domingo, 1 de abril de 2018


Los días de Hesíodo
y los trabajos del emigrante

David De los Reyes
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El mayor campo de refugiados del mundo: Dadaab, Kenia (África). 


Vivimos en una época de intensa emigración permanente alrededor de todo el mundo. Una emigración surgida, la mayoría de las veces, por  la fuerza y las circunstancias extremas de los países; por las condiciones inhumanas, injustas, carentes, criminales, bélicas que distinguen a muchas naciones que son manejadas por gobiernos dictatoriales, criminales, fallidos y de fuerza, cuya característica y condición principal es el empobrecimiento sistemático de sus habitantes tanto a nivel material como espiritual, intelectual y vital. 
Las más de las veces, al salir del país de origen en busca de nuevos horizontes, la vida no se hace fácil, y tenemos que comenzar a reestructurar nuestras vidas, nuestras costumbres, nuestros valores y nuestras formas cotidianas de hacer. Pero lo insoslayable que se nos presenta al dar este salto, a veces desesperados, otras con buena acogida por amigos o familiares que ya residen  a donde  hemos elegido emigrar, es tener la actitud para aceptar la necesidad imperiosa de trabajar y hacer la faena de la mejor forma para el acoplarse a la nueva situación y obtener la superación de carencia por la que se tiene que vivir al pasar esa línea fronteriza que nos aleja de nuestro territorio natal. Además de conocer y adentrarse,  vivir y explorar  las ancestrales y presentes culturas a las que nos vemos inscrito en el nuevo hábitat elegido o permitido dentro del abanico de posibilidades geográficas.  Hesiódo, ya en la antigüedad del mundo griego, reflexionó acerca de ello y hoy volvemos a retomar sus palabras   como inspiración y ejemplo del  emigrante que va a nuevos derroteros para enderezar  su vida abrirse con sus propias fuerzas y habilidades, con sus propios valores éticos (y religiosos para quien los tenga), gracias por su labor, a donde hemos llegado para continuar nuestra propia historia personal.      
Hesíodo es uno de los autores clásicos del mundo griego, e igualmente,  ciertos estudiosos de su obra le otorgan la condición de haber sido el primer filósofo del mundo helénico, al encontrar en sus palabras la alusión al ser y lo cambiante que constituye esta identidad ante  un mundo (de los entes) fenoménico. Sabemos que vivió  entre el siglo VIII y VII antes de nuestra era, es decir, entre el 800 y 700 del mundo antiguo. Hesíodo se le conoce por dos obras, Teogonía, que describe todas las burradas, virtudes y fantasías míticas de los dioses griegos, y un libro más humano, Los Trabajos y los Días, que es el que nos interesa aquí, cuya primera parte no deja de estar salpicado por la visión divina del destino determinado por edades, por parte de ese padre vengativo y hedonista nombrado como Zeus, respecto a los hombres. Y una segunda sección donde encontramos un conjunto de recomendaciones para los nuevos colonos y trabajadores de ese período ancestral de occidente; toda una lista de buenas propuestas para sobrevivir luego de buscar tierras dónde asentarse y recrear, una vez más, la vida humana en común.
Sin embargo, lo interesante de esta obra, por otra parte, es que es un ajuste de cuentas. ¿Ajuste de cuentas dije? Si, un ajuste de cuentas.  En el escrito encontramos el nombre de su hermano, Perses, que es a quien va dirigido, o para quien fue escrito. Los trabajos y los días contiene una serie de recursos y declaraciones muy de su entorno helénico, todo un catálogo de disposiciones positivas para la vida común y del emigrante: actitud de los dioses y su poder ante los débiles y sufridos seres humanos, consejos de conducta, observaciones de vida, calendarios de los días adecuados para las faenas, y toda una relación de lo que debe ser el condenado y sudoroso trabajo honesto para los hombres que quieran, como se dice, agarrar los cuernos del toro de frente.
Una doble verdad  se desprende de sus páginas. La actitud proba que debemos mantener ante nuestra labor diaria.  Del trabajo no podemos escapar, por ser necesario para subsistir, es un pesar que debemos soportar los hombres durante la vida, pero si queremos, el trabajo forja un destino insoslayable y sólo aquel que esté dispuesto a enfrentarlo, en asumir el qué-hacer cotidiano es quien podrá con él, y doblegarlo para su bienestar. Fuera los holgazanes,  serán perseguidos los zánganos, mal vistos los ociosos sin causa o con causa por no hacer nada  y vivir del trabajo de los demás. Postura radical ante la labor, pero que en un mundo de carencias, como era aquél en el que vivió Hesiódo, no se podía distraerse y asumir una vida sin un orden estricto y secuencial, reiterativo pero vital para la conservación  y lo que pudiera llamarse hoy por buen vivir.
Es un libro que fue útil para los griegos en su momento de expansión colonizadora a territorios inhabitados del mar Mediterráeno y proclives para la  supervivencia y negar la adversidad del pasado personal y colectivo. Lo llevaban como preciada pertenencia algunos colonos o emigrantes que buscaban escapar de las carencias donde habitaban, de tierras infértiles o lugares hostiles por los habitantes de los alrededores, de dominios por estados extranjeros, guerras permanentes genocidas, de territorios pobres en nutrientes, de geografía difícil de doblegar para una mejor vida. Texto apreciado y atesorado por estos viajeros   que sabían  la ardua labor que les esperaba. Fue un libro para el viajero que buscó un destino y un espacio que, con trabajo, podía llegar a ser  provechoso y en los que se pudiera establecer la continuidad de la familia, de la vida y de la cultura helénica en expansión al abandonar regiones ya invivibles por condiciones políticas o naturales, y obtener los recursos vitales dentro de una cotidianidad empobrecida.
Y por otra, esta obra, como se dijo, contiene y expresa  una confrontación  entre hermanos. De los conflictos fraternos gracias a las malditas herencias familiares donde,  a la muerte del padre, comienza a emerger lo más bajo de los instintos y miserias entre hermanos, la ambición que siempre va atada a la mezquindad personal, signo  visual del fracaso de familiares o hermanos. Perses será la postura del ambicioso, en esta tragicomedia antigua; Hesíodo, aquel que, a pesar de saber cómo invertir lo obtenido para el provecho familiar, tendrá que entregar buena parte de su herencia a su hermano dilapidador a la fuerza e injustamente. ¿Cómo trascurrió este pleito entre hermanos?  Perses demandó a su hermano ante los tribunales  y los jueces dictaminaron a favor del despilfarrador por ser el mayor. Una historia que se repite hasta la saciedad aún en nuestro tiempo presente. Al obtener este botín, Perses, por sus andanzas y procederes, vuelve a estar en la penuria, propio de una vida sin trabajo y excesos, de zángano y sin responsabilidad ante lo que se tiene. Y vuelve a exigir más ayuda a su hermano Hesíodo,  quien se negará, en esta oportunidad, auxiliarlo otra vez a costa de la herencia de su padre; de un padre común que había vivido del cabotaje en las costas occidentales de Anatolia (hoy Turquía), y  terminó arruinado, regresando a las tierras de sus ancestros, Beocia (zona occidental de Grecia), dedicándose a la agricultura y al pastoreo, lugar donde nacieron, en la  población de Ascra, sus hijos. Esta vida de colonos pastores marca a  Hesíodo, y será el contenido experiencial de su  reconocido escrito sobre los días y sus labores pertinentes. Ambos hermanos  no tuvieron otra opción en su juventud que dedicarse a tales oficios a campo abierto. Uno saco provecho y otro, su ruina.

La aparición de la inspiración poética de Hesíodo ha sido relatada por él mismo, el momento en que las musas se le aparecen un día,   mientras estaba  como pastor, cuidando un rebano de ovejas al pie del verde y bucólico monte Helicón. Tal don poético lo impulsa a crear y ser vencedor en la ciudad de Calis, ante el insuperable bardo Homero en un certamen de poesía; este premio lo gana, según narran,  a que el poeta de la Ilíada escribió sobre las atrocidades de la guerra y el beocio pastor, sobre las bondades de la  paz. Parte de su obra  está inspirada por la tradición oral de la mitología de los dioses, proporcionando toda una particular genealogía de los dioses olímpicos como la conocemos hasta el presente; antes de Hesíodo sólo se tenía conocimiento de ellos por ser transmitida de forma oral y sin una clasificación certera y jerárquica de cada uno. Su Teogonía será una transcripción de las creaciones, aventuras y ocurrencias mitológicas de los dioses bajo la dominación del patriarcal Zeus.
Las palabras que dirige a su hermano en Los Trabajos y los Días  con lo que quiere decirle unas cuantas verdades, comienzan advirtiendo las distintas edades por las que ha tenido que pasar el hombre. Su creador, Zeus, al ser engañado y robado el fuego por el hombre, va a crear, en venganza, una diosa maligna, Pandora, que hará justicia divina, expandiendo los peores males sobre la tierra de los humanos, dejando dentro del cofre, la Esperanza.
Su voz  narra la condición de los seres a su paso por distintas edades míticas, en que aparecen y desaparecen sin dejar herederos. Comienza con la paradisíaca  edad  de oro, donde se vivía exentos de males y en plena armonía, libre del trabajo y enfermedades, sus habitantes eran dioses. A esta sucede la edad de plata, tiempo en que los primeros cien años de todo niño era criado por su madre, pero sin ninguna inteligencia, abrumados por sufrimientos a causa de la estupidez, síntoma de tanta protección maternal; tampoco honraban a los dioses: fueron dichosos subterráneos. La edad de bronce, semejante a la de plata, sus habitantes tenían sólo la preocupación de injuriarse entre ellos, no comían trigo, eran feroces y duro corazón como el acero: grande su fuerza, armas de bronce, moradas de bronce, trabajaban el bronce; semejante a la invasión de los dorios, cazadores y guerreros nómadas, que llegaron desde los territorios del norte de Grecia a dominar todos los pueblos establecidos; un tiempo en que comienza a tener serias dificultades las condiciones mínimas de la vida humana. La edad  de los semidioses, donde por sus luchas y guerras entre ellos, van a  ser sometidos por Zeus y llevados a la isla de la Bienaventuranza, allende el profundo océano, donde tres veces al año la tierra da frutos. Y la última edad, en la que viven estos hermanos desavenidos, la edad del hierro, donde los males han sido expandidos, el trabajo y la miseria los abruma en todo momento, las enfermedades están en todo lugar, la envidia corroe y la carencia lleva a la necesidad de exigir trabajar para ganar con el sudor de tu frente el pan, como dirían luego los cristianos, donde los hombres son destruidos por los dioses cuando sus cabellos se tornan blancos. Nosotros, pudiéramos especular con Hesíodo, vivimos en la edad de lo inmaterial, de lo virtual, de lo digital, que funge como moneda y elemento etéreo por el cual transcurren nuestras vidas amarradas al dispositivo del computador, aliñado dolorosamente todo ello con las grandes pandemias de masivas emigraciones a nivel global, donde el entorno se vuelve  más angustioso, carente, destrozado y violento en todos los sentidos posibles que en aquellos tiempos pasados, y una vida urbana de continua evasión y distracción que viene a permear narcóticamente nuestras míseras y aceleradas existencias. 
La condición que observa Hesíodo de estos hombres de la edad de hierro no es nada alentadora, son violentos, tramposos e inicuos. No saben de dignidad ni de humildad, sólo de engaño y perjurio, algo muy normal hasta en nuestros días. Una  visión bastante pesimista por realista del hombre en todos los tiempos.  Donde no han tenido la osadía de abordar la vida a través de las diosas Edo (representante de la humildad, la modestia y pudor) y de Némesis (aquella diosa que aplica la justicia retributiva, la solidaridad, la venganza y el equilibrio ante los excesos humanos). La edad de hierro es una era donde esta diosa ajusticiadora, Némesis, se enfrenta refrenando a los hombres que piensan tener derecho ante los demás por el uso de la fuerza, donde los hijos ya no obedecen a sus mayores, y su mano empuñando la espada del castigo divino, lacera toda desmesura. Asume la difícil tarea de repartir la felicidad, midiendo su grado en los mortales que han sido favorecidos en demasía y sin justificación alguna, por la otra diosa, Fortuna.
Así el texto nos lleva a un recuento de las atrocidades y castigos que imponen los dioses a los hombres por sus excesos y acciones. Un mundo mitológico pero humano,  proclive a la religión y al dogma, donde todo queda sometido a fuerzas invisibles, cuando la ignorancia y la razón se nublan para la mente humana, alejando una mirada justa de la vida individual y colectiva, junto a su condición trágica, mortal.
Esto lleva a Hesíodo a dictar a Perses, a través de sus palabras, la necesidad de mantener y obtener a lo largo de la vida un sentido de la justicia, un rechazo de la violencia, pues es el dictamen que exige el dios mayor, Zeus, para los humanos. Donde el trabajo justo y autónomo, pero vinculado con la comunidad cuando la haya, vendrá a ser la superación del hambre y la miseria general; gracias a esto,  no se incurrirá en aparecer y persistir en carencias y dificultades por desatención al orden que impone y nos exige la vida; sólo quedaría detestarnos por negar, insistentemente, la labor proveedora de justo sustento,  por nuestra acción. Al abocarse estos emigrantes colonos campesinos a su faena,  obtendrán el  beneficio de  Démeter, la diosa de la tierra, que procurará llenar los graneros gracias al buen y atento cultivo del suelo habitado. El hambre es la compañera inseparable de los ociosos, seres que serán odiados por no hacer nada para cambiar su condición; son  vidas determinadas y condenadas por la envidia,  al mirar a aquel que se ha enriquecido por su labor. Se trabaja no para el lujo y la exhibición de oropeles y fatuidades, sino para no padecer necesidad, ni cubrirse con el manto de la carencia perpetua: se trabaja para llenar los graneros, es decir, tener el buen alimento de los días trabajados. Los holgazanes son vistos como zánganos, que devoran la miel de las abejas trabajadoras. Sin embargo los dioses son calificados como dadores de bondades,  y considera, nuestro antiguo autor, que estas riquezas son las mejores; la peor riqueza de todas es la obtenida por el robo.
Un principio dirigido a su hermano Perses era el de aspirar a riquezas obtenidas por el esfuerzo cotidiano. Así llega al corolario ama a quien te ame, ayuda a quien te ayuda, da al que te dé, pero no des nada a quien no te dé nada, lo cual aplico a aquél.  Pero es, también, un principio ético de buen vecino,  con quien se deberá tener una constante y cultivada política de ayuda mutua en los buenos y en los malos tiempos por venir. Y, sobre todo, atender al proceso que conlleva todo trabajo, he ahí sus palabras: Hártate de beber al principio y al final, pero no cuando estés en la mitad, pues no sabes cuán largo será el trayecto que deberás recorrer.  Sólo antes y después de la labor realizada es que podemos festejar, celebrar en nuestras vidas; en el proceso de la labor desempeñada abstenerse es lo  preferible, para no distraerse y perder lo ya producido.
De lo mínimo que exige para iniciar la vida en otro lugar serán tres las condiciones exigidas: casa, mujer y animal para arar. Ante todo procura tener  una casa, una mujer y un buey de labor. Una afirmación que aún hoy debe ser seguida por todo emigrante. Es lo indispensable para asentarse en un nuevo espacio. Todo exiliado  de una u otra forma, en una u otra época, siempre ha requerido eso, un  techo que acobije, un ser que nos acompañe y ayude, junto a una labor y habilidades e instrumentos de trabajo que nos lleve a procurarnos lo necesario para una vida proba. Luego está la importancia de mantener un orden, una continuidad del hacer cotidiano productivo: el orden es la mejor de las cosas para los mortales, el desorden la peor. La imprudencia esta en nuestro obrar y ésta, si sólo está aliada al dinero, se convierte en el alma de los miserables mortales.
El uso de la expresión de la palabra, la oratoria cotidiana, el uso del lenguaje, es tomado en cuenta por Hesíodo, pues considera que la palabra pronunciada parsimoniosamente es un tesoro excelente entre los hombres, ya que la gracia de las palabras esta toda en su mesura. Saber medir las palabras que pronunciamos nos da un sentido de armonía ante aquel que nos escucha al pronunciarlas y de un pensamiento que se adentra en un orden medible y vivible, adjunto al honesto hacer.
De todos los días del mes Hesíodo da unos que son más proclives para hacer ciertas cosas que otras. Es un orden algo azaroso, casi subjetivo o dispuesto por su experiencia personal en el territorio helénico donde habitó. Esto nos da a entender que tenía muy en cuenta los cambios atmosféricos y geográficos, aunado a una sucesión de acciones para la buena labor cotidiana, semanal y mensual; es lo que hoy llamaríamos como su agenda laboral. De esta forma nos dará de los treinta días del mes una docena de ellos especialmente dedicados a labores importantes, los demás vendrán a ser secundarios.  Como ejemplo de lo dicho este griego observa que el décimo día del mes es propicio para la generación,  para el engendrar hijos la pareja, o la subjetiva apreciación sobre el veinticuatroavo día del mes, que será mejor por la mañana y por la tarde es menos bueno. El peor día del mes, el más peligroso y terrible, es el quinto día. De ahí pueda que venga esa superstición itálica de ciertos días propicios para la mala suerte, como el trece y el martes tan común en nuestra habla común.
Con estas líneas hesiódicas  hemos querido presentar un texto clásico que, no por haber pasado veintiocho  siglos, ha dejado de hablarnos sobre todo para aquellos que hemos emigrado por inhumanas condiciones de vida de nuestros territorios nativos. Nos da una serie de  reflexiones que nos muestran una sabiduría para el proceder del hombre de todos los tiempos. El hombre se debe al buen trabajo. El trabajo no es visto como un mal; todo trabajo porta consigo su dignidad cuando está bien hecho y no a costa de la explotación y viveza sobre otro semejante. Tampoco se refiere al trabajo del esclavo. Tampoco el de un hombre sometido al amarre de un salario para subsistir. Se trata del trabajo que requiere hacer aquel hombre que quería ser autónomo, vivir sin carencias o con las mínimas, de respirar aires de libertad en otras tierras dentro de los límites de la vida sencilla y de los pequeños placeres que nutren la felicidad de la labor hecha. Una ética para todo emigrante, para todo aquel que busca nuevos horizontes donde asentarse para la obtención del principio de la diosa Pachamama andina, el buen vivir o, como diría Aristóteles, una vida buena. Solo el que sepa enfrentar el trabajo sabrá como surgir airoso de él. En esto radica todo.   
Leed a Hesíodo, y sacad vuestras propias conclusiones de emigrante.

Guayaquil 20 de marzo de 2018

Referencia electrónica:
Hesíodo: Los trabajos y los días.


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