de mostrar las cosas  bajo distintas facetas diferentes, no tenía movimiento), descubriendo otra dimensión del movimiento y del tiempo.
El descompone en el Molino de café todos sus componentes  y eso que los historiadores del arte  consideran como la primera tela maquinista, introduce el primer signo diagramático de la historia de la pintura, la flecha que indica el movimiento del mecanismo.

Hice una descripción  del mecanismo. Ustedes ven  la rueda dentada y ven más allá la manija rotativa; también me he servida de la fecha para indicar en qué sentido la mano debe dar vueltas.  Ello no es un momento sólo, sino todos los posibles del molino. No es como un dibujo

Lo posible, el devenir y el evento abren  a regiones no gobernadas en el tiempo, ni el espacio, animadas por otras velocidades (de velocidades infinitas, diría Guattari) o por la más grande velocidad y la más gran lentitud (Deleuze)
Eso que la filosofía trata de teorizar en su época (Bergson), la remoción del tiempo con el movimiento, Duchamp lo descubre  durante la realización de esta pintura, pero agregando una condición fundamental, descuidada por los filósofos: la pereza como otra forma de vivir esos tiempos, y la acción perezosa como una nueva manera de explorar un presente que está durando, que es posible, que es un evento[3]. Para Deleuze el acceso a esta temporalidad, a los movimientos que siguen al tiempo, es el privilegio del vidente, para Duchamp los perezosos.
Permanece y permanecerá siempre interesado por el movimiento, pero esta nueva razón de concebirlo es, propiamente hablando, irrepresentable y no solamente presentado en las Notas que acompañan al Gran Vidrio y que constituyen una parte de su obra: En cada fracción de duración se reproduce todas las fracciones futuras y anteriores (…) todas esas fracciones pasadas y futuras coexisten, por tanto, con un presente que no es ya más eso que se llama ordinariamente el instante presente, sino una suerte de presente de extensiones múltiples.
El tiempo es  dinero, dicho capitalista, mi capital no es el dinero sino el tiempo, ha dicho Duchamp. Y el tiempo del que habla no es el tiempo cronológico que puede mesurarse y acumular, sino ese presente que, conteniendo a la vez el pasado, el futuro, es un hogar de producción nueva.
Terminado el movimiento, termina el cubismo, dirá en una entrevista en 1959, hablando de esa época. En su primer Ready-made hay aún el movimiento, pero el rin de bicicleta  que da vueltas era un movimiento que me gustaba, como un fuego en la chimenea. Serguei Eisenstein explica de qué tipo de movimiento se trata: el fuego es capaz de suscitar en su más grande plenitud el sueño de una multiplicidad fluida de formas. Lo atractivo del fuego está en su eterna variabilidad, en la modulación de sus incesantes imágenes en devenir.
El fuego representa una contestación original de la inmovilidad metafísica, sin conceder nada a la velocidad futurista. El rechazo de la forma fija de una vez por todas, la libertad por relación con la rutina, la facultad dinámica de tomar no importa qué forma, que Eisenstein nombrará plasticidad se adapta perfectamente a la concepción de Duchamp.
El posible descubrimiento gracias al Molino de Café, Duchamp le da también otro nombre: Lo ultra-delgado (L´inframince).
Lo ultra-delgado es la dimensión de lo molecular, de pequeñas percepciones, de diferentes infinitesimales, de la co-inteligencia de los contrarios donde no vale sino las leyes de la dimensión macro y notablemente aquella de la causalidad, de la lógica de la no contradicción, del lenguaje y  sus generalizaciones,  del tiempo cronológico. Es en lo ultra-delgado que el devenir tiene lugar, es en los niveles micro donde se hacen los cambios.
Lo posible implica el devenir – el pasaje de uno  al otro en el lugar de lo ultra-delgado. Y para tener acceso a esta dimensión la condición es siempre la misma, inventar otra manera de vivir: Habitando en lo ultra-delgado perezoso.

(*) Maurizio Lazzarato, sociólogo y filósofo, vive en París, donde realiza investigaciones sobre el trabajo inmaterial, el estallido del salariado y los movimientos «postsocialistas». Ha publicado, entre otras obras, La fábrica del hombre endeudado.                                                                                                                      (**) Traducido del francés en: http://www.cip-idf.org/IMG/pdf/le_refus_du_travail_aujourd_hui.pdf
                      




[1] El descubrimiento del rechazo al trabajo no es el des-obrar que Giorgio Agamben entiende. Este último nos refiere a la naturaleza humana, mientras que el rechazo del trabajo renvía a la lucha (política) contra las asignaciones capitalistas  para ocupar un lugar y una función.  El no hacer, como demuestra Jacques Raciere (Estética, Escenas del régimen estético del arte, Galilee, 2011) a propósito de Stendhal,  es un producto de la Revolución, otra cara de la acción revolucionaria, poder todo y, en consecuencia, no hacer nada. Según Ranciere el arte está obligado a confrontarse con lo nuevo principio plebeyo,  eso que podría constituir una genealogía posible de la pereza   duchampiana que  lo desplaza de la literatura y de arte.
[2] Todas las citas en bastardilla son originales de Marcel Duchamp.
[3][3] El evento viene como una ruptura por relación a las cordenadas del tiempo y del espacio. Y Marcel Duchamp puso el punto determinante para mostrar que hay siempre en relación respecto de discursividad temporal, un index posible sobre el punto  de cristalización del evento fuera del tiempo, transversal a todas las medidas del tiempo. Feliz Guattari. 

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