jueves, 1 de marzo de 2018

Perspectivas en la filosofía 
de la música*.

Ezra Heymann


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Manuscrito de la Misa Solemne de L. van Beethoven


Una de las guías posibles en la comprensión musical es la noción de expresión. Ésta suscita en seguida la pregunta: “Qué se expresa?”, y con ella la dificultad de la cual se hizo voz Hanslick. Su señalamiento de que la música no se hace con sentimientos, sino (tautológicamente) con cantares, pone en entredicho el recurso a un dualismo inicial de lo interior y de un exterior, que encontraría ulteriormente un puente en la noción de expresión. Si se pretende concebir la interioridad afectiva y el mundo corporal --al cual pertenecen también nuestros medios expresivos-- como dos esferas separadas, el trasvase de contenidos de una esfera a la otra se vuelve incomprensible.
       En esta situación la noción fenomenológica de intencionalidad nos puede ayudar, siempre que no la entendamos en el sentido de un propósito, o de una acción con finalidad determinada, sino en el sentido de una orientación primaria de la vida anímica hacia el mundo. Su complemento natural es la noción de comportamiento. Con un comportamiento nos dirigimos al mundo (o nos retraemos a algún sector resguardado)  conformando con ello nuestra postura misma, y les damos a nuestros  movimientos su carácter propio en configuraciones perceptibles. Lo fluido tanto como lo abrupto y dificultoso, lo continuo como los surgimientos nuevos, lo impetuoso de los empujes que se superponen tanto como lo pausado y acompasado, la confianza --a la vez postura y sentimiento de familiaridad— como la extrañeza y el recelo,  todas las formas de separación e integración son de esta manera características de nuestro vivir en el mundo, que vemos representadas en las mismas configuraciones mundanas.
        La sonoridad, el elemento de la música, se destaca en esta visión en dos órdenes. El sonido es la señal del acontecer en general, el anuncio de algo que nos ha de importar en sus secuencias. Es al mismo tiempo la comunicación de la manera en la cual un cuerpo vibra y muestra así su fibra, su temple íntimo, y de la manera como fue conmovido, produciendo consonancias y disonancias internas y externas. Todas estas expresiones conservan su sentido literal no menos que el metafórico, y este último lo obtienen no porque una característica de una esfera ha sido trasladada a la otra, sino porque se trata de los lazos efectivos que unen a ambas.
        Al señalar el elemento propio del arte en general y de un arte en particular, no se responde todavía a la pregunta acerca de lo que apreciamos en las artes, pero se indica una dirección para una respuesta. La capacidad misma de articular representaciones, re-presentaciones de situaciones vitales, y posibilitar que las podamos contemplar, y no sólo vernos envueltos en ellas opacamente, constituye de suyo un logro de la libertad humana: un acierto que se aprecia más cuando la forma de ser que se representa logra hacer visible o audible la tensión interna propia de la complejidad de nuestras relaciones vitales, y nos convence a disfrutar y amar esta complejidad misma, a asumir esta tensión, a través de la articulación (ars) que logra plasmar, con gracia y con vigor. Pero a la base de toda elaboración artística está la fuerza sugerente del trazado, el valor afectivo del color, y en especial, la conmoción elemental que transmite la sonoridad.



 * Este texto del profesor Hymann  fue enviados a mi persona en mayo del 2001. Para ese entonces  dirigía el Doctorado de Humanidades de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela.  Este pequeño escrito representa un resumen de su conferencia sobre Filosofía de la Música que dio  como clase magistral para los estudiantes del postgrado. Para mi fue todo un hallazgo. Su aparición surgió cuando en estos días ordenaba mis archivos  electrónicos y me encontré con él.  Este año se hace cuatro años de su partida (septiembre del 2014), y nunca está de más recordar las palabras de quien fue uno de los maestros de la filosofía.  

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