domingo, 1 de abril de 2018


Sergio Ramírez:
“Contra la memoria ninguna represión puede” 
Claudia Furiati Páez
 @festilectura


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“Él es la vida y la naturaleza,
regala un yelmo de oros y diamantes
a mis sueños errantes.”
Un soneto a Cervantes de, Rubén Darío

En su animosa cruzada por países suramericanos para presentar su última novela, inscrita en el noir caribeño,  Ya nadie llora por mí (Alfaguara, 2017) y en antesala a su estelar aparición en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares para recibir el Premio Cervantes este 23 de abril, Sergio Ramírez, aceptó nuestra invitación en Guayaquil a dialogar desde el butacón del lector. Sitial que al igual al ingenioso manchego, desafía al autor nicaragüense, a dejar su “armadura” de cotidiano combatiente de ideas, político, promotor cultural y laureado escritor, para transformarse en un extraordinario aventurero de inventados laberintos de la palabra cervantina.

Fue una fértil correspondencia sobre su compromiso lector, que contó como “prólogo” sus reflexiones compartidas durante un concurrido conversatorio promovido por la organización de la Feria del Libro de la llamada Perla del Pacífico, metrópolis ecuatoriana que además le reconoció como “Huésped Ilustre”. Allí el creador del inspector Dolores Morales reflexionaría sobre esa ofrenda imperfecta que brinda desde el altar del teclado a sus lectores: “cuando me siento a escribir pienso en un lector individual,…que para mí siempre es exigente, es un lector que está muy atento, que no me va a dejar pasar una, que si cometo un error lo va a notar,…, es un lector que no piensa que yo soy un escritor perfecto, no hay nada perfecto. El gran cuentista Augusto Monterroso (Guatemala) decía que cuando uno cree que ha alcanzado una página absolutamente perfecta, hay que agregarle algún error, para que el lector piense que uno también es humano”.

De ese humanismo imperfecto dio cuenta en la velada, donde confió proyectar mucho de sí en su protagonista de marras, el detective Morales, el ex guerrillero sandinista y policía de élite, devenido en inspector privado de poca monta. Reconoció que la saga es un homenaje a autores clásicos del género negro que le han curtido su alma lectora como Raymond Chandler, Dashiell Hammett, George Simenon o Agatha Christie. Una “propuesta ética” de escudriñar literariamente la compleja realidad latinoamericana (corrupción, narcotráfico, violencia) que le hermana con otros antihéroes a los que también sigue como el “Mario Conde” de Leonardo Padura (Cuba) y “El Zurdo Mendieta” de Elmer Mendoza (México). Estas y otras miles de sus predilectas obras, han desbordado su “bitácora de lectura”  y  nutren hoy el fondo de la Biblioteca de la Fundación Luisa Mercado de la que es fundador, y que junto al festival Centroamérica cuenta, son expresión palpable de su afán formar de lectores rigurosos y escritores virtuosos en la región mesoamericana, comprometido con el legado de su admirado coterráneo, el poeta Rubén Darío.

Leer el mejor ejercicio de libertad

P:           Cuatro días antes de conocerse el veredicto del Premio Cervantes 2017, publicó en su columna habitual de El Nacional (Venezuela) un artículo que comienza así: “La literatura no deja de ser un viaje que se inicia en la primera página de un libro y se llega a puerto al cerrar ese libro” ¿Pudiese darnos pistas de cómo se produce esa vivencia en el Sergio Ramírez lector?

SR:         Uno debe prepararse para un viaje lleno de sorpresas al abrir un libro. Entramos en un mundo desconocido, por el que navegamos con los ojos llenos de asombro, dispuestos a dejarnos sorprender. Por eso los libros previsibles no sirven para un buen viaje. Y hay libros donde el viaje es doble, porque son libros acerca de un viaje: el viaje de Ulises de regreso a su patria en la Odisea, el de don Quijote por los campos de Montiel. Viajamos con los personajes y somos parte de sus aventuras, nos volvemos nosotros mismos personajes. Leer es un viaje desde una silla, entre cuatro paredes que se levantan gracias a la magia misma de la lectura para dejarnos volar, navegar, andar.
P:           ¿Se puede transitar ese mismo recorrido imaginativo, y más aún experimentar las sensaciones que emergen del relato, a través de la lectura disruptiva de los soportes digitales?
SR:         Es lo mismo, leer en papel que en la pantalla. Nuestro instrumento de navegación son las palabras, escritas primero en piedra, luego en papiro, en pergamino, en papel, ahora en caracteres electrónicos. La gracia de todo está en descifrar los signos que a quien no sabe leer le parecen extraños y misteriosos, pero que contienen una clave, contienen la imaginación, y la transmiten de una cabeza a otra, de mi cabeza de escritor a la cabeza del lector. E imaginar se convierte en un acto diverso al descifrar esos signos por medio de la lectura. La imagen del que describe no es ya la misma del que escribe, allí está la magia. Y es una imagen distinta para que cada cual que lee, más magia aún. Una imagen que se multiplica de manera infinita
P:           Suponemos que de allí viene la “Bitácora Lectora” que confesó llevar a la periodista y escritora española Berna González Harbour. Pudiese revelarnos algunos de los títulos mejor catalogados.
SR:         Cuando uno se ha pasado la vida leyendo, cada vez que le piden hacer una lista, esa lista cambia de acuerdo al momento, al estado de ánimo. Mi amigo el poeta nicaragüense Carlos Martinez Rivas,  cuando vivía en Madrid, tras entrar una mañana al museo del Prado, decía: “qué bien amaneció hoy Velásquez”. Así pasa con los libros, unos amanecen mejor que otros en nuestro criterio y en nuestro ánimo, pero no quiere decir que aquellos que no enlistamos frente a la pregunta que se nos hace, queden desalojados  permanentemente. Simplemente han cedido su lugar.
En mi lista de este momento empezaría con El Gran Gatsby de Scott Fitgerald, seguiría con Lolita, de Vladimir Nabokov, no dejaría de incluir El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers; y El jardín de los Finzi Contini, de Georgio Bazani, Los siete locos, de Roberto Arlt, El agente secreto, de Joseph Conrad, Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique, La cartuja de Parma, de Stendhal. ¿Y mañana? Mañana será otro día.

P:           ¿Qué mensaje puede enviar a sus lectores venezolanos a los que les resulta cada vez más difícil acceder a la literatura como manifiesta expresión de rebeldía ante la opresión de un régimen alimentado por la posverdad?
SR:         En Farenheit 451 de Ray Bradbury hay una gran parábola: el régimen político decide eliminar los libros y manda a quemarlos todos. Las brigadas van casa por casa secuestrándolos para llevarlos a la hoguera. 451 grados Farenheit es la temperatura a que arde el papel.  Entonces se forman células clandestinas de subversivos que se reúnen para leerse unos a otros los libros que han aprendido de memoria. Contra la memoria ninguna represión puede.
Nunca hay que dejar de leer, y de recordar. Mientras no sean quemados, los libros, por escasos que sean deben pasar de mano en mano. Porque son el mejor ejercicio de libertad que pueda hacerse. Contienen la libertad.

P:           Parafraseando el epígrafe shakesperiano de su novela Ya nadie llora por mí (2017) el bosque empieza a moverse en Latinoamérica. ¿También lo hará en Venezuela?
Esta es otra gran parábola: no hay inmunidad, ni impunidad para el poder para siempre, y quien así lo cree, tiene su mejor lección en Macbeth: las brujas le vaticinan al rey espurio que seguirá en el poder mientras el bosque de Birnam no se mueva, y eso lo tranquiliza. Pero el bosque termina por moverse, cada soldado del ejército que lo cerca avanza oculto tras una rama cortada de los árboles del bosque de Birnam.
El bosque se movió ya en Ecuador, cada votante del plebiscito llevaba por delante una rama del bosque que nunca deja de moverse, el de la voluntad popular.

P:           Finalmente, este 23 de abril, hablará para los lectores del mundo investido con el Premio Cervantes. Justamente su personaje “Alonso Quijano” es quien desde su delirio enalteció el oficio de vivir los textos como épicas personales. Puede ofrecernos un adelanto de esta inédita hoja de la bitácora literaria latinoamericana.
Soy cervantino a muerte, y de Cervantes he aprendido que la novela es la realidad, así como la realidad no existe sin la imaginación. Los personajes de Cervantes entran y salen de la novela, son reales porque se creen reales; como personajes de invención hablan de ellos mismos, y del libro en que aparecen, con toda naturalidad, porque ese libro contiene un mundo real.
Cervantes es la vida y la naturaleza, según el soneto de mi paisano Rubén Darío. Al hablar en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares al recibir el premio Cervantes, voy a hablar como criatura suya, porque he sido inventado por él. Inventó la lengua en que hablo y en la que escribo, y por tanto me inventó a mí.

El bosque de “arbolatas” de Managua
El siguiente es un extracto de Ya nadie llora por mí (Alfaguara, 2017) donde Ramírez ilustra magistralmente el impacto ambiental que ha tenido en la capital nicaragüense y en el imaginario y la moral de sus habitantes, este ornato público monumental llamado “arboles de la vida”, edificado en 2013 por la pareja presidencial Ortega-Murillo a propósito de los 34 años de la revolución sandinista y que ha costado a la nación más de 3.3 millones de dólares americanos. En medio de este paisaje exotérico de fierro, multicolor e incandescencias, el escritor perfila su relato policiaco, recurriendo a una parábola del bosque errante que dio fin al reinado de los Macbeth en el clásico drama shakespeariano. En la segunda entrega sobre el atribulado inspector Morales y su metafísico compañero Lord Dixon, no sólo cita al universal dramaturgo inglés sino al Eclesiástico de la Biblia (15; 16,17), lecturas a las que siempre vuelve, pues encuentra en ellas un mana de inspiración.
 “Ante la insistencia caballerosa de don Narciso, ocupaba siempre el asiento de atrás del Lincoln, como si se tratara del propio don Anselmo. Se dirigieron a la rotonda donde se alza el monumento de latón en homenaje al comandante Hugo Chávez, custodiado por tres frondosos árboles de la vida. La efigie plana surgía por encima de un sol, dentro del que se enroscaba una serpiente de vivos colores.
--  La boina roja que adorna su cabeza se entiende – comentó la reverenda mientras giraban lentamente por la rotonda – ¿Pero por qué la cara de ese color amarillo, como de bilis?
– Porque la luz del sol ilumina su rostro que mira hacia el futuro – respondió don Narciso con aplomo.
-- Usted dice que es solo, pero a mí me luce más bien flor –dijo ella-. Y esa serpiente que parece tuviera plumas.
-- En efecto se trata de la serpiente emplumada  de nuestros antepasados aborígenes, que desde la oscuridad del inframundo nace para morir y luego revivir en un perpetuo ciclo –contestó don Narciso –Un símbolo de la trascendencia.
  El Lincoln dio el último giro y bajó hacia el norte por la antigua avenida Bolívar, llamada ahora De Chávez a Bolívar
-- Y esos árboles de la vida, ¿usted entienden que significan?- preguntó la reverenda, a la vista de la nutrida alameda de “arbolatas” que se extendía hasta la costa del lago-. Cada vez que me topo con ellos, por más que me quiebre la cabeza no les hallo explicación.
-- Es­ lo más  sencillo – contestó don Narciso- Unen el cielo y el infierno, el orden y el caos, la vida y la muerte, y representan todas las formas del cosmos, según Sai Baba, el gurú oriental; pero, sobre todo, protegen a quienes gobiernan de las asechanzas malignas de sus enemigos.
--  Lo veo muy instruido en esas cuestiones esotéricas- dijo ella.
 --  Compré en el Mercado Roberto Huembes un libro de segunda mano que se llama Los mundos ocultos y allí explica muy bien todos esos – dijo don Narciso- cuando quiera se lo presto.
-- Pierda cuidado, su palabra me basta- dijo la reverenda-. Pero me imagino que deben costar una fortuna.
-- Los hay de dos tamaños –explicó don Narciso- los que miden metros de altura, con un peso de siete toneladas; y los que miden veintún veintún metros, con un peso de diez toneladas. Para pintarlo son necesarias tres cubetas de pintura acrílica.
-- Parece como si usted participara en su construcción.
-- Me instruyo nada más reverenda, me instruyo- sonrió don Narciso”.

Sergio Ramírez, Ya nadie llora por mí (Alfaguara, Penguin Random House, 2017)

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